Eran las cinco y media de la tarde cuando Anna-Maria Mella entró en la sala de autopsias del hospital de Kiruna.

—¿Ya estás merodeando por aquí otra vez? —la saludó el médico forense Lars Pohjanen.

Como siempre, en la bata verde arrugada su delgado cuerpo parecía congelado.

Anna-Maria Mella se puso de buen humor. Aquí había uno que todavía se metía con ella como antes.

—Pensé que me estarías echando de menos —dijo ella dedicándole una sonrisa de cien vatios.

Pohjanen soltó una carcajada alegre, aunque sonaba más bien como un resuello.

Wilma Persson yacía desnuda sobre la mesa de autopsias de acero inoxidable. Pohjanen le había cortado el traje de buceo y la poca ropa que llevaba debajo. La piel se veía grisácea y remojada. A su lado había un cenicero con las colillas del forense. Anna-Maria Mella no dijo nada al respecto, no era ni su madre ni su jefa.

—Acabo de hablar con su bisabuela —dijo Anna-Maria—. Creí que a lo mejor podías decirme algo sobre cómo tuvo lugar el accidente.

Pohjanen negó con la cabeza.

—Todavía no la he abierto —dijo—. Está muy maltrecha, como puedes comprobar, pero las lesiones son post mortem.

Señaló la cara, donde faltaban la nariz y los labios.

—¿Por qué está su pelo en el suelo? —preguntó Anna-Maria.

—Las raíces se pudren con el agua y se desprenden con facilidad.

Le levantó las manos y las examinó entornando los ojos. En la mano derecha faltaban el meñique y el pulgar.

—Me he fijado en sus manos —dijo y se aclaró la garganta—. Se le han caído varias uñas pero no todas. Mira la mano derecha. ¡Ojo!, tengo que ir con un poco de cuidado, la piel se suelta fácilmente de los dedos. Mira, aquí faltan el meñique y el pulgar, pero las uñas del anular y el corazón siguen en su sitio. Si comparas con la otra mano…

Levantó las dos manos y Anna-Maria se inclinó con desgana para mirar.

—Las uñas de la mano izquierda, las que le quedan, están pintadas de negro y limadas, en bastante buen estado, ¿no te parece? Mientras que las uñas del anular y el corazón de la mano derecha están rotas y el esmalte ha saltado.

—¿Lo cual significa? —preguntó Anna-Maria.

Pohjanen se encogió de hombros.

—Qué sé yo. Pero he raspado por debajo de las uñas. Ven, que te lo enseño.

Soltó cuidadosamente las manos de Wilma y fue por delante de Anna-Maria hasta su mesa de trabajo. Allí había cinco tubos de ensayo sellados y marcados con «derecha corazón», «derecha anular», «izquierda pulgar», «izquierda corazón», «izquierda índice». En cada tubo había un palillo plano de madera.

—Debajo de las dos uñas de la mano derecha había escamas de color verde. Puede que no tenga nada que ver con el accidente. A lo mejor la chica estuvo rascando y pintando ventanas o cualquier cosa. Se suele trabajar más con la derecha.

Anna-Maria asintió con la cabeza y miró la hora. Robert le había dicho que cenarían a las seis. Tenía que marcharse.