Busco a la fiscal. Es la primera que me ha visto desde que he muerto. Tiene el canal abierto. Me ve claramente cuando me siento en su cama. Su abuela está presente en la pequeña habitación. Ella es el primer muerto que veo desde que yo misma fallecí. Bueno, antes tampoco había visto ninguno. La abuela me clava la mirada. Aquí no se puede entrar y salir de cualquier manera y perturbar la calma, la fiscal tiene una protectora muy fuerte. Le pido permiso para hablar con su nieta.

No tengo ninguna intención de asustar ni de alterar. Sólo quiero que encuentren a Simon. No tengo adónde ir. No soporto verlos. Anni se pasea por su casa rosa de fibrocemento limpiando y mirando por la ventana hacia la carretera. Pasa días enteros sin hablar con nadie. A veces coge el trineo y recorre un tramo del camino que lleva al pueblo, a veces hace de tripas corazón para subir las escaleras hasta mi habitación y mirar mi cama.

La madre de Simon observa con odio a su padre mientras él engulle la comida y se apresura a marcharse de casa. Están apáticos y no cruzan palabra. Él no la soporta. Al principio ella intentaba hablar, lloraba y lo despertaba por las noches. Ha dejado de hacerlo. Él cogía la almohada y se iba al salón a tumbarse en el sofá. Cuando ella le suplicaba que dijera algo, él respondía que tenía que levantarse para ir a trabajar al día siguiente. Ella ha agotado todas las acusaciones y súplicas posibles. Necesita enterrar a su niño.

Les dice a las demás señoras que es como si a él le diera lo mismo. Pero yo veo los temerarios adelantamientos que hace. En invierno los camiones le pitaban cuando intentaba adelantar en la polvareda de la nieve. Cualquier día de éstos se mata con el coche.

Cruzo el pueblo. La noche es clara. La nieve virgen ha cubierto todo el manto de nieve compacta que había y que ya estaba sucia, marrón de tierra y gravilla.

Hjalmar Krekula está despierto. Ha salido al patio y parece un oso que ha disfrutado de la abundancia del verano. Sólo lleva puestos unos calzoncillos largos y una camiseta. Dos cuervos se han posado en su tejado, emiten sus roncos graznidos. Hjalmar intenta espantarlos; va a buscar leña menuda de la leñera y la lanza contra los animales. No se atreve a gritar y armar escándalo, el pueblo está durmiendo. Está desvelado y por dentro maldice los pájaros negros y la luz y quizá también maldice algo inapropiado que ha comido.

Los cuervos alzan el vuelo batiendo las alas y se posan sobre un gran abeto. No se podrá deshacer de ellos. Y esta noche han encontrado mi cuerpo. A lo mejor empiezan a hablar en el pueblo. Por fin.