14

Nueva partida de Creta Kanoo

—Durante unos cuantos días viví con la sensación de que mi cuerpo había sido desmembrado. Andaba, pero no percibía que mis pies tocasen el suelo. Comía, pero no notaba que masticase. Si permanecía inmóvil, con frecuencia me invadía la horrible sensación de que mi cuerpo caía, eternamente, por un espacio sin techo ni fondo o de que ascendía, eternamente, como arrastrado por un globo. Era incapaz de coordinar el movimiento del cuerpo y la percepción. Obraban a su antojo, independientes de mi voluntad. Sin orden, sin dirección. No sabía cómo contener aquel horrendo caos. Lo único que podía hacer era esperar con paciencia a que todo se calmara a su debido tiempo. A mi familia le dije que no me encontraba bien y permanecí encerrada en mi habitación de la mañana a la noche sin comer ni beber apenas.

»Pasé varios días sumida en el caos. Tres o cuatro días, creo. Y luego, como tras un violento temporal, llegó la calma y la paz. Miré a mi alrededor y me descubrí a mí misma. Y comprendí que me había convertido en otra persona. Es decir, que aquél era mi tercer yo. El primero había vivido la tortura interminable del dolor. El segundo había vivido en un estado de insensibilidad sin sufrimiento. El primero había sido mi yo original, incapaz de librarse del pesado yugo del dolor. Y cuando había intentado, a la desesperada, quitármelo del cuello con mi intento de suicidio frustrado, me había convertido en mi segundo yo. Había sido, por decirlo de alguna manera, un yo provisional. El dolor que me había atormentado hasta entonces desapareció. Pero con él se retrajo y empañó cualquier otra sensación. La voluntad de vivir, la vitalidad física, la capacidad de concentración: todo desapareció junto con el sufrimiento. Tras atravesar ese extraño periodo de transición me había convertido en otra. Aún no sabía si aquélla era la persona que originariamente debía de haber sido. Pero tenía la sensación, aunque vaga, de estar avanzando en la dirección correcta.

Creta Kanoo alzó la vista y me miró fijamente a los ojos. Como si quisiera saber qué impresión me había causado su relato. Aún tenía las manos sobre la mesa.

—O sea, que gracias a aquel hombre se convirtió en otra persona, ¿no es así? —pregunté.

—Posiblemente sí. —Y asintió varias veces con la cabeza. Su rostro carecía de expresión, igual que el fondo de un estanque seco—. Gracias al intensísimo placer sexual que, por primera vez en mi vida, sentí mientras aquel hombre me abrazaba y me acariciaba, se produjo una gran transformación en mi cuerpo. Por qué ocurrió y por qué tuvo que suceder con aquel hombre, no lo sé. Pero, independientemente del proceso, al darme cuenta ya estaba metida en otro recipiente. Y, una vez superada aquella profunda confusión que he mencionado antes, acepté mi nuevo yo como «algo más auténtico». Había logrado escapar de aquella profunda insensibilidad que para mí era una prisión sofocante.

»Pero un deje amargo me persiguió largo tiempo como una sombra negra que se proyectara sobre mí. Cada vez que recordaba aquellos diez dedos, cada vez que recordaba aquello que tenía dentro, cada vez que recordaba aquellos grumos viscosos que salieron (o eso creí) de mi cuerpo, me sentía terriblemente angustiada. Me invadían una ira y una desesperación incontrolables. Deseaba borrar de mi memoria todo lo que ocurrió aquel día. Pero no podía. Porque aquel hombre había destapado algo de mi interior. Y las sensaciones que habían sido liberadas habían quedado para siempre unidas al recuerdo de aquel hombre. Y dentro de mí había una mancha innegable. Era una sensación contradictoria. ¿Me comprende? La metamorfosis que se había operado en mí era correcta. Pero, por otra parte, lo que había desencadenado esta transformación era algo sucio. Equivocado. Esta contradicción, esta paradoja, me atormentó durante mucho tiempo. —Creta Kanoo volvió a quedarse unos instantes contemplando sus manos sobre la mesa—. Y dejé de vender mi cuerpo. Ya no tenía ningún sentido hacerlo —dijo ella. Su rostro no mostraba, como de costumbre, ninguna expresión.

—¿Pudo hacerlo sin problemas? —le pregunté.

Creta Kanoo asintió.

—Lo dejé por las buenas, sin decir nada. No tuve ningún problema. Fue casi decepcionantemente fácil. Estaba segura de que como mínimo llamarían, y ya estaba preparada para ello. Pero no dijeron nada. Sabían mi dirección y mi número de teléfono. Podían haberme amenazado. Pero no sucedió nada.

»Y entonces, al menos en apariencia, volví a ser una chica normal. En aquella época ya había devuelto el préstamo a mi padre y, encima, tenía bastante dinero ahorrado. Mi hermano, con lo que le había entregado, volvió a comprarse otro estúpido coche. Él no podía ni siquiera imaginar cómo había conseguido yo el dinero.

»Necesité tiempo para acostumbrarme a mi nuevo yo. ¿Qué tipo de persona era? ¿Cómo funcionaba? ¿Qué sentía y cómo? Tuve que aprenderlo todo a través de la experiencia, memorizarlo y atesorarlo. ¿Me explico? Todo lo que había en mi interior se había derramado y perdido para siempre. Yo era un ser nuevo, pero, a la vez, estaba vacío. Tuve que llenar, poco a poco, ese vacío. Tuve que construir, paso a paso, con mis propias manos, mi yo, o aquello que conformaba mi yo.

»Aún era estudiante, pero no me apetecía volver a la universidad. Por la mañana salía de casa, me iba al parque y me sentaba, sola, sin hacer nada, en cualquier banco. O paseaba y, cuando llovía, entraba en una biblioteca, ponía un libro sobre la mesa y simulaba leer. Me pasaba días enteros dentro de un cine o dando vueltas por la ciudad en la línea Yamanote. Tenía la impresión de estar flotando, yo sola, en el negro cosmos. No había nadie con quien pudiera hablar. Si mi hermana Malta hubiera estado aquí, se lo hubiera contado todo, pero en aquella época se había confinado en la isla de Malta para realizar sus ejercicios ascéticos. No sabía su dirección y no podía ponerme en contacto con ella. Tenía que hallar la solución confiando únicamente en mis propias fuerzas. No había un solo libro que hablara de experiencias parecidas a la mía. Pero, pese a estar sola, no era infeliz. Podía aferrarme a mi persona. Al menos, en ese momento me tenía a mí misma.

»Mi nuevo yo podía sentir dolor, aunque no con la virulencia de antes. Al mismo tiempo, había acabado por aprender la manera de huir de él. O sea, que era capaz de distanciarme de mi yo físico aquejado por el dolor. ¿Me comprende? Podía dividirme a mí misma en una parte física y en otra parte no física. Al oírlo, puede parecer complicado, pero una vez aprendes la manera no es tan difícil. Cuando llega el dolor, dejo mi yo físico. Como cuando viene alguien a quien no me apetece ver y me voy a hurtadillas a la habitación de al lado. Puedo hacerlo con toda naturalidad. Reconozco que mi cuerpo está aquejado por el dolor. Siento su presencia. Pero yo no estoy ahí. Estoy en la habitación de al lado. Por eso el dolor no puede esclavizarme.

—¿Entonces, puede usted distanciarse de sí misma cuando quiere?

—No —dijo Creta Kanoo tras reflexionar unos instantes—. Al principio, sólo era capaz de hacerlo cuando mi cuerpo sentía dolor físico. O sea, que el dolor era la llave de la disociación de la conciencia. Después, con la ayuda de Malta, he aprendido hasta cierto punto a controlar mentalmente esta división. Pero esto ha sucedido más tarde.

»Entre tanto, llegó una carta de Malta Kanoo. Decía que por fin habían concluido sus tres años de ejercicios ascéticos en la isla de Malta y que regresaba a Japón en el plazo de una semana. Pensaba quedarse aquí de manera definitiva. Me alegré muchísimo. Hacía ya siete u ocho años que no nos veíamos. Y Malta, como le he dicho antes, era la única persona del mundo con quien podía sincerarme sin reservas.

»El mismo día de su vuelta le conté absolutamente todo lo que me había ocurrido. Malta escuchó mi larga y extraña historia en silencio hasta el final. Sin hacer una sola pregunta. Luego, cuando terminé, exhaló un profundo suspiro.

»—La verdad —dijo— es que debería haber permanecido a tu lado y haberte protegido. No sé por qué razón, pero no me había dado cuenta de que tenías problemas tan graves. Quizá porque estabas demasiado cerca de mí. Pero, de todos modos, había cosas que debía hacer. Tenía que ir sola a diferentes lugares. No tenía elección.

»Le dije que no se preocupara. Que era problema mío y que, a fin de cuentas, la situación ya no era tan mala. Malta Kanoo reflexionó en silencio unos instantes y luego habló:

»—Las cosas por las que has pasado desde que me fui de Japón hasta ahora han sido amargas y crueles. Pero, como tú misma has explicado, tenías que ir acercándote, paso a paso, a la persona que debías ser. Los tiempos peores ya han pasado y nunca volverán. Esas cosas no se repetirán jamás. Sé que no es fácil, pero, con el paso del tiempo, lo olvidarás. Un ser humano no puede vivir sin su verdadero yo. Es como un terreno. Si falta, no se puede construir nada encima. Hay una cosa, sin embargo, que no debes olvidar, y es que tu cuerpo ha sido mancillado por aquel hombre. Eso no debería haber sucedido jamás. Podrías haberte perdido para siempre y tener que errar eternamente por la nada más absoluta. Por suerte, de forma accidental, tu ser en aquel momento no era el auténtico y se produjo, por tanto, el efecto contrario. En vez de perderte, te liberó de tu “yo provisional”. Tuviste muchísima suerte. A pesar de ello, la mancha permanece aún en tu interior y tienes que desprenderte de ella como sea. No puedo decirte la manera concreta de hacerlo. Es algo que debes descubrir y hacer por ti misma.

»Luego mi hermana me puso un nuevo nombre: Creta. Yo había renacido y necesitaba uno. Me gustó desde el principio. Y Malta decidió servirse de mí como médium. Guiada por ella, he ido aprendiendo cómo controlar mi nuevo yo y cómo separar el cuerpo de la mente. Y, al final, por primera vez en mi vida, he podido vivir tranquila, en paz. Por supuesto, aún no he accedido a mi verdadero yo. Todavía me falta mucho para lograrlo. Pero, ahora, hay alguien a mi lado en quien puedo confiar: Malta Kanoo. Ella me comprende y me acepta. Me ha guiado y me ha protegido.

—Pero usted volvió a ver a Noboru Wataya, ¿verdad?

Creta Kanoo asintió.

—Sí. A principios de marzo de este año. Más de cinco años después de estar con él y experimentar aquella metamorfosis, y de empezar a trabajar con Malta. Noboru Wataya vino a casa a ver a Malta y lo vi. No hablé con él, sólo lo entreví en el recibidor. Pero, en cuanto eché una ojeada a su rostro, me quedé petrificada, como fulminada por un rayo. Era aquel hombre, el último que me había comprado.

»Llamé a Malta y le expliqué que aquél era el hombre que me había mancillado. “Vaya. Déjame hacer a mí. No te preocupes”, me contestó mi hermana. “Métete dentro y no te muevas. Que no te vea bajo ningún concepto”.

Hice lo que me decía. Por eso no sé de qué hablaron.

—¿Qué diablos querría Noboru Wataya de Malta Kanoo?

Creta Kanoo sacudió la cabeza.

—No lo sé, señor Okada.

—Pero es normal que la gente vaya a pedirles cosas, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y qué tipo de cosas les piden?

—Muchas cosas diferentes.

—Como, por ejemplo, cuáles.

Creta Kanoo se mordió los labios.

—Objetos perdidos, el destino, el futuro… todo.

—¿Y ustedes lo saben?

—Sí —contestó Creta Kanoo—. No todo, por supuesto, pero —y se señaló la sien— la mayoría de respuestas están allí. No hay más que entrar dentro.

—¿Como bajar al fondo de un pozo?

—Sí.

Hinqué los codos en la mesa y respiré lenta y profundamente.

—Entonces, me gustaría que hiciera el favor de aclararme algo. Usted ha aparecido varias veces en mis sueños. Eso ha ocurrido queriéndolo usted, lo controlaba a voluntad, ¿no es así?

—Sí, así es —dijo Creta Kanoo—. Lo controlaba todo. Entré en su mente y allí tuve relaciones con usted.

—¿Y usted puede hacer ese tipo de cosas?

—Sí. Ésa es una de mis funciones.

—Usted y yo tuvimos relaciones en mi mente —dije. Y al pronunciar estas palabras tuve la sensación de colgar un audaz cuadro surrealista en una pared inmaculada. Luego, como si contemplara desde lejos si el cuadro estaba torcido, repetí—: Usted y yo tuvimos relaciones en mi mente. Pero yo no les pedí a ustedes nada. Yo no quería saber nada. ¿No es verdad? Entonces, ¿por qué tuvo usted que hacerme todo aquello?

—Porque Malta Kanoo me ordenó que lo hiciera.

—Entonces, Malta Kanoo se servía de usted como médium para entrar en mi mente y hallar algún tipo de respuesta, ¿verdad? ¿Por qué? Debían de ser respuestas relacionadas con algo que había requerido Noboru Wataya. O quizá con algo que había pedido Kumiko.

Creta Kanoo permaneció en silencio unos instantes. Parecía confusa.

—No lo sé. Yo jamás tengo información detallada. De ese modo puedo funcionar como médium de manera más espontánea. Yo sólo soy un instrumento. Malta Kanoo es quien da sentido a lo que encuentro. Pero quiero que usted entienda una cosa: Malta Kanoo, básicamente, está de su parte. Yo odio a Noboru Wataya y Malta Kano, ante todo, piensa en lo que a mí me conviene. Creo que fue por usted, señor Okada, por quien lo hizo.

—Escúcheme un momento. No sé por qué, pero en cuanto ustedes aparecieron empezaron a pasar cosas. No digo que todo sea culpa suya. Y tal vez sea cierto que hicieran algo por mí. Pero, hablando claro, esto no me ha hecho precisamente feliz. Más bien al contrario. He perdido muchas cosas. Me han abandonado. Primero desapareció el gato. Luego desapareció mi mujer. Recibí una carta de Kumiko donde confesaba que había estado acostándose con otro hombre durante mucho tiempo. No tengo amigos. No tengo trabajo. No tengo ingresos. Carezco de perspectivas de futuro, de objetivos para seguir viviendo. ¿Todo esto es en mi provecho? ¿Qué diablos nos han hecho ustedes a Kumiko y a mí?

—Entiendo muy bien cómo se siente. Es natural que esté irritado. Me gustaría mucho poder explicárselo todo con claridad.

Con un suspiro, me toqué la mancha de la mejilla derecha.

—No, déjelo correr. Sólo estaba desahogándome. No se preocupe.

Ella me miró fijamente.

—Es verdad que durante estos últimos meses le han sucedido muchas cosas, señor Okada. Quizá nosotras seamos en parte responsables de lo ocurrido. Pero eran cosas que tenían que suceder algún día, antes o después. Y si iban a suceder, mejor que fuera pronto, ¿no cree? Yo estoy convencida de ello. ¿No le parece, señor Okada? Podría haber sucedido algo mucho peor.

Creta Kanoo salió de casa diciendo que iba al supermercado del barrio a hacer la compra. Le di dinero y le sugerí que, ya que salía, se vistiera algo mejor. Ella asintió, fue al dormitorio y se puso una blusa de algodón blanco y una falda verde floreada de Kumiko.

—¿No le importa que me ponga la ropa de su esposa?

Negué con un movimiento de cabeza.

—En la carta me dijo que la tirara. Que usted se la ponga no puede importarle a nadie. Tal como suponía, la ropa de Kumiko le sentaba a la perfección.

Asombrosamente bien. Incluso los zapatos. Creta Kanoo se calzó unas sandalias de Kumiko y salió de casa. Mirando la figura de Creta Kanoo enfundada en las ropas de Kumiko sentí que la realidad volvía a cambiar de rumbo. Como si un barco de pasajeros fuera alterando despacio su ruta.

Después de que se fuera, me tendí en el sofá y me quedé contemplando distraídamente el jardín. Al cabo de media hora, ella bajaba de un taxi con tres grandes bolsas atiborradas de comida entre los brazos. Hizo huevos con jamón y una ensalada con sardinas.

—¿Le interesa la isla de Creta, señor Okada? —me preguntó de repente después de comer.

—¿La isla de Creta? ¿La isla de Creta en el Mediterráneo? —Sí.

Sacudí la cabeza.

—No lo sé. Ni tengo interés ni dejo de tenerlo. Nunca me he parado a pensar en la isla de Creta.

—¿Le gustaría ir conmigo a Creta?

—¿Ir con usted a Creta? —repetí.

—La verdad es que quiero pasar un tiempo fuera de Japón. Lo estuve pensando dentro del pozo, después de despedirme de usted. Siempre, desde que llevo este nombre, he querido ir a Creta. He leído mucho sobre la isla. Incluso he estudiado griego por mi cuenta para poder vivir allí cuando vaya. Tengo ahorros suficientes para subsistir sin problemas mientras esté allí. Por el dinero no tiene que preocuparse.

—¿Malta Kanoo sabe que piensa ir a Creta?

—No, aún no le he dicho nada. Pero si yo quiero ir, mi hermana no se opondrá. Posiblemente piense que me irá bien. Ella se ha servido de mí como médium durante los últimos cinco años, pero esto no quiere decir que me haya utilizado como un instrumento. En cierto sentido, así me ha ayudado a recuperarme. Ella creía que, pasando por los egos y conciencias de diferentes personas, podía adquirir mi propia personalidad. ¿Me comprende? Era como experimentar a través de otros lo que era poseer un yo.

»Pensándolo bien, hasta ahora, ni una sola vez le he dicho a alguien: “quiero hacer esto, sea como sea”. En realidad, no lo he pensado siquiera. Desde que nací, mi vida giró alrededor del sufrimiento. Coexistir con un sufrimiento cruel casi era el único objetivo de mi vida. Y a los veinte años, después de que desapareciera el dolor a raíz de mi tentativa frustrada de suicidio, me poseyó, a cambio, una profunda, profundísima insensibilidad. Era como un cadáver andante. Cubierta por entero por el grueso velo de la insensibilidad. No había en mí ni un ápice de algo que pudiera llamarse voluntad. Y cuando Noboru Wataya violó mi cuerpo y forzó las puertas de mi mente, entré en posesión de mi tercer yo. Todavía no era, sin embargo, mi propia identidad. Sólo había obtenido lo mínimo: un recipiente. Un simple recipiente. Y, como tal, de la mano de Malta Kanoo he dejado pasar muchos egos a través de mí. Ésta ha sido mi vida durante veintiséis años. ¿Se lo imagina? Durante estos veintiséis años yo no he sido nada. Lo comprendí de repente mientras reflexionaba en el fondo del pozo. A lo largo de estos años no he existido como persona. No he sido más que una prostituta. Una prostituta de la carne y una prostituta de la mente.

»Pero ahora estoy intentando conseguir un nuevo yo. No soy un recipiente ni un instrumento. Quiero establecerme sobre la superficie de la tierra.

—La entiendo, pero ¿por qué quiere ir conmigo a la isla de Creta?

—Porque probablemente sería bueno para usted y para mí —respondió Creta Kanoo—. Durante algún tiempo, no es necesario que permanezcamos aquí. Y tengo la impresión de que incluso sería mejor que no estuviéramos. ¿Tiene usted algún plan para el futuro inmediato, señor Okada? ¿Algún camino que seguir? Negué en silencio.

—Los dos tenemos que empezar de nuevo —dijo Creta Kanoo—. Y creo que ir a la isla de Creta no es un mal punto de partida.

—Tal vez no lo sea —reconocí—. Todo esto es un poco repentino, pero no creo que sea un mal punto de partida.

Creta Kanoo me sonrió. Pensándolo bien, era la primera vez que me sonreía. Mirarla me hizo sentir que la historia empezaba a reconducirse hacia la dirección correcta.

—Aún hay tiempo. Los preparativos, por más que me apresure, me llevarán unos quince días. Mientras tanto, piénseselo con calma. No sé si tengo algo que ofrecerle o no. Me parece que en este momento no tengo nada que dar. Estoy, literalmente, vacía. Pero, a partir de ahora, voy a ir llenando, poco a poco, este recipiente vacío. Y esa identidad será, si le basta, lo que podré ofrecerle a usted, señor Okada. Creo que nos podríamos ayudar el uno al otro.

Asentí.

—Pero antes —dije—, hay cosas en las que debo pensar. Hay cosas que debo resolver.

—Y si, al final, usted decide no ir a la isla de Creta, no me sentiré herida. Lo sentiré mucho, pero dígamelo sin ambages.

Creta Kanoo también permaneció en casa aquella noche. Al anochecer me propuso ir a pasear a un parque cercano. Decidí olvidarme de la mancha y salir de casa. No servía de nada darle tanta importancia. Paseamos una hora en el agradable atardecer veraniego, volvimos a casa y cenamos.

Mientras paseábamos le expliqué con todo detalle el contenido de la carta de Kumiko. Le dije que probablemente no volvería jamás. Que había estado acostándose con su amante durante más de dos meses. Que, al parecer, se había separado de él, pero que no parecía que tuviera intención de volver a mi lado. Creta Kanoo me escuchó en silencio. No hizo ningún comentario. Me dio la impresión de que ya estaba al corriente. Quizá fuera yo quien menos sabía de todo aquel asunto.

Después de cenar, Creta Kanoo me dijo que quería acostarse conmigo. Que quería que hiciéramos el amor.

—Es que así, tan de repente, no sé qué hacer —le confesé con honestidad.

Creta Kanoo me miró fijamente.

—Vaya o no vaya usted conmigo a la isla de Creta, dejando esta cuestión aparte, quiero que me haga el amor una vez, una única vez, como a una prostituta. Me gustaría que comprara mi cuerpo aquí, esta noche. Y tras esta última vez, dejar para siempre de ser prostituta del cuerpo, prostituta de la mente. Y dejar incluso el nombre de Creta Kanoo. Para conseguirlo, necesito una línea de demarcación bien visible que me diga: «aquí termina».

—Entiendo que quiera una línea de demarcación, pero ¿por qué tiene que acostarse conmigo?

—¿No lo entiende? Haciendo el amor en la realidad con el Tooru Okada real, quiero pasar a través de usted como ser humano. De este modo me veré libre de la mancha que hay en mí. Ésta será la línea de demarcación.

—Me sabe mal, pero yo no compro los cuerpos de las personas. Creta Kanoo se mordió los labios.

—Hagámoslo de este modo. En vez de dinero, deme algunos vestidos de su esposa. Y zapatos. Será como pagar un precio simbólico por mi cuerpo. Y así, yo me salvaré.

—¿Salvarse significa librarse de la suciedad que dejó en usted Noboru Wataya aquella última vez?

—Exacto.

Miré a Creta Kanoo a la cara durante unos instantes. Sin pestañas postizas parecía mucho más infantil que de costumbre.

—Dígame, ¿qué tipo de persona es en realidad Noboru Wataya? Es el hermano de mi mujer. Pero, pensándolo bien, apenas sé nada de él. No tengo ni idea de qué diablos piensa, ni de qué debe querer. Sólo sé que nos odiamos el uno al otro.

—Noboru Wataya y usted pertenecen a un mundo diametralmente opuesto —dijo Creta Kanoo. Enmudeció y, durante unos instantes, estuvo buscando las palabras apropiadas—. En un mundo donde usted pierda, Noboru Wataya ganará. En un mundo donde usted sea rechazado, Noboru Wataya será aceptado. También podría decir lo contrario. Por eso este hombre lo odia tanto a usted.

—No lo entiendo. A sus ojos, debo de ser tan insignificante que me extraña que se dé cuenta de que existo. Noboru Wataya es famoso, tiene poder. A su lado, yo no soy nadie. ¿Por qué tiene que gastar tiempo y energías en detestarme a mí? Creta Kanoo sacudió la cabeza.

—El odio es una sombra negra y alargada. En muchos casos, ni siquiera quien lo siente sabe de dónde le viene. Es un arma de doble filo. Al tiempo que herimos al contrincante, nos herimos a nosotros mismos. Cuanto más grave es la herida que le infligimos, más grave es la nuestra. Puede llegar a ser fatal. Pero no es fácil librarse de él. Usted también debe tener cuidado, señor Okada. El odio es muy peligroso. Y, una vez ha arraigado en nuestro corazón, extirparlo es una tarea titánica.

—Usted puede sentirla, ¿verdad? La raíz del odio que había dentro de Noboru Wataya.

—Sí, la siento —dijo Creta Kanoo—. Fue lo que partió mi cuerpo por la mitad y me mancilló. Por eso no quiero que sea mi último cliente como prostituta.

Aquella noche me acosté con Creta Kanoo. La despojé de la ropa de Kumiko e hice el amor con ella. Dulcemente. Me pareció una prolongación de mi sueño. Como si calcáramos en la realidad lo que habíamos hecho en él. Su cuerpo era real, estaba vivo. Pero faltaba algo. La vívida sensación de hallarme realmente con ella. Mientras hacía el amor con ella, tenía la ilusión de estar haciendo el amor con Kumiko. Tenía el convencimiento de que, al eyacular, me despertaría. Pero no fue así. Eyaculé dentro de ella. Sucedió realmente. Pero cada vez que me decía a mí mismo que aquello era real, la realidad parecía serlo cada vez menos. La realidad iba disociándose poco a poco de la realidad, alejándose. Pero, con todo, sucedió de verdad.

—Señor Okada —dijo Creta rodeándome con sus brazos—, vayámonos los dos a la isla de Creta. Ni usted ni yo deberíamos continuar aquí. Tenemos que irnos a Creta. Si usted se queda aquí, inevitablemente le ocurrirá algo malo. Lo sé.

—¿Algo malo?

—Algo muy malo —predijo Creta Kanoo. En voz baja y penetrante, como el pájaro profeta que vivía en el bosque.