—¡Vaya panorama! —susurró Vee—. ¿Yo acabo de ver eso? ¿Acabo de ver a Marcie subirse al Jeep de Patch?
Abrí la boca para decir algo, pero me sentía como si me hubieran arañado la garganta.
—¿Sólo he sido yo —preguntó—, o tú también has podido verle el tanga rojo por debajo del vestido?
—Eso no era un vestido —contesté, apoyándome en el edificio para no caerme.
—Intentaba ser optimista, pero tienes razón. No era un vestido. Era un top estirado por encima de su cadera huesuda. Lo único que impide que se le suba hasta la cintura es la gravedad.
—Creo que voy a vomitar —dije. La sensación de la garganta se me había contagiado al estómago.
Vee me agarró por los hombros y me obligó a sentarme en la acera.
—Respira profundamente.
—Sale con Marcie. —Era demasiado terrible para ser cierto.
—Marcie se abre de piernas —dijo Vee—. Ésa es la única razón. Es una cerda. Una rata.
—Él me dijo que no había nada entre ellos.
—Patch puede ser muchas cosas, pero honesto no es.
Miré hacia donde el Jeep había desaparecido. Sentí una inexplicable necesidad de seguirlos y hacer algo que más tarde lamentaría… como estrangular a Marcie con su estúpido tanga rojo.
—No es culpa tuya —dijo Vee—. Él es el imbécil que se aprovecha de ti.
—Quiero irme a casa —dije, con voz ronca.
Justo en aquel momento un coche patrulla paró cerca de la entrada de la discoteca. Un policía alto y flaco con pantalones negros y camisa de vestir se apeó. La calle estaba bastante oscura pero lo reconocí de inmediato. Era el inspector Basso. Otra vez estaba en su jurisdicción y no tenía deseo alguno de que se repitiera la escena. Sobre todo porque tenía la seguridad de no formar parte de su lista de personas favoritas.
El inspector Basso se acercó a la cabeza de la fila, le enseñó la placa al gorila y entró sin detenerse.
—¡Caray! —exclamó Vee—. ¿Ése es policía?
—Sí, pero es demasiado viejo, así que ni lo pienses. Quiero irme a casa. ¿Dónde has dejado el coche?
—No parece tener más de treinta. ¿Desde cuando uno de treinta es demasiado viejo?
—Se llama Basso y es inspector. Me interrogó después del incidente con Jules en el instituto. —Me gustaba llamarlo incidente en lugar de lo que había sido en realidad: un intento de asesinato.
—Basso. Me gusta. Corto y sexy, como mi nombre. ¿Te cacheó?
La miré de reojo, pero seguía con los ojos fijos en la puerta por donde el policía había entrado.
—No. Me interrogó.
—No me importaría que me esposara. Pero no se lo digas a Rixon.
—Vamos. Si la policía está aquí es que algo malo va a suceder.
—Me apellido Mala —dijo y, cogiéndome del brazo, me arrastró hacia la entrada del almacén.
—Vee…
—Puede que haya doscientas personas dentro. Está oscuro. No te distinguirá entre la multitud, eso si es que se acuerda siquiera de ti. Seguramente no te recuerda. Además, no va a arrestarte… no estás haciendo nada ilegal. Bueno, aparte de llevar un carné de identidad falso, pero eso lo hace todo el mundo. Y, si realmente quisiera hacer una redada, hubiese traído refuerzos. Un solo policía no va a tomar declaración a este gentío.
—¿Cómo sabes que llevo un carné falso?
Me miró como diciendo: «No soy tan ingenua como parece».
—¿Estás aquí, no? ¿Cómo piensas entrar?
—Como tú… ¿Tienes un carné falso? No puedo creerlo. ¿Desde cuándo?
Vee parpadeó.
—Rixon no sólo es bueno besando. Vamos, entremos. Si eres tan buena amiga mía, no se te habrá pasado siquiera por la cabeza pedirme que me escape de casa y viole los términos de mi castigo para nada. Sobre todo porque ya he llamado a Rixon y viene para acá.
Gemí. Pero la culpa no era de Vee. Era a mí a quien le había parecido buena idea ir allí aquella noche.
—Cinco minutos, no más.
La cola avanzaba con rapidez y se perdía en el edificio. En contra de mi sentido común, pagué la entrada y seguí a Vee por el oscuro, abarrotado y ruidoso almacén. En cierto modo, me sentía extrañamente bien rodeada de oscuridad y ruido; la música estaba demasiado alta para pensar, por lo que, aunque hubiese querido, no habría podido concentrarme en Patch y en lo que estuviera haciendo con Marcie en aquel preciso momento.
Había una barra al fondo, pintada de negro, con taburetes de metal y luces que pendían del techo. Vee y yo nos sentamos en los dos últimos taburetes libres.
—¿Vuestro carné de identidad? —nos dijo el chico de la barra.
Vee negó con la cabeza.
—Sólo quiero una Coca-Cola light, por favor.
—Yo, un refresco de cereza —dije.
Vee me sujetó por las costillas y se inclinó a un lado.
—¿Has visto? Quería ver nuestros carnés. ¿No es increíble? Apuesto a que quería saber cómo nos llamamos y es demasiado tímido para preguntarlo.
El barman llenó dos vasos y los empujó sobre la barra. Se pararon justo delante de nosotras.
—Qué truco más chulo —le gritó Vee por encima de la música.
Él le hizo un gesto obsceno y pasó a atender al siguiente cliente.
—De todos modos era demasiado bajo para mí —dijo ella.
—¿Has visto a Scott? —le pregunté, incorporándome en el taburete para ver por encima de las cabezas. Él ya había tenido tiempo de sobra para aparcar, pero no lo veía. A lo mejor no había querido dejar el coche en una plaza con parquímetro y había conducido hasta más lejos para encontrar un sitio libre. Daba igual. A menos que hubiese aparcado a dos kilómetros, lo que era bastante improbable, ya tendría que haber llegado.
—Oh, oh. Adivina quién acaba de entrar. —Vee miraba fijamente por encima de mi hombro y su expresión se ensombreció hasta fruncir el ceño—. Marcie Millar, nada más y nada menos.
—¡Creía que se había marchado! —Un ramalazo de rabia me sacudió—. ¿Patch va con ella?
—No.
Cuadré los hombros y me erguí todavía más en el asiento.
—Estoy tranquila. Puedo manejar esto. Lo más probable es que no nos vea. Aunque lo haga, no se acercará a hablar con nosotras. —Y aunque no lo creyera en absoluto, añadí—: Seguramente hay una explicación retorcida para que se haya subido a su Jeep.
—¿También hay una explicación retorcida para que lleve esa gorra?
Me apoyé en la barra con las manos y giré en redondo. Marcie se abría paso entre la multitud con aplomo. Su cola de caballo bermeja salía por la abertura trasera de la gorra de Patch. Si aquello no era una prueba de que estaban juntos, ¿qué era entonces?
—Voy a matarla —le dije a Vee y me volví otra vez hacia la barra cogiendo mi refresco de cereza, con las mejillas encendidas.
—Claro que sí. Y ahora tienes ocasión de hacerlo. Viene hacia aquí.
Al cabo de un instante Marcie le pidió el taburete al chico que estaba a mi lado y se encaramó en él. Se quitó la gorra de Patch y sacudió el pelo. Luego se acercó la gorra a la cara e inhaló profundamente.
—¿No huele de un modo asombroso?
—Eh, Nora —dijo Vee—. ¿Patch no tuvo piojos la semana pasada?
—¿A qué huele? —preguntó Marcie—. ¿A hierba recién cortada? ¿A una especia exótica? ¿Tal vez a… menta?
Dejé el vaso en la barra con demasiado ímpetu y se derramó un poco de refresco.
—¡Qué ecológico por tu parte reciclar la basura de Nora! —le dijo Vee a Marcie.
—La basura que está buena es mejor que la basura gorda —dijo Marcie.
—¡Gorda tu madre! —Vee cogió mi vaso y le echó el refresco a la cara a Marcie. Pero alguien chocó con ella por detrás y, en lugar de seguir una trayectoria recta, el líquido se esparció y nos mojó a las tres.
—¡Ten cuidado! —dijo Marcie, saltando de su taburete con tanta prisa que lo derribó. Se sacudió el refresco del regazo—. ¡Este vestido es un Bebe! ¿Sabes lo que cuesta? Doscientos dólares.
—Ya no vale tanto —dijo Vee—. Y no sé de qué te quejas. Apuesto a que lo robaste.
—¿Ah, sí? ¿Qué quieres decir?
—Que pillas todo lo que ves. Y yo considero que tienes mal gusto. No hay nada de peor gusto que robar en las tiendas.
—Tu papada es de peor gusto.
Los ojos de Vee eran dos rendijas.
—Estás muerta. ¿Me has oído? Muerta.
Marcie se volvió hacia mí.
—Por cierto, Nora, supongo que te gustará saberlo. Patch me dijo que rompió contigo porque no eres lo bastante puta.
Vee le dio en la cabeza a Marcie con el bolso.
—¿A qué viene esto? —chilló Marcie, agachándose.
Vee le golpeó la oreja. Marcie retrocedió, pasmada, achicando los ojos.
—Maldita… —empezó a decir.
—¡Basta! —grité, interponiéndome entre las dos con los brazos en alto. Habíamos llamado la atención de la gente, que se estaba congregando alrededor, interesada por la riña que se avecinaba. Me daba igual lo que le pasara a Marcie, pero Vee era harina de otro costal. Cabía la posibilidad, si se metía en una pelea, de que el inspector Basso se la llevara a comisaría. Y eso, sumado a haber salido a escondidas de casa… No me parecía que una detención fuera a gustarles a sus padres.
—Vámonos de aquí. Vee, ve por el Neon. Nos encontraremos fuera.
—Me ha llamado gorda. Merece morir. Tú misma lo has dicho. —Respiraba con dificultad.
—¿Cómo vas a matarme? —le preguntó Marcie con desprecio—. ¿Sentándote encima de mí?
Entonces se desató un infierno. Vee agarró su Coca-Cola de la barra y levantó el brazo para lanzarla. Marcie se dio la vuelta para correr pero, con la precipitación, tropezó con el taburete que había derribado y se cayó. Yo me giré hacia Vee con la esperanza de aplacar cualquier acto violento y alguien me dio una patada en la corva. Me caí, y lo siguiente que vi fue a Marcie a horcajadas sobre mí.
—Esto por robarme a Tod Bérot en quinto —me dijo, dándome un puñetazo en el ojo.
Grité y me protegí el ojo.
—¿Tod Bérot? —exclamé—. ¿De qué demonios hablas? ¡Eso fue en quinto!
—¡Y esto por colgar esa foto mía con un grano enorme en la barbilla en la portada de la revista digital del instituto el año pasado!
—¡No fui yo!
Bueno, a lo mejor había tenido algo que ver en la selección de las imágenes, pero sólo porque era la única que se ocupaba de eso. ¿Y Marcie iba a colgarme el mochuelo? ¿No era demasiado tiempo un año para seguir guardándome rencor?
—¡Y esto por tu…!
—¡Estás loca! —Esta vez paré el golpe y me las apañé para agarrar por la pata el taburete más cercano y darle la vuelta para protegerme de ella.
Marcie apartó el taburete de un golpe. Antes de que lograra ponerme de pie, le quitó la bebida a uno y me la echó encima.
—¡Ojo por ojo! —rugió—. Tú me humillaste, yo te humillo a ti.
Me limpié la Coca de los ojos. El ojo derecho me latía de dolor allí donde Marcie me había dado el puñetazo. Noté cómo el cardenal se extendía bajo mi piel, tatuándome de azul y violeta. Del pelo me goteaba refresco, mi mejor camisa estaba rota y me sentía desmoralizada, maltratada… y rechazada. Patch prefería a Marcie Millar. Y Marcie acababa de dejármelo claro.
Mis sentimientos no eran excusa para lo que hice a continuación, pero sin duda lo provocaron. No tenía la menor idea de cómo dar un puñetazo, pero cerré los puños y le di a Marcie en la mandíbula. Se quedó un instante pasmada. Se escabulló alejándose de mí, sosteniéndose la mandíbula con ambas manos y los ojos muy abiertos. Animada por mi pequeña victoria, me abalancé hacia ella, pero no lo logré porque alguien me sujetó por los sobacos y me lo impidió.
—Sal de aquí ahora mismo —me dijo Patch al oído y me arrastró hacia la puerta.
—¡Voy a matarla! —dije, luchando por librarme.
Una creciente multitud nos rodeaba, coreando:
—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
Patch apartó a la gente de su camino y me sacó a rastras. Detrás de él, Marcie se levantó y me enseñó el dedo, con una sonrisa de suficiencia y las cejas arqueadas. El mensaje estaba claro: ¡Chúpate ésa!
Patch me llevó con Vee, luego regresó y agarró del brazo a Marcie. Antes de que pudiera ver adónde la llevaba, Vee me empujó hacia la salida más cercana. Salimos a la calle.
—Por divertido que sea verte dar una tunda a Marcie, me parece que no vale la pena pasar la noche en comisaría —me dijo Vee.
—¡La odio! —Yo seguía histérica.
—El inspector Basso se estaba abriendo paso entre la gente cuando Patch te ha separado de ella. Me ha parecido que era el momento de intervenir.
—¿Dónde ha llevado a Marcie? He visto que Patch la cogía del brazo.
—¿Qué más da? Por suerte los dos se han quedado en medio del lío.
Nuestros zapatos resonaban en la grava mientras corríamos por la calle hacia donde había aparcado Vee. Pasaron las luces rojas y azules de un coche patrulla y las dos nos apretamos contra el muro del almacén.
—Bueno, ha sido emocionante —dijo Vee en cuanto nos hubimos subido al Neon.
—¡Oh, sí, claro! —le respondí entre dientes.
Vee me lamió el brazo.
—Sabes bien. Me das sed, con ese olor a refresco de cereza.
—¡Todo ha sido culpa tuya! —le dije—. ¡Has sido tú la que le ha echado encima mi bebida a Marcie! De no ser por ti, no me hubiese metido en una pelea.
—¿Una pelea? Estabas tirada en el suelo recibiendo. Tendrías que haberle pedido a Patch que te enseñara unos cuantos golpes antes de romper con él.
Mi móvil sonaba y lo saqué del bolso.
—¿Qué? —pregunté bruscamente.
Cuando nadie respondió me di cuenta de que estaba tan nerviosa que había confundido el tono de los mensajes de texto con una llamada.
Tenía un mensaje nuevo de un número desconocido: «Quédate en casa esta noche».
—Da miedo —dijo Vee, inclinándose hacia mí para leerlo—. ¿A quién le has dado tu número?
—Seguramente es una equivocación. Será para otra persona. —Por supuesto estaba pensando en el edificio abandonado, en mi padre y en la visión que había tenido de él cortándome el brazo.
Metí el móvil en el bolso y me cubrí la cara con las manos. El ojo me latía. Estaba asustada, sola, confusa y a punto de echarme a gritar.
—A lo mejor es de Patch —dijo Vee.
—Su número nunca me había aparecido como desconocido hasta ahora. Será una broma. —Si al menos hubiera podido creerlo…—. ¿Nos vamos? Necesito un Tylenol.
—Me parece que tendríamos que llamar al inspector Basso. A la policía le encantan estas estupideces para asustar de los acosadores.
—Quieres que lo llame únicamente para flirtear con él.
Vee puso el coche en marcha.
—Sólo intentaba ayudar.
—Podrías haber ayudado hace diez minutos, en vez de echarle encima mi bebida a Marcie.
—Al menos he tenido las agallas de hacerlo.
Me giré en el asiento y la miré fijamente.
—¿Me estás acusando de no defenderme de Marcie?
—Te ha robado el novio, ¿verdad? Vale que es una m…, pero si me hubiera robado el novio lo pagaría.
Le señalé la carretera con un dedo.
—¡Conduce!
—¿Sabes qué? Pues que necesitas otro novio. Te hace falta un buen chico anticuado para serenarte.
¿Por qué creía todo el mundo que necesitaba otro novio? No necesitaba novio. Había tenido suficiente para el resto de mi vida. Para lo único que servía un novio era para romperte el corazón.