A la mañana siguiente me arrastré fuera de la cama y, después de un paso rápido por el baño para aplicarme perfilador de ojos y espuma para definir los rizos, fui a la cocina. Allí encontré a mi madre, sentada a la mesa. Tenía una taza entre las manos y el pelo alborotado, como si acabara de levantarse, lo que es una manera delicada de decir que parecía un puercoespín. Me miró por encima de la taza y sonrió.
—Buenos días.
Me senté en la silla de enfrente y llené un bol de copos de trigo. Mi madre había dispuesto fresas y una jarrita de leche que añadí a los cereales. Intentaba comer siempre de manera concienzuda, pero me resultaba mucho más fácil cuando mi madre estaba en casa y se aseguraba de que las comidas consistieran en algo más de lo que podía atrapar al vuelo en diez segundos.
—¿Has dormido bien? —me preguntó.
Asentí con la cabeza porque acababa de meterme en la boca una cucharada llena de cereales.
—Olvidé preguntártelo anoche —dijo mamá—. ¿Al final llevaste a Scott a dar una vuelta por la ciudad?
—Lo cancelé. —Seguramente era mejor dejarlo así. No estaba segura de cómo reaccionaría si se enteraba de que lo había seguido hasta el muelle y que luego había pasado la tarde con él en un antro de Springvale donde se jugaba al billar.
Mamá frunció la nariz.
—¿Eso que huelo es tabaco?
¡Oh, mierda!
—He encendido unas cuantas velas en mi habitación esta mañana —dije, arrepintiéndome de no haber tomado una ducha. Estaba segura de que tenía la ropa, las sábanas y el pelo impregnados del olor del Z.
Frunció el ceño.
—Estoy segura de que huele a humo. —Arrastró hacia atrás la silla y se dispuso a levantarse para ir a investigar.
No valía la pena andarse con rodeos. Me rasqué una ceja, nerviosa.
—Organicé una salida al billar anoche.
—¿Con Patch?
Habíamos establecido no hacía mucho la regla de que, bajo ninguna circunstancia, podía salir con Patch mientras mi madre estuviera fuera.
—Estaba allí, sí.
—¿Y?
—No fui con Patch. Fui con Scott.
Por la cara que puso estuve bastante segura de que eso era peor.
—Pero antes de que te enfades —añadí precipitadamente—, sólo quiero decirte que me moría de curiosidad. No podía ignorar de ninguna manera el hecho de que los Parnell están haciendo todo lo posible para ocultar el pasado de Scott. ¿Por qué cada vez que la señora Parnell abre la boca Scott está encima de ella, vigilándola como un halcón? ¿Qué puede haber hecho que sea tan malo?
Esperaba que mi madre se pusiera de pie de un salto y me soltara que esa tarde al salir de clase volviera directamente a clase sin perder un minuto, que estaba castigada hasta el 4 de Julio, pero en cambio dijo:
—Yo también me he dado cuenta.
—¿Es sólo una impresión mía o ella parece tenerle miedo? —proseguí, aliviada porque se la veía más interesada en hablar de Scott que en mi castigo por haber pasado la tarde en la sala de billar.
—¿Qué clase de madre tiene miedo de su propio hijo? —preguntó mamá alzando la voz.
—Creo que ella conoce su secreto, que sabe lo que hizo. Y creo que él sabe que ella está al corriente.
Tal vez el secreto de Scott fuera simplemente que era un Nefilim, pero yo no lo creía así. A tenor de su reacción de la noche anterior, cuando lo había atacado el Nefilim de la camiseta roja, empezaba a sospechar que no sabía la verdad acerca de quién era y de lo que era capaz. Tal vez se hubiera dado cuenta de su increíble fuerza o de su don para hablarle mentalmente a la gente, pero con seguridad no tenía ninguna explicación para ello. Entonces, si Scott y su madre no intentaban ocultar su herencia Nefilim, ¿qué pretendían ocultar? ¿Qué había hecho que era tan necesario taparlo?
Cuando, media hora más tarde, entré en el laboratorio de química, me encontré a Marcie sentada ya a nuestra mesa, hablando por el móvil, haciendo caso omiso del cartel que ponía: «NADA DE TELÉFONOS MÓVILES, SIN EXCEPCIÓN». Cuando me vio, me dio la espalda y ahuecó una mano para taparse la boca, evidentemente porque quería intimidad… así como yo quería enterarme. Mientras me instalaba, lo único de la conversación que pillé fue interesante: «Yo también te quiero».
Guardó el teléfono en el bolsillo delantero de su mochilla y me sonrió.
—Mi novio. No va al instituto.
Inmediatamente dudé de mí. Por un instante me pregunté si Patch no estaría al otro extremo de la línea, pero me había jurado que lo sucedido entre él y Marcie la otra noche no significaba nada. Podía ponerme frenética de celos o podía creerlo. Asentí, comprensiva.
—Debe de ser duro salir con un marginado.
—Ja, ja. Para que lo sepas, voy a mandar un mensaje de texto después de clase a todos los que invito a mi fiesta de verano anual que celebraré el martes por la noche. Tú estás en la lista —me dijo como de pasada—. Perderte mi fiesta es la manera más segura de sabotear tu vida social… aunque no tengas que preocuparte por sabotear algo que no tienes.
—¿Una fiesta anual de verano? Nunca he oído hablar de eso.
Sacó una cajita de maquillaje compacto que le había marcado un círculo desgastado en el bolsillo posterior de los vaqueros, y se empolvó la nariz.
—Eso es porque nunca te había invitado.
Vale, un momento. ¿Estaba Marcie invitándome? Aunque mi coeficiente intelectual fuera el doble que el suyo, tenía que haberse dado cuenta de la frialdad que había entre nosotras. De eso y de que no compartíamos ningún amigo. Ni ningún interés, ya puestos.
—¡Oh, Marcie! Eres muy amable invitándome. Es algo inesperado, pero, aun así, un detalle. Te aseguro que intentaré ir. —Pero no con demasiado ahínco.
Marcie se inclinó hacia mí.
—Te vi anoche.
El corazón se me aceleró un poco, pero logré no levantar la voz. Incluso respondí con una evasiva:
—Sí, yo también te vi.
—¡Estaba lleno de locos…! —Dejó la frase a medias, como si quisiera que yo la concluyera en su lugar.
—Supongo.
—¿Lo supones? ¿Viste el taco de billar? Nunca había visto a nadie hacer algo así. Atravesó la mesa. ¿De qué están hechos esos tacos, de granito?
—Yo estaba detrás de la multitud. No vi demasiado. Lo siento.
No intentaba escatimarle la ayuda a propósito; simplemente, aquélla era una conversación que no me gustaba. ¿Por eso me invitaba a su fiesta, para infundir confianza y amistad en nuestra relación y que le contara lo que sabía de la noche anterior?
—¿No viste nada? —repitió Marcie, con una arruga de desconfianza en la frente.
—No. ¿Has estudiado para el examen de hoy? Me sé de memoria casi toda la tabla periódica, pero la última fila se me resiste.
—¿Te había llevado Patch alguna vez a jugar al billar ahí? ¿Habías visto nunca algo parecido?
La ignoré y abrí el libro.
—He oído que Patch y tú habéis roto —me dijo entonces, enfocando el asunto de otro modo.
Tomé aliento, pero un poco demasiado tarde, porque me había ruborizado.
—¿Por qué lo habéis dejado? —me preguntó Marcie.
—No es asunto tuyo.
Marcie me miró con el ceño fruncido.
—¿Sabes qué? Si no quieres hablar ya puedes olvidarte de ir a mi fiesta.
—De todas formas no pensaba ir.
Puso los ojos en blanco.
—¿Te pones como una loca porque anoche estuve con Patch en el Z? Porque él no significa nada para mí. Sólo nos divertíamos. No es nada serio.
—Sí, desde luego, eso parecía —dije, con cierto retintín.
—No tengas celos, Nora. Patch y yo sólo somos buenos amigos, muy buenos amigos. Pero si te interesa, mi madre conoce a un buen terapeuta de parejas. Si necesitas referencias, házmelo saber. Pero, ahora que lo pienso, es bastante caro. Quiero decir… Sé que tu madre tiene ese trabajo tan estupendo…
—Una pregunta, Marcie. —En mi voz había una fría advertencia pero las manos me temblaban sobre las rodillas—. ¿Cómo estarías si te despertaras mañana y te enteraras de que tu padre ha sido asesinado? ¿Crees que con un trabajo de media jornada en JC Penney tu madre pagaría las facturas? La próxima vez que saques la situación de mi familia a relucir, antes ponte en mi lugar por un instante. Por un breve, breve instante.
Me sostuvo la mirada un buen rato, pero con una cara tan inexpresiva que dudé de que hubiese logrado siquiera hacerla parpadear. Marcie sólo podía sentir empatía por sí misma.
Después de clase encontré a Vee en el aparcamiento, espatarrada sobre el capó del Neon con las mangas arremangadas, tomando el sol.
—Tenemos que hablar —dijo mientras yo me acercaba. Se incorporó para sentarse y se bajó las gafas lo suficiente para mirarme a los ojos—. Tú y Patch estuvisteis en Springvale, ¿no es cierto?
Me aupé para sentarme a su lado en el capó.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Rixon. Que conste que me ha dolido. Soy tu mejor amiga y no tendría que enterarme de estas cosas por el amigo de un amigo. O por el amigo de un amigo de un ex novio —añadió, después de pensárselo. Me puso una mano en el hombro y me dio un apretón.
—¿Cómo lo llevas?
No demasiado bien. Pero era una de esas cosas que intentaba desterrar de mi corazón, y no podría desterrarla si hablaba de ella. Me recosté contra el parabrisas y saqué el cuaderno para protegerme del sol.
—¿Sabes lo peor de todo?
—Que yo tenía razón desde el principio y ahora tendrás que soportar oírme decir: «Te lo dije».
—¡Qué gracia!
—No es ningún secreto que Patch es sinónimo de problemas. Es el típico chico malo que necesita que lo salven, pero la cuestión es que la mayoría de los chicos malos no quieren que los salven. Les gusta ser malos. Les gusta el poder que obtienen infligiendo temor y pánico en los corazones de todas las madres.
—Qué… perspicaz.
—Lo soy siempre, guapa. Y lo que es más…
—Vee.
Agitó los brazos.
—Escúchame. He dejado lo mejor para el final. Me parece que va siendo hora de que te replantees tus elecciones en lo que atañe a los chicos. Lo que necesitamos es encontrarte un agradable boy scout que te haga apreciar el hecho de tener a un buen hombre en tu vida. Ahí tienes a Rixon, por ejemplo.
La miré con cara de pensar que en realidad estaba bromeando.
—Esa mirada me ofende —dijo Vee—. Resulta que Rixon es un tipo realmente decente.
Nos miramos de hito en hito.
—Vale, a lo mejor un boy scout sea pasarse un poco —concedió Vee—. Pero la cuestión es que te puede venir bien un buen chico, uno que no vista únicamente de negro. En cualquier caso, ¿a qué se debe eso? ¿Patch se cree que es un comando?
—Vi a Marcie con Patch anoche —dije con un suspiro.
Ya estaba. Se lo había dicho.
Vee parpadeó varias veces, asimilando lo oído.
—¿Qué? —me preguntó, con la boca abierta.
Asentí con un gesto.
—Los vi. Ella lo abrazaba. Estaban juntos en el billar de Springvale.
—¿Los seguiste?
Quería contárselo, creedme, pero me desinflé.
—Scott me invitó a jugar al billar. Salí con él y los encontramos allí.
Quería decirle a Vee todo lo sucedido hasta el momento, pero como me ocurría con Marcie, había ciertas cosas que no podía explicarle. ¿Cómo iba a contarle lo del Nefilim de la camiseta roja, o que había atravesado la mesa de billar con el taco?
Vee tenía cara de estar esperando una respuesta.
—Bien, como te estaba diciendo, ahora que has visto la luz no hay vuelta de hoja. A lo mejor Rixon tiene un amigo. Uno que no sea Patch, quiero decir… —farfulló torpemente.
—No necesito ningún novio. Me hace falta un trabajo.
Vee hizo una mueca.
—Otra vez con lo del trabajo. Simplemente, no le veo la gracia.
—Necesito un coche y, para conseguirlo, me hace falta dinero y, por tanto, trabajo.
Tenía una larga lista de razones para comprar el Volkswagen Cabriolet. Era un coche pequeño y, por consiguiente, fácil de aparcar, y no consumía mucho, lo que era una ventaja, sabiendo que no iba a tener demasiado dinero para gasolina después de gastarme unos mil dólares en comprarlo. Era absurdo sentir atracción por algo inanimado y de carácter práctico como un coche, pero empezaba a considerarlo una metáfora de mi cambio vital. Libertad para ir adonde quisiera y cuando quisiera. Libertad para empezar de nuevo. Para librarme de Patch y de todos los recuerdos que habíamos compartido y a los que no sabía todavía cómo dar portazo.
—Mi madre es amiga de uno de los encargados de noche de Enzo’s y están buscando chicas para la barra —me sugirió Vee.
—No tengo ni idea de cómo atender una barra.
Vee se encogió de hombros.
—Preparas café. Lo sirves. Se lo llevas a los clientes impacientes. ¿Tan difícil es?
Cuarenta y cinco minutos más tarde, Vee y yo estábamos en la costa, caminando por el paseo, postergando el hacer los deberes para mirar escaparates. Aunque ninguna de las dos tenía trabajo ni dinero, practicábamos nuestras habilidades como compradoras. Cuando llegamos al final del paseo nos fijamos en una pastelería. Casi podía oír cómo se le hacía la boca agua a mi amiga mientras acercaba la cara al cristal y miraba las rosquillas.
—Me parece que hace una hora entera que no he comido —comentó—. Rosquillas glaseadas, voy a darme un gusto. —Ya había avanzado cuatro pasos hacia la puerta.
—¿No intentabas adelgazar para ponerte el bañador?
—Sabes cómo chafarle a una la fiesta. De todos modos, ¿qué daño puede hacerme una rosquilla de nada?
Nunca había visto a Vee comerse sólo una rosquilla, pero no dije ni pío.
Pedimos media docena de rosquillas glaseadas, y acabábamos de sentarnos en una mesa, cerca de la ventana, cuando vimos a Scott fuera. Sonreía, con la frente apoyada en el cristal. Me sonreía a mí. Sobresaltada, di un respingo. Me hizo señas con un dedo para que me acercara.
—Vuelvo enseguida —le dije a Vee.
—¿Ése no es Scotty Cañón? —me preguntó, siguiendo mi mirada.
—Deja de llamarlo así. ¿Qué ha sido de Scotty Orinal?
—Ha crecido. ¿Para qué quiere hablar contigo? —Una sombra de lucidez le cruzó el rostro—. ¡Oh, no! No puedes ir con él por despecho. No es trigo limpio… tú misma lo dijiste. Te encontraremos un boy scout, ¿ya lo has olvidado?
Me puse el bolso al hombro.
—No hago esto por despecho.
En respuesta a la mirada que me lanzó, le espeté:
—¿Esperas que me quede aquí sentada y lo ignore?
Me hizo un gesto de rendición con las manos.
—Al menos date prisa o tus rosquillas pasarán a formar parte de la lista de especies en peligro de extinción.
Una vez fuera doblé la esquina y desanduve el camino hacia donde había visto a Scott por última vez. Estaba repantigado en un banco de la acera, con los pulgares en los bolsillos.
—¿Sobreviviste anoche? —me preguntó.
—Sigo aquí, ¿no es así?
Sonrió.
—¿No estás acostumbrada a tanta emoción?
No le recordé que era él quien había estado tendido en la mesa de billar con un taco clavado a un centímetro de la oreja.
—Perdona por dejarte colgada —me dijo—. Por lo visto encontraste quien te llevara a casa.
—No te preocupes por eso —le contesté con testarudez, sin molestarme en ocultar mi irritación—. He aprendido la lección: no volveré a salir contigo.
—Te compensaré. ¿Tienes tiempo para tomar algo? —Señaló con el pulgar un restaurante turístico del final del paseo, el Alfeo’s. Había comido allí tres años antes, con mi padre, y recordaba que el menú era caro. Lo único que valía menos de cinco dólares era el agua. Con suerte una Coca-Cola. Teniendo en cuenta los precios exorbitantes y la compañía, puesto que al fin y al cabo lo último que recordaba de Scott era que había intentado levantarme la camiseta con el taco de billar, lo que yo quería era ir a terminarme mis rosquillas.
—No puedo. He venido con Vee —le dije—. ¿Qué pasó en el Z anoche, cuando me fui?
—Recuperé el dinero. —Algo en el modo en que lo dijo me indicaba que no había sido tan sencillo.
—Nuestro dinero —lo corregí.
—Tengo tu parte en casa —dijo vagamente—. Te lo devolveré esta noche.
Sí, claro. Tenía la impresión de que ya se había gastado todo ese dinero. E incluso más.
—¿Y el de la camiseta roja?
—Se marchó.
—Era muy fuerte… ¿No te lo pareció? Tenía algo… diferente.
Lo estaba poniendo a prueba, intentaba deducir lo que sabía, pero respondió con un comentario distraído.
—Sí, supongo. Así que mi madre no para de pincharme para que salga y haga amigos. No te ofendas, Grey, pero tú no eres uno de ellos. Más tarde o más temprano tendré que ir por cuenta propia. Oh, no llores. Recuerda simplemente todos los momentos felices que hemos compartido y seguro que eso te consolará.
—¿Me has hecho salir para terminar con nuestra amistad? ¿Cómo puedo tener tanta suerte?
Scott se rio.
—Creo que empezaré con tu novio. ¿Cómo se llama? Empiezo a pensar que es tu amigo imaginario. Quiero decir que… nunca os he visto a los dos juntos.
—Hemos roto.
Algo parecido a una sonrisa torcida le reptó por la cara.
—Sí, eso he oído. Pero quería ver si tú lo admitías.
—¿Has oído cosas sobre mí y sobre Patch?
—Una monada llamada Marcie me lo ha contado. Me encontré con ella en la gasolinera, se acercó a mí y se presentó. Por cierto, me dijo que eres una fracasada.
—¿Marcie te habló de mí y de Patch? —Un escalofrío me recorrió la columna vertebral.
—¿Quieres un consejo? ¿Un verdadero consejo de un tío? Olvídate de Patch. Encuentra a algún chico como tú. Para estudiar, jugar al ajedrez, recoger y clasificar bichos muertos… y plantéate seriamente teñirte el pelo.
—¿Perdona?
Scott tosió en un puño, pero no se me escapó que lo hacía para disimular una sonrisa.
—Honestamente, las pelirrojas sois un coñazo.
Entorné los párpados.
—Yo no soy pelirroja.
Rio sin disimulo.
—Podría ser peor. Podrías tener el pelo naranja. Ser una bruja malvada con el pelo naranja.
—¿Eres tan gilipollas con todo el mundo? Será por eso que no tienes amigos.
—Soy un poco rudo, eso es todo.
Me puse las gafas sobre la cabeza y lo miré directamente a los ojos.
—Para que lo sepas, no juego al ajedrez ni colecciono insectos.
—Pero estudias. Sé que lo haces. Conozco a las que son como tú. Tu sello distintivo es una personalidad anal-retentiva. Eres un caso clásico de TOC.[7]
Me quedé con la boca abierta.
—Vale, puede que estudie un poco. Pero no soy aburrida… no una aburrida de ésas. —Al menos, esperaba no serlo—. Evidentemente, no me conoces en absoluto.
—Bieeeen.
—Estupendo —dije a la defensiva—. Dime una cosa que te interese a ti y que te parezca que yo nunca haría. Deja de reírte. Lo digo en serio. Dime una sola cosa.
Scott se rascó una oreja.
—¿Has asistido alguna vez a un pique entre grupos musicales? Música sin ensayar a todo volumen; multitudes vociferantes y revoltosas; sexo escandaloso en los baños a mogollón. Diez veces más adrenalina que en el Z.
—No… —dije un poco indecisa.
—Te recogeré el sábado por la noche. Te traeré un carné de identidad falso. —Levantó las cejas y me regaló una sonrisa egoísta y burlona.
—De acuerdo —le dije, intentando poner cara de aburrimiento. Técnicamente, me estaría contradiciendo si salía otra vez con Scott, pero no iba a quedarme allí y dejar que me llamara aburrida. Y desde luego no iba a dejar que me llamara pelirroja—. ¿Qué tengo que ponerme?
—No más de lo legalmente aceptable.
Estuve a punto de atragantarme.
—No sabía que fueras de un grupo —dije cuando recuperé el aliento.
—Tocaba el bajo en Portland, en un grupo llamado Geezer. Espero entrar en alguna banda de aquí. El plan es reconocer el terreno el sábado por la noche.
—Parece divertido —mentí—. Cuenta conmigo. —Siempre podría echarme atrás. Con una nota bastaría. En aquel momento lo único que me preocupaba era que Scott no pudiera decirme a la cara que era una anal-retentiva.
Nos separamos y encontré a Vee esperándome, sentada a nuestra mesa, a medio comerse mi rosquilla.
—No digas que no te lo he advertido —me dijo, viéndome mirar la rosquilla—. ¿Qué quería Scotty?
—Me ha invitado a una batalla de bandas musicales.
—Ah.
—Por última vez, no voy con él por despecho.
—Lo que tú digas.
—¿Nora Grey?
Vee y yo levantamos la cabeza para mirar a una de las empleadas de la pastelería, que estaba de pie junto a nuestra mesa. Su uniforme de trabajo consistía en un polo lavanda y una placa de identificación a juego que ponía: «Madeline».
—Perdona, ¿eres Nora Grey? —me preguntó otra vez.
—Sí —le respondí, intentando adivinar cómo sabía mi nombre.
Sostenía un sobre de papel manila contra el pecho y me lo tendió.
—Esto es para ti.
—¿Qué es? —le pregunté, cogiendo el sobre.
Se encogió de hombros.
—Un chico acaba de entrar y me ha pedido que te lo diera.
—¿Qué chico? —preguntó Vee, estirando el cuello para mirar alrededor.
—Ya se ha ido. Ha dicho que era importante que Nora recibiera el sobre. He pensado que a lo mejor era tu novio. Una vez un chico vino aquí con unas flores y nos pidió que se las entregáramos a su novia. Ella estaba en la mesa del rincón. —La señaló y sonrió—. Todavía me acuerdo.
Pasé el dedo por debajo de la pestaña y miré dentro del sobre. Contenía una hoja de papel y un gran anillo. Nada más.
Miré a Madeline, que tenía un rastro de harina en el pecho.
—¿Estás segura de que esto es para mí?
—El chico te ha señalado y ha dicho: «Dale esto a Nora Grey». Eres Nora Grey, ¿no?
Fui a sacar lo que había en el sobre, pero Vee me sujetó la mano.
—No te ofendas —le dijo a Madeline—, pero nos gustaría tener un poco de intimidad.
—¿De quién crees que es? —le pregunté cuando Madeline estuvo fuera del alcance de nuestra conversación.
—No lo sé, pero se me ha puesto la carne de gallina cuando te lo ha dado.
Cuando Vee dijo aquello, yo también noté unos dedos fríos recorriéndome la columna.
—¿Crees que ha sido Scott?
—No lo sé. ¿Qué hay en el sobre? —Se movió en la silla para echar un vistazo más de cerca.
Saqué el anillo y lo estudiamos en silencio. A simple vista noté que me quedaba grande. Era un anillo de hombre, sin duda alguna. Era de hierro y, allí donde suele haber una piedra engastada, la pieza tenía la forma de una mano en relieve: una mano apretada en un puño amenazador. Estaba chamuscado y parecía haber estado en el fuego en algún momento.
—Pero ¿qué…? —empezó a decir Vee. Se calló cuando saqué el papel.
Era una nota garabateada en negro:
«EL ANILLO PERTENECE A LA MANO NEGRA. ÉL MATÓ A TU PADRE».