Capítulo

21

Llevaba treinta y seis horas sin dormir excepto un ratito el martes por la noche, cuando Patch se había metido en mi sueño.

Permanecer despierta toda la noche no había sido demasiado difícil; cada vez que se me cerraban los ojos la explosión ardía en mi mente y me despertaba sobresaltada. Incapaz de dormir, había pasado la noche pensando en Patch. Cuando Rixon me había dicho que Patch era la Mano Negra, había sembrado la semilla de la duda en mí, que había germinado y florecido en la peor clase de traición, pero no me había desengañado del todo. No todavía. En parte seguía queriendo llorar y sacudir la cabeza, oponiéndome a la idea de que Patch hubiese podido matar a mi padre. Me mordí con fuerza el labio, concentrándome en ese dolor para no recordar todas las veces que me había acariciado la boca con el dedo o me había besado el lóbulo de la oreja. No podía pensar en aquellas cosas.

A las siete me arrastré fuera de la cama para ir a clase. Dejé varios mensajes telefónicos para el inspector Basso a lo largo de la mañana, por la tarde y por la noche. Lo llamé cada hora, y no me devolvió ninguna llamada. Me dije que llamaba para saber de Scott, pero en el fondo tenía la sospecha de que sólo quería saber que la policía estaba cerca. Por poco que me gustara el inspector Basso, me sentía un poquito más segura creyendo que estaba a una llamada de distancia. Porque una pequeña parte de mí empezaba a creer que lo de la noche anterior no había sido para destruir pruebas.

¿Y si alguien había intentado matarme?

Durante la noche no había dejado de pensar y de dar vueltas a los retazos de información que tenía, intentando que encajaran. Lo único que había conseguido tener claro era lo de la hermandad de sangre Nefilim. Patch había dicho que el sucesor de Chauncey quería vengar su muerte. Patch juraba que nadie podía relacionar la muerte de Chauncey conmigo, pero yo empezaba a temer que no era así. Si el sucesor conocía mi existencia, era posible que la noche anterior hubiera intentado por primera vez vengarse.

Parecía inverosímil que alguien me hubiera seguido hasta el apartamento de Patch tan tarde por la noche, pero si una cosa sabía de los Nefilim era que solían ser muy buenos haciendo lo inverosímil.

El móvil se puso a sonar en mi bolsillo y contesté antes de que hubiera terminado el primer timbrazo.

—¿Diga?

—Vamos a la fiesta del solsticio de verano —dijo Vee—. Comeremos un poco de algodón de azúcar, nos montaremos en unas cuantas atracciones, a lo mejor nos hipnotizarán y haremos todo eso que hace que las chicas alocadas parezcan mansas.

Había tenido el corazón en la boca y volvió a su lugar. Nada de Basso, pues.

—¡Oye! ¿Qué me dices? ¿Te apetece hacer algo? ¿Te apetece ir al Delphic?

Honestamente, no me apetecía. Había planeado volver a llamar a Basso cada sesenta minutos hasta que respondiera a una de mis llamadas.

—Planeta Tierra llamando a Nora.

—No me encuentro bien —contesté.

—¿No te encuentras bien? ¿Qué te duele? ¿El estómago? ¿La cabeza? ¿Te has intoxicado con algo que has comido? El Delphic es la cura para todo eso.

—Voy a pasar. Gracias de todos modos.

—¿Es por Scott? Porque está en la cárcel y no puede hacerte nada. Vamos a divertirnos. Rixon y yo no nos besaremos delante de ti, si eso te molesta.

—Voy a ponerme el pijama y ver una película.

—¿Me estás diciendo que una película te divierte más que yo?

—Esta noche sí.

—Pues menuda película. Sabes que no pararé de insistir hasta que vengas.

—Lo sé.

—Entonces pónmelo fácil y di que sí.

Suspiré. Podía quedarme sentada en casa toda la noche, esperando a que el inspector Basso respondiera a mis llamadas, o tomarme un respiro y empezar de nuevo cuando regresara. Además, él tenía el número de mi móvil y podía ponerse en contacto conmigo estuviera donde estuviera.

—Está bien —le dije a Vee—. Dame diez minutos.

En mi habitación me puse unos tejanos, una camiseta estampada y una chaqueta. Completé mi atuendo con unos mocasines de gamuza. Me recogí el pelo en una cola de caballo baja y me la pasé por encima del hombro derecho. Como llevaba más de un día sin dormir, tenía unas ojeras oscuras. Me puse rímel, sombra de ojos plateada y brillo de labios. Esperaba parecer más entera de lo que me sentía. Dejé una nota bastante anodina en el mármol de la cocina para mi madre, diciéndole que había ido al Delphic, a la fiesta del solsticio de verano.

No estaría de regreso hasta la mañana siguiente, pero ella me sorprendía a menudo volviendo antes de lo esperado. Si volvía esa noche, probablemente desearía haber prolongado el viaje. Yo había estado ensayando lo que le diría. Hiciera lo que hiciese, no dejaría de mirarla a los ojos mientras le anunciara que sabía lo de su aventura con Hank. Y no iba a dejar que pronunciara ni una palabra antes de haberle dicho que me iba de casa. Tal como lo había ensayado, una vez dicho aquello me marcharía. Quería que captara el mensaje: era demasiado tarde para hablar; si quería contarme la verdad, había tenido dieciséis años para hacerlo. Ahora ya era demasiado tarde.

Cerré la puerta y corrí por el sendero al encuentro de Vee.

Una hora más tarde, Vee metía el Neon en el aparcamiento, entre dos enormes camiones que invadían nuestra plaza por ambos lados. Bajamos las ventanillas y nos colamos hacia fuera por ellas para evitar rayar la pintura al abrir las puertas.

Cruzamos el aparcamiento y entramos en el parque, que estaba más atiborrado de lo habitual debido a la fiesta del solsticio de verano: el día más largo del año. Reconocí unas cuantas caras del instituto, pero por lo demás me sentía rodeada por un mar de extraños. Muchos llevaban antifaces brillantes que les cubrían la mitad del rostro. Alguno debía de venderlos a precio de saldo.

—¿Por dónde empezamos? —me preguntó Vee—. ¿Por el salón de juegos? ¿La Casa del Miedo? ¿Por los puestos de comida? Personalmente, creo que podríamos empezar por la comida. Así comeremos menos.

—¿Qué lógica tiene eso?

—Si nos paramos en los puestos de comida al final, tendremos más hambre. Siempre como más cuando se me ha despertado el apetito.

A mí me daba igual por dónde empezáramos. Sólo estaba allí para distraerme un par de horas. Comprobé el móvil, pero no tenía llamadas perdidas. ¿Cuánto tiempo necesitaba Basso para devolver una llamada? ¿Le habría pasado algo? Tenía un negro presentimiento que me hacía sentir incómoda, y aquello no me gustaba.

—Estás pálida —me dijo Vee.

—Ya te he dicho que no me encuentro bien.

—Esto es porque no has comido bastante. Siéntate. Voy a buscar un poco de algodón de azúcar y unos perritos. Piensa en toda esa mostaza. No sé tú, pero yo casi puedo sentir cómo se me despeja la cabeza y el pulso se me desacelera.

—No tengo hambre, Vee.

—Claro que tienes hambre. Todo el mundo tiene hambre. Por eso hay tantos puestos. —Antes de que pudiera detenerla se perdió entre la gente.

Caminaba de un lado para otro por el paseo, esperando a Vee, cuando sonó mi móvil. El nombre del inspector Basso apareció en la pantalla.

—Por fin. —Inspiré y abrí el móvil.

—Nora, ¿dónde estás? —me preguntó en cuanto descolgué. Hablaba deprisa y me pareció que estaba nervioso—. Scott se ha escapado. Se ha ido. Lo buscamos con todos los efectivos disponibles, pero quiero que te mantengas apartada de él. Iré a recogerte hasta que esto pase.

Se me hizo un nudo en la garganta tan apretado que tuve dificultades para responderle.

—¿Qué? ¿Cómo ha podido salir?

El inspector dudó antes de responderme.

—Dobló las barras de la celda.

Podía hacerlo, claro. Era un Nefilim. Dos meses antes había visto cómo Chauncey estrujaba mi móvil con la mano. No me costaba imaginar a Scott usando su fuerza de Nefilim para abrir la celda.

—No estoy en casa —le comuniqué—. Estoy en el parque de atracciones Delphic.

Sin querer, recorrí la multitud con la mirada buscando a Scott. Pero él no tenía modo de saber que yo estaba allí. Después de salir de la celda, probablemente había ido directamente a mi casa, esperando encontrarme. Me sentía terriblemente agradecida con Vee por haberme llevado fuera. En aquel preciso instante, seguramente Scott estaba en mi casa. El móvil se me resbaló. La nota. En el mármol. La nota que le había dejado a mi madre diciéndole que había ido al Delphic.

—Me parece que sabe dónde estoy —le dije a Basso, notando las primeras punzadas de pánico—. ¿Cuánto tardará usted en llegar?

—¿Al Delphic? Media hora. Ponte a salvo. Vayas adonde vayas, lleva el teléfono encima. Si ves a Scott, llámame inmediatamente.

—No hay guardias de seguridad en el Delphic —añadí. Me notaba la boca seca. Todo el mundo sabía que el parque no tenía contratado un servicio de seguridad, lo cual era una de las razones por las que a mi madre no le gustaba que fuera allí.

—Entonces márchate —me espetó—. Vuelve a Coldwater y reúnete conmigo en la comisaría. ¿Puedes hacer eso?

Sí. Podía hacerlo. Vee me llevaría. Ya caminaba hacia donde se había marchado ella, buscándola entre la gente.

Basso suspiró.

—No va a pasarte nada. Pero… lárgate de ahí enseguida. Mandaré al resto de los efectivos al Delphic a buscar a Scott. Lo encontraremos. —La ansiedad se le notaba, y eso no me consoló.

Estaba preocupada. Scott andaba suelto. La policía iba tras él. Todo terminaría bien… siempre y cuando me mantuviera fuera de su alcance. Elaboré un plan rápidamente. Primero tenía que encontrar a Vee. También tenía que ponerme a cubierto. Si Scott llegaba caminando por el sendero me vería.

Iba corriendo hacia los puestos de comida cuando me dieron un codazo en las costillas por detrás. Por la fuerza del codazo supe que no había sido un accidente. Empecé a volverme, y antes de que pudiera darme la vuelta del todo, reconocí una cara familiar. Lo primero que capté fue la breve imagen de su pendiente. Lo segundo que capté fue lo magullada que tenía la cara. Tenía la nariz rota y enrojecida. El cardenal se extendía por debajo de los dos ojos, de un morado oscuro.

Lo siguiente que supe fue que Scott me tenía cogida por el codo y me arrastraba hacia el paseo.

—¡Quítame las manos de encima! —le dije, luchando por librarme. Pero Scott era mucho más fuerte y no me soltó.

—Claro, Nora, en cuanto me digas dónde está.

—Dónde está qué —le respondí, en tono agresivo.

Se rio sin ganas.

Me mantuve tan impertérrita como pude, pero mi cabeza era un hervidero. Si le decía que el anillo estaba en casa, se iría del parque. Seguramente me llevaría consigo. Cuando llegara la policía, se encontraría con que ambos nos habíamos ido. No podía llamar a Basso y decirle que íbamos hacia casa. No con Scott a mi lado. Tenía que retenerle allí, en el parque de atracciones.

—¿Se lo diste al novio de Vee? ¿Crees que él podrá esconderlo de mí? Sé que ese tipo no es… normal. —En los ojos de Scott se notaba una aterradora incertidumbre—. Sé que es capaz de hacer cosas que los demás no pueden hacer.

—¿Como tú?

Scott me miró.

—No es como yo. No es lo mismo. Todo lo que puedo decirte es que no voy a hacerte daño, Nora. Lo único que necesito es el anillo. Dámelo y no volverás a verme jamás.

Mentía. Quería hacerme daño. Estaba tan desesperado como para haber escapado de la celda. Nada le parecía excesivo llegados a ese punto. Recuperaría el anillo costara lo que costase. La adrenalina me recorría las piernas y no podía pensar con claridad. Pero mi instinto de supervivencia me decía que tenía que controlar la situación. Necesitaba encontrar un modo de alejarme de Scott. Siguiendo ciegamente mi instinto, dije:

—Tengo el anillo.

—Ya sé que lo tienes —repuso, impaciente—. ¿Dónde?

—Aquí. Lo he traído.

Me estudió un momento y luego me quitó el bolso y lo abrió para buscarlo.

Negué con la cabeza.

—Lo he tirado.

Me lanzó el bolso. Lo atrapé y me lo apreté contra el pecho.

—¿Dónde? —me preguntó.

—En una papelera que hay cerca de la entrada —le contesté sin pensar—. Está en los lavabos de mujeres.

—Enséñamela.

Mientras íbamos por el paseo traté de calmarme para poder decidir mi siguiente paso. ¿Podía correr? No, Scott me pillaría. ¿Podía esconderme en el lavabo de señoras? No indefinidamente, no. Scott no era tímido, y no tendría inconveniente alguno en seguirme si eso significaba obtener lo que quería. Pero yo seguía teniendo el móvil. En el baño de señoras podría llamar al inspector Basso.

—Es en éste —le dije, señalando hacia uno de los barracones de hormigón. La entrada del lavabo de señoras estaba justo enfrente, al final de una rampa de cemento, y el de caballeros se encontraba en la parte posterior.

Scott me agarró por los hombros y me sacudió.

—No me mientas. Me matarán si lo pierdo. Si me mientes, te… —Se calló, pero yo sabía lo que había estado a punto de decir: «Si me mientes, te mataré».

—Está en el baño. —Asentí, más para convencerme de que podía hacerlo que para tranquilizarlo a él—. Voy a entrar. Y luego me dejarás sola, ¿verdad?

En lugar de responderme, Scott me tendió la mano abierta.

—Dame el móvil.

El corazón me dio un vuelco. No tuve más remedio que darle el móvil. La mano me temblaba un poco, pero me controlé, porque no quería que supiera que tenía un plan y acababa de arruinármelo.

—Tienes un minuto. No hagas ninguna estupidez.

En el baño hice un rápido inventario. Cinco lavabos en una pared con cinco cabinas en el lado opuesto. Había dos chicas en los lavabos, con las manos llenas de espuma. En la pared del fondo había una ventana pequeña y estaba entreabierta. Sin perder tiempo, me subí al último lavabo. La ventana me quedaba a la altura de los codos. No había ninguna rejilla que me lo impidiera, así me vendría justo colarme por ella. Notaba los ojos de las chicas fijos en mí, pero hice caso omiso y me aupé hasta el alféizar, apenas consciente de las telarañas y los excrementos de pájaro.

Empujé el cristal, que se soltó y cayó al suelo por fuera con estrépito. Contuve el aliento, pensando que Scott lo habría oído, pero la gente que había en los senderos había ahogado el ruido. Apoyé el vientre en el antepecho, levanté la pierna izquierda y la doblé contra el cuerpo hasta que pude pasarla por la ventana. Me escurrí fuera y lo último que saqué fue la pierna derecha. Quedé colgada del antepecho sosteniéndome sólo con los dedos. Desde ahí me dejé caer hasta el camino exterior. Me mantuve agachada un momento, temiendo que Scott rodeara el edificio.

Luego corrí hacia el camino principal del parque de atracciones y me uní al torrente de gente.