Miré fijamente el anillo, atónita. Apenas podía controlar mis pensamientos. ¿Dos anillos? ¿Qué significaba aquello? Era evidente que la Mano Negra tenía más de un anillo. Pero ¿por qué estaba uno en posesión de Scott? ¿Y por qué se había tomado la molestia de esconderlo en un compartimento secreto de la pared de su habitación? ¿Y por qué, si estaba tan avergonzado de la marca que tenía en el pecho, guardaba el anillo que presuntamente se la había hecho? En mi cuarto, saqué mi chelo del armario y metí el anillo de Scott en la bolsa con cremallera para las partituras. Con su gemelo, el anillo que me habían mandado dentro del sobre la semana anterior. No le encontraba sentido a todo aquello. Había ido a casa de Scott buscando respuestas y me había marchado de allí todavía más confusa. Tendría que haber profundizado sobre los anillos más tiempo, tal vez juntado unas cuantas teorías, pero estaba completamente perdida.
Cuando el reloj de pie dio las doce, volví a comprobar dos veces el cerrojo de la puerta y me metí en la cama. Amontoné los almohadones, me senté con la espalda erguida y me pinté las uñas de azul medianoche. Después de las uñas de las manos pasé a las de los pies. Encendí mi iPod. Leí unos cuantos capítulos del libro de química. Sabía que no podía pasarme toda la vida sin dormir, pero estaba decidida a posponerlo todo lo posible. Me aterrorizaba que Patch estuviera esperándome al otro lado si me dormía.
No me di cuenta de que me había quedado dormida hasta que me despertó un extraño sonido de arañazos. Me quedé tendida en la cama, helada, esperando a oír el sonido otra vez para situarlo. Con las cortinas corridas, la habitación estaba a oscuras. Me levanté de la cama y miré entre las cortinas. El patio trasero estaba en calma, tranquilo, aparentemente pacífico.
Se oyó un crujido sordo en la planta baja. Agarré el móvil de la mesilla y abrí la puerta de la habitación lo suficiente para mirar afuera. En el pasillo no había nadie y salí. El corazón me latía tan fuerte que creí que me estallaría el pecho. Había llegado a las escaleras cuando un clic muy leve me alertó de que el pomo de la puerta estaba girando.
La puerta se abrió y una silueta entró con cautela en el recibidor a oscuras. Scott estaba en mi casa. Lo tenía a cuatro metros, al pie de las escaleras. Agarré el móvil con más fuerza, porque estaba resbaladizo de sudor.
—¿Qué haces aquí? —grité.
Alzó la cabeza, sobresaltado. Levantó las manos a la altura de los hombros para que yo viera que era inofensivo.
—Tenemos que hablar.
—La puerta estaba cerrada con pestillo. ¿Cómo has entrado? —pregunté con voz aguda y temblorosa.
No me respondió, pero no hacía falta que lo hiciera. Scott era Nefilim… alguien monstruosamente fuerte. Estaba casi segura de que, si bajaba para comprobar el cerrojo de seguridad, vería que lo había roto con la fuerza de las manos simplemente.
—Entrar a la fuerza es ilegal —dije.
—También lo es robar. Te has llevado una cosa que me pertenece.
Me humedecí los labios.
—Tienes un anillo de la Mano Negra.
—No es mío. Lo… lo robé. —Su leve vacilación me indicó que estaba mintiendo—. Devuélveme el anillo, Nora.
—No hasta que me lo cuentes todo.
—Podemos hacer esto a las malas, si quieres. —Subió el primer escalón.
—¡No te muevas! —Me dispuse a marcar el 911 en el móvil—. Si das otro paso, llamo a la policía.
—La policía tardará veinte minutos en llegar.
—No es verdad. —Pero los dos sabíamos que lo era.
Subió el segundo escalón.
—Para —le ordené—. Haré la llamada, te juro que la haré.
—Dime por qué irrumpiste en mi habitación. ¿Para robar joyas valiosas?
—Tu madre me dejó entrar —contesté, nerviosa.
—No lo hubiera hecho de haber sabido que ibas a robarme. —Avanzó otro paso y las escaleras crujieron bajo su peso.
Me estrujé el cerebro buscando cómo impedirle que subiera más. Al mismo tiempo, quería pincharlo para que me dijera la verdad de una vez por todas.
—Me mentiste acerca de la Mano Negra. Esa noche, en tu habitación. Uf, menuda actuación. Las lágrimas fueron bastante convincentes.
Noté cómo se esforzaba para determinar lo que yo sabía.
—Mentí —me dijo por fin—. Intentaba mantenerte al margen de esto. No querrás verte mezclada con la Mano Negra.
—Es demasiado tarde. Mató a mi padre.
—Tu padre no es el único al que la Mano Negra quiere muerto. Me quiere muerto a mí, Nora. Necesito el anillo. —De repente ya estaba en el quinto escalón.
¿Muerto? La Mano Negra no podía matar a Scott. Era inmortal. ¿Pensaba que yo no lo sabía? ¿Y por qué estaba tan ansioso por recuperar el anillo? Yo creía que aborrecía su marca. Un nuevo retazo de información subió a la superficie de mi mente.
—La Mano Negra no te obligó a hacerte la marca, ¿verdad? —le dije—. Tú la querías. Tú querías unirte a la hermandad. Querías jurarle lealtad. Por eso guardas el anillo. Es un objeto sagrado, ¿no? ¿Te lo dio la Mano Negra después de marcarte?
Apretó la barandilla con la mano.
—No. Me obligaron.
—No te creo.
Frunció el entrecejo.
—¿Crees que permití a un psicópata que me apoyara en el pecho un anillo al rojo vivo? Si estoy tan orgulloso de la marca, ¿por qué siempre la llevo tapada?
—Porque es de una sociedad secreta. Estoy segura de que una marca te parece un precio bajo a cambio de los beneficios que te aporta formar parte de una poderosa hermandad.
—¿Beneficios? ¿Crees que la Mano Negra ha hecho una sola cosa por mí? —me preguntó furibundo—. Él es la muerte personificada. No puedo huir de él y, créeme, lo he intentado. En más ocasiones de las que puedo contar.
Me di cuenta de que Scott estaba mintiendo.
—Volvió —le dije, pensando en voz alta—. Después de marcarte, él volvió. Mentiste al decirme que no habías vuelto a verlo nunca.
—¡Claro que volvió! —me espetó Scott—. Puede llamar por la noche, tarde, o acercarse sigilosamente a mí cuando vuelvo a casa del trabajo, con un pasamontañas. Siempre está ahí.
—¿Qué quiere?
Me evaluó con la mirada.
—Si te lo cuento, ¿me devolverás el anillo?
—Depende de si creo o no que me estás diciendo la verdad.
Scott se restregó la cabeza con los nudillos, frenético.
—La primera vez que lo vi fue cuando cumplí catorce años. Me dijo que yo no era humano, que era un Nefilim, como él. Me dijo que tenía que unirme a su grupo. Me dijo que todos los Nefilim tenían que hacer piña. Añadió que no había otro modo de librarnos de los ángeles caídos. —Scott miró escaleras arriba. Me miró retador, pero en sus ojos había una cierta cautela, como si pensara que yo lo tomaría por loco—. Pensé que estaba ido. Pensé que alucinaba. Quise eludirlo pero siguió volviendo. Empezó a amenazarme. Dijo que los ángeles caídos me tendrían en cuanto cumpliera los dieciséis. Me seguía a todas partes, después de clase y del trabajo. Decía que me cubría las espaldas y que debía estarle agradecido. Luego se enteró de lo de mis deudas. Las saldó, pensando que lo consideraría un favor y querría unirme a su grupo. No lo consiguió… yo ansiaba que se fuera. Cuando le dije que iba a hacer que mi padre obtuviera una orden de alejamiento contra él, me llevó a rastras al almacén, me ató y me marcó. Dijo que era la única manera que tenía de mantenerme a salvo. Dijo que algún día lo entendería y se lo agradecería. —Por el modo en que lo dijo, supe que ese día nunca llegaría.
—Da la impresión de que está obsesionado contigo.
Scott asintió con un gesto.
—Cree que lo he traicionado. Mi madre y yo nos mudamos aquí para alejarnos de él. Ella no sabe nada de los Nefilim, ni de la marca. Cree simplemente que es un acosador. Nos mudamos, pero él no quiere que me escape y, sobre todo, no quiere arriesgarse a que abra la boca y estropee la tapadera de su culto secreto.
—¿Sabe que estás en Coldwater?
—No lo sé. Por eso necesito el anillo. Después de haberme marcado me lo dio. Dijo que tenía que guardarlo y reclutar a otros miembros. Me dijo que no lo perdiera, que me pasaría alguna desgracia si lo perdía. —A Scott le temblaba un poco la voz—. Está loco, Nora. Puede hacerme cualquier cosa.
—Tienes que ayudarme a encontrarlo.
Avanzó dos escalones más.
—Olvídalo. No iré a buscarlo. —Me tendió la mano abierta—. Ahora, dame el anillo. Déjate de evasivas. Sé que lo tienes aquí.
Simplemente por instinto, me di la vuelta y eché a correr. Me encerré en el baño y corrí el pestillo.
—Ya basta —me dijo Scott desde el otro lado de la puerta—. Abre. —Esperó—. ¿Crees que esta puerta va a detenerme?
No lo creía, pero no sabía qué otra cosa hacer. Estaba pegada a la pared del fondo del baño cuando vi el mondador en el mármol. Lo guardaba en el baño para abrir las cajitas de maquillaje y quitar más fácilmente las etiquetas de las prendas. Lo empuñé con la hoja hacia fuera.
Scott descargó su peso contra la puerta, que se abrió con estrépito y se estrelló contra la pared.
Nos quedamos de pie, frente a frente, y yo levanté el cuchillo hacia él.
Scott se me acercó, me lo arrebató y me apuntó con él.
—¿Quién manda ahora? —siseó.
El pasillo, detrás de Scott, estaba oscuro. La luz del baño iluminaba el papel pintado de flores. La sombra se movió tan despacio por delante del papel pintado que casi la perdí. Rixon apareció detrás de Scott con el pie de la lámpara que mi madre tenía en la mesa de la entrada y descargó sobre su cráneo un golpe tremendo.
—¡Ahhh! —farfulló Scott, voviéndose para ver qué lo había golpeado. En lo que pareció un movimiento reflejo, levantó el cuchillo y arremetió con él a ciegas.
Erró el blanco, y Rixon le golpeó el brazo con la lámpara, haciendo que soltara el arma al mismo tiempo que se derrumbaba contra la pared. Luego mandó de una patada el cuchillo al pasillo, fuera del alcance de Scott, y le dio un puñetazo en la cara. La sangre salpicó la pared. Rixon descargó otro puñetazo y Scott se desplomó, con la espalda pegada a la pared resbalando hasta el suelo, donde quedó sentado. Agarrándolo por el cuello de la camisa, Rixon lo levantó para darle un tercer puñetazo. Scott puso los ojos en blanco.
—¡Rixon! —oí que gritaba histérica Vee. Subía los escalones de dos en dos, impulsándose con la barandilla—. ¡Rixon, para! ¡Vas a matarlo!
Rixon soltó el cuello de Scott y se apartó.
—Patch me habría matado a mí si no le hubiera pegado. —Me prestó atención—. ¿Estás bien?
Scott tenía la cara llena de sangre y se me revolvió el estómago.
—Estoy bien —dije, entumecida.
—¿Seguro? ¿Quieres beber algo? ¿Una manta? ¿Quieres acostarte?
Miré a Rixon y luego a Vee.
—¿Qué hacemos ahora?
—Voy a llamar a Patch —dijo Rixon, abriendo el móvil y llevándoselo a la oreja—. Querrá estar aquí para esto.
Yo estaba demasiado conmocionada para oponerme.
—Deberíamos llamar a la policía —dijo Vee. Le echó un vistazo al maltrecho e inconsciente Scott—. ¿No tendríamos que atarlo? ¿Y si se despierta e intenta huir?
—Lo dejaré atado en la trasera de la camioneta en cuanto termine esta llamada —dijo Rixon.
—Vamos, nena —me dijo Vee, abrazándome. Me acompañó bajando las escaleras, con un brazo sobre mis hombros—. ¿Estás bien?
—Sí —le respondí automáticamente, todavía confusa—. ¿Cómo es que estáis aquí?
—Rixon ha ido a mi casa, y estábamos en mi dormitorio cuando he tenido el espeluznante presentimiento de que teníamos que ver si estabas bien. Cuando hemos llegado, el Mustang de Scott estaba aparcado en el camino de acceso.
»He supuesto que si estaba aquí no podía ser para nada bueno, sobre todo después de haber fisgado en su habitación. Le he dicho a Rixon que algo me olía mal y me ha dicho que esperara en el coche mientras él entraba. Me alegro de que hayamos llegado antes de que pasara algo peor. Menuda movida. ¿Cómo demonios ha podido amenazarte con un cuchillo?
Antes de que pudiera explicarle que yo había empuñado el arma primero, Rixon bajó trotando las escaleras y se reunió con nosotras en el recibidor.
—Le he dejado un mensaje a Patch —dijo—. Estará aquí enseguida. También he llamado a la policía.
Al cabo de veinte minutos el inspector Basso frenaba al final del camino. Llevaba una luz de emergencia policial que parpadeaba en el techo del coche. Scott iba recuperando la conciencia, gruñendo y rebulléndose en la camioneta de Rixon. Tenía la cara hinchada, ensangrentada, y las manos atadas a la espalda. Basso lo sacó fuera y cambió la cuerda por unas esposas.
—Yo no he hecho nada —protestó Scott. Tenía el labio superior partido y lleno de sangre.
—¿Forzar la puerta y entrar en una casa ajena es no hacer nada? Tiene gracia, pero la ley dice otra cosa —le espetó el inspector.
—Ella me ha robado una cosa. —Scott me señaló con la barbilla—. Pregúnteselo. Estaba en mi habitación esta noche, hace un rato.
—¿Qué te ha robado?
—Yo… no puedo decirlo.
Basso me miró buscando una confirmación.
—Ha estado con nosotros toda la noche —terció enseguida Vee—. ¿Verdad, Rixon?
—Pues claro —añadió Rixon.
Scott me miró como si fuera una traidora.
—No te hagas la santurrona.
Basso lo ignoró.
—Hablemos de ese cuchillo que llevabas.
—¡Ella lo sacó primero!
—Entraste a la fuerza en mi casa —le dije—. Fue para defenderme.
—Quiero un abogado —pidió Scott.
El inspector sonrió, pero se le había acabado la paciencia.
—¿Un abogado? Eso te hace parecer culpable, Scott. ¿Por qué querías acuchillarla?
—No intentaba acuchillarla. Le he quitado el cuchillo de la mano. Era ella la que quería acuchillarme a mí.
—Miente bien, tengo que reconocerlo —terció Rixon.
—Scott Parnell, quedas arrestado —anunció Basso, bajándole la cabeza con la mano mientras lo obligaba a sentarse en el asiento trasero del coche patrulla—. Tienes derecho a guardar silencio. Todo lo que digas podrá ser usado en tu contra.
Scott continuó con su expresión hostil, pero por debajo de los cortes y los golpes estaba pálido.
—Cometéis un grave error —dijo, aunque me miraba sólo a mí—. Si voy a la cárcel, seré como una rata enjaulada. Me encontrará y me matará. La Mano Negra lo hará.
Parecía verdaderamente aterrorizado, y yo no sabía si felicitarlo por una buena actuación… o pensar que realmente no tenía ni idea de lo que era capaz de hacer siendo un Nefilim. Pero ¿cómo podía pertenecer a una hermandad de sangre Nefilim y no saberse inmortal? ¿Cómo era posible que la sociedad no se lo hubiese dicho?
Scott seguía con los ojos clavados en mí. En tono suplicante, me dijo:
—Así es, Nora. Si me voy de aquí, estoy muerto.
—Sí, sí —dijo el inspector Basso, cerrando de un portazo el coche. Se volvió hacia mí—. ¿Te parece que serás capaz de no meterte en ningún lío en lo que queda de noche?