Me desperté con una profunda inspiración. La habitación estaba a oscuras y la luna brillaba como una bola de cristal al otro lado de la ventana. Tenía las piernas enredadas en las sábanas calientes y húmedas. El reloj marcaba las nueve y media. Me levanté de la cama y fui al baño. Llené un vaso de agua fría. Me lo bebí de un trago y luego me apoyé en la pared. No podía volver a dormirme. Hiciera lo que hiciera, no podía dejar que Patch volviera a entrar en mis sueños. Caminé por el pasillo del piso de arriba, intentando frenéticamente mantenerme despierta, aunque estaba tan desvelada que dudaba que hubiese podido dormirme en caso de haber querido.
Al cabo de unos cuantos minutos el pulso me bajó, pero calmar las ideas no era tan fácil. La Mano Negra. Aquellas tres palabras me rondaban elusivas, amenazadoras, provocadoras. No podía permitirme afrontarlas directamente sin sentir que mi ya endeble mundo empezaba a tambalearse. Sabía que no quería que los arcángeles supieran que Patch era la Mano Negra y el asesino de mi padre para protegerme de la vergonzosa verdad: me había enamorado de un asesino. Había dejado que me besara, que me mintiera, que me traicionara. Cuando me había tocado en sueños, toda mi fuerza se había desmoronado y me había visto atrapada en su red de nuevo. Todavía tenía mi corazón en sus manos y aquélla era la mayor traición de todas. ¿Qué clase de persona era yo si no podía entregar al asesino de mi propio padre a la justicia?
Patch había dicho que podía comunicarles a los arcángeles que quería tenerlo otra vez como ángel custodio simplemente diciéndolo en voz alta. Lo lógico era entonces que fuera suficiente que gritara: «¡Patch mató a mi padre!» La justicia estaría servida. Patch sería enviado al infierno y yo podría empezar poco a poco a rehacer mi vida. Pero no conseguía pronunciar esas palabras, como si las tuviera encadenadas en algún lugar muy profundo de mi ser.
Había demasiadas cosas que no tenían sentido. ¿Por qué estaba Patch, un ángel, mezclado con la hermandad de sangre de los Nefilim? Si era la Mano Negra, ¿por qué estaba marcando a los reclutas Nefilim? ¿Por qué los reclutaba, para empezar? Aquello no sólo era raro… no tenía lógica. Los Nefilim odiaban a los ángeles, y viceversa. Y si la Mano Negra era el sucesor de Chauncey y el nuevo cabecilla de la sociedad… ¿cómo era posible que fuese Patch?
Me pellizqué la nariz. Me sentía como si la cabeza me fuera a estallar de tanto hacerme las mismas preguntas una y otra vez. ¿Por qué todo lo que rodeaba a la Mano Negra parecía ser un interminable laberinto?
De momento, Scott era el único vínculo de confianza que me quedaba con la Mano Negra. Sabía más de lo que admitía, estaba segura de ello, pero estaba demasiado asustado para hablar. Su voz era de pánico cuando me había hablado de la Mano Negra. Necesitaba que me dijera todo cuanto sabía, pero él estaba huyendo de su pasado y nada de lo que yo le dijera iba a hacer que lo afrontara. Me apreté la frente con las manos, intentando pensar con claridad.
Llamé por teléfono a Vee.
—Tengo buenas noticias —me soltó antes de que pudiera decir ni mu—. He convencido a mi padre para que me lleve de vuelta a la playa y pague la multa para que le quiten el cepo al coche. Estoy otra vez en marcha.
—Estupendo, porque necesito que me ayudes.
—Me apellido Ayuda.
Estaba bastante segura de que ya me había dicho alguna vez que se apellidaba Mala, pero me guardé mi opinión.
—Necesito que alguien me ayude a echarle un vistazo al dormitorio de Scott. —Lo más probable era que no guardara ninguna prueba a la vista de su pertenencia a la hermandad de sangre Nefilim, pero ¿qué alternativa tenía? Hasta entonces había hecho un magnífico trabajo evitando darme respuestas directas y, desde nuestro último encuentro, yo sabía que estaba siendo cauteloso conmigo. Si quería enterarme de lo que él sabía, tendría que hacer un trabajo preliminar.
—Por lo visto Patch ha cancelado nuestra cita doble, así que no tengo nada previsto —me dijo Vee, con un cierto exceso de entusiasmo. Lo que yo esperaba era que me preguntara qué buscaríamos en la habitación de Scott.
—Entrar en el dormitorio de Scott no va a ser peligroso ni emocionante —le dije, sólo para asegurarme de que las dos íbamos a lo mismo—. Todo lo que tienes que hacer es quedarte sentada en el Neon, en la calle, delante de su apartamento, y avisarme si vuelve. La única que entrará seré yo.
—Que no sea yo la que va a espiar no le quita emoción. Será como ver una película. Sólo que en las películas casi nunca pillan al bueno. Pero esto es la vida real y hay bastantes probabilidades de que te pillen. ¿Sabes lo que pienso? Que va a ser más que emocionante.
Personalmente yo opinaba que Vee estaba un poco demasiado ansiosa por ver cómo me pillaban.
—Me vas a cubrir si Scott vuelve a casa, ¿verdad? —le pregunté.
—Pues claro, nena. Estarás cubierta.
La siguiente llamada que hice fue a casa de Scott. La señora Parnell contestó al teléfono.
—¡Nora, qué alegría oírte! Scott me ha contado que las cosas se están animando entre vosotros dos —añadió en voz conspirativa.
—Bueno, eh…
—Siempre he pensado que sería estupendo que Scott se casara con una chica de aquí. No me atrae demasiado que se una a una familia de desconocidos. ¿Y si sus parientes son unos chiflados? Tu madre y yo somos muy buenas amigas. ¿Te imaginas lo que nos divertiríamos planeando juntas una boda? ¡Pero no adelantemos los acontecimientos! Todo a su tiempo, como suele decirse.
«Dios mío».
—¿Está Scott, señora Parnell? Tengo algunas noticias que creo que le interesarán.
Oí cómo cubría el auricular con una mano y gritaba:
—¡Scott! ¡Coge el teléfono! ¡Es Nora!
Al cabo de un momento se puso Scott.
—Ya puedes colgar, mamá. —En su voz había una cierta cautela.
—Sólo me aseguraba de que te hubieras puesto al aparato.
—Lo he hecho.
—Nora tiene noticias interesantes —insistió.
—Entonces cuelga para que pueda dármelas.
Se escuchó un suspiro de desilusión y un clic.
—¿No te había dicho que no te acercaras a mí? —me dijo Scott.
—¿Ya has encontrado grupo? —le pregunté yo, con intención de dirigir la conversación y despertar su interés antes de que me colgara.
—No —me dijo con el mismo escepticismo cauto.
—Le mencioné a un amigo que tocas la guitarra…
—Toco el bajo.
—… y él ha corrido la voz y ha encontrado un grupo que quiere hacerte una prueba. Esta noche.
—¿Cómo se llama el grupo?
No había previsto que me preguntara aquello.
—Ah… los Pigmen.
—Suena a grupo de los años sesenta.
—¿Quieres ir a la prueba o no?
—¿A qué hora es?
—A las diez. En La Bolsa del Diablo. —Si hubiera sabido de un almacén más alejado, se lo hubiera mencionado. Tal como estaban las cosas, tendría que arreglármelas con los veinte minutos que le llevaría hacer el viaje de ida y vuelta.
—Necesito un nombre y un número de contacto.
Aquello sí que no esperaba que me lo pidiera.
—Le he dicho a mi amigo que te daría el recado, pero no se me ha ocurrido pedirle los nombres y los teléfonos de los miembros del grupo.
—No voy a perder la noche yendo a una audición sin antes tener una mínima idea de cómo son esos tipos, qué estilo de música tocan y dónde han actuado. ¿Son un grupo de punk, de indie-pop, de heavy metal?
—¿Tú que tocas?
—Punk.
—Conseguiré los teléfonos y volveré a llamarte.
Le colgué a Scott y llamé enseguida a Vee.
—Le he dicho a Scott que le había conseguido una prueba con un grupo esta noche, pero quiere saber qué clase de música tocan y dónde han actuado. Si le doy tu número, ¿puedes fingir que eres la novia de alguno de los músicos? Simplemente, dile que tú contestas al teléfono de tu novio cuando está ensayando. No inventes nada más. Atente a los hechos: es un grupo de punk, está a punto de tener éxito y sería un estúpido si no acudiera a la prueba.
—Empieza a gustarme todo esto de espiar —dijo Vee—. Cuando mi vida normal sea aburrida, sólo tendré que acercarme a ti.
Estaba sentada en el porche delantero, con la barbilla apoyada en las rodillas, cuando Vee llegó.
—Me parece que deberíamos parar en Skippy’s para comer un perrito caliente antes de hacer esto —me dijo cuando subí al coche—. No sé lo que tienen los perritos calientes, pero son como una descarga instantánea de valor. Me siento capaz de cualquier cosa después de comerme un perrito.
—Eso es porque tienes una subida de todas las toxinas que embuten en esas cosas.
—Como te decía, creo que deberíamos hacer una parada en Skippy’s.
—Ya he comido pasta para cenar.
—La pasta no llena mucho.
—La pasta llena mucho.
—Sí, pero no como la mostaza y los perritos —arguyó Vee.
Al cabo de cinco minutos nos alejábamos de Skippy’s con dos perritos calientes a la plancha, un envase grande de patatas fritas y dos batidos de fresa.
—Odio esta clase de comida —dije, notando cómo la grasa empapaba el papel encerado que envolvía el perrito que tenía en la mano—. No es sana.
—Tampoco lo es una relación con Patch y eso no te detuvo.
No respondí.
A cuatrocientos metros del edificio de Scott, Vee paró junto a la acera. El problema mayor al que me enfrentaba era nuestra posición. La calle Deacon no tenía salida y terminaba justo pasado el edificio. Vee y yo estábamos a plena vista y, en cuanto Scott pasara por allí y viera a Vee sentada en el Neon, sabría que algo pasaba. No me había preocupado que reconociera su voz por teléfono, pero que recordara su cara sí que me preocupaba. Nos había visto juntas en más de una ocasión, incluso nos había visto una vez siguiéndole en el Neon. Vee era culpable por complicidad.
—Tendrás que salirte de la calle y aparcar detrás de esos matorrales —le dije.
Vee se inclinó hacia el parabrisas y escrutó la oscuridad.
—¿No hay una zanja entre aquí y los matorrales?
—No es muy honda. Créeme, no nos encallaremos.
—Mírame bien. Estamos hablando de un Neon, no de un Hummer.
—El Neon no pesa mucho. Si nos quedamos atascadas, saldré y lo empujaré.
Vee puso el coche en marcha y se metió en el arcén. La hierba alta arañaba los bajos de la carrocería.
—¡Acelera! —le dije. Me entrechocaron los dientes cuando fuimos dando tumbos por el pedregoso terraplén. El coche se inclinó hacia delante y se metió en la zanja. Las ruedas delanteras se pararon en cuanto golpearon el fondo.
—No sé cómo vamos a sacarlo de aquí —dijo Vee, pisando el acelerador. Las ruedas giraban pero no tenían agarre—. Tengo que salir en ángulo. —Giró todo el volante a la izquierda y volvió a acelerar—. Así está mejor —dijo, mientras el Neon bajaba y daba un tumbo hacia delante.
—Cuidado con la roca… —empecé a decir, demasiado tarde.
Vee condujo el Neon directamente hacia una gran roca que sobresalía de la tierra. Pisó el freno y paró el motor. Salimos y miramos la rueda delantera izquierda.
—Esto tiene mala pinta —dijo Vee—. ¿La rueda tiene el aspecto normal?
Me golpeé la frente contra el tronco del árbol más cercano.
—Hemos tenido un pinchazo —dijo Vee—. ¿Ahora qué?
—Nos ceñiremos al plan. Registraré la habitación de Scott y tú estarás atenta. Cuando vuelva, llamarás a Rixon.
—¿Y que le digo?
—Que nos hemos cruzado con un ciervo y has dado un volantazo para esquivarlo. Por eso has metido el Neon en la zanja y has tocado la roca.
—Me encanta esta historia —dijo Vee—. Me hace parecer una amante de los animales. A Rixon le va a gustar.
—¿Alguna pregunta?
—Ninguna. Lo tengo todo claro. Llamarte en cuanto Scott salga de casa. Llamarte otra vez si vuelve y avisarte de que te largues pitando. —Vee me miró los zapatos—. ¿Vas a escalar por la fachada y colarte por una ventana? Porque para eso tendrías que haberte puesto zapatillas de tenis. Tus manoletillas son una monada, pero de prácticas nada.
—Voy a entrar por la puerta.
—¿Qué le dirás a la madre de Scott?
—Eso da igual. Le gusto. Me dejará entrar. —Le tendí el perrito caliente, que se me había enfriado—. ¿Lo quieres?
—No. Vas a necesitarlo. Si algo va mal, toma un bocado. Al cabo de diez segundos notarás calidez y felicidad interior.
Recorrí el resto de la calle Deacon corriendo y me aparté hacia la sombra de los árboles en cuanto distinguí una silueta que se movía detrás de las ventanas iluminadas del apartamento de Scott. Por lo que parecía, la señora Parnell estaba en la cocina, yendo y viniendo entre el fregadero y la nevera, seguramente preparando un postre o un tentempié. La luz de la habitación de Scott estaba encendida, pero tenía los estores bajados. La luz se apagó y, al cabo de un momento, Scott entró en la cocina y le dio un beso en la mejilla a su madre.
Me quedé aplastando mosquitos durante cinco minutos, hasta que Scott salió del portal con algo que parecía una funda de guitarra. Metió la funda en el maletero del Mustang y dejó la plaza de aparcamiento.
Un minuto después sonó el tono de Vee en mi bolsillo.
—El pájaro ha dejado el nido —me dijo.
—Lo sé —le dije—. Quédate donde estás. Voy a entrar.
Subí hasta la puerta y llamé al timbre. La señora Parnell me abrió en cuanto me vio y me sonrió de oreja a oreja.
—¡Nora! —me dijo, cogiéndome con afabilidad por los hombros—. Scott acaba de irse. Ha ido a la prueba del grupo. No sabes lo que significa para él que te hayas tomado la molestia de concertársela. Va a dejarlos impresionados. Espera y verás. —Me dio un pellizco afectuoso en la mejilla.
—De hecho, Scott acaba de llamarme. Se ha dejado unas partituras aquí y me ha pedido que se las llevara. Habría vuelto él a buscarlas pero no quería llegar tarde a la prueba y que se llevaran de él una mala impresión.
—¡Oh! ¡Sí, claro! Entra. ¿Te ha dicho qué música quería?
—Me ha dictado un par de títulos.
Abrió la puerta de par en par.
—Te acompaño a su habitación. Scott se llevará una gran decepción si la prueba no le sale como quiere. Suele ser muy particular con lo de llevar la música más apropiada, pero ha sido todo muy precipitado. Estoy segura de que se le ha ido de la cabeza, pobrecillo.
—Parecía verdaderamente alterado —convine—. Me daré tanta prisa como pueda.
La señora Parnell me llevó por el pasillo. Cuando crucé el umbral del dormitorio de Scott, me di cuenta del completo cambio de decoración. Lo primero que noté fue la pintura negra de las paredes. Eran blancas la última vez que había estado allí. Habían arrancado el cartel de El padrino y el banderín de los Patriots de Nueva Inglaterra. El aire olía mucho a pintura y a absorbeolor.
—Perdona lo de las paredes —me dijo la señora Parnell—. Scott está pasando por un pequeño bajón. Un traslado puede resultar duro. Necesita salir más. —Me miró de modo significativo. Yo fingí no haber captado la insinuación.
—¿Son eso las partituras? —pregunté, indicando con un gesto un montón de papeles que había en el suelo.
La señora Parnell se secó las manos en el delantal.
—¿Quieres que te ayude a buscar los títulos?
—Da igual. No quiero entretenerla. Tardaré un segundo.
En cuanto se fue cerré la puerta. Dejé el móvil y el perrito caliente de Skippy’s en la mesa, frente a la cama y me acerqué al armario.
Un par de camisas blancas sobresalían de un montón de tejanos y camisetas que había en el suelo. Sólo había tres camisas de leñador colgadas de perchas. Me pregunté si se las habría comprado la señora Parnell, porque no me imaginaba a Scott vestido de franela.
Debajo de la cama encontré un bate de aluminio, un guante de béisbol y una planta en una maceta. Llamé a Vee.
—¿Qué aspecto tiene la marihuana?
—Las hojas tienen cinco lóbulos —me contestó Vee.
—Scott cultiva marihuana debajo de la cama.
—¿Te sorprende?
No me sorprendía, pero aquello no explicaba el absorbeolor. No me imaginaba a Scott fumando hierba, pero no me hubiera extrañado que la vendiera. Necesitaba dinero desesperadamente.
—Volveré a llamarte si encuentro algo más. —Dejé el móvil sobre la cama de Scott y di una vuelta por la habitación. No había muchos escondites. El escritorio no tenía nada debajo. No había nada encima del radiador. En la manta no vi nada. Estaba a punto de darme por vencida cuando algo en la parte superior del armario atrajo mi atención. Había una marca en la pared.
Arrastré la silla del escritorio y me subí a ella. Habían abierto un agujero cuadrado de tamaño medio en la pared, pero habían vuelto a taparlo con una capa de yeso para disimularlo. Usé una percha de alambre para llegar lo más arriba posible y golpeé el cuadrado de yeso. Me pareció que había una caja de zapatos Nike de color naranja embutida en el espacio. Intenté extraerla con la percha, pero se fue más hacia el fondo.
Un suave zumbido me desconcentró y me di cuenta de que mi móvil vibraba y que la manta de la cama de Scott atenuaba el sonido.
Bajé de un salto.
—¿Vee? —respondí.
—¡Sal de ahí! —me siseó en voz apenas audible, muerta de miedo—. Scott me ha llamado otra vez y me ha preguntado la dirección del almacén, pero no sé que almacén le dijiste. Andándome con rodeos le he dicho que yo sólo soy la novia de un músico y que no sabía dónde hacía las pruebas el grupo. Me ha preguntado en qué almacén ensayaban y le he dicho que tampoco lo sabía. La buena noticia es que ha colgado, así que no he tenido que mentir hasta descubrirme. La mala noticia es que va para casa. Justo en este instante.
—¿Cuánto tiempo me queda?
—Acaba de pasar volando por aquí a mil por hora, así que un minuto, supongo. O menos.
—¡Vee!
—No me eches a mí la culpa… eres tú la que no contestaba al teléfono.
—Síguelo y entretenlo. Necesito dos minutos más.
—¿Seguirlo? El Neon tiene un pinchazo.
—¡A pata!
—¿Quieres que haga ejercicio?
Doblando el cuello para sujetar el teléfono bajo la barbilla, busqué un trozo de papel en el bolso y revisé el escritorio de Scott para encontrar un bolígrafo.
—Son menos de cuatrocientos metros. Eso es una vuelta a la pista. ¡Ve!
—¿Qué le digo cuándo lo alcance?
—Esto es lo que hacen las espías… improvisan. Ya se te ocurrirá algo. Tengo que dejarte. —Corté la comunicación.
¿Dónde estaban los bolígrafos? ¿Cómo podía tener Scott un escritorio sin bolígrafos y sin lápices? Por fin encontré uno en mi bolso y escribí una breve nota en el trocito de papel. Deslicé la nota debajo del perrito caliente.
Oí el ronroneo del Mustang en el aparcamiento del edificio.
Me acerqué al armario y me encaramé a la silla otra vez. Me puse de puntillas, pinchando la caja con la percha.
La puerta de entrada se cerró.
—¿Scott? —oí que decía la señora Parnell desde la cocina—. ¿Por qué has vuelto tan temprano?
Metí el gancho de la percha bajo la solapa de la tapa y la saqué del compartimento. Cuando la hube sacado hasta la mitad la gravedad hizo el resto. La caja cayó en mis manos. Simplemente, me la metí en el bolso y con un brazo devolví la silla a su lugar en el escritorio. Entonces la puerta del dormitorio se abrió.
Scott me vio enseguida.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó.
—No esperaba que volvieras tan rápido —le dije.
—Lo de la prueba era una trola, ¿verdad?
—Yo…
—Me querías fuera del apartamento. —Se me acercó en dos zancadas, me agarró del brazo y me sacudió—. Has cometido un grave error viniendo aquí.
La señora Parnell apareció en la puerta.
—¿Qué pasa Scott? ¡Por Dios bendito, suéltala! Ha venido a recoger las partituras que olvidaste.
—Miente. No he olvidado ninguna partitura.
La señora Parnell me miró.
—¿Es cierto eso?
—Mentí —confesé insegura. Tragué saliva, intentando insuflar cierta calma a mis palabras—. La verdad es que quería pedirle a Scott que me acompañara a la fiesta del solsticio de verano que se celebrará en el Delphic, pero no me atrevía a hacerlo cara a cara. Esto es muy embarazoso. —Caminé hasta el escritorio y le ofrecí la salchicha con el papelito en el que había garabateado la nota.
—«No seas cobarde —leyó Scott—. Ven a la fiesta del solsticio de verano conmigo.»[11]
—¿Y bien? ¿Qué me dices? —Intenté sonreír—. ¿Te atreves o no?
Scott miró la nota, el perrito caliente y luego a mí.
—¿Qué?
—Bueno, ¿no es la cosa más encantadora que se haya visto? —terció la señora Parnell—. No querrás ser un cobarde, ¿verdad Scott?
—Déjanos solos un momento, mamá.
—¿Es una fiesta de etiqueta? —preguntó la señora Parnell—. Como un baile… Puedo reservar un frac en Todd’s…
—Mamá.
—Oh. Vale. Estaré en la cocina. Nora, tengo que admitirlo. No tenía ni idea de que estuvieras aquí dejando una invitación para la fiesta. Realmente me he creído que venías a recoger las partituras. Muy hábil. —Me hizo un guiño, salió y cerró la puerta.
Me quedé a solas con Scott y mi alivio se esfumó.
—¿Qué haces aquí en realidad? —insistió Scott, bastante más siniestro.
—Te lo he dicho…
—No me lo trago. —Dejó de mirarme y repasó la habitación con la vista—. ¿Has tocado algo?
—Me he pasado por aquí a traerte el perrito. Te lo juro. He buscado un bolígrafo en el escritorio para escribir la nota, pero eso es todo.
Scott se abalanzó hacia el escritorio y abrió un cajón tras otro, repasando su contenido.
—Sé que mientes.
Retrocedí hacia la puerta.
—¿Sabes qué? Quédate con el perrito caliente, pero olvídate de la fiesta del solsticio de verano. Sólo intentaba ser amable contigo. Intentaba compensarte por lo de la otra noche, porque me sentía responsable de que te hubieran partido la cara. Olvida todo lo que he dicho.
Me evaluó en silencio. No tenía idea de si se lo había tragado, pero me daba igual. En lo único que pensaba era en marcharme de allí.
—No te quitaré ojo de encima —me dijo por fin, en un tono que me pareció amenazador. Nunca había visto a Scott tan fríamente hostil—. Piensa una cosa. Siempre que creas que estás sola, replantéatelo. Estaré vigilándote. Si vuelvo a pillarte otra vez en mi habitación, date por muerta. ¿Está bien claro?
Tragué saliva.
—Claro como el agua.
Cuando me marchaba pasé junto a la señora Parnell, que estaba de pie junto a la chimenea, con un vaso de té helado. Tomó un trago, dejó el vaso en la repisa de la chimenea y me detuvo.
—Scott es un chico estupendo, ¿verdad? —me dijo.
—Por decirlo de algún modo.
—Apuesto a que le has pedido que vaya a la fiesta porque sabías cuántas chicas habría haciendo cola si no te adelantabas.
La fiesta del solsticio de verano era a la noche siguiente y todos los que iban a ir ya tenían con quién hacerlo. Incapaz de decirle aquello a la señora Parnell, opté por sonreír. Que lo interpretara como quisiera.
—¿Tengo que hacer que vista frac? —me preguntó.
—En realidad no es una fiesta de etiqueta. Con unos tejanos y una camiseta irá bien. —Dejé que Scott le diera la noticia de que ya no íbamos a ir juntos a la fiesta.
La sonrisa se le agrió un poco.
—Bueno, en todo caso es una celebración de bienvenida. Supongo que no estarás planeando pedirle que vaya contigo a la fiesta de los estudiantes.
—En realidad todavía no había pensado en eso. Y, en cualquier caso, es posible que Scott no quiera ir conmigo.
—¡No seas tonta! Tú y Scott sois amigos desde hace mucho. Está loco por ti.
O loco y punto.
—Tengo que irme, señora Parnell. Me he alegrado mucho de volver a verla.
—¡Conduce con cuidado! —Me hizo una advertencia con el dedo.
Me reuní con Vee en el aparcamiento. Estaba encogida, con los puños entre las rodillas, intentando recuperar el aliento. Una mancha de sudor le humedecía la espalda de la camiseta.
—Has hecho un buen trabajo reteniéndolo —le dije.
Levantó la cabeza para mirarme. Tenía la cara roja como un tomate.
—¿Alguna vez has intentado perseguir un coche? —jadeó.
—Te he superado. Le he dado mi perrito caliente a Scott y le he preguntado si quería ir a la fiesta del solsticio de verano conmigo.
—¿Qué tiene que ver el perrito caliente con todo esto?
—Le he dicho que sería un cobarde si no venía conmigo.
Vee resolló, riéndose.
—Habría corrido más rápido de haber sabido que iba a verte llamarlo cobarde.
Al cabo de tres cuartos de hora, el padre de Vee había llamado a la AAA[12] y el Neon volvía a estar en la carretera. Me dejaron delante de la granja. No tardé ni un segundo en apartar las cosas de la mesa y sacar la caja de zapatos de Scott del bolso. Habían dado a la caja varias vueltas de cinta adhesiva, formando una capa de medio centímetro de espesor. Fuera lo que fuese que Scott ocultaba, no quería que nadie lo encontrara.
Corté la cinta adhesiva con un cuchillo de trinchar. Solté la tapa, la aparté y miré en la caja. Un simple calcetín blanco sin talón descansaba inocentemente en el fondo.
Miré detenidamente el calcetín. Se me había caído el alma a los pies. Luego fruncí el ceño. Abrí el calcetín lo suficiente para mirar en su interior. Se me doblaron las rodillas.
Dentro había un anillo. Uno de los anillos de la Mano Negra.