Capítulo

15

Estaba profundamente dormida cuando sonó el teléfono. Saqué un brazo y tanteé en la mesilla de noche para localizar el móvil.

—¿Diga? —farfullé.

—¿Has visto la información del Canal Meteorológico? —me preguntó Vee.

—¿Qué? —murmuré. Intentaba mantener los ojos abiertos pero se me cerraban de sueño—. ¿Qué hora es?

—Cielos despejados, nada de viento, temperaturas sofocantes. Así que iremos a la playa, a Old Orchard, después de clase. Ahora mismo estoy guardando las tablas de boogieboard en el Neon. —Se puso a cantar a todo volumen Summer Nights, de Grease. Me encogí y me aparté el teléfono de la oreja.

Me froté los ojos para despejarme y miré la hora. No era posible que fueran las seis de la mañana… ¿lo era?

—¿Me pongo un bañador rosa fuerte o un bikini dorado metalizado? Lo malo del bikini es que necesito estar bronceada para ponérmelo. El dorado me hace parecer todavía más blanca. Será mejor que me ponga el bañador rosa para broncearme un poco, y…

—¿Por qué marca las seis y veinticinco mi reloj? —le pregunté, intentando despejarme lo suficiente para hablar con energía.

—¿Es una pregunta capciosa?

—¡Vee!

—Siiiií. ¿Estás muy enfadada?

Colgué de golpe y me tapé con las sábanas. El fijo de la cocina empezó a sonar en la planta baja. Me tapé la cabeza con la almohada. Saltó el contestador, pero Vee no se daba por vencida tan fácilmente. Volvió a marcar. Una y otra vez. Marqué su número de móvil.

—¿Qué?

—¿Dorado o rosa? No te lo preguntaría si no fuera importante. Es que… Rixon irá y es la primera vez que me verá en traje de baño.

—Espera. ¿El plan es que vayamos los tres juntos? ¡No pienso ir hasta Old Orchard para hacer de carabina!

—Y yo no voy a dejar que te quedes toda la tarde sentada en casa con cara de amargada.

—Yo no tengo cara de amargada.

—Sí que la tienes. Ahora mismo la estás poniendo.

—Estoy poniendo cara de enfadada. ¡Me has despertado a las seis de la mañana!

El cielo estaba completamente azul. Las ventanillas del Neon estaban bajadas y un viento caliente nos alborotaba el pelo a las dos. El aire olía a agua salada. Vee dejó la autopista y tomó por Old Orchard, buscando aparcamiento. La calle estaba llena de coches que avanzaban en ambos sentidos con lentitud, muy por debajo del límite de velocidad, con la esperanza de detectar un espacio para aparcar antes de habérselo pasado.

—Esto está hasta los topes —se quejó Vee—. ¿Dónde demonios voy a aparcar? —Entró en un callejón y se paró en la parte trasera de una librería—. No está mal. Aquí detrás hay un montón de sitio.

—El letrero dice que es un estacionamiento para los empleados exclusivamente.

—¿Y cómo van a saber que no somos empleadas? El Neon no destaca. Todos estos coches son de pobretones.

—El letrero dice que quienes infrinjan la prohibición serán multados.

—Sólo lo pone para que la gente como tú y como yo se asuste. Es una amenaza sin fundamento. No hay que preocuparse.

Metió el Neon en un hueco y puso el freno de mano. Sacamos del maletero una sombrilla y una bolsa grande con agua, bocadillos, crema solar y toallas, y luego bajamos por Old Orchard hasta la playa. La arena estaba moteada de sombrillas de colores y las olas espumosas pasaban por debajo del muelle, entre los pilotes. Delante reconocí a un grupo de chicos a punto de empezar el último curso.

—Lo normal sería que nos acercáramos a echarles un vistazo a esos chicos —me dijo Vee—. Pero Rixon está tan bueno que ni siquiera me siento tentada.

—¿Cuándo se supone que llegará Rixon, por cierto?

—¡Eh, oye! Estás un poco cínica, ¿no?

Me protegí los ojos con la mano y escruté la orilla buscando un lugar para clavar la sombrilla.

—Ya te lo he dicho: detesto hacer de carabina. —Lo último que necesitaba era sentarme al ardiente sol toda la tarde, mirando a Vee y a Rixon enrollarse.

—Por si no lo sabes, Rixon tiene unos cuantos recados que hacer, pero ha prometido que estaría aquí a las tres.

—¿Qué clase de recados?

—Quién sabe. Seguramente Patch le habrá pillado para que le haga un favor. Siempre hay algo de lo que necesita que Rixon se ocupe. Podría hacerlo él. O al menos pagarle a Rixon y no aprovecharse de él. ¿Te parece que debo ponerme filtro solar? Me dará mucha rabia haberme tomado tantas molestias y no ponerme morena.

—Rixon no parece la clase de chico que permite que los demás se aprovechen de él.

—¿Los demás? No. ¿Patch? Sí. Por lo visto Rixon lo adora. ¡Qué fastidio! Me revuelve las tripas. No quiero que mi novio aspire a ser como él.

—Hace mucho que se conocen.

—Ya lo he oído, sí. Bla, bla, bla. Seguramente Patch es traficante. No. Seguramente es un traficante de armas y tiene a Rixon de mula, haciendo tráfico ilegal gratis y arriesgando el cuello.

Puse los ojos en blanco bajo las Ray-Ban de imitación.

—¿Tiene Rixon algún problema con Patch?

—No —me respondió ella malhumorada.

—Entonces, déjalo ya.

Pero Vee no estaba dispuesta a dejarlo.

—Si Patch no comercia con armas, ¿de dónde saca el dinero?

—Sabes de dónde lo saca.

—Dime —insistió, cruzándose de brazos—. Dime claramente de dónde saca el dinero.

—Del mismo lugar de donde lo saca Rixon.

—Ah… Lo que yo decía. Te da vergüenza decírmelo.

La taladré con los ojos.

—Por favor. Esto es la tontería más grande del mundo.

—¿Ah, sí? —Vee se acercó a una mujer que había allí cerca, haciendo un castillo de arena con dos niños pequeños—. Perdone, señora. Disculpe que interrumpa su agradable rato en la playa con los pequeños, pero mi amiga quiere decirle a qué se dedica su ex novio para ganarse la vida.

Agarré a Vee por un brazo y la arrastré conmigo.

—¿Lo ves? —dijo Vee—. Te avergüenzas. No puedes decirlo en voz alta sin sentirte mal.

—Del póquer. Del billar. De todo eso. Lo he dicho y no me ha dado un patatús ni me he muerto. ¿Satisfecha? No sé de dónde más, pero Rixon se gana la vida exactamente de la misma manera.

Vee sacudió la cabeza.

—No tienes ni idea, chica. No se compra uno la clase de ropa que lleva Patch ganando apuestas en el Salón de Bo.

—¿De qué hablas? Patch lleva tejanos y camisetas.

Se puso en jarras.

—¿Sabes lo que cuestan los tejanos que lleva?

—No —reconocí, confusa.

—Pues deja que te diga que no puedes comprarte tejanos de ésos en Coldwater. Seguramente se los traen de Nueva York. Cuatrocientos dólares el par.

—Mentira.

—Que me muera si miento. La semana pasada llevaba una camiseta del concierto de los Rolling Stones con el autógrafo de Mick Jagger. Rixon me dijo que era auténtica. Patch no salda la cuenta de la MasterCard con fichas de póquer. Antes de que tú y Patch fuerais a Springvale, ¿te preguntaste alguna vez de dónde sacaba el dinero o cómo tenía esa monada de Jeep tan reluciente?

—Patch ganó el Jeep en una partida de póquer —argüí—. Si ganó el Jeep, estoy segura de que pudo ganar lo bastante para comprarse unos pantalones de cuatrocientos dólares.

—Patch te contó que había ganado el Jeep. Rixon tiene su propia versión de la historia.

Me quité el pelo de los hombros, intentando parecer que no me importaba el derrotero que estaba tomando nuestra conversación porque ya no me incumbía.

—¿Ah, sí? ¿Qué versión?

—No lo sé. Rixon no quiere dármela. Todo lo que me dijo fue que a Patch le gustaría que te creyeras que ganó el Jeep. Pero que para conseguirlo se ensució las manos.

—A lo mejor lo entendiste mal.

—Sí, a lo mejor —repitió Vee con escepticismo—. O a lo mejor Patch es un maldito lunático que se dedica a los negocios ilegales.

Le tendí el bote de crema solar con cierta brusquedad.

—Úntame la espalda y esparce bien la crema.

—Me parece que me pondré aceite directamente —me dijo Vee—. En realidad, es mejor quemarse un poco que pasar todo el día en la playa y marcharse igual de blanca.

Estiré el cuello para mirar por encima del hombro, pero no conseguí enterarme de si Vee estaba haciendo un buen trabajo.

—Asegúrate de untarme debajo de los tirantes.

—¿Te parece que me arrestarán si me quito la parte de arriba? Es que odio que me quede raya.

Extendí la toalla debajo de la sombrilla y me senté a la sombra con las piernas encogidas, asegurándome de que los pies no me quedaran al sol.

Vee desplegó la toalla a un metro de distancia y se untó aceite para niños en las piernas. Recordé las fotos de cáncer de piel que había visto en la consulta del médico.

—Hablando de Patch —dijo Vee—. ¿Qué hay de nuevo? ¿Sigue colgado de Marcie?

—Es lo último que he oído —contesté fríamente. Me parecía que había sacado el tema sólo para pincharme.

—Bueno, ya sabes lo que opino.

Lo sabía, pero me lo diría otra vez, quisiera yo o no.

—Son tal para cual —añadió Vee, echándose Sun-In en el pelo y perfumando el aire con aroma de limón—. Desde luego, no creo que dure. Patch se hartará y la dejará. Igual que hizo con…

—¿Podemos hablar de otra cosa? —la corté, cerrando con fuerza los ojos y masajeándome los músculos de la nuca.

—¿Seguro que no quieres hablar de él? Da la impresión de que tienes mucho que decir.

Me di la vuelta. Era inútil ocultarlo. Fuese o no detestable, Vee era mi mejor amiga y se merecía que le dijera la verdad si estaba en mi mano.

—Me besó la otra noche. Después de La Bolsa del Diablo.

—¿Que hizo qué?

Me apreté los ojos con las manos.

—En mi habitación. —No sabía si iba a poder explicarle a Vee que me había besado en sueños. La cuestión era que lo había hecho, era irrelevante dónde. Eso, y además no quería ni pensar en lo que implicaba que ahora fuera capaz de inmiscuirse en mis sueños.

—¿Lo dejaste entrar?

—No exactamente, pero entró de todos modos.

—Vale —dijo Vee. Parecía estar estrujándose los sesos para dar con una respuesta adecuada a mi estupidez—. Haremos lo siguiente. Vamos a hacer un juramento de sangre. No me mires así. Lo digo en serio. Si hacemos un juramento de sangre, no podrás romperlo a no ser que te veas en una situación realmente apurada, como que las ratas te vayan a roer los pies mientras duermes y cuando te despiertes no te queden más que unos muñones ensangrentados. ¿Tienes una navaja? Buscaremos una navaja y luego nos haremos un corte en la palma de la mano y juntaremos las palmas. Tú vas a jurar que no te quedarás a solas con Patch nunca más. Así, si te entra la tentación, tendrás algo a lo que agarrarte.

Me pregunté si debía decirle que estar a solas con Patch no siempre era un asunto de mi elección. Era escurridizo como el vapor. Si quería estar a solas conmigo, lo conseguiría. Y aunque odiara admitirlo, no me importaba.

—Necesito algo más efectivo que un juramento de sangre —le dije.

—Chica, dame alguna pista. Esto es una cosa seria. Espero que seas creyente, porque yo lo soy. Voy a buscar un cuchillo —anunció, empezando a levantarse.

Tiré de ella para que no lo hiciera.

—Tengo el diario de Marcie.

—¿Qu… qué? —exclamó.

—Lo cogí, pero todavía no lo he leído.

—¿Por qué no me he enterado hasta ahora? ¿Y por qué tardas tanto en abrirlo? Olvídate de Rixon. ¡Ahora mismo nos vamos a tu casa a leerlo! Sabes que Marcie habla de Patch en él.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué no lo has leído todavía? ¿Tienes miedo de lo que vaya a revelarte? Porque puedo leerlo yo primero, filtrar lo indeseable y darte únicamente respuestas directas.

—Si lo leo, no podré volver a hablar con Patch.

—¡Estupendo!

Miré de reojo a Vee.

—No sé si es eso lo que quiero.

—Oh, vamos. No te hagas esto a ti misma. Me estás matando. Lee ese estúpido diario y pasa página. Hay otros chicos por ahí. Sólo tienes que conocerlos. Nunca habrá escasez de chicos.

—Ya lo sé —respondí, pero me sentía como una sucia mentirosa. Nunca había habido un chico antes de Patch. ¿Cómo podía plantearme que hubiera uno después?—. No voy a leer el diario. Voy a devolverlo. Marcie y yo llevamos años enfrentadas estúpidamente y la cosa ya hiede. Sólo tengo que dar el primer paso.

Vee se quedó con la boca abierta y luego añadió quejosa:

—¿No puedes esperar a devolverlo hasta haber leído el diario? Al menos déjame echarle un vistazo. Cinco minutos, no te pido más.

—Voy a hacer lo correcto.

Vee suspiró.

—No vas a cambiar de opinión, ¿verdad?

—No.

Una sombra cayó sobre nuestras toallas.

—¿Les importa si me uno a ustedes, encantadoras señoritas?

Levantamos la cabeza y vimos a Rixon de pie junto a nosotras, en bañador y con una camiseta sin mangas, con la toalla al hombro. De aspecto desgarbado, resultaba sorprendentemente fuerte y elástico, con la nariz aguileña y una mata de pelo oscuro que le caía sobre la frente. Llevaba un par de alas de ángel negras tatuadas en el hombro izquierdo. Eso, combinado con la sombra densa que proyectaba a las cinco de la tarde, le hacía parecer un sicario de la mafia.

—¡Has venido! —exclamó Vee. Una gran sonrisa le iluminó la cara.

Rixon se dejó caer en la arena delante de nosotras, se apoyó en un codo y dejó la cabeza reposando en el puño.

—¿Cómo iba a olvidarlo?

—Vee quiere que haga un juramento de sangre —le dije.

Él arqueó una ceja.

—Parece algo serio.

—Opina que así mantendré a Patch alejado de mi vida.

Rixon echó atrás la cabeza y soltó una carcajada.

—¡Buena suerte!

—Eh —dijo Vee—. Los juramentos de sangre no son cosa de risa.

Rixon le puso una mano en el muslo y le sonrió con afecto. El pecho me dolió de envidia. Hacía unas cuantas semanas Patch me había tocado de la misma forma. Lo irónico era que, hacía unas cuantas semanas, Vee seguramente se habría sentido igual que yo si se hubiera visto obligada a salir con Patch y conmigo. Saberlo tendría que haberme hecho más soportables los celos, pero seguía doliéndome. En respuesta, Vee se inclinó hacia delante y besó a Rixon en la boca. Aparté la mirada, pero no por eso se diluyó la envidia que me pesaba como una roca en la garganta.

Rixon se aclaró la voz.

—¿Queréis que os traiga unas Coca-Colas? —preguntó. Había tenido la delicadeza de darse cuenta de que me estaban haciendo sentir incómoda.

—Iré yo —dijo Vee, poniéndose de pie y sacudiéndose la arena del trasero—. Me parece que Nora quiere hablar contigo, Rixon. —Mientras pronunciaba la palabra «hablar» la entrecomilló con los dedos de ambas manos—. Me quedaría, pero no soy una gran aficionada al tema.

—Bueno… —empecé a decir, incómoda, sin saber muy bien qué pretendía Vee, pero segurísima de que no iba a gustarme.

Rixon sonrió, expectante.

—Se trata de Patch —añadió Vee, aclarando las cosas y consiguiendo que el ambiente se hiciera diez veces más tenso; dicho lo cual, se marchó.

Rixon se frotó la barbilla.

—¿Quieres hablar de Patch?

—De hecho, no. Pero ya conoces a Vee. Siempre consigue que una situación incómoda se vuelva diez veces peor —murmuré por lo bajo.

Rixon se echó a reír.

—Por suerte no resulta fácil humillarme.

—Ahora mismo, ojalá pudiera yo decir lo mismo.

—¿Cómo van las cosas? —me preguntó para romper el hielo.

—¿Con Patch o en general?

—Las dos cosas.

—Me han ido mejor. —Me di cuenta de que aquélla era una buena ocasión para que Rixon le transmitiera a Patch lo que yo dijera y añadí rápidamente—: Voy mejorando. Pero ¿puedo hacerte una pregunta personal? Es sobre Patch, pero si no te apetece contestarme no pasa nada.

—Dispara.

—¿Sigue siendo mi ángel custodio? Hace poco, tras una discusión, le dije que no quería que siguiera siéndolo. Pero no estoy segura de en qué quedamos. ¿Ya no es mi custodio simplemente porque le dije que no quería que lo fuera?

—Sigue asignado a ti.

—Entonces, ¿por qué ya no está nunca por aquí cerca?

—Rompiste con él, ¿te acuerdas? —me dijo Rixon con chispitas en los ojos—. Esto es difícil para él. A la mayoría de chicos no les atrae la idea de estar cerca de una ex más tiempo de lo imprescindible. Además, sé que dice que los arcángeles no le sacan el ojo de encima. Prefiere mantener las cosas dentro de lo estrictamente profesional.

—¿Todavía me protege, entonces?

—Claro. Pero no se deja ver.

—¿Quién me lo asignó?

Rixon se encogió de hombros.

—Los arcángeles.

—¿Hay algún modo de hacerles saber que me gustaría que me reasignaran? Esto no va demasiado bien. No desde que rompimos. —¿No iba demasiado bien? Aquello me estaba destrozando. Todas aquellas idas y venidas, viéndolo pero sin poder tenerlo… Era devastador.

Se pasó el pulgar por los labios.

—Puedo decirte lo que sé, pero hay bastantes probabilidades de que la información esté desfasada. Hace bastante que no estoy al tanto. Lo irónico, ¿estás preparada?, es que tienes que hacer un juramento de sangre.

—¿Es una broma?

—Te cortas la palma de la mano y dejas caer unas gotas de sangre en la tierra. No en una moqueta o en el cemento… En la tierra. Luego haces el juramento, reconociendo ante el cielo que no tienes miedo de derramar tu propia sangre. Polvo eres y en polvo te convertirás. Al pronunciar el juramento, renuncias al derecho de tener un ángel custodio y anuncias que aceptas tu destino… sin la ayuda del cielo. Recuerda, no te lo recomiendo. Te asignaron un custodio y por una buena razón. Alguien de arriba cree que estás en peligro. Alguien que me cae como una patada en el hígado, pero me parece que la suya no es una corazonada paranoica.

Noté algo que no era precisamente una novedad, algo oscuro que oprimía mi mundo, amenazando con eclipsarlo. En particular la sombra que iba detrás del fantasma reaparecido de mi padre. De pronto me asaltó una idea.

—¿Y si la persona que va por mí es asimismo mi ángel custodio? —pregunté despacio.

Rixon ahogó una carcajada.

—¿Patch? —No parecía creer que existiera la más mínima posibilidad. Rixon había pasado por todo con Patch. Incluso en el caso de que fuese culpable, Rixon seguiría de su parte. Una lealtad sin fisuras por encima de todo.

—Si intentara hacerme daño, ¿alguien lo sabría? —pregunté—. ¿Lo sabrían los arcángeles? ¿Los ángeles de la muerte? Dabria sabía si alguien estaba a punto de morir. ¿Puede algún otro ángel de la muerte detener a Patch antes de que sea demasiado tarde?

—Si dudas de Patch, te equivocas de tío. —Lo dijo en un tono helado—. Lo conozco mejor que tú. Se toma su trabajo de custodio seriamente.

Si Patch quería matarme, podía cometer el asesinato perfecto, ¿verdad? Era mi ángel custodio. Era el encargado de mantenerme a salvo. Nadie iba a sospechar de él…

Pero ya había tenido ocasión de matarme. Y no la había aprovechado. Había sacrificado la única cosa que más deseaba, un cuerpo humano, para salvarme la vida. No habría hecho eso de haberme querido muerta.

¿Lo habría hecho?

Descarté mis sospechas. Rixon tenía razón. Sospechar de Patch a aquellas alturas era una ridiculez.

—¿Es feliz con Marcie? —Cerré la boca. Para empezar, no había tenido intención de hacerle aquella pregunta. Se me había escapado. Me puse colorada.

Rixon me miró, meditando la respuesta.

—Patch es lo más parecido que tengo a una familia y lo quiero como a un hermano, pero no es para ti. Yo lo sé, él lo sabe y, en el fondo, creo que tú también. Es posible que no quieras oír esto, pero él y Marcie son parecidos. Están cortados por el mismo patrón. Patch puede permitirse divertirse un poco. Y puede… Marcie no lo quiere. Lo que siente por él no va a poner sobre aviso a los arcángeles.

Nos quedamos sentados en silencio, y me esforcé por ocultar mis emociones. Era yo quien había alertado a los arcángeles, en definitiva. Lo que sentía por Patch nos ponía en peligro. No era nada de lo que Patch hubiese dicho o hecho. Todo se debía a mí. Por lo que Rixon decía, Patch nunca me había querido. Nunca me había correspondido. Yo no quería aceptarlo. Quería importarle como él me importaba. No quería creer que hubiera sido un simple entretenimiento, un modo de pasar el rato.

Había otra cosa que me moría por preguntarle a Rixon. De haber seguido en buenos términos con Patch se lo hubiera preguntado directamente, pero ahora era una cuestión polémica. Sin embargo, Rixon tenía tanto mundo como Patch. Sabía cosas que no sabían los demás… sobre todo en lo referente a los ángeles caídos y los Nefilim. Y si no lo sabía, podría enterarse. En aquel momento, Rixon era mi mayor esperanza de encontrar a la Mano Negra.

Me humedecí los labios y decidí plantear la pregunta.

—¿Has oído hablar de la Mano Negra?

Rixon se estremeció. Me estudió en silencio un momento antes de lanzar una carcajada.

—¿Es una broma? No había oído ese nombre desde hace mucho. Creo que a Patch no le gusta que lo llamen así. ¿Te habló de eso, entonces?

Se me heló el corazón. Había estado a punto de contarle a Rixon lo del sobre con el anillo y la nota que decía que la Mano Negra había asesinado a mi padre, así que tuve que improvisar otra respuesta.

—¿La Mano Negra es el apodo de Patch?

—No lo es desde hace años. No desde que empecé a llamarlo Patch. Nunca le gustó eso de la Mano Negra. —Se rascó la mejilla—. Eso era en los tiempos en que trabajábamos como mercenarios para el rey de Francia. En operaciones clandestinas, durante el siglo XVIII. Una época entretenida. Se ganaba mucho dinero.

Sentí como si me hubieran dado una bofetada. Mi mundo estaba patas arriba. Las palabras de Rixon me resultaban confusas, como si hablara en un idioma desconocido y me costara entenderle. Inmediatamente me asaltaron las dudas.

Patch no. Él no había matado a mi padre. Había sido otro, no él.

Poco a poco las dudas fueron reemplazadas por otros pensamientos. Me puse a repasar los hechos, a analizarlos en busca de pruebas. Recordé la noche que le había entregado el anillo a Patch. Cuando le había dicho que me lo había dado mi padre, él había insistido en que no podía aceptarlo, lo había rechazado casi de plano. Y el nombre de la Mano Negra. Encajaba, encajaba incluso demasiado bien. Me esforcé por prestar atención un poco más, ocultando cuidadosamente lo que sentía, y elegí con cuidado las palabras antes de hablar.

—¿Sabes lo que más lamento? —dije, con tanto desenfado como pude—. Es una estupidez y seguramente te reirás. —Para que mi historia fuera convincente, saqué una risa despreocupada de un lugar de mi interior que no sabía ni que existiera—. Me dejé mi sudadera favorita en su casa. Es de Oxford… la universidad de mis sueños —le expliqué—. Mi padre me la trajo de Inglaterra, así que para mí significa mucho.

—¿Estuviste en casa de Patch? —Parecía realmente sorprendido.

—Sólo una vez. Mi madre estaba en casa, así que fuimos a la suya a ver una película. Me dejé la sudadera en el sofá. —Sabía que estaba cruzando una línea peligrosa. Cuantos más detalles revelara sobre la casa de Patch, más probabilidades tendría de equivocarme en algo y que me pillara en falta. Pero, si era demasiado vaga, temía que Rixon se diera cuenta de que mentía.

—Estoy impresionado. No le gusta que se sepa dónde vive.

Me pregunté por qué motivo. ¿Qué ocultaba? ¿Por qué Rixon era el único al que Patch dejaba entrar en su sanctasanctórum? ¿Qué era lo que podía compartir con Rixon y con nadie más? ¿Nunca me había permitido ir a su casa porque sabía que allí iba a ver algo que me revelaría la verdad? ¿Que me revelaría que él era el responsable del asesinato de mi padre?

—Recuperar la sudadera significaría mucho para mí —dije. Me sentía desapegada, como si me estuviera viendo a mí misma hablando con Rixon desde unos metros de distancia. Algo más fuerte, más inteligente y contenido estaba dictándome las palabras que pronunciaba. No era yo. Yo era la chica que se sentía hecha polvo, rota en pedazos tan diminutos como los granos de arena que tenía bajo los pies.

—Ve por la mañana. Que sea lo primero que hagas. Patch se marcha temprano, pero si vas a eso de las seis y media lo pillarás.

—No quiero tener que pedírselo cara a cara.

—¿Quieres que coja la sudadera la próxima vez que vaya por allí? Estoy seguro de que me pasaré por su casa mañana por la noche. Este fin de semana a más tardar.

—Me gustaría recuperarla lo antes posible. Mi madre no deja de preguntarme por ella. Patch me dio una llave y, a menos que haya cambiado la cerradura, todavía puedo entrar. El problema es que había oscurecido cuando nos fuimos y no me acuerdo de cómo llegar. No me fijé, porque no planeaba tener que volver a recoger mi sudadera después de romper.

—Está en Swathmore. Cerca del barrio industrial.

Anoté mentalmente aquella información.

Si su casa estaba cerca del barrio industrial, suponía que viviría en uno de los edificios de apartamentos de ladrillo de las afueras del casco antiguo de Coldwater. No había mucho más dónde escoger, a menos que se hubiera instalado en una fábrica abandonada o en uno de los nidos de vagabundos que había junto al río, lo que era poco probable.

Sonreí, esperando parecer relajada.

—Sabía que estaba en algún lugar cerca del río. Es el último piso, ¿verdad? —dije, dando palos de ciego. Me parecía que Patch no querría escuchar a sus vecinos trajinando por la casa encima de su cabeza.

—Sí —me dijo Rixon—. El número treinta y cuatro.

—¿Crees que Patch estará en casa esta noche? No quiero encontrármelo. Sobre todo con Marcie. Sólo quiero coger la sudadera y marcharme.

Rixon tosió en el puño.

—Bueno, no, quédate tranquila. —Se rascó la mejilla y me lanzó una mirada nerviosa, casi piadosa—. Vee y yo hemos quedado con Patch y Marcie para ir a ver una película esta noche.

Me puse rígida. El aire me ardía en los pulmones… y, luego, cuando se hubo esfumado toda apariencia de control de mis emociones, volví a hablar sin tapujos.

—¿Lo sabe Vee?

—Todavía intento encontrar el modo de darle la noticia.

—¿Qué noticia?

Rixon y yo nos dimos la vuelta mientras Vee se dejaba caer en la arena con una bandeja de cartón en la que llevaba las Coca-Colas.

—Es… una sorpresa —dijo Rixon—. Tengo un plan para esta noche.

Vee sonrió.

—Dame una pista. ¡Una pista, por favoooor!

Rixon y yo intercambiamos una mirada, pero yo aparté la vista. No quería tener nada que ver con aquello. Estaba repasando sistemáticamente la nueva información. Esa noche. Patch y Marcie. Una cita. En el apartamento de Patch no habría nadie.

Tenía que entrar.