Muchas gracias

Miércoles, 28

Mi pobre maestra quería terminar el curso, pero se fue cuando sólo faltaban tres días de clase, porque pasado mañana iremos a oír leer el último cuento mensual, Naufragio. Después… ¡se acabó! El sábado, primero de julio, habrá exámenes.

Ha pasado, pues, otro curso, el cuarto. Y de no haber muerto mi maestra, habría pasado felizmente.

Ahora pienso en lo que sabía en octubre y lo que sé hoy. Yo creo que he adelantado bastante, tengo muchas cosas nuevas en mi cabeza, logro escribir mejor lo que pienso; podría resolver problemas que muchas personas mayores no son capaces de solucionar y ayudarlos en sus negocios; comprendo mucho más y entiendo mejor lo que leo. Estoy contento… Pero ¡cuántos me han estimulado y ayudado a aprender, quién de un modo, quién de otro, tanto en la clase como en casa, por la calle y en todas partes, por donde he ido y he visto algo! En este momento me siento agradecido a todos.

Primeramente debo darte las gracias a ti, mi buen maestro, que tan indulgente y cariñoso te has mostrado conmigo, para quien ha representado no poco trabajo cada nuevo conocimiento que he adquirido y que ahora es para mí motivo de satisfacción y de sano orgullo. También te agradezco, Derossi, admirable compañero, las explicaciones con que me has hecho comprender de amable manera tantas veces cosas difíciles y superar escollos para mí insalvables en los exámenes; a ti, Stardi, fuerte y valeroso, que me has demostrado que con férrea voluntad todo se alcanza; a ti, estupendo Garrone, bueno y generoso, que te ganas las simpatías y la admiración de cuantos te tratan; también a vosotros, Precossi y Coretti, que siempre me habéis dado ejemplo de valor en los sufrimientos y de serenidad en el trabajo. Dándoos las gracias a vosotros, las doy a todos los demás.

Pero, sobre todo, te doy las gracias a ti, padre, a ti, mi primer maestro, mi primer amigo y confidente, que me has dado tantos buenos consejos y me has enseñado tantas cosas mientras trabajabas por mí, ocultándome siempre tus tristezas y tratando por todos los modos de hacerme fácil el estudio y bella la vida; y a ti, dulce madre, amado ángel de mi guarda, que has gozado con todas mis alegrías y sufrido con mis amarguras, que has estudiado, te has cansado y has llorado conmigo, acariciándome con una mano la frente e indicándome con la otra el Cielo.

Yo me arrodillo ante vosotros, como cuando era chiquito, y os doy gracias con toda la ternura que habéis puesto en mi alma en doce años de sacrificio y de amor.