Soberbia

Sábado, 11

¡Y pensar que Carlos Nobis se limpia con afectación la manga cuando le toca Precossi al pasar! Es la soberbia personificada, y todo porque su padre es un ricachón. ¡También es rico el padre de Derossi! Carlos desearía tener un banco para él solo; teme que todos lo ensucien, mira a los compañeros por encima del hombro y siempre tiene a flor de labios una sonrisa de desdén. ¡Ay si se le pisa un pie cuando salimos en fila de dos! Por nada lanza al rostro una palabra injuriosa o amenaza con hacer venir a su padre a la escuela. ¡Y cuidado que su padre le regañó cuando trató de andrajoso al hijo del carbonero! Nunca he visto semejante altanería. Nadie le habla ni se despide de él a la salida, ni hay quien le apunte lo más mínimo cuando no se sabe la lección. El no se interesa por nadie, y finge despreciar a todos, en especial a Derossi, por ser el primero, y luego a Garrone porque todos le quieren. Pero Derossi ni siquiera repara en él, y en cuanto a Garrone, cuando le dijeron que Nobis hablaba mal de él, contestó:

—Me importa un higo ese orgulloso tonto. A decir verdad ni merece que le toque, ni siquiera con mis puños.

El mismo Coretti, un día que se burlaba de su gorra de piel de gato, llegó a decirle:

—Vete con Derossi para aprender a tener educación.

Ayer fue a quejarse al maestro porque el calabrés le había tocado una pierna con el pie. El maestro preguntó al calabrés si lo había hecho adrede, y al responderle con toda franqueza que no, dijo al querelloso:

—Eres demasiado quisquilloso, Nobis.

Éste, con su acostumbrado aire de mimado, contestó:

—Se lo diré a mi padre.

El maestro se encolerizó entonces y repuso:

—Tu padre no te hará caso, como ha ocurrido otras veces. Además, en la escuela es el maestro quien únicamente juzga y sanciona —luego añadió con dulzura—. Vamos, Nobis, cambia de modales, sé bueno y cortés con tus compañeros. Aquí hay hijos de trabajadores y de señores, de ricos y de pobres; todos se aprecian y se tratan como hermanos… ¿Por qué no haces tú lo mismo que los demás? ¡Qué poco te costaría hacerte querer por todos y encontrarte más contento en este ambiente…! ¿Qué? ¿No tienes nada que contestar?

Nobis, que había escuchado las reflexiones del profesor con su acostumbrada sonrisa despectiva, le respondió fríamente:

—No, señor.

—Siéntate —le dijo el maestro—; te compadezco. Eres un chico sin corazón.

Todo parecía haber terminado; pero el albañilito, que está en el primer banco, volviendo su cara redonda hacia Nobis, que se sienta en el último, le hizo la acostumbrada mueca, poniéndole hocico de liebre, con tanta exactitud y gracia, que en toda la clase estalló una sonora risotada. El maestro le regañó, pero tuvo que taparse la boca para ocultar su risa. Nobis también se rió, si bien su risa no pasaba de los dientes.