Gratitud

Sábado, 31

Yo creo que tu compañero Stardi no se quejará nunca de su maestro. Has escrito: «El maestro estaba esta mañana impaciente y de mal humor», y lo dices en tono de resentimiento. Piensa en las veces que tú te impacientas, ¿y con quién? Con tu padre y con tu madre, lo cual convierte tu impaciencia en una falta bastante peor. ¡Tiene sobrada razón tu maestro para mostrarse impaciente alguna que otra vez! Ten en cuenta que lleva muchos años trabajando con muchachos y que si es cierto que algunos son cariñosos y corteses, también hay otros, la mayoría, ingratos, que abusan de su bondad y no se acuerdan de sus cuidados, resultando que, en definitiva, recibe más amarguras que satisfacciones.

Piensa que el hombre más santo de la tierra, puesto en su lugar, se dejaría llevar a veces por la ira. Y, además, ¡si supieses cuántos días, aun estando enfermo, acude a clase, por no ser su enfermedad lo suficientemente grave para dispensarse de su obligación, impacientándose porque sufre molestias y le apena que vosotros no lo advirtáis o abuséis de él…! Respeta y quiere a tu maestro, hijo mío.

Quiérele porque tu padre lo quiere y lo respeta; porque dedica su vida al bien de muchos chicos que luego no se acordarán de él, porque despierta e ilumina tu inteligencia y te educa el corazón; porque un día, cuando seas hombre y ya no estemos en el mundo ni él ni yo, su imagen se presentará con frecuencia en tu recuerdo al lado de la mía, y entonces, ciertas expresiones de dolor y de cansancio en su rostro de hombre apacible y honrado, en las que ahora no reparas, las recordarás y te causarán pena, aun pasados treinta años; y te avergonzarás, sentirás tristeza por no haberle querido como se merecía y por haberte portado mal con él.

Quiere a tu maestro, porque pertenece a la gran familia de cincuenta mil docentes primarios, esparcidos por toda la geografía de Italia, y que son como los padres intelectuales de los millones de chicos que crecen contigo, unos trabajadores no conceptuados merecidamente y mal pagados, que preparan para nuestra patria una generación mejor, más próspera y desarrollada que la presente.

No me satisfará el cariño que me tienes si no lo profesas también a todos los que te hacen algún bien, y entre ellos ha de ocupar el primer lugar tu maestro, después de tus padres. Quiérele como querrías a un hermano mío; quiérele cuando te complace y cuando te regaña, cuando a tu parecer, obra con justicia y cuando creas que es injusto; quiérele cuando se muestre afable y de buen humor, pero más todavía cuando lo veas triste. Quiérele siempre. Pronuncia en todo momento con respeto el nombre de maestro que, después del de padre, es el más noble y dulce que un hombre puede dar a otro.

TU PADRE.