Fuentes fiables

Los medios de comunicación tienen una demanda constante de noticias a la que satisfacer. La rapidez con la que se reclaman y los costes en tiempo y dinero para buscarlas y contrastarlas, obligan a reducir la labor periodística al mínimo.

Determinadas fuentes consideradas fiables por los medios de comunicación, alivian de la carga de una investigación imposible en un mundo a cámara rápida. Estas fuentes suelen coincidir con los representantes gubernamentales, funcionarios de policía o grandes poderes empresariales que cuentan con la apariencia de veracidad necesaria para que sus posturas particulares sean noticia.

El mito de Madrid Rock

Cuando el director de Madrid Rock dijo que cerraba su tienda por culpa de las descargas de Internet, los medios de comunicación no lo dudaron un instante. La prensa, la radio y la televisión, que no dedican ni un solo segundo a la música independiente, se convirtieron, de la noche a la mañana, en los mayores melómanos y defensores del arte. Titulares ñoños y lacrimógenos donde lloraban la caída de un mito y se lamentaban de la maldita piratería que lo había asesinado.

El periódico ABC tituló a la noticia El último Rock de Madrid y en su desarrollo no dejaba lugar a la duda de quién fue el asesino de la tienda y de la música: «La parió la “movida”. La mató la “piratería” […] La piratería, el disco “bastardo”, va a poner en la calle a 46 personas, algunas de ellas, con más de 10 años de trabajo a sus espaldas en el negocio».

Es decir, lo que el director de la empresa había alegado como causa del descenso de ventas, era noticia. El empresario millonario que va a dejar en la calle a 46 personas culpando a otros de la calamidad, es una «fuente fiable».

Pero cuando los 46 trabajadores que tanto le importaban a ABC destaparon, por medio de sus delegados sindicales, que podían «probar fehacientemente» que la tienda no cerraba por la piratería sino por la avaricia de un empresario que vendía el local por una suma incalculable a una multinacional textil, pocos medios se hicieron eco de esa réplica. Los que lo hicieron dejaban claras las diferencias que hay entre la opinión del director de un negocio y la de sus trabajadores. Mientras las palabras del primero eran palabra divina y se convertían en noticia, la de los segundos, que podían probarlas «fehacientemente», eran solo una opinión.

Para ABC, «a juicio de la central sindical [CCOO] , el cierre está motivado por una negligente gestión y una especulación inmobiliaria». El periódico EL MUNDO, que en su día colocó a la noticia el explícito titular de La piratería acaba con Madrid Rock, tituló a las informaciones de los trabajadores como «CCOO denuncia que el cierre de la tienda de discos Madrid Rock se debe a la especulación inmobiliaria». El País había titulado a su reportaje La piratería mata un mito musical a pesar de que no había más prueba que la palabra del dueño del establecimiento, pero cuando los trabajadores dijeron, nómina en mano, que ellos cobraban parte de su sueldo por comisiones de ventas y que sus sueldos no habían bajado, este diario dijo que «los empleados del establecimiento vinculan el cierre con supuestas maniobras especulativas, no con el descenso de ventas».

La primera opinión que se dio es la realidad y la segunda es lo que los trabajadores opinan sobre ella. Al fin y al cabo, de todos es sabido que los trabajadores son capaces de decir cualquier cosa para pillar un buen pellizco por su despido, no como los empresarios millonarios, conocidos por su amor a los obreros y por su proporcionada escala de valores donde el dinero ocupa los últimos peldaños.

La adicción a las cifras astronómicas y el mito del kilo de hachís

La exageración de cifras es algo habitual. Los millones de piratas o de dólares perdidos bailan de noticia en noticia sin el menor control. Para impresionar, los ceros a la derecha se colocan casi por inercia y los periodistas recogen y publican declaraciones que den numeritos por extravagantes que sean.

John Malcolm, de la MPAA, dijo, y así lo recogieron los periódicos, que en cualquier momento hay alrededor de 8300 millones de personas distribuyendo material pirateado a través de la web. Más vale que sobre que no que falte, debió pensar este tipo que considera que hay más conectados a Internet que habitantes en el planeta tierra.

Para la prensa también es un dato oficial, una verdad incuestionable, las informaciones que provienen de fuentes gubernamentales. Poco importa que esas informaciones sean increíbles o ridículas.

Puede que ustedes hayan escuchado varias veces por boca de los fanáticos del copyright que la venta de un kilo de discos piratas es más rentable que la venta de un kilo de hachís.

Creo que el origen de la leyenda urbana está en las palabras del comisario europeo Pascal Lamy, que dijo que un kilo de hachís reporta unos beneficios de 2000 euros mientras que un kilo de compactos piratas genera 3000. Los medios de comunicación dieron ese dato por bueno y lo publicaron no como opinión del señor Lamy, sino como noticia. Al fin y al cabo lo había dicho un comisario europeo, blanco y con corbata. Además, también es medio calvo que, como es sabido, suelen ser tipos de fiar. El periódico EL PAÍS en su artículo El Imperio de los Piratas hacía una versión de esta leyenda urbana alterando ligeramente estos datos. Según este diario, un kilogramo de discos compactos piratas vale en la actualidad 3000 euros, mientras que un kilo de resina de cannabis «está valorado en 1000 euros».

Sin embargo, un poco de sentido común y una báscula habrían tirado por tierra esa teoría. Si pesan un CD en sus casas y realizan una sencilla operación matemática descubrirán que en un kilo entran, aproximadamente, 63 compactos. Esto quiere decir que, si un kilo de discos piratas genera un beneficio de 3000 euros, cada compacto en las mantas cuesta 47'61 euros, y esto si suponemos que en ese negocio ilegal no hay gastos.

Obviamente es una estupidez, pero no importa porque la información proviene de una fuente fiable que relaja la molesta tarea del contraste. Mi cálculo, aunque esté basado en una operación matemática que todo el mundo puede comprobar, es solo una opinión. Lo que vale para la prensa es lo que dice Lamy, que para eso es comisario y sale en las fotos muy serio y con aspecto de estar permanentemente enfadado.

La frase del comisario se puso de moda entre los defensores de las restricciones de la propiedad intelectual. Era un buen eslogan porque ya habían conseguido identificar a la piratería con las descargas de Internet y ahora la mezclaban con el narcotráfico. Descargas de Internet, Top Manta y drogas en un mismo saco. Algo así como cuando los puritanos dicen que están hartos de películas llenas de drogas, violencia y sexo (si no eres miembro del Opus Dei, no hace falta decirte cuál es la palabra que no forma parte del mismo campo semántico).

Pedro Farré, basándose en una información que atribuye a la Agencia Tributaria, aseguró en el artículo Mafias y Piratería Cultural que fabricar y distribuir un kilo de discos piratas es «cinco veces más rentable» que vender un kilo de hachís. Si producir y poner en circulación 63 compactos falsificados da cinco veces más rendimiento económico que vender un kilo de hachís, es que los narcotraficantes ganan realmente poco. Limpiar escaleras les saldría mucho más rentable a los camellos porque cuenta con la ventaja de ser una actividad legal y que no exige introducirte cápsulas en ningún orificio corporal para cruzar la frontera.

El mito de los latinos y sus bárbaras costumbres

Según el diario mexicano La Crónica de Hoy, algunos empresarios de la industria discográfica de EEUU dicen que la culpa del aumento de la piratería en aquel país es de los latinos «que llegaron a Estados Unidos con la costumbre de comprar discos ilegales». El argumento que confirma la teoría xenófoba lo da un empresario sin identificar y que asegura que «esto lo podemos comprobar fácilmente porque hay otras personas, con un nivel socioeconómico menor, que no dañan la industria comprando música pirata». No necesitó contrastar más fuentes el diario mexicano para publicar una noticia titulada La piratería en EU aumentó por culpa de los latinos.

La perversión del lenguaje

La elección de las palabras por los medios de comunicación no suele ser casual sino que se hace cuidadosamente para suavizar o agravar la realidad que se nombra.

Es por eso que algunas palabras se visten de gala para salir por televisión. Y es así como consiguen que desaparezcan las guerras que se convierten en intervenciones militares donde hay efectos colaterales, que es el nombre que reciben los que saltan por los aires sin saber de qué va la cosa cada vez que hay una incursión aérea. Ya no hay paro en el paradisíaco mundo del eufemismo sino que hay tasa natural de desempleo, no hay pobres sino carentes y no hay ricos sino pudientes. «Políticamente correcto» es como se llama al disfraz que se pone la realidad para salir por televisión.

Cuanto más leo los periódicos menos preocupado me siento por mis problemas, porque ahora sé que mi economía familiar no se va al garete como creía sino que experimenta un crecimiento negativo y los ricos que me roban por el camino para que eso ocurra no son ladrones sino cleptómanos que se enriquecieron por un golpe de suerte, es decir, que se enriquecieron como por arte de mafia.

Por el contrario, cuando lo que se trata es que la sociedad perciba con recelo una realidad social que por ahora le resulta inofensiva, no hay nada mejor que cambiar el lenguaje y colocarle la palabra adecuada. Y es por eso que aparece en escena la palabra «pirata», que es como se llama a los que se descargan, entre otras cosas, música de Internet. El hecho de establecer una equivalencia moral entre la persona que se descarga una obra protegida por copyright y aquellos tipos con parches en el ojo que asaltaban y saqueaban los barcos tras asesinar a su tripulación, no es una casualidad sino que tiene el mismo objetivo que los eufemismos: cambiar la percepción que se tiene de la realidad.

Si mezclan los eufemismos con las exageraciones se dan cócteles realmente explosivos. Para la televisión bajarse un disco de Kiko Veneno es piratería pero si los intermediarios se quedan con el 97% de los beneficios que genera ese cantante, no se trata de piratería sino de una «mala negociación del contrato». Para Kamil Idris, director general de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, «la copia ilegal de Cd's o piratería es como el terrorismo» y «puede ser una cuestión de vida o muerte», pero llama a los países del Tercer Mundo países «en desarrollo» que es «como llamar bajitos a los enanos» como dice, y bien dice, Eduardo Galeano.

Los trileros del lenguaje marean las palabras para fundar un idioma a su medida y una vez que se acepta como algo normal la palabra «piratería» para designar a las descargas de la red ¿quién se atreve a defenderlas? Las connotaciones de la palabra son lo suficientemente negativas como para que la frase «yo estoy a favor de la piratería» suene a demencia senil.

Manuel García Pelayo, el que fuera presidente del Tribunal Constitucional, dijo que «la palabra domina un determinado ámbito de la realidad, de donde se desprende que quien posee la palabra adquiere un dominio sobre ese ámbito». Bien sabe esto el poder, que usa los medios de comunicación para cambiar la realidad rebautizándola.

Cartas al director

Le manifiesto mi sorpresa por un artículo que ha escrito sobre las redes P2P en la revista Computer Idea. El motivo de mi perplejidad se encuentra en una columna de ese artículo en el que reproduce una cita de diversas personas, y, entre ellas, una mía. Lo que me ha llamado la atención no es solo su contenido, que no es literal, sino que iba acompañada, como es habitual en las citas, de mi nombre y mi ocupación. Con mi nombre acertaron y no tengo queja en ese sentido, pero como profesión me colocan la de «pirata». Verán, no es que me moleste esa palabra, hoy en día es muy común, pero ¿no podrían haber puesto algo menos peyorativo y más descriptivo? Por lo menos podían haber puesto «David Bravo Bueno, el tipo bajito de las gafas». Incluso, ya puestos, y, teniendo en cuenta que de los demás personajes han citado su profesión, podrían haber acudido a la mía y haber firmado como «David Bravo Bueno, abogado». Además, y para colmo, su artículo se abre con una frase que se pregunta si «somos burdos piratas o internautas honrados» adjudicándome a mí por tanto la peor de las dos opciones posibles. Y otra cosa, ¿cómo se le ocurre introducir el artículo diciendo que en él tratarán de «discernir entre el bien y el mal»? Solo Dios, y tal vez George Bush, se han atrevido a dar a sus palabras un valor tan elevado.

Es cierto que escribí un artículo que se llamó Confesiones de un Pirata y que mi sección en la revista @rroba se llama precisamente así, pero también lo es que Thomas de Quincey tituló a su biografía como Confesiones de un inglés comedor de opio y, a pesar de ello, seguiría sin ser correcto extraer una cita del escritor y adjudicársela a «Thomas de Quincey, el drogota inglés». Las memorias de Walter Yetnikoff, presidente de la CBS Records durante 25 años, se llaman Confesiones de un magnate de la música en una era de excesos, ¿de verdad si tuviera que citarlo le colocaría el apelativo al que invita ese título? Philip K. Dick es el autor del libro Confesiones de un artista de mierda. Prefiero no pensar qué ocurrirá el día que reproduzca una frase de este señor.

Además, después de ese texto mío de irónico nombre y que pretendía, precisamente, ridiculizar la palabreja, he expresado mi opinión en artículos y charlas sobre lo poco agradable que me resulta ese calificativo. De hecho, como usted puede comprobar con una búsqueda superficial en Internet, para mí «la primera mentira sobre la piratería» es la de «su propio nombre». Es decir, no solo es falso que me autoproclamo pirata, como se dice literalmente en el artículo, sino que niego que lo sean también los más de 150 000 000 de personas que usamos las redes P2P. Vale que se use de mote. Queda gracioso y yo mismo puedo referirme a mí en ese sentido para echar unas risas con los colegas, pero si vamos a gastar bromas creo que aquí tienen que pringar todos. El día que usted use uno solo de los apodos que voy a recomendarle a continuación, no tendré inconveniente en que se refiera a mí como «pirata».

Cuando hable de Teddy Bautista sería gracioso que se refiriera a él como «Teddy el oso canoso». No es que lo sea, por supuesto, de hecho no sé qué diablos es un oso canoso, pero quedaría simpático como metáfora. Como simpática ha quedado esa que ha usado usted para referirse a los que criticamos la supuesta denuncia a 4000 usuarios de P2P y con la que nos ha llamado «los perros» (por cierto, eso de calificar al abogado que interpuso la denuncia como el «Garzón justiciero» de Internet también podría haber estado más conseguido).

Habla usted en su artículo de Cary Sherman y se refiere a él como «presidente de la RIAA». Muy mal. Queda sosísimo. Teniendo en cuenta que ese hombre dirige una asociación que, para conseguir suculentos acuerdos extrajudiciales, ha denunciado a miles de ciudadanos honrados, niñas de 12 años incluidas, sería más apropiado que se refiriera a él como «el coco». ¿Se imagina? Aparece una cita del tipo ese diciendo algo así como «vamos a meteros a todos en la cárcel», y está firmada por «Cary Sherman, el coco». Se me cae la baba solo de pensarlo. Hágalo y no solo será nuestro héroe de por vida sino que además le mandaremos postales a prisión.

También podemos ver en su reportaje un recuadro con una pequeña entrevista a José Neri sobre Derecho de Propiedad Intelectual. Resaltan ustedes como titular una frase del propio Neri que dice «sólo los jueces pueden emprender acciones legales». ¿Es posible que a mí me llamen «pirata» y a alguien que dice algo como eso le reserven el rimbombante apelativo de «director general de la Sociedad Digital de Autores y Editores»? Quedaría mucho más simpático que reprodujeran la entrevista y al final colocaran lo siguiente: «José Neri, uno que no sabe ni papa». No solo es mucho más gracioso sino que también da pistas al lector de que lo que se dice en la entrevista no debe tomarse en serio.

Sé que usted lo ha hecho con la mejor intención y seguro que es un tío simpático, pero creo que el uso del lenguaje no ha sido el más adecuado. Pienso que eso es debido a que hay periodistas que elevan a noticia las opiniones del poder y otros que simplemente han aprendido la profesión leyendo a los primeros. No me cabe duda de que usted pertenece a este segundo grupo de eco inconsciente. Aún así, creo que debo hacer esta corrección esperando que mis humildes consejos le sean útiles en el futuro.

La propiedad intelectual como censura

La propiedad intelectual, excusa favorita para mantener monopolios, es también muchas veces la mejor alternativa para aniquilar la libertad de expresión.

Muchas de las referencias culturales comunes forman parte de nuestras expresiones cotidianas, y el hecho de que tengan propietarios resulta a veces semejante a que alguien sea dueño de algunas letras del alfabeto. David Casacubertas, nos recuerda que la crítica a veces usa marcas o imágenes como mejor arma. La pija por antonomasia es la Barbie y los soldados que se pasan de la raya son «rambos». En estos casos la expresión y el copyright se cruzan y muchas veces se devoran.

Si en tu periódico del instituto quieres criticar al director y sacas un fotomontaje en el que aparezca su cara sobre el cuerpo de un famoso personaje de una serie de televisión, lo más probable es que no te demande, entre otras cosas porque los de la APA lo ejecutarían, pero si decidiera hacerlo, una demanda por vulneración del derecho al honor probablemente no iría a ningún lado porque la libertad de expresión es un derecho que se interpreta de forma expansiva y que se restringe en casos muy excepcionales. Tendría muchas más posibilidades si conoce a los productores de la serie y les pide el favorcito de interponer una demanda por vulneración de la propiedad intelectual. Al fin y al cabo has usado a su personaje sin consentimiento y ahí la discusión es menos clara. Puedes acogerte al derecho a la parodia, y puede que el juez falle en tu favor. Pero también puede que no. Ante esa tesitura que te obliga a contratar abogados y a soportar descargas de adrenalina, la mayoría decidirá retirar el periódico.

Es verdad que es demasiada casualidad que un director de instituto conozca a los productores de la serie. Pero lleva el ejemplo a otro nivel. A ese nivel en el que la persona que criticas es, precisamente, de esa esfera de poderosos en la que todos son amigos de todos y amigos de nadie. Donde el presidente del país le debe un favor al dueño del periódico que le debe un favor al presidente de la empresa que le incluyó aquella campaña publicitaria a toda página y a precio de oro.

Las demandas que buscan poner una mordaza con la excusa de la propiedad intelectual, ya sea para hacerle el favor a tu amigo o por tu propio interés, están a la orden del día. Es habitual criticar el comportamiento de las empresas usando para ello su logotipo con fines de ilustración, de parodia o, sencillamente, para que se sepa bien de quién se está hablando. Las multinacionales, conscientes de que alegar una difamación podría tener el efecto contraproducente de que se demuestre durante el juicio lo que los demandados alegan en sus críticas, prefieren hacerse valer de sus derechos de copyright para retirar los contenidos que les molestan.

Basándose en el copyright, Mattel, la empresa propietaria de Barbie, ha cerrado un Fanzine para chicas y Kmart hizo lo mismo con la página de Internet Kmart Sucks. Mientras, por un lado, las empresas globalizan estas referencias culturales y las insertan en todos los aspectos de nuestra vida, por el otro, van golpeando con las leyes de propiedad intelectual a todo aquel que haga uso de ese acervo que pretende ser común. La posibilidad de criticar ese universo referencial está vetada para la mayoría.

En España quizás el caso más conocido es el de marcianos.net. En esta página se colgó un vídeo que, parodiando la famosa canción aserejé, criticaba la gestión hecha por el anterior gobierno durante la crisis del Prestige. La SGAE no tardó en enviarle una carta pidiéndole 390 euros mensuales por usar una obra que ellos gestionan. El webmaster de la página lanzó en respuesta un comunicado donde aseguraba que en el historial de las conexiones que se hicieron a su web podía comprobarse cómo el Ministerio de Ciencia y Tecnología había estado visitando con asiduidad la página en los tiempos en los que la SGAE mandó la carta. Probablemente por esta experiencia, en la página de entrada de marcianos.net puede leerse: «Queda prohibida la entrada de cualquier miembro u organización de carácter gubernamental (SGAE, RIAA, BSA, etc…) por expreso deseo del autor». Fuera o no real que el Ministerio pidió el favor para lograr una censura, lo que es evidente es que ese sería el efecto logrado por SGAE, independientemente de su intención. Como evidente es también que muchos de los que reciben una carta que te pide cantidades desmesuradas por ejercer tu libertad de expresión preferirán la mordaza a la bancarrota.

Marvel, está a punto de lanzar un cómic donde relata una hipotética juventud del personaje Magneto. Por la imagen, no es difícil averiguar en qué popular español se han inspirado.

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La fotografía del rey es obra de Alberto Schommer y por lo tanto está sujeta a derechos de autor. Si la casa Real quisiera ayudar al profesor Xavier a terminar con el jefe de los imitantes malos, solo tendría que pedir el favor al famoso fotógrafo para que le haga la magia del copyright.

Algunos propietarios del alfabeto

Los abogados del periódico Wall Street Journal amenazaron con demandar por plagio del nombre al Small Street Journal, un periódico docente que se reparte gratuitamente en una pequeña población de Maine entre niños menores de 10 años.

AOL Time Warner demandó al fundador del Niggertainment Monthly porque, según ella, ese nombre sonaba demasiado al Entertainment Weekly.

El Alcalde de Dallas, Ron Kirk, usó como eslogan de su campaña una frase que decía: «hace cuatro años, elegimos a Ron Kirk como capitán del Enterprise de Dallas». Además, para amenizar la tontería, usó un extracto de la banda sonora de Star Trek. La Paramount, propietaria de la saga, obligó a la retirada inmediata del anuncio.

El día que Chris Van Allen, un chico de 12 años al que apodaban Pokey, pensó que podía poner sin problemas ese nombre a su página de Internet, la empresa Prema Toy Company le dejó claro que se equivocaba. Prema, que tiene registrada la palabra Pokey como marca, demandó al pequeño pirata de Chris por usar un apodo que ya tenía dueño.

A las 14:40 horas del día 11 de Septiembre de 2001, el dueño de un restaurante de Nueva Jersey, intentó registrar las palabras World Trade Center. La explicación que dio para hacerse propietario de esas palabras es que, si alguna vez hacían una película sobre el atentado, le gustaría participar en los beneficios.