Los superventas

No me meto en política, no me meto ni despotrico contra ningún gobierno o raza. Intento hacer algo fácil, divertido, alguna canción en que la gente se sienta partícipe, que la chica que está bailando le excite bailar esa canción, que forme la historia de esa chica, ese chico o ese grupo que esté bailando. ¿Poesía? Cada uno llama poesía a lo que quiere. Yo lo que trato de hacer es algo divertido, algo que rime.

King África

Una de las características más relevantes de los superventas es que son ideológicamente estériles. Esta virtud es la que les hace imprescindibles en un sistema que basa su supervivencia en la desinformación, la pasividad y la distracción.

El hecho de que la mayoría de los cantantes muchimillonarios no tomen partido por nada, tiene, como casi todo, razones de mercado. Es bien sabido que el objetivo de un superventas no es otro que el de supervender. Decantarse por una ideología, cualquiera que sea, puede suponer la extirpación inmediata de un sector comercial. Las discográficas son conscientes de que los temas polémicos polarizan el mercado, y esa es la razón por la que el 95% de la música está copada por movimientos sexis, cachetes con cachetes y pechitos con pechitos.

El hecho de que la cultura que es comercialmente rentable sea la que resulta aséptica, tiene un efecto importante en la sociedad. La cultura es fundamental en el desarrollo personal y puede ser la línea que marca la diferencia entre que tu hijo se preocupe porque no tiene Nikes con muelles o por el precio de la vivienda. Son los grandes poderes económicos los que fabrican la ideología y te la transmiten en forma de publicidad, de noticia o de canción del verano. La aparición de las redes P2P pone en jaque el pensamiento cero que promocionan estos ídolos de cartón piedra desde todos los medios de comunicación.

Esta realidad, que multiplica neuronas y melómanos, es el enemigo público número uno de las discográficas y de los gobiernos, que se han lanzado a una campaña propagandística para advertirte de que tu interés por acceder a la cultura es inmoral, ilegal y peligroso.

Como sería intragable que un magnate discográfico apareciera en televisión con su corbata y su gomina para exigir a la sociedad que dejen de descargar música, la estrategia a seguir ha sido la de enfrentar a músicos con los que deberían ser sus aliados.

Que los músicos morirán de hambre es el principal argumento que esgrimen estos guiñoles y el gobierno, utilizados como señuelos por las grandes corporaciones. Según EFE la Ministra de cultura dijo que era importante hacer una nueva Ley de la Propiedad Intelectual para luchar contra la piratería porque, de lo contrario, «nadie querrá trabajar y dedicarse a este campo tan importante y con el que muchos comen a final de mes».

Lo cierto es que ese es literalmente el problema: con el actual sistema muchos comen a final de mes, pero el resto de los días no prueban bocado. Sería bueno que tiraran la casa por la ventana con esta reforma e intentaran que los autores al menos pudieran picar algo durante el mes entero.

La ministra, cuando da estas declaraciones, pretende referirse al proletariado de la música pero para preparar esos discursos se reúne con la élite. ¿De verdad Bisbal, Alejandro Sanz y Caco Senante son buenos ejemplos de cantantes que comen solo a final de mes? ¿Tiene pinta Caco Senante de llevar esa dieta?

Los superventas con los que habitualmente se reúne la Ministra no solo no son representativos sino que los efectos que las descargas tienen sobre ellos son muy distintos a los que tienen en la gran mayoría de músicos.

La razón por la que los que venden discos por millones se quejan por el intercambio de Internet es porque éste da a los músicos lo que los superventas ya tienen: publicidad.

Los conciertos de Alejandro Sanz no aumentan por mucho que se distribuya su música por las redes P2P. Si este cantante va a tu ciudad, tú ya sabes si su concierto te va a gustar o no, o si merece o no la pena ir, aunque no hayas escuchado un disco suyo en toda tu vida. Los superventas, en otras palabras, no necesitan de las redes de intercambio para que se les conozca, porque de eso ya se encargan los medios masivos de comunicación.

Y no solo no les da, sino que les quita. Tú mismo recordarás que dejaste de ser fan de los Backstreet Boys el día que aquel tipo del pelo largo que se sentaba a tu lado en clase de Ética, te enseñó un mundo de música independiente que ni siquiera sabías que existía. Los Backstreet Boys ya podían olvidarse de ti.

Ese alumno que te sacó del mundo de la música prefabricada y que es el enemigo número uno de las multinacionales, está ahora multiplicado por millones en las redes de intercambio de archivos en Internet. Más de cien millones de personas que comparten música y que se descubren cada día mutuamente que hay vida más allá de Bustamante. Los conciertos de muchos superventas no solo no suben, sino que corren el riesgo de bajar si sus fans descubren que hay otros mundos.

De hecho, según el anuario de la SGAE de 2004, los «grandes conciertos» (aquellos que tienen más de 2500 espectadores) han bajado de 1104, en el año 2002, a 865 en 2003, mientras que los «conciertos normales» han subido drásticamente de 71 469, en 2002, a 100 458, en 2003.

El mercado de la música está basado en los superventas: seis o siete grupos o cantantes que venden por millones porque los medios de comunicación le recuerdan que los debes oír si te consideras una persona normal. El mayor peligro de las redes P2P es que diversifica los gustos que antes estaban concentrados. El intercambio descubre la música a mucha gente, y música es precisamente lo que las grandes multinacionales no venden.

La reseña publicitaria de El Corte Inglés al disco del Santa Justa Klan dice que los personajes de la serie Los Serrano que forman ese grupo «apenas saben tocar una nota». Eso no ha impedido que se coloquen en el primer puesto de la lista AFYVE. La publicidad explica el éxito. Sin contar la mucha que ya les da la serie de televisión, estos cuatro pitufos makineros del siglo XXI recorrieron los platos y tuvieron toda la promoción que los grupos que se creen lo que hacen querrían. Y la que no querrían también la tuvieron: les abrió sus puertas la Gala de Mister España y el Programa de Ana Rosa Quintana donde los presentadores se pusieron a saltar «a toda mecha» sobre los sofás lanzando cojines como si tuvieran un ligero retraso mental. Ante este jolgorio, lo menos que hará tu hijo es exigirte el disco, y de ahí al número uno hay un paso. El negocio de las multinacionales es el de la venta de productos músicales que solo exigen dos requisitos a los consumidores: que tengan 20 euros a mano y que no sepan demasiado de música.

El hecho de que las multinacionales buscan un mercado predecible no es una suposición, sino que es un pecado confesado por ellas mismas. Cuando las estaciones de radio más minoritarias preguntaron a la RIAA por qué establecía un precio tan alto para la comunicación pública de sus obras expulsando así a cientos de emisoras, la RIAA contestó: «La verdad es que no queremos que el modelo sea el de una industria con miles de emisoras, creemos que debería ser una industria con cinco o siete grandes actores que puedan pagar una tarifa alta y que sea un mercado estable, predecible».

El que los superventas sean los únicos que aparecen por televisión, hace pensar a muchos que el negocio de la música reporta a los cantantes piscinas olímpicas y mansiones en Miami y que por tanto la opinión de esos magnates sobre la piratería es secundada por la gran mayoría de un sector que muchos suponen millonario por definición. La realidad es muy distinta a esa, según el presidente de la SGAE, solo el 4% de los 70 000 socios de su entidad cobran más del salario mínimo interprofesional. A pesar de ello, son éstos, una minoría dentro de una minoría, los que salen en televisión representando a todos los demás. Mientras tanto, las encuestas dicen que la mayoría de los músicos cree que desde que existe Internet gana más dinero que nunca.

Del estudio Ingresos de los artistas y «copyright»; una revisión de datos de las industrias musicales alemana y británica en el contexto de las nuevas tecnologías se deduce que la base económica que sustenta al 90% de los músicos de los que nunca se habla, son las fuentes indirectas como la docencia, las conferencias y los conciertos. Si eso es así, para ese 90% es un buen negocio el descenso de la venta de discos a cambio de la popularidad que consiguen a través de los intercambios en Internet que hacen que aumenten todos los demás conceptos, que conforman su verdadero sustento.

Los músicos que más venden no solo son los únicos con voz sino también los únicos con voto. Nunca sabremos si la posición de SGAE tiene algo que ver con la de los socios que la componen porque solo pueden votar los que alcanzan una cantidad de ingresos anuales lo suficientemente elevados como para excluir a casi todos. Además, dentro de esos pocos elegidos, la cantidad de los votos se reparte dependiendo de si eres de los que ganan mucho o de los que ganan muchísimo. En las últimas elecciones, celebradas en el año 2001, fueron 6461 socios los que tenían derecho a voto según este sistema que mide la idoneidad de tus decisiones a través de tu bolsillo. Ese número de votantes no significa ni el 10% de los autores integrados en SGAE. Teddy Bautista, presidente del Consejo de Dirección de SGAE, dice que él representa «al albañil de todo esto, al que está en el andamio constantemente», sin embargo no son precisamente los albañiles de la música los que pueden votar para elegir quién y cómo debe representarles.

En un debate radiofónico con motivo de la Campus Party, Pedro Farré, lo intentaba justificar así:

Jorge Cortell: ¿Pueden todos los miembros de la SGAE votar?

Pedro Farré: En la SGAE, de una u otra forma, como en toda sociedad, como en toda fundación, como en toda organización regida por el derecho, sus socios pueden participar de una u otra forma. Es decir es una sociedad que se rige por principios democráticos.

Javier Candeira: ¿Pueden votar y cuenta su voto igual el del pequeño músico que acaba de empezar que el del grande?

Pedro Farré: Hombre, pues no, porque tenemos unos estatutos que establecen otro sistema pero esos estatutos, como en cualquier organización, se pueden cambiar.

Javier Candeira: Pero el pequeño no puede votar porque tiene menos votos que el grande. No puede cambiar esos estatutos.

Pedro Farré: Bueno, claro, pero, pero bueno, eso ocurre en cualquier tipo de organización de este tipo. Es que eso es lo normal. Lo normal es que así sea, claro. En cualquier sociedad no todos los miembros, no todos los socios, tienen el mismo número de votos. Es decir, es que no estamos hablando de unas elecciones como las que hay por ejemplo en España. En un país, pues, para elegir por ejemplo al presidente del gobierno o al parlamento, es que esto es otra cosa…

Efectivamente es otra cosa, y se llama voto censitario. Este sistema no solo le importa y afecta a los músicos si tenemos en cuenta que entidades como la SGAE, dirigidas como vemos por una élite económica, son las que promocionan las campañas publicitarias contra la «piratería», influyen en los legisladores y organizan cursos a jueces y policías para ilustrarlos sobre la realidad de la propiedad intelectual desde su particular e interesada perspectiva.