En ocasiones, las grandes corporaciones minoristas deberían aparecer como coautoras de las obras que venden. Las grandes tiendas, exaltados defensores de la cultura, son muchas veces las que más hacen para encarcelarla, censurarla y condicionarla. El hecho de que una gran cadena de tiendas se niegue a vender tu disco puede ser la línea que separa el éxito de la bancarrota. Conocedoras de ese poder, ejercen una censura que consiste en el expeditivo acto de hacerte desaparecer retirando tu disco de los estantes.
La cadena Wal Mart se negó a vender el disco de Nirvana In Utero porque en su portada aparecía un feto y porque incluía una canción titulada Rape Me (Viólame).
En términos financieros, que el gigante Wal Mart se empeñe en no vender tu disco, significa que éste tendrá un 10% menos de ventas. Ese fue suficiente argumento para que Nirvana y Warner se decidieran a hacer una edición especial para Wal Mart donde se suavizaba la portada y donde la canción Viólame pasaba a llamarse Chico abandonado.
Ahora, sustituyendo fetos y violaciones por chicos abandonados, el disco seguiría su curso comercial con normalidad.
Este caso que se hizo famoso no es una excepción sino que constituye la regla de ciertas corporaciones. Teresa Stanton, gerente de la tienda Wal Mart de Cheraw, nos explica el procedimiento a seguir con los productos que no encajan con su cliente tipo: «cada dos semanas quito de las estanterías algo que no creo que tenga una calidad adecuada para Wal Mart».
El problema no es el específico disco de Nirvana ni el hecho de que algunas personas accedieron a una versión descafeinada y censurada del disco, sino que el hacer dos discos diferentes, uno para el censor y otro para el resto del planeta, es algo que muy pocos se pueden permitir. A la mayoría de músicos se les da un presupuesto que a duras penas sirve para grabar un solo disco, así que la posibilidad de hacer dos versiones para contentar al tipo de las tijeras es, simplemente, un sueño imposible.
Ante esa tesitura, muchos optan por grabar con la autocensura ya integrada. La amenaza de las tiendas «para toda la familia» que no venden música que pudiera atentar contra el gusto más mojigato sirve como filtro a la hora de componer. Y si eso no es suficiente para que reprimas tus opiniones o maneras más escandalosas, ya estará ahí tu discográfica para recordarte a quién no debes enfadar. Los grupos, por lo general, solo tendrán recursos para sacar una versión del disco, y, la mayor de las veces, esta versión será la censurada por el miedo de su discográfica a que el disco desaparezca de los estantes.
El principio de la música se repite en el cine. La censura de las grandes corporaciones condiciona el modo en que se crea la cultura. La cadena BlockBuster, que controla el 25% del mercado del vídeo en EEUU, no distribuye las películas calificadas NC-17 que son las que prohíben su visionado a menores de 17 años, estén o no acompañados de un adulto. Esta vigilancia que pretende que el pequeño Tommy no se traumatice con la última película violenta de Hollywood y termine a balazos con sus compañeros de pupitre, está considerada para los productores como una etapa más del proceso de creación. Todo aquello que pueda significar la calificación maldita es, en la mayoría de las ocasiones, cortado y tirado a la papelera, dejando una versión edulcorada que será la que tú recibas. El director David Cronenberg, asegura que las presiones para hacer una película para adultos son enormes porque «ahora se parte de que todas las películas deben ser adecuadas para los niños».
Los estudios de cine saben que el negocio está en los productos para todos los públicos y que el sello NC-17 puede ser el epitafio de una película que todavía ni tan siquiera ha nacido. Muchas películas son suavizadas en la sala de montaje para escapar de esa calificación. Los personajes promiscuos se recatan, los drogadictos se desenganchan un poco y los violentos relajan sus metralletas. Esta censura de mercado que hace el trabajo que ayer ejercía la censura del dictador, alcanza su máximo éxito cuando consigue que sean los propios autores y productores los que adquieran un sentido de la contención perfectamente integrado.
Las calificaciones PG-13 son las que no están recomendadas, aunque tampoco prohibidas, para menores de 13 años, mientras que las R no lo están para menores de 17. La huida de la R al PG-13 es uno de los principales objetivos del productor. Es cierto que eso supone muchas veces remontar una película hasta hacerla irreconocible para su director, pero el fin de las multinacionales cinematográficas, como el de cualquier empresa, es la maximización del beneficio. Tal y como informa el dirigente de un gran estudio desde la revista Imágenes, si se estrena una película R en lugar de PG-13 «uno se arriesga a perder millones de dólares. ¿Y cuál sería la razón? ¿Integridad artística? ¡Por favor! Seamos realistas».