2El templo

El lugar lógico para empezar era el templo, con su enorme y amenazadora estatua del gorila. Regresaron esa tarde, y detrás de la estatua encontraron una serie de cubículos. Karen Ross pensó que allí vivían los sacerdotes que profesaban el culto a los gorilas.

Dio una explicación complicada:

—Los gorilas de la jungla circundante aterrorizaban a los habitantes de Zinj, que a fin de apaciguarlos ofrecían sacrificios. Los sacerdotes eran una clase aparte, separada de la sociedad. Habrán observado que en la entrada de la fila de cubículos hay un recinto muy pequeño. Aquí había un guardián que evitaba que la gente se acercara a los sacerdotes. Era todo un sistema religioso.

Elliot no se mostró convencido; Munro tampoco.

—Incluso la religión es práctica —dijo Munro—. Supuestamente la gente saca algún provecho de ella.

—Las personas adoran aquello que temen —dijo Ross—, con la esperanza de controlarlo.

—Pero ¿cómo podían controlar a los gorilas? —preguntó Munro—. ¿Qué podían hacer?

Cuando por fin llegó la respuesta, fue sorprendente, pues toda su línea de razonamiento era errónea.

Pasando los cubículos, llegaron a una serie de largos pasillos decorados con bajorrelieves. Utilizando el sistema de computación infrarroja, lograron ver los bajorrelieves, que eran escenas dispuestas en un cuidadoso orden, como en un libro de texto ilustrado.

La primera escena representaba una serie de gorilas enjaulados. Un hombre negro permanecía de pie cerca de las jaulas con un palo en una mano.

La segunda escena mostraba a un africano de pie junto a dos gorilas que tenían con una cuerda alrededor del cuello.

La tercera escena mostraba a un africano instruyendo a los gorilas en un patio. Los animales estaban atados a estacas en cuyo extremo superior se veía un aro.

La escena final mostraba a los gorilas atacando una hilera de muñecos de paja, que colgaban de un soporte de piedra. Ahora conocían el significado de lo que habían encontrado en el patio del gimnasio, y de la cárcel.

—Por Dios —dijo Elliot—. Los adiestraban.

Munro asintió.

—En efecto —dijo—. Los adiestraban como guardianes para que vigilaran las minas. Una élite de animales despiadados e insobornables. No es una mala idea, si se analiza.

Ross volvió a examinar el edificio, y se dio cuenta de que no era un templo, sino una escuela. Se le ocurrió una objeción: esas imágenes tenían cientos de años, los adiestradores habían muerto hacía siglos. Sin embargo, los gorilas aún estaban allí.

—¿Quién les enseña ahora?

—Ellos mismos —dijo Elliot.

—¿Es posible?

—Perfectamente posible. La enseñanza entre miembros de la misma especie es común entre los primates.

Se trataba de una pregunta que los investigadores venían haciendo desde hacía mucho tiempo. Pero Washoe, el primer primate de la historia en aprender el lenguaje de signos, se lo enseñó a su cría. Los primates que conocían el lenguaje lo enseñaban libremente a otros animales en cautiverio; además, podían enseñar a las personas, haciendo señas de forma lenta y repetida hasta que los estúpidos e ignorantes seres humanos aprendían.

De modo que era posible que una tradición de lenguaje y comportamiento se trasmitiera de una generación a otra de primates.

—¿Quiere decir —preguntó Ross— que las personas de esta ciudad han desaparecido hace siglos, pero que los gorilas que ellos adiestraron siguen aquí?

—Así parece —afirmó Elliot.

—¿Y usan herramientas de piedra? —preguntó ella—. ¿Paletas de piedra?

—Sí —contestó Elliot. La idea de que se valieran de herramientas no era tan absurda como a simple vista parecía. Los chimpancés eran capaces de valerse de herramientas complicadas, de las cuales la más sorprendente era la utilizada en la denominada «pesca de termitas». Los chimpancés doblaban cuidadosamente una ramita, la introducían en un nido de termitas y «pescaban» larvas suculentas.

Los observadores humanos llamaron a esta actividad «uso primitivo de herramientas», hasta que ellos mismos lo intentaron. Resultó que encontrar una ramita adecuada y pescar termitas no era nada primitivo. Por lo menos, resultó estar fuera de la capacidad de las personas que lo intentaron. Los pescadores humanos abandonaron la tarea, con un nuevo respeto por los chimpancés, y una nueva observación: descubrieron que los chimpancés más jóvenes pasaban días enteros observando cómo sus mayores doblaban las ramitas y las metían en el montículo. Los jóvenes chimpancés aprendían, literalmente, cómo hacerlo, y el proceso de aprendizaje se extendía por un período de años.

Esto empezó a parecerse, sospechosamente, a una cultura. El aprendizaje del joven Benjamin Franklin en la imprenta no era tan distinto del aprendizaje de un joven chimpancé dedicado a la pesca de termitas. Ambos aprendían su oficio observando a sus mayores; ambos cometían errores antes de triunfar.

Sin embargo, las herramientas de piedra manufacturadas implicaban un salto cualitativo que iba más allá de las ramitas dobladas. La posición privilegiada de las herramientas de piedra como dominio especial de la humanidad podría haber permanecido intacta de no ser por un investigador iconoclasta. En 1971, el científico británico R. V. S. Wright decidió enseñar a un simio a hacer herramientas de piedra. Su alumno era un orangután de cinco años llamado Abang, del zoo de Bristol. Wright dio a Abang una caja con comida, atada con una soga, y luego le enseñó cómo cortar la soga con un trozo afilado de pedernal; para poder comer Abang aprendió en una hora.

Wright mostró luego a Abang cómo hacer una estaca afilada de pedernal golpeando dos trozos de pedernal entre sí. Ésta fue una lección más difícil; al cabo de varias semanas, Abang necesitaba un total de tres horas para coger el pedernal entre los dedos de las patas, fabricar la estaca, cortar la soga, y llegar a la comida.

El significado del experimento no era enseñar a los simios a que usaran herramientas de piedra, sino demostrar que la habilidad de hacerlas estaba a su alcance. El experimento de Wright fue una razón más para pensar que los seres humanos no somos tan únicos como lo imaginamos.

—Pero ¿por qué diría Amy que no eran gorilas?

—Porque no lo son —dijo Elliot—. Estos animales no tienen aspecto de gorilas ni se comportan como tales; son diferentes. —A continuación expresó su creencia de que estos animales no sólo habían sido adiestrados, sino que habían sido criados, tal vez cruzados con chimpancés o, aunque pareciera extraño, con seres humanos.

Pensaron que estaba bromeando. Pero los hechos eran inquietantes. En 1960, los primeros estudios de la proteína en la sangre cuantificaron el parentesco entre hombre y simio. Bioquímicamente, el pariente más cercano del hombre resultó ser el chimpancé, mucho más próximo que el gorila. En 1964 se realizó, con éxito, el primer trasplante de riñones de chimpancé en un ser humano. Las transfusiones de sangre también fueron posibles.

Pero el grado de similitud no fue conocido totalmente hasta 1975, cuando los bioquímicos compararon el ácido ribonucleico de los chimpancés y hombres. Con sorpresa se descubrió que la diferencia entre aquéllos y éstos era de apenas un 1%. Casi nadie quiso reconocer una consecuencia de esto: con las modernas técnicas de hibridación de ácido ribonucleico y de implantación embrionaria, los cruces entre simios eran seguros, y los cruces entre hombres y simios, posibles.

Por supuesto, en el siglo XIV los habitantes de Zinj no tenían forma de comparar los filamentos de ácido ribonucleico. Pero Elliot señaló que habían subestimado los recursos de los habitantes de Zinj, quienes por lo menos habían logrado, hacía quinientos años, llevar a cabo complicados procedimientos en el adiestramiento de animales, llegando a un nivel que los científicos occidentales sólo habían podido alcanzar diez años atrás.

Y tal como lo veía Elliot, los animales adiestrados por los zinjianos presentaban un problema terrible.

—Debemos hacer frente a la realidad —dijo—. Los tests de inteligencia a que hemos sometido a Amy indican que su coeficiente es de noventa y dos. Prácticamente es tan inteligente como un ser humano, y en muchos sentidos, más inteligente, más perceptivo y sensible. Es capaz de manipularnos por lo menos con la misma habilidad que nosotros a ella.

»Estos gorilas grises poseen la misma inteligencia, pero han sido criados con un solo propósito: el de ser los equivalentes entre los primates, de los doberman, animales guardianes, de ataque, adiestrarlos por su sagacidad y fiereza. Pero son más inteligentes y tienen más recursos que los perros. Y continuarán sus ataques hasta que nos hayan matado a todos, tal como han hecho con cuantos se han acercado a este lugar hasta ahora.