Peter Elliot conocía a Amy desde que era muy pequeña. Se enorgullecía de su propia habilidad para predecir las reacciones de la gorila, aunque sólo la conocía en el ambiente del laboratorio. Ahora, al enfrentarse con nuevas situaciones, su comportamiento lo sorprendía.
Elliot había previsto que Amy se aterrorizaría al despegar el avión; y tenía preparada una jeringuilla con un sedante. Pero no fue necesaria: Amy observó cuando Tensen y Levine se ajustaron los cinturones de seguridad, e inmediatamente hizo lo mismo; el procedimiento le parecía un juego divertido, aunque un tanto tonto. Si bien abrió los ojos al sentir el rugido de los motores, los seres humanos que la rodeaban no parecían perturbados, de modo que Amy imitó su hastiada indiferencia, levantando las cejas y suspirando de puro tedio.
Una vez en el aire, sin embargo, Amy miró por la ventanilla y sintió pánico. Se desabrochó el cinturón y se puso a correr por el compartimento de pasajeros, yendo de ventanilla en ventanilla, haciendo a un lado a la gente, aterrorizada y gimoteando mientras decía, por señas, ¿Dónde la Tierra la Tierra dónde la Tierra? Allá abajo, la Tierra era algo negro e indistinto. ¿Dónde la Tierra? Elliot le puso una inyección de Thoralen, la hizo sentar y se puso a alisarle el pelo.
En estado salvaje, los primates dedicaban varias horas por día a arreglarse el pelo recíprocamente, a sacarse las garrapatas y piojos. Este comportamiento constituía un factor importante en el ordenamiento de la estructura de dominación social del grupo. Como sucede con los masajes en la espalda en el caso de las personas, el arreglo del pelo parecía tener un efecto tranquilizador, calmante. A los pocos minutos, Amy se había relajado lo suficiente para darse cuenta de que los demás estaban bebiendo, y de inmediato exigió una «bebida verde» (como llamaba a un Martini con una aceituna) y un cigarrillo, cosas que se le permitían en ocasiones especiales, como fiestas del departamento de la Universidad. Elliot le dio un Martini y un cigarrillo.
Pero la excitación fue demasiado para ella: una hora más tarde, miraba tranquilamente por la ventanilla, y se estaba diciendo a sí misma, Bonito cuadro, cuando de repente vomitó. Pidió disculpas:
«Amy perdón Amy porquería Amy Amy perdón».
—Está bien, Amy —dijo Elliot, tranquilizándola y acariciándole la nuca.
«Amy dormir ahora», dijo la gorila poco después y, formando un nido con las mantas sobre el suelo, se durmió, roncando con fuerza a través de los anchos orificios de su nariz. Acostado a su lado, Elliot se preguntó cómo hacían para dormirse los gorilas con tanto ruido.
Elliot reaccionó a su manera con respecto al viaje. Al conocer a Karen Ross, pensó que era una académica, como él. Pero ese enorme avión lleno de equipo computerizado, la complejidad de toda la operación sugerían que Servicios Tecnológicos para los Recursos Terrestres tenía muchísimo poder, incluso, quizás, alguna asociación militar.
Karen Ross rio.
—Somos demasiado organizados para ser militares. —Luego le contó el interés que tenía STRT en Virunga.
Como el personal del Proyecto Amy, Karen Ross había dado por casualidad con la leyenda de la Ciudad Perdida de Zinj, aunque llegó a una conclusión diferente.
Durante esos últimos trescientos años, se habían realizado varios intentos por llegar a la ciudad perdida. En 1692, John Marley, un aventurero inglés, había dirigido una expedición de doscientos hombres al Congo. Nunca se volvió a oír nada de ellos. En 1744, se organizó una expedición holandesa; en 1804, otra expedición británica, al mando de un aristócrata escocés, Sir James Taggert, se acercó a Virunga desde el norte, llegando hasta la curva Rawana del río Ubangi. Envió una expedición de avanzada más al sur, que nunca regresó.
En 1872, Stanley pasó cerca de la región de Virunga pero no entró en ella; en 1899 lo hizo una expedición alemana, que perdió más de la mitad de sus integrantes. Una expedición privada italiana desapareció por completo en 1911. No había habido más búsqueda de la Ciudad Perdida de Zinj.
—¿De modo que nadie la ha encontrado? —dijo Elliot.
Ross negó con la cabeza.
—Yo creo que varias expediciones encontraron la ciudad —afirmó—. Pero ninguna pudo salir de allí.
Tal resultado no era necesariamente misterioso. Los primeros días de la exploración en el continente africano eran increíblemente arriesgados. Incluso las expediciones organizadas con mucho cuidado perdían la mitad de sus integrantes, o más. Los que no sucumbían por la malaria, la enfermedad del sueño o alguna otra peste, debían enfrentarse a ríos infestados de cocodrilos e hipopótamos, junglas llenas de leopardos y de nativos caníbales que sospechaban de todo. Además, a pesar de su fecunda frondosidad, la selva tropical ofrecía poco alimento. Varias expediciones habían muerto a causa del hambre.
—Mi primera idea —dijo Karen a Elliot— fue que la ciudad existía, después de todo. Y si existía, ¿dónde la encontraría?
La Ciudad Perdida de Zinj estaba asociada con minas de diamantes, y los diamantes existían donde había volcanes. Esto llevó a Ross a interesarse en el valle de la Depresión, una enorme falla geológica de unos cincuenta kilómetros de ancho, que se extendía al este del continente con una extensión total de dos mil cuatrocientos kilómetros. El valle de la Depresión (Rift Valley) era tan enorme que su existencia no fue reconocida hasta después de 1890, cuando un geólogo llamado Gregory notó que las paredes del acantilado, separadas entre sí por cincuenta kilómetros, estaban hechas de las mismas rocas. En términos modernos, el valle fue un intento frustrado de formar un océano, pues el tercio oriental del continente africano había empezado a separarse del resto de la masa hacía doscientos millones de años; por alguna razón, había dejado de hacerlo antes de que se completara la escisión.
En un mapa, la gran depresión de la fisura estaba señalada por dos rasgos: una serie de lagos largos y delgados —Malawi, Tanganika, Kivu, Mobutu— y una serie de volcanes, entre los que se contaban los únicos volcanes activos de África, en Virunga. En la cadena de Virunga había tres volcanes activos: Makenko, Mubuti y Kanagarawi. Se elevaban entre tres mil trescientos y cinco mil metros entre el valle de la Depresión, al este, y la cuenca del Congo, al oeste. De esa forma, Virunga parecía ser un buen lugar para buscar diamantes. Su paso siguiente era averiguar «la verdad del terreno».
—¿Qué es la verdad del terreno? —preguntó Peter.
—En STRT, nos ocupamos principalmente de percepción remota —explicó ella—. Fotografías por satélites, aéreas, registros de radar. Tenemos millones de imágenes remotas, pero nada sustituye a la verdad sobre el terreno, la experiencia de un equipo que trabaja en el terreno y descubre lo que hay en él. Yo empecé con la expedición preliminar que enviamos en busca de oro. Encontraron diamantes, también. —Apretó unos botones en la consola, y las imágenes de la pantalla cambiaron, brillando con docenas de puntitos centelleantes de luz—. Aquí puede verse depósitos de placeres en lechos de ríos, cerca de Virunga. Se observa que los depósitos forman semicírculos concéntricos que llevan a los volcanes. La conclusión obvia es que los diamantes fueron erosionados de las laderas de los volcanes de Virunga, y llevados por las corrientes de agua a los lugares donde están actualmente.
—¿De modo que enviaron a un grupo a buscar la fuente?
—Sí —respondió ella y señaló la pantalla—. Pero no se deje engañar por lo que ve aquí. Esta imagen por satélite cubre cincuenta mil kilómetros cuadrados de jungla. La mayor parte no ha sido vista jamás por ojos humanos. Es terreno duro, con visibilidad limitada a unos pocos metros en cualquier dirección. Una expedición podría estar años explorando ese terreno, pasar a unos doscientos metros de la ciudad y no verla. De modo que era preciso reducir el sector de búsqueda. Decidí ver si podía encontrar la ciudad.
—¿Encontrar la ciudad? ¿A base de imágenes de satélite?
—Sí —contestó ella—. Y la encontré.
Por lo general las selvas ecuatoriales del mundo han conseguido frustrar la tecnología de la percepción remota. Los grandes árboles de la jungla extienden una bóveda de vegetación impenetrable, ocultando lo que está debajo. En imágenes de satélite o aéreas, la selva ecuatorial del Congo aparece como una vasta y ondulante alfombra de un verde monótono, sin rasgos característicos. Incluso los rasgos importantes, como ríos de quince o treinta metros de ancho, quedan ocultos bajo este dosel umbrío, invisibles desde el aire.
Por eso parecía improbable que pudiera hallar una evidencia de la ciudad perdida basándose en fotos aéreas. Pero Ross tenía otra idea: utilizaría la misma vegetación que oscurecía su visión del suelo.
El estudio de la vegetación es común en las regiones templadas, donde el follaje sufre cambios estacionales. Pero la selva ecuatorial no cambia nunca, ni en invierno ni en verano. El follaje es siempre igual. Ross centró la atención en otro aspecto: las diferencias en el albedo de la vegetación.
El albedo se define técnicamente como la relación entre la energía electromagnética reflejada por una superficie y la cantidad de energía que incide sobre ella. En términos del espectro visible, da una medida de cuan «brillante» es una superficie. Un río tiene un albedo alto, pues el agua refleja la mayor parte de la luz solar que da sobre ella. La vegetación absorbe la luz, por lo tanto tiene un albedo bajo. Comenzando en 1977, STRT llegó a desarrollar programas de ordenador que medían el albedo con precisión, captando las diferencias más leves.
Ross se hizo la siguiente pregunta: si existía una ciudad perdida, ¿qué señales aparecerían en la vegetación? La respuesta era obvia: jungla secundaria posterior.
La selva intocable o virgen se llama jungla primaria. La jungla primaria es lo que se imagina la gente cuando piensa en la selva ecuatorial: enormes árboles de madera dura, caoba, teca y ébano, y una capa inferior de helechos y palmeras. La jungla primaria es oscura y amenazante, pero en la práctica es fácil desplazarse por ella. Sin embargo, si la jungla primaria es despejada por el hombre y luego abandonada, una vegetación secundaria, totalmente distinta, toma el lugar de la primaria. Las plantas dominantes son árboles de madera blanda, de crecimiento rápido, bambúes y enredaderas espinosas, que forman una barrera densa e impenetrable.
Pero a Ross no le interesaba el aspecto de la jungla: sólo el albedo. Debido a que las plantas secundarias son diferentes, la jungla secundaria tiene un albedo diferente al de la jungla primaria. Y es posible hacer grabaciones por edad: a diferencia de los árboles de madera dura de la jungla primaria, que viven cientos de años, los de madera blanda de la jungla secundaria sólo viven veinte años, aproximadamente. De ese modo, con el correr del tiempo, la jungla secundaria es remplazada por otra forma de jungla secundaria, y posteriormente por una tercera forma.
Estudiando regiones donde por lo general se encontraba la jungla secundaria posterior —como los márgenes de grandes ríos, donde se había despejado la vegetación para innumerables poblaciones humanas, que luego habían sido abandonadas—, Ross pudo confirmar que las computadoras de STRT podían, en realidad, medir las pequeñas diferencias necesarias en reflectividad.
Luego instruyó a los analizadores para que buscaran las diferencias en albedo de 0,3 o menos, con una medida de señal unitaria de cien metros o menos, a través de los cincuenta mil kilómetros cuadrados de selva ecuatorial sobre las laderas occidentales de los volcanes de Virunga. Esta tarea consumiría treinta y un años de trabajo a un equipo de cincuenta analistas de fotografía aérea. El ordenador analizó ciento veintinueve mil fotos aéreas y por satélite en menos de nueve horas.
Y Karen Ross encontró la ciudad.
En mayo de 1979 Ross tenía una imagen de computadora que mostraba una estructura muy antigua de jungla secundaria dispuesta formando cuadrículas. La estructura estaba situada dos grados al norte del ecuador, longitud treinta grados, en las laderas occidentales del volcán activo Mukenko. El ordenador estimaba que la edad de la jungla secundaria era de unos quinientos u ochocientos años.
—¿De modo que envió una expedición? —preguntó Elliot.
Ross asintió.
—Hace tres semanas, dirigida por un sudafricano llamado Kruger. La expedición confirmó los depósitos de placeres diamantíferos, fue en busca de un origen, y encontró las ruinas de la ciudad.
—¿Y qué sucedió luego? —preguntó Elliot.
Ross puso el vídeo por segunda vez.
En la pantalla vio las imágenes en blanco y negro del campamento destruido, humeando. Se veían varios cadáveres con el cráneo destrozado. Mientras observaba, una sombra se movió sobre los cuerpos muertos, y la cámara se acercó rápidamente, mostrando el contorno de la pesada sombra. Elliot estuvo de acuerdo en que parecía la sombra de un gorila, pero insistió:
—Los gorilas no harían una cosa así. Los gorilas son animales pacíficos, vegetarianos.
Observaron hasta que el vídeo hubo terminado. Luego contemplaron la imagen final, reconstituida por ella en el ordenador, que claramente mostraba la cabeza de un gorila macho.
—Eso es lo que llamamos verdad sobre el terreno —dijo Ross.
Elliot no estaba seguro. Volvió a pasar los tres segundos finales del vídeo por última vez, mirando detenidamente la cabeza del gorila. La imagen era fugaz, y dejaba un rastro espectral, pero algo estaba mal. No podía identificarlo. Ciertamente se trataba de un comportamiento atípico en un gorila, pero había algo más… Apretó la tecla para fijar el cuadro y miró detenidamente la imagen inmóvil. La cara y el pelo eran grises, incuestionablemente grises.
—¿Podemos aumentar el contraste? —preguntó a Ross—. La imagen es muy tenue.
—No sé —dijo Ross, tocando los controles—. A mí me parece una imagen bastante buena.
No pudo oscurecerla.
—Es muy gris —dijo él—. Los gorilas son mucho más oscuros.
—Bueno, esta amplitud de contraste es correcta para vídeos.
Elliot estaba seguro de que esa criatura era demasiado clara para tratarse de un gorila de montaña. O estaban viendo una nueva raza animal, o una nueva especie. Una nueva especie de simio grande, de color gris, comportamiento agresivo, descubierta en el Congo Oriental… Se había unido a la expedición para verificar los sueños de Amy.
—Una fascinante percepción psicológica. —Pero de repente el premio era mucho mayor.
—¿Acaso no cree que sea un gorila? —preguntó Karen.
—Hay una forma de comprobarlo —respondió él. Miró la pantalla, frunciendo el entrecejo, mientras el avión avanzaba en la oscuridad.