7

PRAETOR LUPUS

La botella se deslizó entre las manos de Simon y cayó al suelo, haciéndose añicos y proyectando fragmentos en todas direcciones.

—¿Que Kyle es un hombre lobo?

—Por supuesto que es un hombre lobo, retrasado —dijo Jace. Miró entonces a Kyle—. ¿No es cierto?

Kyle no dijo nada. La expresión jovial y relajada se había esfumado de su rostro. Sus ojos verdes parecían duros y planos como el cristal.

—¿Quién me lo pregunta?

Jace se apartó de la ventana. No había nada abiertamente hostil en su conducta, pero su imagen daba a entender una clara amenaza. Tenía los brazos colgando en sus costados, pero Simon recordó otras ocasiones en las que había vista a Jace entrar de manera explosiva en acción sin que sucediera aparentemente nada entre pensamiento y respuesta.

—Jace Lightwood —respondió—. Del Instituto Lightwood. ¿A qué manada has prestado juramento?

—¡Dios! —exclamó Kyle—. ¿Eres un cazador de sombras? —Miró a Simon—. Aquélla pelirroja tan mona que estaba contigo en el garaje… también es cazadora de sombras, ¿verdad?

Simon, completamente desprevenido, asintió con la cabeza.

—Hay quien piensa que los cazadores de sombras no son más que un mito. Como las momias y los genios —dijo Kyle, sonriéndole a Jace—. ¿Puedes conceder deseos?

El hecho de que Kyle acabara de calificar de «mona» a Clary no sirvió precisamente para que se granjeara la simpatía de Jace, cuyo rostro se había tensado de manera alarmante.

—Eso depende —dijo—. ¿Deseas un puñetazo en la cara?

—Tranquilo, tranquilo —dijo Kyle—. Y yo que pensaba que últimamente estabais superentusiasmados por los Acuerdos…

—Los Acuerdos implican a vampiros y licántropos con alianzas claras —lo interrumpió Jace—. Dime a qué manada has prestado juramento o, de lo contrario, tendré que asumir que eres un mal bicho.

—De acuerdo, ya basta —dijo Simon—. Vosotros dos, dejad ya de actuar como si estuvierais a punto de pegaros. —Miró a Kyle—. Tendrías que haberme dicho que eras un hombre lobo.

—Vaya, no me había percatado de que tú me hayas contado que eres un vampiro. Tal vez pensara que no era asunto tuyo.

Simon experimentó una sacudida de pura sorpresa.

—¿Qué? —Bajó la vista hacia los cristales rotos y la sangre esparcida en el suelo—. Yo no… no…

—No te molestes —dijo Jace, sin alterarse—. Puede intuir que eres un vampiro. Igual que tú podrás intuir a los hombres lobo y a otros subterráneos cuando tengas un poco más de práctica. Lo sabe desde que te conoció. ¿Me equivoco? —Miró a Kyle, fijando la vista en sus gélidos ojos verdes. Kyle no dijo nada—. Y, por cierto, lo que cultiva en el balcón… es uva lupina. Ahora ya lo sabes.

Simon se cruzó de brazos y miró a Kyle.

—¿Qué demonios es todo esto? ¿Algún tipo de emboscada? ¿Por qué me pediste que viniera a vivir contigo? Los hombres lobo odian a los vampiros.

—Yo no —dijo Kyle—. Aunque a los de su especie no les tengo mucho cariño. —Señaló a Jace—. Se creen mejores que todos los demás.

—No —dijo Jace—. Yo me creo mejor que todos los demás. Una opinión respaldada por evidencias suficientes.

Kyle miró a Simon.

—¿Habla siempre así?

—Sí.

—¿Existe alguna cosa capaz de cerrarle la boca? Aparte de mandarlo a la mierda de una paliza, claro está.

Jace se apartó de la ventana.

—Me encantaría que lo intentaras.

Simon se interpuso entre ellos.

—No pienso permitir que os peléis.

—¿Y qué piensas hacer si…? Oh. —La mirada de Jace se fijó en la frente de Simon y sonrió a regañadientes—. ¿De modo que me amenazas con convertirme en algo que poder echarles a las palomitas si no hago lo que me ordenas?

Kyle estaba perplejo.

—¿Qué dices…?

—Simplemente pienso que vosotros dos deberíais hablar —lo interrumpió Simon—. Kyle es un hombre lobo. Yo soy un vampiro. Y tú tampoco puede decirse que seas exactamente el vecinito de al lado —añadió, dirigiéndose a Jace—. Propongo comprender qué sucede y continuar a partir de ahí.

—Tu idiotez no conoce límites —dijo Jace, pero se sentó en el alféizar de la ventana y se cruzó de brazos. Kyle tomó también asiento, en el sofá. No paraban de mirarse. Pero permanecían quietos, pensó Simon. Todo un avance.

—Muy bien —dijo Kyle—. Soy un hombre lobo que no forma parte de ninguna manada, pero tengo una alianza. ¿Habéis oído hablar del Praetor Lupus?

—He oído hablar del lupus —dijo Simon—. ¿No es una enfermedad de algún tipo?

Jace le lanzó una mirada fulminante.

Lupus significa lobo —le explicó—. Y los pretorianos eran una unidad de élite de la milicia romana. Por lo que me imagino que la traducción debe de ser algo así como «guardianes lobo». —Hizo un gesto de indiferencia—. Los he oído mencionar alguna vez, pero son una organización bastante secreta.

—¿Y acaso no lo son los cazadores de sombras? —dijo Kyle.

—Tenemos buenas razones para que así sea.

—Y nosotros también. —Kyle se inclinó hacia adelante. Los músculos de sus brazos se flexionaron al apuntalar los codos sobre sus rodillas—. Existen dos tipos de seres lobos —explicó—. Los que nacen seres lobo, hijos de seres lobo, y los que se infectan de licantropía a través de un mordisco. —Simon lo miró sorprendido. Nunca habría pensado que Kyle, aquel remolón mensajero en bicicleta, conociera la palabra «licantropía», y mucho menos que supiera pronunciarla. Pero aquél era un Kyle muy distinto: centrado, resuelto y directo—. Para los que lo somos como consecuencia de un mordisco, los primeros años son clave. El linaje de demonios que causa la licantropía provoca un montón de cambios más: oleadas de agresividad incontrolable, incapacidad de controlar la rabia, cólera suicida y desesperación. La manada puede ser de ayuda en este sentido, pero muchos de los infectados no tienen la suerte de vivir en el seno de una manada. Viven por su propia cuenta, tratando de gestionar como pueden todos estos asuntos tan abrumadores para ellos, y muchos se vuelven violentos, contra los demás o contra ellos mismos. El índice de suicidios es muy elevado, igual que el índice de violencia doméstica. —Miró a Simon—. Lo mismo sucede con los vampiros, excepto que puede ser incluso peor. Un novato huérfano no tiene literalmente ni idea de lo que le ha sucedido. Sin orientación, no sabe cómo alimentarse como es debido, ni siquiera cómo mantenerse a salvo de la luz del sol. Y ahí es donde aparecemos nosotros.

—¿Para hacer qué? —preguntó Simon.

—Realizamos un seguimiento de los subterráneos «huérfanos», de los vampiros y seres lobo que acaban de convertirse y no saben todavía lo que son. A veces incluso de brujos, muchos de los cuales pasan años sin darse cuenta de que lo son. Nosotros intervenimos, intentamos incluirlos en una manada o en un clan, tratamos de ayudarlos a controlar sus poderes.

—Buenos samaritanos, eso es lo que sois. —A Jace le brillaban los ojos.

—Sí, lo somos. —Kyle intentaba mantener su tono de voz neutral—. Intervenimos antes de que el nuevo subterráneo se vuelva violento y se haga daño a sí mismo o dañe a otros seres. Sé perfectamente lo que me habría pasado de no haber sido por la Guardia. He hecho cosas malas. Malas de verdad.

—¿Malas hasta qué punto? —preguntó Jace—. ¿Malas por ilegales?

—Cállate, Jace —dijo Simon—. Estás fuera de servicio, ¿entendido? Deja de ser un cazador de sombras por un segundo. —Se volvió hacia Kyle—. ¿Y cómo acabaste presentándote a una audición para mi banda de mierda?

—No había caído en la cuenta de que sabías que era una banda de mierda.

—Limítate a responder a mi pregunta.

—Recibimos noticias de la existencia de un nuevo vampiro, un vampiro diurno que vivía por su cuenta, no en el seno de un clan. Tu secreto no es tan secreto como crees. Los vampiros novatos sin un clan que los ayude pueden resultar muy peligrosos. Me enviaron para vigilarte.

—¿Lo que quieres decir, por lo tanto —dijo Simon—, es no sólo que no quieres que me vaya a vivir a otro sitio ahora que sé que eres un hombre lobo, sino que además no piensas dejar que me largue?

—Correcto —dijo Kyle—. Es decir, puedes irte a otra parte, pero yo iré contigo.

—No es necesario —dijo Jace—. Yo puedo vigilar perfectamente a Simon, gracias. Es mi subterráneo neófito, del que tengo que burlarme y mangonear, no el tuyo.

—¡Cerrad el pico! —gritó Simon—. Los dos. Ninguno de vosotros estaba presente cuando alguien intentó matarme hoy mismo…

—Estaba yo —dijo Jace—. Lo sabes.

Los ojos de Kyle brillaban como los ojos de un lobo en la oscuridad de la noche.

—¿Que alguien ha intentado matarte? ¿Qué ha pasado?

Las miradas de Simon y de Jace se encontraron. Y entre ellos acordaron en silencio no mencionar nada sobre la Marca de Caín.

—Hace dos días, y también hoy, unos tipos en chándal gris me siguieron y me atacaron.

—¿Humanos?

—No estamos seguros.

—¿Y no tienes ni idea de lo que quieren de ti?

—Me quieren muerto, eso está claro —dijo Simon—. Más allá de eso, la verdad es que no lo sé, no.

—Tenemos algunas pistas —dijo Jace—. Aún hemos de investigarlos.

Kyle movió la cabeza de un lado a otro.

—De acuerdo. Acabaré descubriendo lo que quiera que sea que no me estáis contando. —Se levantó—. Y ahora, estoy derrotado. Me voy a dormir. Te veo por la mañana —le dijo a Simon—. Y tú —le dijo a Jace—, me imagino que ya te veré por aquí. Eres el primer cazador de sombras que conozco.

—Pues es una pena —dijo Jace—, ya que todos los que conozcas a partir de ahora serán para ti una decepción terrible.

Kyle puso los ojos en blanco y se fue, cerrando de un portazo la puerta de su habitación.

Simon miró a Jace.

—No piensas volver al Instituto —dijo—, ¿verdad?

Jace negó con la cabeza.

—Necesitas protección. Quién sabe cuándo intentarán matarte otra vez.

—Eso que te ha dado ahora por evitar a Clary ha tomado realmente un giro inesperado, ¿eh? —dijo Simon, levantándose—. ¿Piensas volver algún día a casa?

Jace se quedó mirándolo.

—¿Y tú?

Simon entró en la cocina, cogió una escoba y barrió los cristales de la botella rota. Era la última que le quedaba. Tiró los fragmentos en la basura, pasó por delante de Jace y se fue a su pequeña habitación, donde se quitó la chaqueta y los zapatos y se dejó caer en el colchón.

Jace entró en la habitación un segundo después. Miró a su alrededor enarcando las cejas, con expresión divertida.

—Vaya ambiente has creado aquí. Minimalista. Me gusta.

Simon se puso de lado y miró con incredulidad a Jace.

—Dime, por favor, que no estás pensando en instalarte en mi habitación.

Jace se encaramó al alféizar de la ventana y lo miró desde allí.

—Me parece que no has entendido bien lo del guardaespaldas, ¿verdad?

—No pensaba siquiera que yo te gustase tanto —dijo Simon—. ¿Tiene todo esto algo que ver con eso que dicen de mantener a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca aún?

—Creía que se trataba de mantener a tus amigos cerca para tener a alguien que te acompañe en el coche cuando vayas a casa de tu enemigo a mearte en su buzón.

—Estoy casi seguro de que no es así. Y eso de protegerme es menos conmovedor que espeluznante, para que lo sepas. Estoy bien. Ya has visto lo que sucede cuando alguien intenta hacerme daño.

—Sí, ya lo he visto —dijo Jace—. Pero la persona que intenta matarte acabará averiguando lo de la Marca de Caín. Y cuando llegue ese momento, lo dejará correr o buscará otra forma de acabar contigo. —Se apoyó en la ventana—. Y es por eso que estoy aquí.

A pesar de su exasperación, Simon no conseguía encontrar fallos en su argumento o, como mínimo, fallos lo bastante grandes como para preocuparse por ellos. Se puso bocabajo y se tapó la cara. Y en pocos minutos se quedó dormido.

«Tenía mucha sed. Estaba caminando por el desierto, por arenas ardientes, pisando huesos que se estaban blanqueando bajo el sol. Nunca había sentido tanta sed. Cuando tragó saliva, fue como si tuviera la boca llena de arena, la garganta revestida de cuchillos».

El agudo zumbido del teléfono móvil despertó a Simon. Se puso boca arriba y tiró cansado de su chaqueta. Cuando consiguió sacar el teléfono del bolsillo, ya había dejado de sonar.

Miró quién le había llamado. Era Luke.

«Mierda. Seguro que mi madre ha llamado a casa de Clary buscándome», pensó, incorporándose. Tenía la cabeza confusa y adormilada, y tardó un momento en recordar que cuando se había quedado dormido, no estaba solo en su habitación.

Miró rápidamente hacia la ventana. Jace seguía allí, pero estaba dormido… Sentado, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana. La clara luz azul del amanecer se filtraba a través de él. Se le veía muy joven, pensó Simon. No había ni rastro de su expresión burlona, ni actitud defensiva, ni sarcasmo. Casi podía llegar a imaginarse lo que Clary veía en él.

Estaba claro que no se tomaba muy en serio sus deberes de guardaespaldas, pero eso había sido evidente desde el principio. Simon se preguntó, y no por primera vez, qué demonios pasaba entre Clary y Jace.

Volvió a sonar el teléfono. Se levantó de un brinco, salió a la sala de estar y respondió justo antes de que la llamada saltara de nuevo al buzón de voz.

—¿Luke?

—Siento despertarte, Simon. —Luke se mostró indefectiblemente educado, como siempre.

—Estaba despierto de todos modos —dijo Simon mintiendo.

—Necesito quedar contigo. Nos vemos en Washington Square Park en media hora —dijo Luke—. Junto a la fuente.

Simon se alarmó de verdad.

—¿Va todo bien? ¿Está bien Clary?

—Está bien. No tiene que ver con ella. —Se oyó un sonido de fondo. Simon se imaginó que Luke estaba poniendo en marcha su furgoneta—. Nos vemos en el parque. Y ven solo.

Colgó.

El sonido de la furgoneta de Luke abandonando el camino de acceso a la casa despertó a Clary de sus inquietantes sueños. Se sentó con una mueca de dolor. La cadena que llevaba colgada al cuello se le había enredado con el pelo y se la pasó por la cabeza, liberándola con cuidado de aquel enredo.

Dejó caer el anillo en la palma de su mano, y la cadena lo siguió, arremolinándose a su alrededor. Fue como si el pequeño aro de plata, con su motivo decorativo de estrellas, le guiñara el ojo con mofa. Recordó el día que Jace se lo había dado, envuelto en la nota que había dejado cuando partió en busca de Jonathan. «A pesar de todo, no soporto la idea de que este anillo se pierda para siempre, igual que no soporto la idea de abandonarte para siempre».

De aquello hacía casi dos meses. Estaba segura de que él la amaba, tan segura que ni la reina de la corte de seelie había sido capaz de tentarla. ¿Cómo podía querer otra cosa, teniendo a Jace?

Aunque tal vez tener por completo a alguien fuera imposible. Tal vez, por mucho que ames a una persona, ésta puede deslizarse entre tus dedos como el agua sin que tú puedas evitarlo. Entendía por qué la gente hablaba de corazones «rotos»; en aquel momento, tenía la sensación de que el suyo estaba hecho de cristal rajado y que sus fragmentos eran como diminutos cuchillos que se clavaban en su pecho al respirar. «Imagínate tu vida sin él», le había dicho la reina seelie…

Sonó el teléfono, y por un instante Clary se sintió aliviada al pensar que algo, lo que fuera, interrumpía momentáneamente su desgracia. Pero luego pensó: «Jace». A lo mejor no podía contactar con ella a través del móvil y por eso la llamaba a casa. Dejó el anillo en la mesita y descolgó el auricular. Estaba a punto de decir algo, cuando se dio cuenta de que su madre ya había respondido al teléfono.

—¿Diga? —La voz de su madre sonaba ansiosa, y sorprendentemente despierta para ser tan temprano.

La voz que respondió era desconocida, con un débil acento.

—Soy Catarina, del hospital Beth Israel. Quería hablar con Jocelyn.

Clary se quedó helada. ¿El hospital? ¿Habría pasado alguna cosa, tal vez a Luke? Había arrancado a una velocidad de vértigo…

—Soy Jocelyn. —Su madre no parecía asustada, sino más bien como si hubiera estado esperando la llamada—. Gracias por devolverme tan pronto la llamada.

—No hay de qué. Me he alegrado mucho de saber de ti. No es muy frecuente que la gente se recupere de un maleficio como el que tú sufriste. —Claro, pensó Clary. Su madre había sido ingresada en estado de coma en el Beth Israel como consecuencia de la pócima que había ingerido para impedir que Valentine la interrogara—. Y cualquier amiga de Magnus Bane es también amiga mía.

Jocelyn habló entonces en un tono tenso:

—¿Has comprendido lo que decía en mi mensaje? ¿Sabes por qué te llamaba?

—Querías información sobre el niño —dijo la mujer del otro lado de la línea. Clary sabía que debería colgar, pero no podía hacerlo. ¿Qué niño? ¿Qué pasaba allí?—. El que abandonaron.

La voz de Jocelyn sonó entrecortada:

—S-sí. Pensé que…

—Siento comunicártelo, pero ha muerto. Murió anoche.

Jocelyn se quedó un instante en silencio. Clary percibió la conmoción de su madre al otro lado del teléfono.

—¿Muerto? ¿Cómo?

—No lo entiendo muy bien ni yo misma. El sacerdote vino anoche para bautizar al pequeño y…

—Oh, Dios mío. —A Jocelyn le temblaba la voz—. ¿Puedo… podría, por favor, ir a ver el cuerpo?

Se produjo un prolongado silencio. Al final, dijo la enfermera:

—No estoy segura. El cuerpo está ya en la morgue, esperando el traslado a las dependencias del forense.

—Catarina, creo que sé lo que le sucedió al niño. —Jocelyn habló casi sin aliento—. Y de poder confirmarlo, tal vez podría evitar un nuevo caso.

—Jocelyn…

—Llego en seguida —dijo la madre de Clary, y colgó el teléfono. Clary se quedó mirando el auricular con ojos vidriosos antes de colgar también. Se levantó, se cepilló el pelo, se puso unos vaqueros y un jersey y salió de su habitación justo a tiempo de pillar a su madre en el salón, garabateando una nota en la libretita que había junto al teléfono. Levantó la vista al ver entrar a Clary y adoptó una expresión de culpabilidad.

—Me iba corriendo —dijo—. Han salido algunos temas de última hora relacionados con la boda y…

—No te molestes en mentirme —dijo Clary sin más preámbulos—. He estado escuchando por el teléfono y sé exactamente adónde vas.

Jocelyn se quedó blanca. Dejó poco a poco el bolígrafo sobre la mesa.

—Clary…

—Tienes que dejar de intentar protegerme —dijo Clary—. Estoy segura de que tampoco le mencionaste nada a Luke sobre tu llamada al hospital.

Jocelyn se echó el pelo hacia atrás con nerviosismo.

—Me pareció injusto de cara a él. Con la boda al caer y todo…

—Sí. La boda. Tienes una boda. ¿Y por qué? Porque vosotros os casáis. ¿No crees que ya va siendo hora de que empieces a confiar en Luke? ¿Y a confiar en mí?

—Confío en ti —dijo Jocelyn en voz baja.

—En ese caso, no te importará que te acompañe al hospital.

—Clary, no creo que…

—Sé lo que piensas. Piensas que es lo mismo que le pasó a Sebastian… quiero decir, a Jonathan. Piensas que tal vez hay alguien por ahí haciendo a los bebés lo mismo que Valentine le hizo a mi hermano.

A Jocelyn le tembló la voz al replicar:

—Valentine ha muerto. Pero en el Círculo había gente que nunca llegó a ser capturada.

«Y nunca encontraron el cuerpo de Jonathan». A Clary no le gustaba en absoluto pensar en aquel tema. Además, Isabelle estaba presente y siempre había declarado con firmeza que Jace le había partido la espalda a Jonathan con una daga y que Jonathan había muerto como resultado de ello. Se había metido en el agua para verificarlo, había dicho. No había pulso, ni latidos.

—Mamá —dijo Clary—. Era mi hermano. Tengo derecho a acompañarte.

Jocelyn asintió muy lentamente.

—Tienes razón. Supongo que sí. —Cogió el bolso que tenía colgado en una percha junto a la puerta—. Vamos entonces, y coge el abrigo. Han dicho en la tele que es muy probable que llueva.

Washington Square Park estaba prácticamente desierto a aquellas horas de la mañana. El aire era fresco y limpio, las hojas cubrían el suelo con una mullida alfombra de rojos, dorados y verdes oscuros. Simon las apartó a patadas al pasar por debajo del arco de piedra que daba acceso al extremo sur del parque.

Había poca gente: un par de vagabundos durmiendo en sendos bancos, envueltos en sacos de dormir o mantas raídas, y algunos tipos vestidos con el uniforme verde de los basureros vaciando papeleras. Había también un hombre empujando un carrito, vendiendo donuts, café y bagels cortados en rebanadas. Y en medio del parque, al lado de la grandiosa fuente circular, estaba Luke. Llevaba un cortavientos de color verde con cremallera y saludó a Simon con la mano en cuanto lo vio llegar.

Simon le respondió de igual manera, con cierta indecisión. No estaba seguro aún de si había algún problema. La expresión de Luke, que Simon apreció con más detalle a medida que fue acercándose, no hizo más que intensificar su presentimiento. Luke parecía cansado y tremendamente estresado. Miraba a Simon con expresión preocupada.

—Simon —dijo—. Gracias por venir.

—De nada. —Simon no tenía frío, pero igualmente mantuvo las manos hundidas en el fondo de los bolsillos de su chaqueta, sólo por hacer algo con ellas—. ¿Qué es lo que va mal?

—No he dicho que algo vaya mal.

—No me sacarías de la cama en pleno amanecer de no ir algo mal —apuntó Simon—. Si no es cosa de Clary, entonces…

—Ayer, en la tienda de vestidos de novia —dijo Luke— me preguntaste por alguien. Por Camille.

De entre los árboles salió volando una bandada de aves, graznando. Simon recordó entonces una cancioncilla sobre las urracas que su madre solía cantarle. Era para aprender a contar, y decía: «Una para el dolor, dos para la alegría, tres para una boda, cuatro para un nacimiento; cinco para la plata, seis para el oro, siete para un secreto jamás contado».

—Sí —dijo Simon. Ya había perdido la cuenta de cuántas aves había. Siete, creía. Un secreto jamás contado. Fuera el que fuera.

—Estás al corriente de que en el transcurso de la semana pasada han encontrado a varios cazadores de sombras asesinados en la ciudad —dijo Luke—, ¿no?

Simon asintió lentamente. Tenía un mal presentimiento sobre hacia dónde iba el tema.

—Parece que la responsable podría ser Camille —dijo Luke—. No pude evitar recordar que tú me preguntaste por ella. Oír la mención de su nombre dos veces en el mismo día, después de años sin haber oído hablar de ella… me parece una curiosa coincidencia.

—Las coincidencias existen.

—De vez en cuando —dijo Luke—, pero no suelen ser la respuesta más probable. Ésta noche, Maryse piensa convocar a Raphael para interrogarlo acerca del papel de Camille en estos asesinatos. Si sale a relucir que tú sabías alguna cosa relacionada con Camille, que has tenido contacto con ella, no quiero que te coja por sorpresa, Simon.

—En ese caso seríamos dos. —A Simon volvía a retumbarle la cabeza. ¿Sería normal que los vampiros tuviesen dolor de cabeza? No recordaba la última vez que había sufrido uno, antes de los acontecimientos de los últimos días—. Vi a Camille —dijo—. Hace cuatro días. Creía que me había convocado Raphael, pero resultó ser ella. Me ofreció un trato. Si trabajaba para ella, me convertiría en el segundo vampiro más importante de la ciudad.

—¿Y por qué quería que trabajases para ella? —preguntó Luke con un tono de voz neutral.

—Sabe lo de mi Marca —respondió Simon—. Me explicó que Raphael la había traicionado y que podría utilizarme para recuperar el control del clan. Me dio la sensación de que no sentía precisamente un cariño muy especial hacia Raphael.

—Todo esto es muy curioso —dijo Luke—. Según mis informaciones, hará cosa de un año Camille tomó una baja indefinida de su puesto como directora del clan y nombró a Raphael su sucesor temporal. Si lo eligió para ejercer de jefe en su lugar, ¿por qué querría sublevarse contra él?

Simon se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Te estoy contando simplemente lo que ella me dijo.

—¿Por qué no nos lo comentaste, Simon? —preguntó Luke en voz baja.

—Me dijo que no lo hiciera. —Simon se dio cuenta de que aquello sonaba como una auténtica estupidez—. Nunca había conocido a un vampiro como ella —añadió—. Sólo conozco a Raphael y a los que viven en el Dumont. Resulta difícil explicar cómo era. Deseaba creerme todo lo que me decía. Deseaba hacer todo lo que ella me pedía que hiciese. Deseaba satisfacerla aun sabiendo que estaba jugando conmigo.

El hombre con el carrito de los cafés y los donuts volvió a pasar por su lado. Luke le compró un café y una bagel y se sentó en la fuente. Simon se sentó a su lado.

—El hombre que me dio el nombre de Camille la calificó de «antigua» —dijo Luke—. Por lo que tengo entendido, es uno de los vampiros más antiguos de este mundo. Me imagino que es capaz de hacer sentir pequeño a cualquiera.

—Me hizo sentirme como un bichito —dijo Simon—. Me prometió que si en cinco días decidía que no quería trabajar para ella, no volvería a molestarme nunca. De modo que le dije que me lo pensaría.

—¿Y lo has hecho? ¿Te lo has pensado?

—Si se dedica a matar cazadores de sombras, no quiero tener nada que ver con ella —dijo Simon—. Eso ya te lo digo ahora.

—Estoy seguro de que Maryse se sentirá aliviada en cuanto oiga esto.

—Ahora no te pongas sarcástico.

—No es mi intención —dijo Luke, muy serio. Era en momentos como ése, que Simon podía dejar de lado sus recuerdos de Luke (casi un padrastro para Clary, el tipo que siempre rondaba por allí, el que en todo momento estaba dispuesto a acompañarte en coche a casa al salir del colegio, o a prestarte diez pavos para comprar un libro o una entrada para el cine) y recordar que Luke lideraba la manada de lobos más importante de la ciudad, que era alguien a quien, en momentos críticos, la Clave entera se había sentado a escuchar—. Olvidas quién eres, Simon. Olvidas el poder que posees.

—Ojalá pudiera olvidarlo —dijo Simon con amargura—. Ojalá que se esfumara por completo si hiciese uso de él.

Luke movió la cabeza de un lado a otro.

—El poder es como un imán. Atrae a los que lo desean. Camille es una de ellos, pero habrá más. Hemos tenido suerte, en cierto sentido, de que haya tardado tanto tiempo. —Miró a Simon—. ¿Crees que si vuelve a convocarte podrás ponerte en contacto conmigo, o con la Clave, para decirnos dónde encontrarla?

—Sí —respondió Simon—. Me dio una forma de entrar en contacto con ella. Pero no se trata precisamente de que vaya a aparecer si soplo un silbato mágico. La otra vez que quiso hablar conmigo, hizo que sus secuaces me pillaran por sorpresa y me condujeran a ella. Por lo tanto, no va a funcionar que pongas gente a mi alrededor mientras intento contactar con ella. Tendrás a sus subyugados, pero no la tendrás a ella.

—Humm. —Luke reflexionó—. Tendremos que pensar en algo inteligente.

—Pues mejor que pienses rápido. Dijo que me daba cinco días, lo que significa que mañana estará esperando algún tipo de señal por mi parte.

—Me lo imagino —dijo Luke—. De hecho, cuento con ello.

Simon abrió con cautela la puerta de entrada del apartamento de Kyle.

—¡Hola! —gritó al entrar en el recibidor y mientras colgaba la chaqueta—. ¿Hay alguien en casa?

No hubo respuesta, pero Simon oyó en la sala de estar los conocidos sonidos, zap-bang-crash, de un videojuego. Se encaminó hacia allí, portando como ofrenda de paz una bolsa blanca llena de bagels que había comprado en Bagel Zone, en la Avenida A.

—Os he traído desayuno…

Se interrumpió. No estaba seguro de lo que podía esperarse después de que sus autonombrados guardaespaldas se hubieran dado cuenta de que había salido del apartamento sin que se enteraran de ello. Se imaginaba una recepción con frases del tipo: «Vuélvelo a intentar y te mataremos». Pero jamás se le habría pasado por la cabeza encontrarse a Kyle y a Jace sentados en el sofá, codo con codo, y comportándose como los mejores amigos del mundo ante los ojos de cualquiera. Kyle tenía en las manos el mando del videojuego y Jace estaba inclinado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas, observando con atención el desarrollo del juego. Ni se dieron cuenta de que Simon acababa de entrar.

—Ése tipo de la esquina mira hacia el otro lado —comentó Jace, señalando la pantalla del televisor—. Si le atizas una patada de rueca, lo mandarás al carajo.

—En este juego no se pueden dar patadas. Sólo puedo disparar. ¿Lo ves? —Kyle machacó algunas teclas.

—Vaya estupidez. —Jace levantó la cabeza y fue entonces cuando vio a Simon—. Veo que estás de vuelta de tu reunión del desayuno —dijo, sin que su tono de voz fuera precisamente de bienvenida—. Seguro que te crees muy listo por haberte escapado como lo has hecho.

—Medianamente listo —reconoció Simon—. Una especie de cruce entre el George Clooney de Ocean’s Eleven y esos tipos de Los cazadores de mitos, aunque más guapo.

—No sabes lo que me alegro de no tener ni idea de esas tonterías que hablas —dijo Jace—. Me llena de una profunda sensación de paz y bienestar.

Kyle dejó el mando y la pantalla se quedó congelada en un primer plano en el que se veía una arma gigantesca con extremo afilado.

—Cogeré un bagel.

Simon le lanzó uno y Kyle se fue a la cocina, que estaba separada de la sala mediante una barra larga, para tostar y untar con mantequilla su desayuno. Jace miró la bolsa blanca e hizo un gesto de rechazo con la mano.

—No, gracias.

Simon se sentó en la mesita.

—Tendrías que comer algo.

—Mira quién habla.

—En estos momentos no tengo sangre —dijo Simon—. A menos que te ofrezcas voluntario.

—No, gracias. Ya hemos ido por ese camino y creo que será mejor que sigamos sólo como amigos. —El tono de Jace era casi tan sarcástico como siempre, pero mirándolo de cerca, Simon se dio cuenta de lo pálido que estaba y de que sus ojos estaban envueltos en sombras grisáceas. Los huesos de su cara sobresalían mucho más que antes.

—De verdad —dijo Simon, empujando la bolsa por encima de la mesita hacia donde estaba sentado Jace—. Deberías comer algo. No bromeo.

Jace miró la bolsa de comida y puso mala cara. Tenía los párpados azulados de agotamiento.

—Sólo de pensarlo me entran náuseas, si te soy sincero.

—Anoche te quedaste dormido —dijo Simon—. Cuando supuestamente tenías que vigilarme. Sé que esto de ejercer de guardaespaldas es casi como un chiste para ti, pero aun así… ¿Cuánto tiempo hacía que no dormías?

—¿Toda la noche seguida? —Jace se puso a pensar—. Dos semanas. Quizá tres.

Simon se quedó boquiabierto.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa?

Jace le regaló una sonrisa fantasmagórica.

—«Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme un rey del espacio infinito, de no ser por las pesadillas que sufro».

—Ésa la conozco. Hamlet. ¿Quieres con esto decirme que no puedes dormir porque tienes pesadillas?

—Vampiro —dijo Jace, con una sensación de cansada certidumbre—, no tienes ni idea.

—Ya estoy aquí. —Kyle dio la vuelta a la barra y se dejó caer en el áspero sillón—. ¿Qué sucede?

—Me he reunido con Luke —dijo Simon, y les explicó lo sucedido al no ver motivos para escondérselo. Obvió mencionar que Camille lo quería no sólo porque era un vampiro diurno, sino también por la Marca de Caín. Kyle movió afirmativamente la cabeza en cuanto hubo terminado.

—Luke Garroway. Es el jefe de la manada de la ciudad. He oído hablar de él. Es un pez gordo.

—Su verdadero apellido no es Garroway —dijo Jace—. Había sido cazador de sombras.

—Es verdad. También lo había oído comentar. Y ha jugado un papel decisivo en todo el tema de los nuevos Acuerdos. —Kyle miró a Simon—. Caray, conoces a gente importante.

—Conocer a gente importante implica tener muchos problemas —dijo Simon—. Camille, por ejemplo.

—En cuanto Luke le cuente a Maryse lo que sucede, la Clave se ocupará de ella —dijo Jace—. Existen protocolos para tratar a los subterráneos malvados. —Al oír aquello, Kyle lo miró de refilón, pero Jace no se dio cuenta—. Ya te he dicho que no creo que sea ella la que intenta matarte. Sabe lo de… —Jace se calló—. Sabe que no le conviene.

—Y además, quiere utilizarte —dijo Kyle.

—Buen punto —dijo Jace—. No hay por qué eliminar un recurso valioso.

Simon se quedó mirándolos y sacudió la cabeza.

—¿Desde cuándo sois tan colegas? Anoche no parabais de proclamar «¡Soy el guerrero más poderoso!», «¡No, el guerrero más poderoso soy yo!». Y hoy os encuentro jugando a Halo y apoyándoos el uno al otro con buenas ideas.

—Nos hemos dado cuenta de que tenemos algo en común —dijo Jace—. Nos fastidias a los dos.

—He tenido una idea en este sentido —dijo Simon—. Aunque me parece que a ninguno de los dos va a gustarle.

Kyle levantó las cejas.

—Suéltala.

—El problema de que estéis vigilándome todo el tiempo —dijo Simon— es que si lo hacéis, los que intentan matarme no volverán a intentarlo, y si no vuelven a intentarlo, no sabremos quiénes son, y además, tendréis que vigilarme constantemente. Y me imagino que tenéis otras cosas que hacer. Bueno —añadió mirando a Jace—, posiblemente tú no.

—¿Y? —dijo Kyle—. ¿Qué sugieres?

—Que les tendamos una trampa. Para que vuelvan a atacar. Que intentemos capturar a uno de ellos y averigüemos quién los envía.

—Que yo recuerde —dijo Jace—, yo ya te propuse esa idea y no te gustó mucho.

—Estaba cansado —replicó Simon—. Pero lo he estado pensando. Y hasta el momento, por la experiencia que he tenido con malhechores, no se largan simplemente porque pases de ellos. Siguen acechándote de distintas maneras. Por lo tanto, o consigo que esos tipos vengan a mí, o me pasaré la vida esperando que vuelvan a atacarme.

—Me apunto —dijo Jace, aunque Kyle parecía aún dubitativo—. ¿De modo que quieres salir por ahí y empezar a dar vueltas hasta que vuelvan a aparecer?

—He pensado que se lo pondré fácil. Apareceré en algún sitio donde cualquiera pueda imaginarse que voy a ir.

—¿Te refieres a…? —dijo Kyle.

Simon señaló el cartel que había pegado a la nevera.

«PELUSA DEL MILENIO, 16 DE OCTUBRE, ALTO BAR, BROOKLYN, 21 HORAS».

—Me refiero a la actuación. ¿Por qué no? —El dolor de cabeza seguía ahí, en toda su plenitud; lo ignoró, tratando de no pensar en lo agotado que se sentía o en cómo se lo montaría para tocar. Tenía que conseguir más sangre. Tenía que hacerlo.

A Jace le brillaban los ojos.

—¿Sabes? Es muy buena idea, vampiro.

—¿Quieres que te ataquen en el escenario? —preguntó Kyle.

—Sería un espectáculo emocionante —dijo Simon, más fanfarrón de lo que en realidad se sentía. La idea de ser atacado otra vez era casi más de lo que podía soportar, por mucho que no temiera por su seguridad. No sabía si sería capaz de soportar de nuevo ver la Marca de Caín realizando su trabajo.

Jace negó con la cabeza.

—No atacan en público. Esperarán hasta después de la actuación. Y nosotros estaremos allí para ocuparnos de ellos.

Kyle negó con la cabeza.

—No sé…

Siguieron discutiendo el tema, Jace y Simon en un bando y Kyle en el otro. Simon se sentía un poco culpable. Si Kyle conociera lo de la Marca, resultaría mucho más fácil convencerlo. Pero acabó claudicando bajo la presión y accediendo a regañadientes a lo que él continuaba considerando «un plan estúpido».

—Pero —dijo al final, poniéndose en pie y sacudiéndose las migas de la camiseta—, lo hago únicamente porque me doy cuenta de que lo haréis de todos modos, esté yo de acuerdo o no. Por lo tanto, prefiero acompañaros. —Miró a Simon—. ¿Quién habría pensado que protegerte iba a ser tan complicado?

—Podría habértelo dicho yo —comentó Jace, cuando Kyle se puso la chaqueta y se dirigió a la puerta. Tenía que ir a trabajar, les había explicado. Al parecer, trabajaba de verdad como mensajero en bicicleta; los Praetor Lupus, por muy de puta madre que sonara su nombre, no pagaban nada bien. Se cerró la puerta y Jace se volvió hacia Simon—. La actuación es a las nueve, ¿no? ¿Qué hacemos durante el resto del día?

—¿Nosotros? —Simon lo miró con incredulidad—. ¿No piensas volver nunca a casa?

—¿Qué pasa? ¿Ya te has aburrido de mi compañía?

—Deja que te pregunte una cosa —dijo Simon—. ¿Te resulta fascinante estar conmigo?

—¿Qué ha sido eso? —dijo Jace—. Lo siento, creo que me he quedado dormido un momento. Vamos, continúa con eso tan cautivador que estabas diciendo.

—Vale ya —dijo Simon—. Deja por un momento de ser sarcástico. No comes, no duermes. ¿Y sabes quién tampoco lo hace? Clary. No sé lo que está pasando entre vosotros dos, porque, francamente, ella no me ha comentado nada. Me imagino que tampoco quiere hablar del tema. Pero es evidente que estáis peleados. Y si piensas cortar con ella…

—¿Cortar con ella? —Jace se quedó mirándolo fijamente—. ¿Estás loco?

—Si sigues evitándola —dijo Simon—, será ella la que cortará contigo.

Jace se levantó. Su estado de relajación había desaparecido, era todo tensión, como un gato al acecho. Se acercó a la ventana e, inquieto, empezó a juguetear con la tela de la cortina; la luz de última hora de la mañana penetró por la abertura, aclarando el color de sus ojos.

—Tengo motivos para hacer lo que hago —dijo por fin.

—Fenomenal —dijo Simon—. ¿Los conoce Clary?

Jace no dijo nada.

—Lo único que hace ella es quererte y confiar en ti —dijo Simon—. Se lo debes…

—Hay cosas más importantes que la honestidad —dijo Jace—. ¿Crees que me gusta hacerle daño? ¿Crees que me gusta saber que estoy haciéndola enfadar, haciendo incluso tal vez que me odie? ¿Por qué te crees que estoy aquí? —Miró a Simon con una especie de rabia muy poco prometedora—. No puedo estar con ella —dijo—. Y si no puedo estar con ella, me da lo mismo dónde estoy. Puedo estar contigo, porque si al menos ella se entera de que intento protegerte, se sentirá feliz.

—De modo que intentas hacerla feliz aun a pesar de que el motivo por el que, de entrada, se siente infeliz eres tú —dijo Simon, empleando un tono poco amable—. Parece una contradicción, ¿no?

—El amor es una contradicción —dijo Jace, y se volvió hacia la ventana.