15

TODO SE DESMORONA

Luke había pasado la mayor parte de la noche contemplando el avance de la luz a través del tejado traslúcido del Salón de los Acuerdos igual que una moneda de plata rueda sobre la superficie transparente de una mesa de vidrio. Cuando la luna estaba cerca de ser luna llena, como sucedía en aquellos instantes, sentía una equivalente agudización en la visión y el sentido del olfato, incluso estando bajo forma humana. Ahora, por ejemplo, podía oler el sudor de la duda en la habitación, y el subyacente olor penetrante del miedo. Podía percibir la preocupación impaciente de su manada de lobos allá en el bosque de Brocelind mientras deambulaban en la oscuridad de debajo de los árboles y aguardaba noticias suyas.

—Lucian. —La voz de Amatis en su oído era baja pero penetrante—. ¡Lucian!

Atrancado violentamente en su ensoñación, Luke luchó por enfocar los agotados ojos sobre la escena que tenía delante. Era un pequeño grupo variopinto, el que formaban aquellos que habían estado de acuerdo en al menos escuchar su plan. Menos de los que había esperando. A muchos los conocía de su vida anterior en Idris —los Penhallow, los Lightwood, los Ravenscar— y justo al mismo número de ellos los acababa de conocer, como los Monteverde, que dirigían el Instituto de Lisboa y hablaban una mezcla de portugués e inglés, o Nasreen Chaudhury, la directora de facciones severas del Instituto de Mumbai. Su sari verde oscuro estaba estampado con complejas runas de un plateado tan intenso que Luke instintivamente se encogía cuando ella pasaba demasiado cerca.

—Realmente, Lucian —dijo Maryse Lightwood.

El menudo rostro blanco de la mujer estaba transido de agotamiento y pena. Luke no había esperado que ni ella ni su esposo acudiesen, pero habían aceptado casi en cuanto él se lo había mencionado. Supuso que debía de sentirse agradecido de que estuvieran allí, incluso aunque el dolor tendiera a hacer que Maryse se mostrara más irascible de lo acostumbrado.

—Eres tú quién nos convenció para venir; lo mínimo que puedes hacer es prestar atención.

—Y eso es lo que hace. —Amatis estaba sentada con las piernas recogidas bajo el cuerpo como una jovencita, pero su expresión era firme—. No es culpa de Lucian que hayamos estado dando vueltas en círculos durante la última hora.

—Y seguiremos dando vueltas y vueltas hasta que se nos ocurra una solución —dijo Patrick Penhallow con un tono cortante en la voz.

—Con el debido respeto, Patrick —repuso Nasreen, con su fuerte acento—, puede que no exista una solución para este problema. Tal vez tendríamos que conformarnos con encontrar un plan.

—Un plan que no suponga ni la esclavitud en masa ni… —empezó Jia, la esposa de Patrick, y luego se interrumpió, mordiéndose el labio.

Era una mujer bonita y esbelta que se parecía mucho a su hija, Aline. Luke recordó cuando Patrick había huido al Instituto de Beijing y se había casado con ella. Aquello había significado una especie de escándalo, pues se suponía que debía haberse casado con una joven de Idris que sus padres habían elegido para él. Pero a Patrick nunca le había gustado hacer lo que le decían, una cualidad que Luke agradecía en aquellos momentos.

—¿O aliaros a los subterráneos? —dijo Luke—. Me temo que no hay modo de evitarlo.

—Ése no es el problema, y lo sabes —indicó Maryse—. Es todo el asunto de los escaños en el Consejo. La Clave jamás estará de acuerdo en ese caso. Lo sabes. Cuatro escaños completos…

—Cuatro, no —dijo Luke—. Uno para los seres mágicos, uno para los Hijos de la Luna y uno para los hijos de Lilith.

—Los brujos, las hadas y los licántropos —enumeró el señor Monteverde con su voz suave—. ¿Y qué hay de los vampiros?

—No me han prometido nada —admitió Luke—. Y, por tanto, yo tampoco a ellos. Puede que no les interese formar parte del Consejo, no sienten demasiado cariño por los de mi especie, y tampoco les gustan demasiado las reuniones y las normas. Pero tienen la puerta abierta en el caso de que cambiasen de idea.

—Malachi y sus amigos jamás estarán de acuerdo, y puede que no tengamos suficientes votos en el Consejo sin ellos —masculló Patrick—. Además, sin los vampiros, ¿qué posibilidad tenemos?

—Una inmejorable —replicó Amatis, que parecía confiar en el plan de Luke aún más que éste—. Hay muchos subterráneos que lucharán con nosotros, y son realmente poderosos. Los brujos por sí solos…

La señora Monteverde sacudió la cabeza y se volvió hacia su esposo.

—Éste plan es una locura. Jamás funcionará. No se puede confiar en los subterráneos.

—Funcionó durante el Levantamiento —dijo Luke.

La portuguesa hizo una mueca.

—Únicamente porque Valentine contaba con un ejército de idiotas —respondió—. No con demonios. ¿Y cómo podemos saber que los miembros de su antiguo Círculo no regresarán con él en cuanto los llame a su lado?

—Tenga cuidado con lo que dice, señora —gruñó Robert Lightwood.

Era la primera vez que abría la boca en más de una hora; había pasado la mayor parte de la tarde quieto, inmovilizado por la pena. Había arrugas en su rostro que Luke habría jurado que no estaban allí tres días atrás. Su tormento se apreciaba claramente en la tensión de sus hombros y en sus puños apretados; Luke no podía culparlo. Jamás le había gustado mucho Robert, pero había algo en la visión de aquel hombre quebrado por la pena que resultaba doloroso de contemplar.

—¿Cree que me uniría a Valentine después de la muerte de Max…? Él hizo que asesinaran a mi hijo…

—Robert —murmuró Maryse, y le posó la mano en el hombro.

—Si no nos unimos a él —dijo el señor Monteverde—, todos nuestros hijos morirán.

—Si piensa esto, entonces ¿por qué están aquí? —Amatis se puso en pie—. Pensaba que habíamos acordado…

«También yo». A Luke le dolía la cabeza. Siempre la misma historia, se dijo, dos pasos al frente y uno atrás. Eran tan nocivos como los propios subterráneos cuando se enfrentaban; si al menos pudieran darse cuenta de ello… A lo mejor a todos les iría mejor si solucionaban sus problemas combatiendo, como lo hacía su manada.

Un leve movimiento en la puerta del Salón captó su mirada. Fue un instante, y de no haber faltado tan poco para la luna llena, quizá no lo hubiera visto, ni hubiera reconocido a la figura que pasó veloz ante las puertas. Se preguntó por un momento si estaba imaginando cosas. En ocasiones, cuando estaba muy cansado, creía ver a Jocelyn… en el parpadeo de una sombra, en un juego de luces en una pared.

Pero no se trataba de Jocelyn. Luke se puso en pie.

—Voy a salir cinco minutos a tomar el aire. Regresaré.

Luke notó cómo le observaban mientras se encaminaba a las puertas de entrada; todos ellos, incluso Amatis. El señor Monteverde susurró algo a su esposa en portugués; Luke captó la palabra «lobo» en el torrente de palabras. «Probablemente creen que voy a salir para correr en círculos y aullarle a la luna».

El aire en el exterior era limpio y frío; el cielo mostraba un acerado gris pizarra. El amanecer enrojecía el cielo en el este y proporcionaba un tinte rosa pálido a los peldaños de mármol blanco que descendían desde las puertas del Salón. Jace lo esperaba en mitad de la escalinata. Las blancas ropas de luto que llevaban golpearon a Luke como una bofetada, un recordatorio de todas las muertes que habían padecido allí y que pronto volverían a padecer.

Luke se detuvo varios peldaños por encima de Jace.

—¿Qué haces aquí, Jonathan?

Jace no dijo nada, y Luke se maldijo mentalmente por su mala memoria; a Jace no le gustaba que lo llamasen Jonathan y por lo general respondía al nombre con una aguda protesta. En esta ocasión, no obstante no pareció importarle. El rostro que alzó hacia Luke estaba tan sombrío como los rostros de cualquiera de los adultos del Salón. Aunque a Jace todavía le faltaba un año para ser considerado adulto según la ley de la Clave, se había enfrentado ya a circunstancias peores en su corta vida de las que la mayoría de los adultos podían imaginar siquiera.

—¿Buscabas a tu padres?

—¿Te refieres a los Lightwood? —Jace negó con la cabeza—. No. No quiero hablar con ellos. Te buscaba a ti.

—¿Se trata de Clary? —Luke descendió varios escalones hasta quedar un peldaño por encima de Jace—. ¿Está bien?

—Está perfectamente.

La mención de Clary pareció hacer que Jace se pusiera en tensión, lo que a su vez disparó los nervios de Luke; de todos modos, Jace jamás diría que Clary estaba bien si no lo estaba.

—Entonces ¿qué sucede?

Jace miró más allá de él, hacia las puertas del Salón.

—¿Qué tal va ahí dentro? ¿Algún progreso?

—En realidad, no —admitió Luke—. A pesar de lo poco que desean rendirse a Valentine, les gusta aún menos la idea de que haya subterráneos en el Consejo. Y sin la promesa de escaños en el Consejo, mi gente no peleará.

Los ojos de Jace centellearon.

—La Clave no aceptará esa propuesta.

—No tiene por qué encantarles. Sólo ha de gustarles más que la idea del suicidio.

—Intentarán ganar tiempo —le informó Jace—. Si yo fuera tú, les daría un plazo límite. La Clave funciona mejor de esta manera.

Luke no pudo evitar sonreír.

—Todos los subterráneos a los que puedo convocar se acercarán a la Puerta Norte al ponerse el sol. Si la Clave ha aceptado pelear junto a ellos, entrarán en la ciudad. Si no, darán media vuelta. No he podido posponerlo más; apenas nos da tiempo suficiente para llegar a Brocelind a medianoche.

Jace silbó.

—Resulta teatral. ¿Esperas que la visión de todos esos subterráneos inspire a la Clave, o que les asuste?

—Probablemente un poco de ambas cosas. Muchos de los miembros de la Clave están asociados a Institutos, como tú; están mucho más acostumbrados a ver subterráneos. Son los nativos de Idris los que me preocupan. La visión de subterráneos ante sus puertas puede provocarles pánico. Por otra parte, no puede perjudicarles que les recuerdes lo vulnerables que son.

Como si aquello hubiese sido una señal, la mirada de Jace se alzó rápidamente hacia las ruinas del Gard, una cicatriz negra en la ladera de la colina sobre la ciudad.

—No estoy seguro de que nadie necesite más recordatorios de eso. —Volvió la mirada hacia Luke, con sus limpios ojos muy serios—. Quiero decirte algo, y no quiero que salga de aquí.

Luke no pudo ocultar la sorpresa.

—¿Por qué decírmelo a mí? ¿Por qué no a los Lightwood?

—Porque eres tú quién está al mando aquí, en realidad. Lo sabes.

Luke vaciló. Algo en el rostro pálido y cansado de Jace provocaba la empatía con su propio cansancio… empatía y un deseo de demostrarle a aquel muchacho, que había sido traicionado y utilizado de un modo tan perverso por los adultos a lo largo de su vida, que no todos los adultos eran así, que había algunos en los que podía confiar.

—De acuerdo.

—Y —dijo Jace— porque confío en que tú sabrás cómo explicárselo a Clary.

—¿Explicarle a Clary qué?

—Por qué tengo que hacerlo. —Los ojos de Jace estaban muy abiertos bajo la luz del sol que salía; le hacía parecer años más joven—. Voy a salir tras Sebastian, Luke. Sé cómo encontrarle, y voy a seguirle hasta que me conduzca a Valentine.

Luke soltó una exclamación de sorpresa.

—¿Sabes cómo encontrarle?

—Magnus me enseñó cómo usar un hechizo de localización mientras me alojaba con él en Brooklyn. Intentábamos usar el anillo de mi padre para encontrarle. No funcionó, pero…

—Tú no eres un brujo. No deberías poder realidad un hechizo de localización.

—Se trata de runas. Como el modo en que la Inquisidora me vigiló cuando fui a ver a Valentine al barco. Tan sólo necesitaba algo de Sebastian.

—Pero ya nos ocupamos de eso con los Penhallow. No dejó nada tras él. La habitación estaba totalmente vacía y ordenada, probablemente justo por ese motivo.

—Encontré algo —dijo Jace—. Un hilo empapado en su sangre. No es mucho, pero es suficiente. Lo probé, y funcionó.

—No puedes salir corriendo tras Valentine tú solo, Jace. No te dejaré.

—No puedes detenerme. A menos que quieras pelear conmigo aquí mismo en la escalinata. Y no vencerás, tampoco. Lo sabes tan bien como yo. —Había una nota curiosa en la voz de Jace, una mezcla de certeza y odio hacia sí mismo.

—Mira, por muy decidido que estés a hacer el papel de héroe solitario…

—No soy un héroe —respondió Jace, y la voz sonó clara y sin inflexión, como si expusiera el más simple de los hechos.

—Piensa en los Lightwood, incluso aunque resultes ileso. Piensa en Clary…

—¿Crees que no he pensado en Clary? ¿Crees que no he pensado en mi familia? ¿Por qué crees que lo hago?

—¿Crees que no recuerdo lo que se siente cuando se tienen diecisiete años? —respondió Luke—. Pensar que tienes el poder de salvar el mundo… y no sólo el poder sino la responsabilidad…

—Mírame —dijo Jace—. Mírame y dime si soy un chico de diecisiete años corriente.

Luke suspiró.

—No hay nada de corriente en ti.

—Ahora dime que es imposible. Dime que lo que sugiero no puede hacerse. —Como Luke no dijo nada, Jace prosiguió—: Mira, tu plan es estupendo tal y como está. Trae a los subterráneos, combatid contra Valentine hasta las puertas mismas de Alacante. Es mejor que simplemente tumbarse y permitirle que pase sobre nosotros. Pero lo esperará. No le cogeréis por sorpresa. Yo… yo podría cogerle por sorpresa. Puede que no sepa que siguen a Sebastian. Es una posibilidad al menos, y tenemos que aprovechar todas las posibilidades que podamos conseguir.

—Tal vez tengas razón —indicó Luke—. Pero eso supone esperar demasiado de una sola persona. Incluso tratándose de ti.

—Pero ¿no te das cuenta…? Sólo puedo ser yo —dijo Jace a la vez que la desesperación se deslizaba a su voz—. Incluso aunque Valentine perciba que le estoy siguiendo, podría dejarme llegar lo bastante cerca…

—¿Lo bastante cerca para qué?

—Para matarle —dijo Jace—. ¿Qué otra cosa?

Luke contempló al muchacho. Deseó de algún modo poder conectar y ver a Jocelyn en su hijo, del modo en que la veía en Clary, pero Jace era únicamente, y siempre, él mismo… contenido, solitario y aparte.

—¿Serías capaz de hacerlo? —preguntó—. ¿Podrías matar a tu propio padre?

—Sí —respondió él, con una voz tan distante como un eco—. ¿Es ahora cuando me dices que no puedo matarle porque él es, al fin y al cabo, mi padre, y el parricidio es un crimen imperdonable?

—No; ahora viene cuando te digo que tienes que estar seguro de ser capaz de hacerlo —dijo Luke, y comprendió, ante su propia sorpresa, que alguna parte de él había aceptado ya que Jace iba a hacer exactamente lo que decía, y que él se lo permitiría—. No puedes hacer todo esto, cortar tus lazos aquí e ir tras Valentine por tu cuenta, para fracasar sin más en el último obstáculo.

—¡Ah! —replicó Jace—. Sí, soy capaz de hacerlo. —Apartó la mirada de Luke, dirigiéndola escalera abajo en dirección a la plaza, que hasta la mañana del día anterior había estado llena de cadáveres—. Mi padre me hizo lo que soy. Y le odio por eso. Puedo matarle. Él se aseguró de eso.

Luke sacudió la cabeza.

—Cualquiera que fuese la educación que recibiste, Jace, te opusiste a ella. No te corrompió…

—No —dijo Jace—. No fue necesario. —Echó una ojeada al suelo, cubierto de listas azules y grises; los pájaros habían iniciado sus cánticos matinales en los árboles que bordeaban la plaza—. Será mejor que me vaya.

—¿Quieres que les diga algo a los Lightwood?

—No. No les digas nada. Si descubren que lo sabías y me dejaste marchar, te culparán de ello. He dejado notas —añadió—. Se lo imaginarán.

—Entonces por qué…

—¿Por qué te lo cuento? Porque quiero que tú lo sepas. Quiero que lo tengas en mente mientras preparas tus planes para la batalla. Que estoy ahí fuera, buscando a Valentine. Si le encuentro, te lo haré saber. —Le dedicó una fugaz sonrisa—. Piensa en mí como tu plan de refuerzo.

Luke alargó el brazo y le estrechó la mano.

—Si tu padre no fuese quien es —dijo—, estaría orgulloso de ti.

Jace pareció sorprendido durante un momento, y luego con la misma rapidez se sonrojó y retiró la mano.

—Si tú supieras… —empezó, y se mordió el labio—. No importa. Buena suerte, Lucian Graymark. Ave atque vale.

—Esperemos que no sea una auténtica despedida —dijo Luke.

El sol se alzaba de prisa, y mientras Jace levantaba la cabeza, frunciendo el ceño ante la repentina intensificación de la luz, hubo algo en su rostro que impresionó a Luke: algo en aquella mezcla de vulnerabilidad y orgullo obstinado.

—Me recuerdas a alguien —dijo sin pensar—. A alguien que conocí hace años.

—Lo sé —repuso él con una mueca de amargura—, te recuerdo a Valentine.

—No —contestó Luke, lleno de curiosidad; pero cuando Jace volvió la cabeza, el parecido desapareció, desvaneciendo los fugaces recuerdos—. No…, no pensaba en absoluto en Valentine.

En cuanto despertó, Clary supo que Jace se había ido, incluso antes de abrir los ojos. Su mano, todavía alargada sobre la cama, estaba hueca; no había dedos que respondieran a la presión de los suyos. Se incorporó despacio, con una opresión en el pecho.

Debía de haber descorrido las cortinas antes de irse, porque las ventanas estaban abiertas y brillantes franjas de luz solar caían sobre la cama. Se preguntó por qué la luz no la había despertado. Por la posición del sol, tenía que ser después de mediodía. Sentía la cabeza pesada y espesa, los ojos medio adormilados. Quizás porque, por primera vez en tanto tiempo, no había tenido pesadillas y su cuerpo había aprovechado para recuperar el sueño perdido.

Hasta que no se puso en pie no advirtió el papel doblado sobre la mesilla de noche. Lo recogió con una sonrisa en los labios —así que Jace había dejado una nota—. Cuando algo pesado resbaló de debajo del papel y cayó a sus pies, se sintió tan sorprendida que dio un salto atrás, pensando que estaba vivo.

Era un trozo enrollado de metal reluciente. Supo lo que era antes de inclinarse y recogerlo. La cadena y el anillo de plata que Jace había llevado alrededor del cuello. El anillo de la familia. Raras veces le había visto sin él. Una repentina sensación de temor la inundó.

Abrió la nota y leyó rápidamente las primeras líneas: «A pesar de todo, no puedo soportar la idea de que este anillo se pierda para siempre, como tampoco puedo soportar la idea de dejarte para siempre. Aunque no tengo elección sobre lo uno, al menos puedo elegir sobre lo otro».

El resto de la carta pareció desleírse en un conjunto de letras borrosas sin sentido; tuvo que leerla una y otra vez para entender lo que decía. Cuando finalmente comprendió, se quedó quieta mirándolo fijamente, observando aletear el papel en su mano temblorosa. Comprendió entonces por qué Jace le había contando todo lo que le había contando, y por qué había dicho que una noche no importaba. Se le puede decir todo a alguien a quien se cree que no se verá nunca más.

No recordó, más tarde, haber decidido qué hacer a continuación, ni haber buscado algo que ponerse, pero de alguna manera se encontró corriendo escaleras abajo, vestida con el equipo de cazador de sombras, con la carta en una mano y la cadena con el anillo abrochada apresuradamente alrededor del cuello.

La sala de estar permanecía vacía; el fuego de la chimenea se había reducido a cenizas grises, pero emanaba ruido y luz de la cocina: un parloteo de voces, y el olor de algo cocinándose. «¿Tortitas?», pensó Clary con sorpresa. Jamás se le habría ocurrido que Amatis supiese cómo hacerlas.

Y tenía razón. Al entrar en la cocina, Clary sintió que los ojos se le abrían como platos: Isabelle, con los brillantes cabellos negros recogidos en un nudo en la base del cuello, estaba de pie ante los fogones, con un delantal alrededor de la cintura y una cuchara de metal en la mano. Simon estaba sentado sobre la mesa detrás de ella, con los pies sobre una silla, y Amatis, en lugar de decirle que se bajara de los muebles, estaba recostada contra la encimera con aspecto de estarse divirtiendo enormemente.

Isabelle agitó la cuchara en dirección a Clary.

—Buenos días —saludó—. ¿Quieres desayunar? Aunque, bueno…, supongo que es más bien la hora del almuerzo.

Totalmente muda, Clary miró a Amatis, que se encogió de hombros.

—Aparecieron sin más y se empeñaron en preparar el desayuno —dijo—, y tengo que admitir que yo no soy tan buena cocinera.

Clary pensó en la espantosa sopa de Isabelle en el Instituto y reprimió un escalofrío.

—¿Dónde está Luke?

—En Brocelind, con su manada —respondió Amatis—. ¿Va todo bien, Clary? Pareces un poco…

—Agitada —finalizó Simon por ella—. ¿Va todo bien de verdad?

Por un momento Clary no supo que responder. «Aparecieron», había dicho Amatis. Lo que significa que Simon había pasado la noche en casa de Isabelle. Le miró fijamente. No parecía nada distinto.

—Estoy perfectamente —dijo; aquél no era precisamente el momento de preocuparse por la vida amorosa de Simon—. Necesito hablar con Isabelle.

—Pues habla —repuso ésta, dando golpecitos a un objeto deformado en el fondo de la sartén que era, temió Clary, una tortita—. Estoy escuchando.

—A solas —dijo Clary.

—¿No puede esperar? —preguntó Isabelle, arrugando la frente—. Casi he acabado…

—No —respondió Clary, y hubo algo en su tono que hizo que Simon, al menos, tensara su posición—. No puede esperar.

Simon se deslizó fuera de la mesa.

—Muy bien. Os daremos un poco de intimidad —dijo, y volvió la cabeza hacia Amatis—. Quizás podrías mostrarme esas fotos de Luke cuando era un bebé de las que estábamos hablando.

Amatis lanzó una mirada preocupada a Clary, pero siguió a Simon fuera de la habitación.

—Supongo que sí…

Isabelle meneó la cabeza mientras la puerta se cerraba detrás de ellos. Algo centelleó en su cogote; un brillante y delicadamente fino cuchillo estaba introducido en el moño, manteniéndolo fijo. A pesar del retablo de vida doméstica, seguía siendo una cazadora de sombras.

—Oye —dijo—. Si esto es sobre Simon…

—No se trata de Simon. Se trata de Jace. —Le alargó la nota—. Lee esto.

Con un suspiro, Isabelle apagó el fogón, tomó la nota y se sentó a leerla. Clary sacó una manzana del cesto que había sobre la mesa y se sentó mientras Isabelle, frente a ella al otro lado de la mesa, escrutaba la nota en silencio. Clary se dedicó a toquetear la piel de la manzana sin decir nada; no podía imaginarse comiéndosela, ni, de hecho, comiendo nada en absoluto, nunca más.

Isabelle alzó los ojos de la nota con las cejas enarcadas.

—Esto parece más bien… personal. ¿Estás segura de que debo leerlo?

«Probablemente no». Clary apenas recordaba siquiera las palabras de la carta en aquellos momentos; en cualquier otra situación, jamás se la habría mostrado a Isabelle, pero el pánico respecto a Jace invalidaba cualquier otra preocupación.

—Lee hasta el final.

Isabelle regresó a la nota. Cuando terminó, dejó el papel sobre la mesa.

—Pensaba que podría hacer algo como esto.

—¿Te das cuenta de lo que quiero decir? —dijo Clary a trompicones—. No puede haber salido hace tanto tiempo, o llegado tan lejos. Tenemos que ir tras él y… —Se interrumpió; su cerebro procesaba finalmente lo que Isabelle había dicho y lo hacía llegar a su boca—. ¿Qué quieres decir con que pensabas que podría hacer algo como esto?

—Justo lo que he dicho. —Isabelle empujó un mechón de cabello que colgaba detrás de la oreja—. Desde el momento en que Sebastian desapareció, todo el mundo ha estado buscando el modo de encontrarlo. Yo despedacé su habitación en casa de los Penhallow buscando cualquier cosa que se pudiera usar para localizarlo… pero no había nada. Debería haber sabido que si Jace encontraba algo que pudiese permitirle localizar a Sebastian, saldría disparado tras él. —Se mordió el labio—. Aunque habría deseado que se hubiese llevado a Alec con él. A mi hermano le gustará.

—¿Así que piensas que Alec querrá ir tras él, entonces? —preguntó Clary, con renovadas esperanzas.

—Clary. —Isabelle sonó levemente exasperada—. ¿Cómo se supone que vamos a ir tras él? ¿Cómo se supone que vamos a tener la más leve idea de adónde ha ido?

—Debe de existir algún modo…

—Podemos intentar localizarle. Pero Jace es listo. Habrá encontrado algún modo de impedir la localización, igual que hizo Sebastian.

Una cólera fría se agitó en el pecho de Clary.

—¿Estás segura de que quieres encontrarlo? ¿No te importa si quiera que se haya marchado a una misión suicida? No puede enfrentarse a Valentine él solo.

—Probablemente no —repuso Isabelle—. Pero confío en que Jace tiene sus motivos para…

—¿Para qué? ¿Para querer morir?

—Clary. —Los ojos de Isabelle llamearon con una repentina luz colérica—. ¿Crees que el resto de nosotros estamos a salvo? Todos estamos aguardando morir o convertirnos en esclavos. ¿Puedes imaginar a Jace sentándose tan tranquilo y aguardando a que algo horrible suceda? ¿Realmente puedes ver…?

—Lo que veo es que Jace es tu hermano igual a como lo era Max —dijo Clary—, y a ti te importó su muerte.

Lo lamentó en cuanto lo dijo; el rostro de Isabelle palideció, como si las palabras de Clary le hubiesen arrebatado el color.

—Max —dijo Isabelle con una furia rigurosamente controlada— era un niño pequeño, no un luchador…, tenía nueve años. Jace es un cazador de sombras, un guerrero. Si peleamos contra Valentine, ¿crees que Alec no estará en la batalla? ¿Crees que todos nosotros no estamos, en todo momento, preparados para morir si debemos hacerlo, si la causa es lo bastante importante? Valentine es el padre de Jace; Jace probablemente tiene la posibilidad de acercarse a él para hacer lo que tiene que hacer…

—Valentine matará a Jace si tiene oportunidad —dijo Clary—. No le perdonará la vida.

—Lo sé.

—Pero ¿todo lo que importa es si él muere gloriosamente? ¿Ni siquiera le echarás en falta?

—Le echaré en falta cada día —dijo Isabelle—, durante el resto de mi vida, la cual, enfrentémonos a ellos, si Jace fracasa, probablemente durará una semana. —Sacudió la cabeza—. Tú no lo entiendes, Clary. Tú no comprendes lo que es vivir siempre en guerra, crecer con batallas y sacrificios. Supongo que no es culpa tuya. Así es como te criaron…

Clary alzó las manos.

—Sí que lo entiendo. Sé que no te gusto, Isabelle. Porque soy una mundana para ti.

—¿Crees que ese es el motivo…? —Isabelle se interrumpió, sus ojos brillaban; no sólo por la ira, advirtió Clary con sorpresa, sino por las lágrimas—. Dios, no entiendes nada ¿verdad? ¿Cuánto hace que conoces a Jace?, ¿un mes? Yo hace siete años que le conozco. Y en todo ese tiempo jamás le he visto enamorarse, jamás he visto siquiera que le gustase nadie. Ligaba con chicas, claro. Las chicas siempre se enamoraban de él, pero a él nunca le importó ninguna realmente. Creo que es por eso que Alec pensó…

Isabelle se detuvo por un momento, quedándose muy quieta. «Está intentando no llorar», pensó Clary con asombro; Isabelle, que daba la impresión de no llorar nunca.

—Siempre me preocupó, y a mi madre también…, quiero decir, ¿qué clase de adolescente no pierde la cabeza por nadie jamás? Era como si siempre estuviese medio despierto en lo referente a otras personas. Pensé que a lo mejor lo que le había sucedido a su padre le había causado alguna especie de trauma que le impedía amar. Si al menos hubiese sabido lo que había sucedido de verdad con su padre…, pero entonces probablemente habría pensado lo mismo, ¿no crees? Quiero decir, ¿a quién no le habría afectado eso?

»Y entonces te conocimos, y fue como si despertara. Tú no podías darte cuenta, porque nunca le habías conocido de otro modo. Pero yo lo vi. Hodge lo vio. Alec lo vio… ¿Por qué crees que él te odiaba tanto? Fue así desde el mismo instante en que te conocimos. Tú pensaste que era asombroso poder vernos, y lo era, pero lo que era asombroso para mí era que Jace pudiera verte realmente. No dejó de hablar de ti en todo el camino de regreso al Instituto; hizo que Hodge le enviase a buscarte; y una vez que te trajo con él, no quería que te fueses. Donde fuera que estuvieses en la habitación, te observaba… Incluso estaba celoso de Simon. No estoy segura de que él fuera consciente, pero lo estaba. Podía darme cuenta. Celoso de un mundano. Y luego, tras lo que le sucedió a Simon en la fiesta, estuvo dispuesto a ir contigo a Dumort, a violar la Ley de la Clave, sólo para salvar a un mundano que ni siquiera le gustaba. Lo hizo por ti. Porque si algo le ocurría a Simon, a ti te habría dolido. Eras la primera persona fuera de nuestra familia cuya felicidad le había visto tener en cuenta jamás. Porque te amaba.

Clary profirió un ruidito desde el fondo de la garganta.

—Pero eso fue antes de…

—Antes de que descubriera que eras su hermana. Lo sé. Y no os culpo por eso. No podíais saberlo. Y supongo que tú no pudiste evitar seguir adelante y salir con Simon después como si ni siquiera te importase. Pensé que una vez que Jace supiera que eras su hermana renunciaría y lo superaría, pero no lo hizo, y no pudo. No sé lo que Valentine le hizo cuando era niño. No sé si es así por ese motivo, o si es simplemente su modo de ser, pero no superará lo tuyo, Clary. No puede. Empecé a odiar verte. Odiaba verte por Jace. Es como una herida que te causa el veneno de demonio; tienes que dejarla en paz y permitir que cure. Cada vez que arrancas los vendajes, vuelves a abrir la herida. Cada vez que te ve, es como si se arrancase los vendajes.

—Lo sé —musitó Clary—. ¿Cómo crees que me siento yo?

—No lo sé. Yo no puedo saber lo que tú sientes. No eres mi hermana. No te odio, Clary. Incluso me gustas. Si fuese posible, no existe nadie que me gustase más para Jace. Pero espero que lo puedas comprender cuando te digo que si por algún milagro salimos de ésta, espero que mi familia se traslade a algún lugar tan lejano que no volvamos a verte jamás.

Las lágrimas le escocieron a Clary en el fondo de los ojos. Era extraño, Isabelle y ella sentadas allí ante aquella mesa, llorando por Jace por motivos que eran a la vez muy distintos y extrañamente similares.

—¿Por qué me cuentas todo esto ahora?

—Porque me estás acusando de no querer proteger a Jace. Y no es cierto. ¿Por qué crees que me alteré tanto cuando apareciste de improviso en casa de los Penhallow? Actúas como si no fueses parte de todo esto, de nuestro mundo; permaneces al margen, pero sí que formas parte de ello. Eres una parte fundamental. No puedes limitarte a fingir ser un actor secundario eternamente, Clary, cuando eres la hija de Valentine, porque Jace está haciendo lo que está haciendo en parte debido a ti.

—¿Debido a mí?

—¿Por qué crees que está tan dispuesto a arriesgarse? ¿Por qué crees que no le importa si muere?

Las palabras de Isabelle se clavaban en los oídos de Clary como afiladas agujas. «Sé por qué —pensó ella—. Cree que es un demonio, cree que no es realmente humano, ése es el motivo…, pero yo no puedo decírtelo, no puedo decirte la única cosa que te haría comprender».

—Él siempre ha pensado que hay algo que no está bien en él, y ahora, debido a ti, piensa que está maldito para siempre. Le oí decírselo a Alec. ¿Por qué no arriesgar la vida, si no quieres vivir de todos modos? ¿Por qué no arriesgar la vida si jamás serás feliz hagas lo que hagas?

—Isabelle, basta, por favor.

La puerta se abrió, casi sin hacer ruido, y Simon apareció en el umbral. Clary casi había olvidado cuánto había mejorado su oído.

—No es culpa de Clary.

El rostro de Isabelle enrojeció.

—Mantente al margen, Simon. No sabes nada.

Simon entró en la cocina, cerrando la puerta tras él.

—He oído la mayor parte de lo que habéis estado diciendo —les dijo con total naturalidad—. Incluso a través de la pared. Has dicho que no sabes lo que Clary siente porque no la has conocido el tiempo suficiente. Bueno, yo sí la conozco bien. Si crees que Jace es el único que ha sufrido, te equivocas.

Hubo un silencio; la ferocidad en la expresión de Isabelle se desvaneció levemente. A lo lejos, a Clary le pareció oír el sonido de alguien que llamaba a la puerta de la calle: Luke, probablemente, o Maia, con más sangre para Simon.

—No se ha ido por mí —dijo Clary, y su corazón empezó a latir con violencia.

«¿Puedo contarles el secreto de Jace, ahora que él se ha ido? ¿Puedo contarles la auténtica razón por la que se ha marchado, la auténtica razón por la que no le importa morir?». Las palabras empezaron a brotas de ella, casi en contra de su voluntad.

—Cuando Jace y yo fuimos a la casa solariega de los Wayland… cuando fuimos en busca del Libro de lo Blanco…

Se interrumpió al abrirse de par en par la puerta de la cocina. Amatis apareció allí de pie, con la más extraña de las expresiones en la cara. Por un momento Clary pensó que estaba asustada, y el corazón le dio un vuelco. Pero no era miedo lo que había en el rostro de la mujer. Reflejaba la misma expresión que había tenido cuando Clary y Luke habían aparecido de improviso en la puerta de su casa. Parecía como si hubiese visto un fantasma.

—Clary —dijo despacio—. Alguien ha venido a verte…

Antes de que pudiese terminar, alguien se abrió paso a su lado para entrar en la cocina. Amatis se echó hacia atrás, y Clary pudo observar bien al intruso: una mujer esbelta, vestida de negro. En un principio, todo lo que Clary vio fue el equipo de cazador de sombras. Casi no la reconoció, al menos hasta que sus ojos alcanzaron el rostro de la mujer y sintió que el estómago le daba un vuelco tal y como lo había hecho cuando Jace había conducido la motocicleta en la que iban por encima del borde del tejado del Dumort, en una caída de diez pisos.

Era su madre.