3

LA INQUISIDORA

La primera vez que Clary había visto el Instituto, este tenía el aspecto de una iglesia ruinosa, con el tejado desplomado y una sucia cinta policial amarilla manteniendo la puerta cerrada. Ahora no tuvo que concentrarse para disipar la ilusión. Incluso desde el otro lado de la calle podía ver exactamente lo que eran una imponente catedral gótica cuyas agujas parecían agujerear el cielo azul oscuro igual que cuchillos.

Luke se quedó en silencio. Estaba claro por la expresión de su rostro, que alguna especie de lucha tenía lugar en su interior. Mientras subían los escalones, Jace metió la mano dentro de la camiseta como por costumbre, pero cuando la sacó, estaba vacía. Lanzó una amarga carcajada.

—Me había olvidado. Maryse me quitó las llaves antes de que me fuera.

—Claro.

Luke estaba justo frente a las puertas del Instituto. Tocó con suavidad los símbolos tallados en la madera, justo debajo del arquitrabe.

—Estas puertas son exactamente iguales a las de la Sala del Consejo en Idris. Nunca pensé que vería algo igual otra vez.

Clary casi se sintió culpable al interrumpir la ensoñación de Luke, pero existían cuestiones prácticas de las que ocuparse.

—Si no tenemos la llave…

—No debería ser necesaria. Un Instituto debería estar abierto a cualquiera de los nefilim que no quiera hacer daño a los que lo habitan.

—¿Y si son ellos los que quieren hacernos daño a nosotros? —masculló Jace.

Luke esbozó una media sonrisa.

—No creo que eso influya.

—Ya, la Clave siempre se asegura de que las circunstancias estén de su parte. —La voz de Jace sonó ahogada; el labio inferior se le estaba hinchando y el párpado izquierdo empezaba a ponérsele morado.

«¿Por qué no se ha curado?», se preguntó Clary.

—¿También te requisó la estela? —inquirió.

—No cogí nada cuando me fui —respondió Jace—. No quise llevarme nada que los Lightwood me hubieran dado.

Luke le miró con cierta inquietud.

—Todo cazador de sombras debe tener una estela.

—En ese caso ya conseguiré otra —replicó Jace, y posó la mano sobre la puerta del Instituto—. En el nombre de la Clave —dijo—, solicito la entrada a este lugar sagrado. Y en el nombre del ángel Raziel, solicito tu bendición en mi misión contra…

Las puertas se abrieron de golpe. Clary pudo ver el interior de la catedral a través de ellas; la lóbrega oscuridad iluminada aquí y allí por velas metidas en altos candelabros de hierro.

—Bueno, esto es muy cómodo —ironizó Jace—. Imagino que las bendiciones son más fáciles de conseguir de lo que esperaba.

—El Ángel sabe cuál es tu misión —replicó Luke—. No tienes que decir las palabras en voz alta, Jonathan.

Por un momento, a Clary le pareció ver algo en el rostro de Jace, ¿incertidumbre, sorpresa?, tal vez incluso ¿alivio? Pero todo lo que este dijo fue:

—Nunca vuelvas a llamarme de esa manera. Jonathan no es mi nombre.

Atravesaron la planta baja de la catedral pasando ante los bancos vacíos y la luz que ardía permanentemente en el altar. Luke miró alrededor con curiosidad, e incluso pareció sorprendido cuando el ascensor, como una dorada jaula, llegó para llevarlos arriba.

—Esto tiene que haber sido idea de Maryse —dijo mientras entraba en él—. Es exactamente lo que le gusta.

—Lleva aquí tanto como yo —respondió Jace, mientras la puerta se cerraba detrás de ellos con un sonido metálico.

El viaje fue breve, y ninguno de ellos habló. Clary jugueteó nerviosamente con el fleco del pañuelo que llevaba al cuello. Se sentía un poco culpable por haberle dicho a Simon que se marchara a casa y esperara a que ella le llamara más tarde. Se había dado cuenta, por la enojada posición de los hombros mientras caminaba con paso digno por Canal Street, de que el chico se había sentido despedido sumariamente. Con todo, no podía imaginar no tenerle allí —un mundano— mientras Luke suplicaba a Maryse Lightwood en nombre de Jace; simplemente haría que todo resultara más tenso.

El ascensor se detuvo con un chasquido metálico. Salieron de él y se encontraron con Iglesia, que llevaba un lazo rojo ligeramente desgastado alrededor del cuello, aguardándoles en la entrada. Jace se inclinó para pasar el dorso de la mano sobre la cabeza del gato.

—¿Dónde está Maryse?

Iglesia profirió un sonido gutural, a medio camino entre un ronroneo y un gruñido, y se alejó por el pasillo. Le siguieron, Jace callado, Luke echando ojeadas alrededor con evidente curiosidad.

—Jamás pensé que vería el interior de este lugar.

—¿Se parece a cómo pensabas que sería? —preguntó Clary.

—He estado en los Institutos de Londres y París; este no es distinto de esos. Aunque en cierto modo…

—En cierto modo ¿qué? —Jace iba varias zancadas por delante.

—Es más frío —contestó Luke.

Jace no dijo nada. Habían llegado a la biblioteca. Iglesia se sentó como para indicar que no pensaba ir más allá. Unas voces eran vagamente audibles a través de la gruesa madera de la puerta, pero Jace la abrió de un empujón, sin llamar, y entró.

Clary oyó que una voz lanzaba una exclamación de sorpresa, y se le contrajo el corazón al pensar en Hugo, que prácticamente había vivido en aquella habitación. Hodge, con su voz áspera, y Hugin, el cuervo que era casi su constante compañero… y que, por orden de Hodge, había estado a punto de arrancarle los ojos.

No era Hodge, desde luego. Tras el enorme escritorio, un gran tablero de caoba apoyado sobre las espaldas de dos ángeles de piedra arrodillados, estaba sentada una mujer de mediana edad con el cabello negro como la tinta de Isabelle y la constitución fina y enjuta de Alec. Llevaba un pulcro traje chaqueta negro, muy sencillo, que contrastaba con los múltiples anillos de colores resplandecientes que le brillaban en los dedos.

Junto a ella estaba de pie otra persona: un esbelto adolescente de complexión menuda con ensortijados cabellos oscuros y piel color miel. Cuando volvió la cabeza para mirarlos, Clary no pudo contener una exclamación de sorpresa.

—¿Raphael?

Por un momento, el muchacho pareció desconcertado. Luego sonrió, mostrando unos dientes muy blancos y afilados, lo que no era de extrañar teniendo en cuenta que se trataba de un vampiro.

Dios —exclamó, dirigiéndose a Jace—. ¿Qué te ha sucedido, hermano? Parece como si una manada de lobos hubiera intentado hacerte pedazos.

—O tu suposición es increíblemente acertada —contestó Jace—, o has oído lo que ha pasado.

La sonrisa de Raphael se convirtió en una mueca burlona.

—Oigo cosas.

Una mujer sentada tras el escritorio se puso en pie.

—Jace —dijo, con la voz llena de ansiedad—. ¿Ha sucedido algo? ¿Por qué has regresado tan pronto? Pensé que ibas a quedarte con… —La mirada pasó de él a Luke y a Clary—. ¿Y quién eres tú?

—La hermana de Jace —respondió Clary.

Los ojos de Maryse se detuvieron en ella.

—Sí, ya lo veo. Te pareces a Valentine. —Volvió de nuevo la cabeza hacia Jace—. ¿La has traído contigo? ¿Y a un mundano, también? Este lugar no es seguro para ninguno de vosotros ahora. Y en especial para un mundano…

—Sin embargo yo no soy un mundano —dijo Luke, sonriendo levemente.

La expresión de Maryse cambió lentamente de perplejidad a atónita sorpresa mientras miraba a Luke, lo miraba realmente, por primera vez.

—¿Lucian?

—Hola, Maryse —saludó él—. Ha pasado mucho tiempo.

El rostro de Maryse se quedó inmóvil, y en aquel momento pareció mucho más vieja, más incluso que Luke. Se sentó con cuidado.

—Lucian —repitió apoyando las palmas de las manos sobre el escritorio—, Lucian Graymark.

Raphael que había estado observando lo que sucedía con la mirada curiosa de un ave, se volvió hacia Luke.

—Tú mataste a Gabriel.

«¿Quién era Gabriel?». Clary miró fijamente a Luke, perpleja. Este se encogió levemente de hombros.

—Lo hice, sí, igual que él mató al líder de la manada que había antes. Así es como funciona con los licántropos.

Maryse alzó los ojos al oír aquello.

—¿El líder de la manada?

—Si tú lideras la manada, es hora de que conversemos —dijo Raphael, inclinando gentilmente la cabeza en dirección a Luke, con mirada cautelosa—. Aunque no en este momento, quizá.

—Enviaré a alguien a verte para organizarlo —indicó Luke—. Ha habido mucho movimiento últimamente. Puede que no esté del todo al día respecto a los detalles.

—Puede —fue todo lo que repuso el otro, y se volvió de nuevo hacia Maryse—. ¿Ha concluido nuestro asunto?

Maryse habló con un esfuerzo.

—Si dices que los Hijos de la Noche no están involucrados en estos asesinatos, entonces aceptaré tu palabra. Estoy obligada a hacerlo, a menos que otras pruebas salgan a la luz.

Raphael frunció el entrecejo.

—¿A la luz? —dijo—. Esa no es una frase que me guste.

Se volvió, y Clary notó con un sobresalto que podía ver a través de sus bordes, como si fuese una fotografía borrosa en los márgenes. La mano izquierda era transparente, y a través de ella pudo ver el enorme globo terráqueo de metal que Hodge siempre tenía sobre el escritorio. Se oyó emitir un ruidito sorprendido a medida que la transparencia se extendía por los brazos desde las manos, y descendía al pecho desde los hombros, y al cabo de un instante él había desaparecido, como una figura borrada de un esbozo. Maryse suspiró aliviada.

Clary se quedó boquiabierta.

—¿Está muerto?

—¿Cómo, Raphael? —preguntó Jace—. No creo. Eso era simplemente una proyección suya. No puede venir al Instituto en su forma corpórea.

—¿Por qué no?

—Porque esto es terreno sagrado —repuso Maryse—. Y él está condenado. —Los glaciares ojos no perdieron ni un ápice de su frialdad cuando volvió la mirada hacia Luke—. ¿Tú eres el jefe de la manada de aquí? —preguntó—. Supongo que no debería sorprenderme. Parece ser tu método, ¿verdad?

Luke hizo caso omiso de la amargura de su voz.

—¿Estaba Raphael aquí por lo del cachorro que han matado hoy?

—Eso y por un brujo muerto —contestó Maryse— que encontraron asesinado en el centro, con dos días de diferencia.

—Pero ¿por qué estaba Raphael aquí?

—Al brujo le habían quitado toda la sangre —respondió ella—. Parece que quién quiera que asesinó al chico lobo fue interrumpido antes de que le pudiera sacar la sangre, pero las sospechas recayeron, naturalmente, sobre los Hijos de la Noche. El vampiro ha venido aquí a asegurarme que su gente no tiene nada que ver con ello.

—¿Le crees? —preguntó Jace.

—No tengo ningún interés en hablar sobre asuntos de la Clave contigo ahora, Jace; sobre todo ante Lucian Graymark.

—Ahora me llaman Luke —dijo este tranquilamente—. Luke Garroway.

Maryse sacudió la cabeza.

—Casi ni te he reconocido. Pareces un mundano.

—Esa es la idea, sí.

—Todos pensábamos que estabas muerto.

—Esperabais —dijo Luke, todavía con palidez—. Esperabais que estuviese muerto.

Pareció como si Maryse se hubiese tragado algo afilado.

—Será mejor que os sentéis —dijo por fin, indicando las sillas situadas frente al escritorio—. Ahora —siguió, una vez se hubieron sentado—, quizás podáis contarme por qué estáis aquí.

—Jace —respondió Luke, sin preámbulos— quiere un juicio ante la Clave. Estoy dispuesto a responder por él. Yo estaba allí aquella noche en Renwick, cuando Valentine se dio a conocer. Peleé con él y casi nos matamos mutuamente. Puedo confirmar que todo lo que Jace dice que sucedió es la verdad.

—No estoy segura —replicó Maryse— de lo que vale tu palabra.

—Puede que sea un licántropo —repuso Luke—, pero también soy un cazador de sombras. Estoy dispuesto a ser juzgado por la Espada, si eso ayuda.

«¿Por la Espada?». Eso sonaba mal. Clary dirigió una mirada a Jace. Este parecía calmado, con los dedos entrelazados sobre el regazo, pero había una tensión expectante en todo él, como si estuviera a un paso de estallar. Él captó su mirada.

—La Espada-Alma —explicó—. El segundo de los Instrumentos Mortales. Se usa en los juicios para determinar si un cazador de sombras miente.

—Tú no eres un cazador de sombras —indicó Maryse a Luke, como si Jace no hubiese hablado—. No has vivido según la Ley de la Clave desde hace mucho, mucho tiempo.

—Hubo un tiempo en que tú tampoco viviste según ella —repuso Luke, y un rubor intenso cubrió las mejillas de la mujer—. Pensaba —prosiguió él— que a estas alturas ya habrías superado lo de no ser capaz de confiar en nadie, Maryse.

—Algunas cosas nunca se olvidan —replicó ella; su voz tenía una dulzura peligrosa—. ¿Crees que fingir su propia muerte fue la mayor mentira que Valentine nos contó jamás? ¿Crees que «encanto» es lo mismo que «honestidad»? Yo solía pensarlo. Estaba equivocada. —Se puso en pie y se apoyó sobre la mesa con las delgadas manos—. Nos dijo que daría su vida por el Círculo y que esperaba que nosotros hiciéramos lo mismo. Y lo habríamos hecho… todos nosotros… lo sé. Yo casi lo hice. —Su mirada pasó rauda sobre Jace y Clary, y clavó los ojos en los de Luke—. ¿Recuerdas —prosiguió— cómo nos dijo que el Levantamiento no sería nada, apenas una batalla, unos pocos embajadores desarmados contra todo el poder del Círculo? Yo estaba tan segura de nuestra rápida victoria que cuando cabalgué a Alacante dejé a Alec en casa en su cuna. Pedí a Jocelyn que cuidara de mis hijos mientras yo estaba fuera. Ella se negó. Ahora sé el motivo. Ella lo sabía… y también tú. Y no nos advertisteis.

—Había intentado advertiros sobre Valentine —repuso Luke—. No me escuchasteis.

—No me refiero a Valentine. ¡Me refiero al Levantamiento! Cuando llegamos había cincuenta de nosotros contra quinientos subterráneos…

—Habíais estado dispuestos a masacrarlos desarmados cuando pensabais que sólo serían cinco —indicó Luke en voz baja.

Las manos de Maryse se cerraron con fuerza sobre el escritorio.

—Fuimos nosotros los masacrados —exclamó—. En medio de la carnicería volvimos la mirada hacia Valentine para que nos dirigiera. Pero él no estaba allí. Para entonces la Clave había rodeado el Salón de los Acuerdos. Pensamos que habían matado a Valentine, estábamos listos para entregar nuestras vidas en una desesperada carga final. Entonces recordé a Alec; si yo moría, ¿qué le sucedería a mi pequeño? —La voz le tembló—. Así que depuse las armas y me entregué a la Clave.

—Hiciste lo correcto, Maryse —dijo Luke.

Ella se revolvió contra él, con los ojos llameantes.

—¡No me trates con aire condescendiente, hombre lobo! De no haber sido por ti…

—¡No le chilles! —intervino Clary, casi poniéndose en pie—. Fue culpa vuestra por creer en Valentine, para empezar…

—¿Crees que no lo sé? —Había un tono áspero en la voz de Maryse—. Vaya, la Clave se preocupó de dejarlo bien claro cuando nos interrogaron…, tenían la Espada-Alma y sabían cuándo mentíamos, pero no pudieron hacernos hablar…, nada pudo hacernos hablar, hasta que…

—Hasta ¿qué? —Fue Luke quien habló—. Jamás lo he sabido. Siempre me he preguntado qué os contaron para hacer que os volvierais contra él.

—Simplemente la verdad —contestó Maryse, en un tono repentinamente cansado—. Que Valentine no había muerto en el Salón. Había huido… nos había dejado allí para que muriéramos sin él. Había muerto más tarde, se nos dijo, quemado en su casa. La Inquisidora nos mostró sus huesos y el amuleto que acostumbraba llevar, carbonizado. Por supuesto, eso era otra mentira… —La voz se le apagó, luego volvió a reponerse, con palabras tajantes—. Todo se estaba desmoronando para entonces, de todos modos. Finalmente hablábamos unos con otros, aquellos de nosotros que estábamos en el Círculo. Antes de la batalla, Valentine me había llevado aparte, me había contado que de todo el Círculo, yo era en quién más confiaba, su lugarteniente más allegado. Cuando la Clave nos interrogó, descubrí que había dicho lo mismo a todos.

—No hay furia en el infierno —masculló Jace, en voz tan baja que únicamente Clary le oyó.

—Mintió no tan sólo a la Clave sino a todos nosotros. Usó nuestra lealtad y nuestro afecto. Del mismo modo en que lo hizo cuando te envió a nosotros —dijo Maryse, mirando directamente a Jace ahora—. Y ahora ha regresado y tiene la Copa Mortal. Ha estado planeando todo esto durante años, desde el principio, todo. No puedo permitirme confiar en ti, Jace. Lo siento.

Jace no dijo nada. Tenía el rostro inexpresivo, pero había ido palideciendo a medida que Maryse hablaba, y los nuevos cardenales le destacaban amoratados en la mandíbula y la mejilla.

—Entonces, ¿qué? —quiso saber Luke—. ¿Qué es lo que esperas que haga? ¿Adónde se supone que debe ir?

Los ojos de la mujer descansaron por un momento sobre Clary.

—¿Por qué no con su hermana? —contestó—. La familia…

—Isabelle es la hermana de Jace —interrumpió Clary—. Alec y Max son sus hermanos. ¿Qué les vas a decir? Te odiarán eternamente si echas a Jace de tu casa.

Los ojos de Maryse se detuvieron en ella.

—¿Qué sabes tú de eso?

—Conozco a Alec y a Isabelle —respondió Clary, y la noción de la existencia de Valentine se le apareció, inoportunamente; la apartó con fuerza—. La familia es más que la sangre. Valentine no es mi padre. Luke sí lo es. Exactamente igual que Alec, Max e Isabelle son la familia de Jace. Si intentas arrancarlo de tu familia, dejarás una herida que no cicatrizará nunca.

Luke la miraba con una especie de sorprendido respeto. Algo se cruzó en los ojos de Maryse… ¿duda?

—Clary —dijo Jace en voz queda—, es suficiente.

Sonaba vencido. Clary se revolvió contra Maryse.

—¿Qué hay de la Espada? —exigió.

Maryse la contempló por un instante con genuina perplejidad.

—¿La Espada?

—La Espada-Alma —insistió Clary—. La que podéis usar para saber si un cazador de sombras miente o no. Podéis usarla con Jace.

—Esa es una buena idea. —Había una chispa de animación en la voz de Jace.

—Clary, tus intenciones son buenas, pero no sabes lo que conlleva la Espada —observó Luke—. La única persona que puede usarla es la Inquisidora.

Jace se sentó en el borde de la silla.

—Entonces llamadla. Haced venir a la Inquisidora. Quiero poner fin a esto.

—No —dijo Luke, pero Maryse miraba a Jace.

—La Inquisidora —repuso esta de mala gana— viene ya de camino…

—Maryse —la voz de Luke se quebró—, ¡dime que no la has involucrado en esto!

—¡No lo he hecho! ¿Crees que la Clave no se implicaría en esta disparatada historia sobre guerreros repudiados y Portales y muertes fingidas? ¿Después de lo que hizo Hodge? Se nos está investigando a todos, gracias a Valentine —finalizó, viendo la expresión lívida y atónita de Jace—. La Inquisidora podría encarcelar a Jace. Podría despojarle de sus Marcas. Pensé que sería mejor…

—Que Jace no estuviera cuando ella llegara —concluyó Luke—. No me extraña que estuvieses tan ansiosa por mandarle lejos.

—¿Quién es la Inquisidora? —quiso saber Clary. La palabra evocaba recuerdos de la Inquisición Española, de tortura, de látigo y el potro—. ¿Qué es lo que hace?

—Investiga a los cazadores de sombras para la Clave —explicó Luke—. Se asegura de que los nefilim no hayan quebrantado la Ley. Investigó a todos los miembros del Círculo después del Levantamiento.

—¿Maldijo a Hodge? —preguntó Jace—. ¿Os envió aquí?

—Ella eligió nuestro exilio y el castigo de Hodge. No siente ningún cariño por nosotros, y odia a tu padre.

—No voy a irme —afirmó Jace, todavía muy pálido—. ¿Qué te hará a ti si llega aquí y yo no estoy? Pensará que has conspirado para ocultarme. Te castigará… a ti, a Alec, a Isabelle y a Max.

Maryse no dijo nada.

—Maryse, no seas estúpida —apoyó Luke—. Te culpará más si dejas marchar a Jace. Mantenerle aquí y permitir el juicio por la Espada sería una señal de buena fe.

—Mantener aquí a Jace… ¡no puedes decirlo en serio, Luke! —exclamó Clary. La muchacha sabía que usar la Espada había sido idea suya, pero empezaba a lamentar haberlo mencionado—. Esa mujer suena horrible.

—Pero si Jace se va —continuó Luke—, no podrá regresar jamás. Nunca volverá a ser un cazador de sombras. Nos guste o no, la Inquisidora es la mano derecha de la Ley. Si Jace quiere seguir siendo una parte de la Clave tiene que cooperar con ella. Él sí tiene algo de su parte, algo que los miembros del Círculo no tenían después del Levantamiento.

—¿Y qué es eso? —preguntó Maryse.

Luke sonrió levemente.

—A diferencia de vosotros —contestó—, Jace dice la verdad.

Maryse inspiró con fuerza, luego volvió la cabeza hacia el chico.

—En última instancia, es tu decisión —dijo—. Si quieres el juicio, puedes permanecer aquí hasta que llegue la Inquisidora.

—Me quedaré —contestó él.

Había una firmeza en su tono, desprovista de ira, que sorprendió a Clary. Parecía mirar más allá de Maryse, con una luz titilando en sus ojos como si fuese el reflejo de un fuego. En aquel momento, Clary no pudo evitar pensar que se parecía mucho a su padre.