14

UNA RUNA PARA QUITAR EL MIEDO

Cuando Clary se despertó, la luz penetraba a raudales por las ventanas. Sintió un dolor agudo en la mejilla izquierda y, al rodar sobre sí misma, vio que se había quedado dormida sobre el bloc de dibujo y que la esquina de este se le había estado clavando en el rostro. También había dejado caer la pluma sobre el edredón, y una mancha negra se extendía por la tela. Se incorporó soltando un gemido, se frotó la mejilla y fue a darse una ducha.

El cuarto de baño mostraba delatoras señales de las actividades de la noche anterior: había telas ensangrentadas metidas en la basura y un manchurrón de sangre seca en el lavamanos. Con un estremecimiento, Clary se metió en la ducha con una botella de jabón de baño de pomelo, decidida a eliminar con un buen restregón su persistente sensación de inquietud.

Después, envuelta en uno de los albornoces de Luke y con una toalla alrededor de los cabellos mojados, abrió la puerta del baño de un empujón y se encontró con Magnus esperando al otro lado, con una toalla en una mano y la otra en los brillantes cabellos. Debía de haber dormido sobre ellos, pensó ella, porque un lado de las puntas recubiertas de purpurina aparecía chafado.

—¿Por qué tardan tanto las chicas en ducharse? —inquirió—. Chicas mortales, cazadoras de sombras, hechiceras, todas sois iguales. No me estoy volviendo más joven aguardando aquí fuera.

Clary se hizo a un lado para dejarle pasar.

—¿Cuántos años tienes, de todos modos? —preguntó, curiosa.

Magnus le guiñó un ojo.

—Yo ya estaba vivo cuando el Mar Muerto era sólo un lago que se sentía un poco pachucho.

Clary puso los ojos en blanco.

Magnus la echó con un gesto de las manos.

—Ahora mueve tu pequeño trasero. Tengo que entrar ahí; mi pelo está hecho un desastre.

—No me gastes todo el jabón de baño, es muy caro —le soltó Clary, y fue a la cocina, donde empezó a hurgar en busca de filtros para la máquina de café.

El familiar borboteo de la cafetera eléctrica y el color a café acallaron su sensación de inquietud. Mientras existiese café en el mundo, ¿hasta qué punto podrían ser malas las cosas?

Volvió al dormitorio para vestirse. Diez minutos más tarde, en vaqueros y con un suéter de rayas azules, estaba en la salita zarandeando a Luke para despertarlo. Este se incorporó con un gemido, los cabellos despeinados y el rostro arrugado por el sueño.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Clary, entregándole un desportillado tazón lleno de café humeante.

—Mejor ahora. —Luke bajó los ojos hacia la camisa desgarrada; los bordes del desgarrón estaban manchados de sangre—. ¿Dónde está Maia?

—Durmiendo en tu habitación, ¿recuerdas? Dijiste que podía quedarse ahí. —Clary se instaló en el brazo del sofá.

Luke se frotó los ojos.

—No recuerdo demasiado bien lo que pasó anoche —admitió—. Recuerdo haber ido a la furgoneta y no mucho más tras eso.

—Había más demonios escondidos fuera. Te atacaron. Jace y yo nos ocupamos de ellos.

—¿Más demonios drevak?

—No —Clary lo dijo de mala gana—, Jace los llamó demonios raum.

—¿Demonios raum? —Luke se sentó muy tieso—. Eso es cosa seria. Los demonios drevak son una plaga peligrosa, pero los raum

—No pasa nada —le tranquilizó Clary—. Nos deshicimos de ellos.

—¿Os deshicisteis de ellos? ¿O lo hizo Jace? Clary, no quiero que tú…

—No fue así. —Negó con la cabeza—. Fue como…

—¿No estaba Magnus ahí? ¿Por qué no fue con vosotros? —la interrumpió Luke, claramente alterado.

—Yo te estaba curando, ese es el motivo —explicó Magnus, que acababa de entrar en la sala oliendo intensamente a pomelo; llevaba el cabello envuelto en una toalla e iba vestido con un chándal de raso azul con listas plateadas en el costado—. ¿Dónde está tu gratitud?

—Estoy agradecido. —Luke parecía estar a la vez enojado y conteniendo la ira—. Pero si algo le hubiese sucedido a Clary…

—Habrías muerto si me hubiese ido con ellos —aseguró Magnus, dejándose caer en un sillón—. Y entonces Clary habría estado mucho peor. Ella y Jace solitos se ocuparon de los demonios fantásticamente, ¿no es cierto? —Volvió la cabeza hacia Clary.

Esta se removió nerviosa.

—Verás, es precisamente eso…

—¿Qué es precisamente eso?

Era Maia, todavía con las ropas que había llevado la noche anterior y una de las enormes camisas de franela de Luke echada sobre la camiseta. Cruzó con rigidez la habitación y se sentó con cautela en una silla.

—¿Es café lo que huelo? —preguntó esperanzada, arrugando la nariz.

Francamente, se dijo Clary, no era justo que una mujer loba fuese curvilínea y bonita; tendría que ser grandota y peluda, incluso con pelos saliéndole de las orejas.

«Y este —pensó Clary— es exactamente el motivo de que no tenga amigas y pase todo mi tiempo con Simon. Tengo que controlarme».

Se puso en pie.

—¿Quieres que te traiga un poco?

—Claro —asintió Maia—. ¡Con leche y azúcar! —gritó alegremente mientras Clary salía de la habitación, pero para cuando esta regresó a la cocina con un tazón humeante en la mano la muchacha loba ya tenía una expresión preocupada—. Realmente no recuerdo lo sucedido anoche —dijo—. Pero hay algo respecto a Simon, algo que me preocupa…

—Bueno, lo cierto es que intentaste matarle —repuso Clary, volviendo a instalarse en el brazo del sofá—. Quizá sea eso.

Maia palideció, contemplando fijamente su café.

—Lo había olvidado. Ahora es un vampiro. —Alzó los ojos hacia Clary—. No era mi intención hacerle daño. Simplemente estaba…

—¿Sí? —Clary enarcó las cejas—. Simplemente ¿qué?

El rostro de Maia enrojeció lentamente. La muchacha depositó el café sobre la mesa junto a ella.

—Tal vez deberías acostarte —aconsejó Magnus—. Encuentro que eso ayuda cuando la aplastante sensación de horrible comprensión hace acto de presencia.

Los ojos de Maia se llenaron repentinamente de lágrimas. Clary miró en dirección a Magnus con horror y vio que este parecía igualmente sorprendido y luego miró a Luke.

—Haz algo —susurró a este por lo bajo.

Magnus podría ser un brujo capaz de curar heridas mortales con un destello de fuego azul, pero Luke era incontestablemente el mejor de los dos para ocuparse de adolescentes llorosas.

Luke empezó a apartar la manta a puntadas para alzarse, pero antes de que pudiera ponerse en pie, la puerta de la calle se abrió de golpe y entró Jace seguido de Alec, que llevaba una caja blanca. Magnus se quitó apresuradamente la toalla de la cabeza y la dejó caer detrás del sillón. Sin el gel y la purpurina, el cabello era oscuro y lacio, y le quedaba por encima de los hombros.

Los ojos de Clary se dirigieron inmediatamente a Jace, como siempre hacían; no podía evitarlo, pero al menos nadie más pareció advertirlo. Jace parecía tenso, rígido y distante, pero también agotado, con círculos grises alrededor de los ojos. La mirada de Jace pasó sobre ella inexpresiva y se posó en Maia, que seguía llorando en silencio y no parecía haberles oído entrar.

—Todo el mundo está de muy buen humor, por lo que veo —comentó—. ¿Manteniendo la moral alta?

Maia se restregó los ojos.

—Mierda —masculló—. Odio llorar delante de cazadores de sombras.

—Entonces ve a llorar a otra habitación —replicó Jace, la voz desprovista de toda calidez—. Desde luego no te necesitamos lloriqueando aquí mientras conversamos, ¿verdad?

—Jace —empezó a reñirle Luke, pero Maia ya se había puesto en pie y salía muy digna de la habitación por la puerta de la cocina.

Clary se volvió furiosa hacia Jace.

—¿Conversar? No estábamos conversando.

—Pero lo vamos a hacer —dijo él, dejándose caer sobre el banco del piano y estirando las largas piernas—. Magnus quiere gritarme, ¿no es cierto, Magnus?

—Sí —respondió este, arrancando los ojos de Alec el tiempo suficiente para poner cara de pocos amigos—. ¿Dónde diablos estabas? Creía que había quedado claro que tenías que quedarte en la casa.

—Yo pensaba que él no tenía elección —dijo Clary—. Pensaba que tenía que entrar donde tú estabas. Ya sabes, debido a la magia.

—Normalmente, sí —respondió Magnus enojado—, pero anoche, tras todo lo que hice, mi magia estaba… agotada.

—¿Agotada?

—Sí. —Magnus parecía más enojado que nunca—. Ni siquiera el Gran Brujo de Brooklyn posee recursos infinitos. Soy simplemente humano. Bueno —corrigió—, medio humano, al menos.

—Pero tú debías de saber que tus recursos estaban agotados —inquirió Luke, sin mala intención—, ¿no es cierto?

—Sí, e hice que ese pequeño cabrón me jurara que se quedaría en la casa. —Magnus miró iracundo a Jace—. Ahora ya sé lo que valen vuestros tan cacareados juramentos.

—Necesitas aprender cómo hacerme jurar adecuadamente —respondió Jace, sin inmutarse—. Únicamente un juramento por el Ángel tiene algún significado.

—Es cierto —corroboró Alec.

Era lo primero que había dicho desde que habían entrado en la casa.

—La pura verdad. —Jace levantó el tazón sin tocar el de Maia y tomó un sorbo—. ¡Azúcar! —exclamó, haciendo una mueca de disgusto.

—Dime al menos dónde has estado toda la noche —preguntó Magnus en tono agrio—. ¿Con Alec?

—No podía dormir, así que salí a dar un paseo —respondió Jace—. Cuando regresé, me tropecé con este burro pensando en las musarañas en el porche. —Señaló a Alec.

Magnus se animó.

—¿Te has pasado toda la noche en el porche? —preguntó a Alec.

—No —contestó él—. Fui a casa y luego regresé. Llevo otra ropa, ¿no? Fíjate.

Todo el mundo miró. Alec llevaba un suéter oscuro y vaqueros, que era exactamente lo mismo que había llevado puesto el día anterior. Clary decidió otorgarle el beneficio de la duda.

—¿Qué hay en la caja? —preguntó.

—Bueno. Ah. —Alec contempló la caja como si la hubiese olvidado—. Donuts, en realidad. —Abrió la caja y la dejó sobre la mesilla de centro—. ¿Alguien quiere uno?

Resultó que todo el mundo quería uno. Jace quería dos. Tras engullir el de crema que Clary le pasó, Luke pareció medianamente revivificado; apartó el resto de la manta de una patada y se sentó con la espalda apoyada en el respaldo del sofá.

—Hay una cosa que no entiendo —dijo.

—¿Sólo una cosa? Pues vas muy por delante del resto de nosotros —bromeó Jace.

—Los dos fuisteis en mi busca cuando no regresé a la casa —repuso Luke, mirando primero a Clary y luego a Jace.

—Fuimos tres —puntualizó Clary—. Simon vino con nosotros.

Luke mostró una expresión afligida.

—Muy bien. Los tres. Había dos demonios, pero Clary me ha dicho que no matasteis a ninguno de ellos. Entonces ¿qué sucedió?

—Yo habría matado al mío, pero huyó —contestó Jace—. De lo contrario…

—Pero ¿por qué iba a huir? —quiso saber Alec—. Ellos eran dos, vosotros, tres… ¿Quizás se sintió en inferioridad de condiciones?

—No quisiera ofender a ninguno de los involucrados, pero el único de vosotros que parece peligroso es Jace —intervino Magnus—. Una cazadora de sombras sin preparación y un vampiro asustado…

—Creo que podría haber sido yo —indicó Clary—. Me parece que le asusté.

Magnus parpadeó.

—Acabo de decir que…

—No me refiero a que lo asusté porque parezca terrible —explicó Clary—. Creo que fue esto.

Alzó la mano, y la torció para que todos pudieran ver la Marca en la parte interior del brazo.

Se produjo un silencio repentino. Jace la miró fijamente, luego apartó la mirada; Alec pestañeó, y Luke parecía atónito.

—Nunca antes he visto esa Marca —dijo por fin—. ¿La habíais visto alguno?

—No —respondió Magnus—, pero no me gusta.

—No estoy segura de lo que es o lo que significa —explicó Clary, bajando el brazo—, pero no viene del Libro Gris.

—Todas las runas vienen del Libro Gris. —La voz de Jace era firme.

—Esta no —insistió Clary—. La vi en un sueño.

—¿En un sueño? —Jace parecía tan furioso como si ella le estuviera insultando personalmente—. ¿A qué juegas, Clary?

—No juego a nada —respondió ella—. ¿Recuerdas cuando estuvimos en la corte seelie… —Jace puso la misma cara que si ella le hubiese abofeteado. Clary siguió hablando, rápidamente, antes de que él pudiese decir nada—, y la reina seelie nos dijo que éramos experimentos? ¿Qué Valentine había hecho… nos había hecho cosas para hacernos diferentes, especiales? Me dijo que el mío era el don de palabras que no pueden pronunciarse, y que el tuyo era el don mismo del Ángel.

—Eso fueron tonterías de hadas.

—Las hadas no mienten, Jace. Palabras que no pueden pronunciarse; se refería a runas. Cada una tiene un significado distinto, pero están pensadas para ser dibujadas, no dichas en voz alta —prosiguió ella, haciendo caso omiso de la mirada dubitativa del muchacho—. ¿Recuerdas cuando me preguntaste cómo había entrado en tu celda en la Ciudad Silenciosa? Te dije que sólo había usado una runa de apertura corriente…

—¿Fue eso todo lo que hiciste? —Alec pareció sorprendido—. Yo llegué allí justo después de ti y parecía como si alguien hubiese arrancado aquellas puertas de los goznes.

—Y mi runa no se limitó a abrir la puerta —prosiguió Clary—. Abrió todo lo que había dentro de la celda también. Abrió hasta las esposas de Jace. —Tomó aire—. Creo que la reina se refería a que puedo dibujar runas que son más poderosas que las runas corrientes. Y tal vez incluso crear nuevas.

Jace negó con la cabeza.

—Nadie puede crear runas nuevas…

—A lo mejor ella sí, Jace. —Alec parecía pensativo—. Es cierto, ninguno de nosotros había visto esa Marca de su brazo antes.

—Alec tiene razón —corroboró Luke—. Clary, ¿por qué no vas a buscar tu cuaderno de dibujo?

Ella le miró con cierta sorpresa. Los ojos gris azulados de Luke estaban cansados, un poco hundidos, pero mantenían la misma firmeza que habían mostrado cuando ella tenía seis años y él la había prometido que si trepaba al castillo del área de juegos de Prospect Park y caía, él estaría siempre debajo para cogerla. Y siempre había estado.

—De acuerdo —respondió—. Regreso en seguida.

Para llegar a la habitación de invitados, Clary tenía que cruzar por la cocina, donde encontró a Maia sentada en un taburete colocado junto a la encimera, con aspecto desdichado.

—Clary —llamó la muchacha, saltando del taburete—, ¿puedo hablar contigo un segundo?

—Tengo que ir a mi habitación a coger algo…

—Oye, siento lo sucedido con Simon. Estaba desvariando.

—¿Ah, sí? ¿Qué ha pasado con eso de que todos los seres lobo están destinados a odiar a los vampiros?

Maia soltó un suspiro de exasperación.

—Lo estamos, pero… supongo que no tengo por qué acelerar el proceso.

—No me lo expliques a mí; explícaselo a Simon.

Maia volvió a sonrojarse, y sus mejillas adquirieron un intenso color rojo.

—Dudo que quiera hablar conmigo.

—Quizá sí. Es de lo más comprensivo.

Maia la miró con más atención.

—No es que quiera husmear, pero ¿estáis saliendo juntos?

Clary notó que ella también se sonrojaba y dio gracias a sus pecas por proporcionarle un cierto camuflaje.

—¿Por qué quieres saberlo?

Maia se encogió de hombros.

—La primera vez que lo vi se refirió a ti como su mejor amiga, pero la segunda vez te llamó su novia. Me preguntaba si era una cosa intermitente.

—Más o menos. Éramos amigos primero. Es una larga historia.

—Comprendo. —El rubor de Maia había desaparecido y la sonrisita de la chica dura había regresado a su rostro—. Bueno, tienes suerte, eso es todo. Incluso si ahora es un vampiro. Debes de estar de lo más acostumbrada a toda clase de cosas raras, siendo una cazadora de sombras, así que apuesto a que no te importa.

—Me importa —repuso Clary, en un tono más cortante de lo que había pretendido—. Yo no soy Jace.

La sonrisita de suficiencia se ensanchó.

—Nadie lo es. Y me da la sensación de que él lo sabe.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Ah, ya sabes. Jace me recuerda a un antiguo novio mío. Algunos tipos te miran con cara de querer sexo. Jace te mira como si ya lo hubieseis hecho, hubiera sido fantástico y ahora sois sólo amigos… incluso aunque tú quieras más. Vuelve locas a las chicas. ¿Sabes a lo que me refiero?

«Sí», pensó Clary.

—No —contestó en voz alta.

—Imagino que no podrías, siendo su hermana. Tendrás que aceptar mi palabra.

—Tengo que irme. —Clary casi había cruzado la puerta de la cocina cuando algo le pasó por la mente y giró en redondo—. ¿Qué le sucedió a él?

Maia pestañeó.

—¿A quién?

—A tu novio. El que te recuerda a Jace.

—Ah —dijo Maia—, fue él quien me convirtió en mujer loba.

—Muy bien, ya lo tengo —dijo Clary, regresando con su bloc de dibujo en una mano y una caja de lápices de colores en la otra.

Retiró una silla de la poco usada mesa de comedor —Luke siempre comía en la cocina o en su despacho, y la mesa estaba cubierta de papeles y facturas viejas— y se sentó, con el bloc frente a ella. Se sentía como si estuviera haciendo una prueba en una escuela de arte. «Dibujad esta manzana».

—¿Qué quieres que haga?

—¿Qué es lo que crees?

Jace seguía sentado en el banco del piano, con los hombros encorvados; daba la impresión de no haber dormido en toda la noche. Alec estaba apoyado en el piano detrás de él, probablemente porque era todo lo lejos de Magnus que podía estar.

—Jace, ya vale. —Luke estaba erguido en su asiento pero parecía como si ello le representara un esfuerzo—. ¿Has dicho que sabías dibujar runas, Clary?

—He dicho que eso pensaba.

—Bueno, me gustaría que lo intentases.

—¿Ahora?

Luke sonrió levemente.

—A menos que tengas alguna otra cosa mejor que hacer.

Clary pasó las hojas del cuaderno de dibujo hasta llegar a una hoja en blanco y la contempló fijamente. Jamás una hoja de papel le había parecido tan vacía. Pudo percibir la quietud de la habitación, con todo el mundo observándola: Magnus con su antigua y templada curiosidad; Alec demasiado preocupado con sus propios problemas para que le importasen los de ella: Luke esperanzado, y Jace con una fría y aterradora vacuidad. Lo recordó diciendo que deseaba poder odiarla y se preguntó si algún día lo conseguiría.

Bajó el lápiz.

—No puedo hacerlo sólo porque se me ordene. No sin una idea.

—¿Qué clase de idea? —preguntó Luke.

—Quiero decir, ni siquiera sé qué runas existen ya. Necesito pensar en un significado, antes de dibujar una runa para ella.

—A nosotros ya nos cuesta bastante recordar cada una… —empezó Alec. Ante la sorpresa de Clary, Jace la interrumpió.

—¿Qué tal «impertérrito»? —dijo en voz baja.

—¿Impertérrito? —repitió ella.

—Existen runas para la valentía —explicó Jace—. Pero nunca nada que quite el miedo. Pero si tú, como dices, puedes crear runas nuevas… —Echó una ojeada a su alrededor, y vio la expresión sorprendida de Alec y Luke—. Mirad, sólo he recordado que no existe una, eso es todo. Y parece totalmente inofensiva.

Clary dirigió una mirada a Luke, que se encogió de hombros.

—Vale —dijo este.

Clary tomó un lápiz gris oscuro de la caja y apoyó la punta en el papel. Pensó en formas, líneas, arabescos; pensó en los signos del Libro Gris, antiguos y perfectos, encarnaciones de un lenguaje demasiado impecable para el habla. Una voz queda dijo en su cabeza: «¿Quién eres tú para pensar que puedes hablar el lenguaje del cielo?».

El lápiz se movió. Se sintió casi segura de que ella no lo había movido, pero este se deslizó sobre el papel, describiendo una única línea. Sintió que el corazón le daba un brinco. Pensó en su madre, sentada con expresión soñadora ante su tela, creando su propia visión del mundo en tinta y pintura de óleo. Pensó: «¿Quién soy yo? Soy la hija de Jocelyn Fray». El lápiz volvió a moverse, y esa vez contuvo el aliento; descubrió que susurraba la palabra, por lo bajo.

—Impertérrito. Impertérrito.

El lápiz retrocedió describiendo una curva ascendente, y ahora ella lo guiaba en lugar de ser guiada por él. Cuando terminó, bajó el lápiz y contempló por un momento, sorprendida, el resultado.

La runa de impertérrito finalizada era una matriz de líneas fuertemente arremolinadas: una runa tan audaz y aerodinámica como una águila. Arrancó la página y la sostuvo en alto para que los demás pudieran verla.

—Ya está —anunció, y fue recompensada por una expresión sobresaltada en el rostro de Luke (así que él no la había creído), y una levísima ampliación de los ojos de Jace.

—Fabuloso —exclamó Alec.

Jace se puso en pie, cruzó la habitación y le quitó la hoja de papel de la mano.

—Pero ¿funciona?

Clary dudó si lo preguntaba en serio o si simplemente estaba siendo desagradable.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, ¿cómo sabemos que funciona? Ahora es sólo un dibujo; no puedes quitarle el miedo a un pedazo de papel. Tenemos que probarla en uno de nosotros antes de poder estar seguros de que es una runa auténtica.

—No estoy seguro de que eso sea una buena idea —declaró Luke.

—Es una idea fabulosa. —Jace volvió a dejar caer el papel sobre la mesa y empezó a quitarse la cazadora—. Tengo una estela que podemos usar. ¿Quién quiere hacérmelo?

—Un lamentable uso de palabras —masculló Magnus.

Luke se puso en pie.

—No —dijo—, Jace, tú ya te comportas como si jamás hubieses oído la palabra «miedo». No creo que distinguiéramos si funciona contigo.

Alec sofocó lo que sonó como una carcajada. Jace se limitó a poner una forzada y poco amistosa sonrisa.

—He oído la palabra «miedo» —aseguró—. Pero elijo creer que no es aplicable a mi persona.

—Justo a lo que me refería —repuso Luke.

—Bueno, ¿por qué no la pruebo contigo, entonces? —preguntó Clary; pero Luke negó con la cabeza.

—No se pueden hacer Marcas a los subterráneos, Clary, no con un efecto real. La enfermedad demoníaca que provoca la licantropía impide que las Marcas surtan efecto.

—Entonces…

—Pruébala en mí —propuso Alec inesperadamente—. No me iría mal un poco de arrojo. —Se quitó la cazadora, la tiró sobre la banqueta del piano y cruzó la habitación hasta Jace—. Vamos. Marca mi brazo.

Jace echó una veloz mirada hacia Clary.

—A menos que creas que deberías hacerlo tú.

—No —repuso ella, meneando la cabeza—. Probablemente eres mejor aplicando las Marcas que yo.

Jace se encogió de hombros.

—Súbete la manga, Alec.

Obedientemente, su amigo se subió la manga. Ya tenía una Marca permanente en la parte superior del brazo, un elegante arabesco de líneas que se suponían le proporcionaban un equilibrio perfecto. Todos miraron, incluso Magnus, mientras Jace trazaba cuidadosamente los contornos de la runa para «impertérrito» en el brazo de Alec, justo debajo de la Marca ya existente. El chico hizo una mueca mientras la estela trazaba su ardiente recorrido sobre la piel. Cuando terminó, Jace volvió a meterse la estela en el bolsillo y durante un momento admiró su obra.

—Bueno, al menos resulta bonita —anunció—. Tanto si funciona como si no…

Alec se tocó la nueva Marca con las yemas de los dedos, luego alzó los ojos y se encontró con que todos los demás ocupantes de la habitación lo miraban fijamente.

—¿Y bien? —preguntó Clary.

—Bien, ¿qué?

Alec se bajó la manga, cubriendo la Marca.

—Pues ¿cómo te sientes? ¿Distinto en algo?

El muchacho pareció considerarlo.

—Pues no.

Jace alzó las manos.

—Así que no funciona.

—No necesariamente —repuso Luke—. Puede que no esté sucediendo nada que la activara. Quizá no haya nada aquí a lo que Alec tema.

Magnus echó un vistazo a Alec y enarcó las cejas.

—¡Buu! —exclamó.

Jace sonreía.

—Vamos, seguramente debes de tener una fobia o dos. ¿Qué te asusta?

Alec pensó un momento.

—Las arañas —contestó.

Clary se volvió hacia Luke.

—¿Tienes una araña en alguna parte?

Luke se mostró exasperado.

—¿Por qué iba a tener una araña? ¿Parezco un coleccionista?

—Sin ánimo de ofender —terció Jace—, pero en cierto modo sí.

—¿Sabéis? —el tono de Alec era agrio—, tal vez esto haya sido un experimento estúpido.

—¿Qué hay de la oscuridad? —sugirió Clary—. Podríamos encerrarte en el sótano.

—Soy un cazador de demonios —replicó Alec, con exagerada paciencia—. Está claro que no tengo miedo a la oscuridad.

—Bueno, podrías.

—Pero no es así.

El sonido del timbre de la puerta ahorró a Clary el tener que responder. Dirigió una mirada a Luke, enarcando las cejas.

—¿Simon?

—No puede ser. Es de día.

—Ah, claro. —Había vuelto a olvidarlo—. ¿Quieres que vaya?

—No —Luke se puso en pie con tan sólo un gruñido de dolor—, estoy perfectamente. Probablemente es alguien que se pregunta por qué está cerrada la librería.

Cruzó la habitación y abrió la puerta. Los hombros se le tensaron por la sorpresa. Clary oyó el ladrido de una voz femenina familiar, estridentemente enojada, y al cabo de un momento Isabelle y Maryse Lightwood hicieron a un lado a Luke y penetraron a grandes zancadas en la habitación, seguidas por una amenazadora figura gris de la Inquisidora. Detrás de ella iba un hombre alto y fornido, de cabellos oscuros y tez aceitunada, con una espesa barba negra. Aunque se había tomado hacía muchos años, Clary lo reconoció por la vieja foto que Hodge le había mostrado. Se trataba de Robert Lightwood, el padre de Alec e Isabelle.

La cabeza de Magnus se alzó bruscamente. Jace palideció notablemente, pero no mostró otra emoción. Y Alec… Alec pasó la mirada con asombro de su hermana a su madre, luego a su padre, y a continuación miró a Magnus, con los limpios ojos azul claro oscurecidos por una determinación concluyente. Dio un paso al frente para colocarse entre sus padres y todas las demás personas de la habitación.

Maryse, al ver a su hijo mayor en medio de la salita de Luke, tuvo una reacción tardía.

—Alec, ¿qué diablos haces aquí? Pensaba que había dejado claro que…

—Madre. —La voz de Alec al interrumpir a su madre fue firme, implacable y no carente de amabilidad—. Padre. Hay algo que debo deciros. —Les sonrió—. Estoy saliendo con alguien.

Robert Lightwood miró a su hijo con cierta exasperación.

—Alec, —dijo—, este no es precisamente el momento.

—Sí, lo es. Esto es importante. Veréis, no estoy saliendo con cualquiera.

Las palabras parecieron brotar de Alec en un torrente, mientras sus padres le observaban desconcertados. Isabelle y Magnus le miraban fijamente con expresiones de casi idéntica estupefacción.

—Estoy saliendo con un subterráneo. De hecho, me estoy viendo con un br…

Los dedos de Magnus se movieron, veloces como un rayo, en dirección a Alec. Hubo un tenue resplandor en el aire alrededor del muchacho. Este puso los ojos en blanco y cayó al suelo como un árbol derribado.

—¡Alec!

Maryse se llevó la mano a la boca. Isabelle, que era la que había estado más cerca de su hermano, se agachó junto a él. Pero Alec ya había empezado a despertar y abrió los párpados con un aleteo.

—Qu… qué… ¿por qué estoy en el suelo?

—Esa es una buena pregunta. —Isabelle fulminó con la mirada a su hermano—. ¿Qué ha sido eso?

—¿Qué ha sido qué? —Alec se sentó en el suelo, sujetándose la cabeza mientras una expresión de gran inquietud le ensombrecía el rostro—. Aguarda… ¿he dicho algo? Antes de desmayarme, me refiero.

Jace lanzó un resoplido.

—¿Recuerdas que nos preguntábamos si eso que Clary hizo funcionaría o no? —preguntó—. Pues ya lo creo que funciona.

Alec parecía totalmente horrorizado.

—¿Qué he dicho?

—Has dicho que estabas saliendo con alguien —le contestó su padre—. Aunque no has llegado a aclarar por qué era tan importante decírnoslo justo ahora.

—No lo es —repuso Alec—. Quiero decir, no estoy saliendo con nadie. Y no es importante. O no lo sería si estuviese saliendo con alguien, cosa que no hago.

Magnus le miró como si fuese un imbécil.

—Alec ha estado delirando —declaró—. Efectos secundarios de unas toxinas demoníacas. De lo más desafortunado, pero estará perfectamente muy pronto.

—¿Toxinas demoníacas? —La voz de Maryse se había vuelto aguda—. Nadie ha informado de un ataque de demonios al Instituto. ¿Qué es lo que está sucediendo aquí, Lucian? Esta es tu casa, ¿no es cierto? Sabes perfectamente que si ha habido un ataque de demonios se supone que debes informar…

—También atacaron a Luke —explicó Clary—. Ha estado inconsciente.

—Qué conveniente. Todo el mundo estaba o bien inconsciente o aparentemente desvariando —replicó la Inquisidora, y su voz cortante llenó la habitación, silenciando a todo el mundo—. Subterráneo, sabes perfectamente bien que Jonathan Morgenstern no debería estar en tu casa. Debería estar encerrado al cuidado del brujo.

—Tengo un nombre, ¿sabes? —replicó Magnus—. Aunque —añadió, arrepentido de haber interrumpido a la Inquisidora—, no es que eso importe, en realidad. De hecho, olvídalo todo.

—Conozco tu nombre, Magnus Bane —replicó la mujer—. Has fracasado en tu deber una vez; no tendrás otra oportunidad.

—¿Fracasado en mi deber? —Magnus arrugó la frente—. ¿Sólo por traer al chico aquí? No había nada en el contrato que firmé que dijera que no podía llevarlo conmigo según considerara oportuno.

—Ese no ha sido tu fallo —repuso la Inquisidora—. Dejarle ver a su padre anoche, sí.

Se produjo un silencio anonadado. Alec se incorporó apresuradamente del suelo, buscando con los ojos a Jace; pero este no quería mirarle. Su rostro era una máscara inescrutable.

—Eso es ridículo —intervino Luke, y Clary raras veces le había visto tan enojado—. Jace ni siquiera sabe dónde está Valentine. Deja de perseguirle.

—Perseguir es a lo que me dedico, subterráneo —replicó la Inquisidora—. Es mi trabajo. —Se volvió hacia Jace—. Di la verdad ahora, muchacho —amenazó—, y será mucho más fácil.

Jace alzó la barbilla.

—No tengo que decirle nada.

—Si eres inocente, ¿por qué no exonerarte? Cuéntanos dónde estuviste realmente anoche. Háblanos del pequeño bote de recreo de Valentine.

Clary le miró fijamente. «Fui a dar un paseo», había dicho él. Pero eso no significaba nada. Quizá realmente hubiera ido a dar un paseo. Sin embargo, ella tenía una sensación de náusea en el corazón y en el estómago. «¿Sabes cuál es el peor sentimiento que se puede experimentar? —había dicho Simon—. No confiar en la persona que amas más que a nada en el mundo».

Cuando Jace no dijo nada, Robert Lightwood intervino, en su profunda voz de bajo.

—¿Imogen? ¿Estás diciendo que Valentine está… estaba…?

—En una embarcación en medio del East River —respondió esta—. Así es.

—Por eso no podía encontrarle —repuso Magnus, medio para sí—. Toda esa agua… perturbaba mi hechizo.

—¿Qué hace Valentine en medio del río? —quiso saber Luke, perplejo.

—Pregúntaselo a Jonathan —respondió la Inquisidora—. Tomó prestada una motocicleta al jefe del clan de los vampiros de la ciudad y voló hasta la nave. ¿No es cierto, Jonathan?

Jace no dijo nada. Tenía el rostro inescrutable. La Inquisidora, no obstante, parecía ávida, como si se estuviese alimentando del suspense que reinaba en la habitación.

—Mete la mano en el bolsillo de la chaqueta —ordenó—, y saca el objeto que has estado llevando contigo desde la última vez que abandonaste el Instituto.

Lentamente, Jace hizo lo que le ordenaban. Mientras sacaba la mano del bolsillo, Clary reconoció el reluciente objeto azul gris que sostenía. El pedazo del espejo Portal.

—Dámelo.

La Inquisidora se lo arrebató de la mano, y el muchacho hizo una mueca de dolor; el borde del cristal le había hecho un corte y la palma de la mano se llenó de sangre. Maryse emitió un ruidito quedo, pero no se movió.

—Sabía que regresarías al Instituto a buscar esto —siguió la Inquisidora, refocilándose definitivamente—. Sabía que tu sentimentalismo no te permitía dejarlo atrás.

—¿Qué es? —Robert Lightwood sonó desconcertado.

—Un pedazo de Portal en forma de espejo —respondió la mujer—. Cuando el Portal se destruyó, la imagen de su último destino quedó conservada en él. —Hizo girar el pedazo de cristal en los largos y delgadísimos dedos—. En este caso, la casa solariega de los Wayland.

Los ojos de Jace siguieron los movimientos del espejo. En el pedazo de él que Clary podía ver parecía haber atrapado un trozo de cielo azul. La muchacha se preguntó si alguna vez llovía en Idris.

Con un repentino gesto violento que no concordaba con su tono calmado, la Inquisidora arrojó el trozo de espejo contra el suelo. Este se rompió al instante en diminutos fragmentos. Clary oyó que Jace inspiraba con fuerza, pero el muchacho no se movió.

La Inquisidora sacó un par de guantes grises y se arrodilló entre los pedazos de espejo, tamizándolos entre los dedos hasta encontrar lo que buscaba: un solitario pedazo de fino papel. Se alzó, sosteniéndolo en alto para que todos los presentes en la habitación vieran la gruesa runa escrita en él con tinta negra.

—Marqué este papel con una runa de seguimiento y lo metí entre el pedazo de espejo y su refuerzo. Luego volví a dejarlo en la habitación del muchacho. No te sientas mal por no haberlo advertido —dijo a Jace—. Cabezas más venerables y sabias que la tuya han sido engañadas por la Clave.

—Me ha estado espiando —afirmó Jace, y en su voz había un deje de cólera—. ¿Es eso lo que hace la Clave, invadir la intimidad de sus camaradas cazadores de sombras para…?

—Ten cuidado con lo que dices. No eres el único que ha quebrantado la Ley. —La mirada gélida de la Inquisidora se paseó por la habitación—. Al liberarte de la Ciudad Silenciosa, al liberarte del control del brujo, tus amigos han hecho lo mismo.

—Jace no es nuestro amigo —replicó Isabelle—. Es nuestro hermano.

—Yo tendría cuidado con lo que dices Isabelle Lightwood —amenazó la mujer—. Podrías ser considerada cómplice.

—¿Cómplice? —Ante la sorpresa de todos, era Robert Lightwood quien había hablado—. La chica sólo intentaba impedir que destrozaras a nuestra familia. Por el amor de Dios, no son más que niños…

—¿Niños? —La Inquisidora dirigió una mirada helada hacia Robert—. ¿Igual que vosotros erais niños cuando el Círculo tramó la destrucción de la Clave? ¿Igual que mi hijo era un niño cuando…? —Se interrumpió con una especie de jadeo, como si se obligara a recuperar el control de sí misma.

—Así que esto tiene que ver con Stephen después de todo —concluyó Luke con compasión—. Imogen…

El rostro de la Inquisidora se crispó.

—¡Esto no tiene que ver con Stephen! ¡Tiene que ver con la Ley!

—Y Jace —preguntó Clary—. ¿Qué va a sucederle?

—Regresará a Idris conmigo mañana —respondió la Inquisidora—. Habéis perdido el derecho a saber más.

—¿Cómo puede llevarle a ese lugar? —exigió saber Clary—. ¿Cuándo regresará?

—Clary, no —exclamó Jace.

Las palabras fueron una súplica, pero ella siguió luchando.

—¡Jace no es el problema! ¡Valentine es el problema!

—¡Déjalo estar, Clary! —chillo Jace—. ¡Por tu propio bien, déjalo estar!

La muchacha no pudo evitarlo y retrocedió asustada ante él; Jace jamás la había gritado de ese modo, ni siquiera cuando lo había arrastrado a la habitación de la madre de ambos en el hospital. Vio la expresión en sus ojos cuando él se dio cuenta de que ella se echaba hacia atrás y deseó no haberlo hecho.

Antes de que pudiera decir nada más, Luke le puso la mano en el hombro y le habló en un tono tan serio como lo había hecho la noche que le había contado la historia de su vida.

—Si el muchacho ha ido a ver a su padre —dijo—, sabiendo la clase de padre que Valentine fue, es porque nosotros le hemos fallado, no porque él nos haya fallado a nosotros.

—Ahórrate tus sofismos, Lucian —indicó la Inquisidora—. Te has vuelto tan blando como un mundano.

—Ella tiene razón. —Alec estaba sentado en el borde del sofá, con los brazos cruzados y la mandíbula firme—. Jace nos ha mentido. No hay excusa para eso.

Jace se quedó boquiabierto. Había estado seguro de la lealtad de Alec, al menos, y Clary no le culpaba. Incluso Isabelle miraba fijamente a su hermano con horror.

—Alec, ¿cómo puedes decir eso?

—La Ley es la Ley, Izzy —respondió Alec, sin mirar a su hermana—. No se puede burlar.

Isabelle profirió un gritito de rabia y estupefacción, y salió disparada por la puerta principal, dejándola abierta. Maryse intentó ir tras ella, pero Robert detuvo a su esposa, diciéndole algo en voz baja.

Magnus se puso en pie.

—Realmente creo que es el momento de que yo también me vaya —anunció, y Clary advirtió que evitaba mirar a Alec—. Diría que ha sido agradable conoceros, pero, de hecho, no lo ha sido. Ha resultado bastante violento, y francamente, espero que transcurra una eternidad antes de que vuelva a ver a cualquiera de vosotros.

Alec clavó la mirada en el suelo mientras el brujo abandonaba muy digno la salita y salía por la puerta a la calle. En esta ocasión la cerró tras él con un portazo.

—Dos que se han ido —soltó Jace, sarcástico—. ¿Quién es el siguiente?

—Ya es suficiente —replicó la Inquisidora—. Dame las manos.

Jace extendió las manos, y la mujer marcó una estela de algún bolsillo oculto y procedió a dibujarle una Marca alrededor de las muñecas. Cuando apartó las manos, las muñecas de Jace estaban cruzadas, una sobre la otra, atadas por lo que parecía un aro de llamas ardientes.

—¿Qué hace? —exclamó Clary—. Le va a hacer daño…

—Estoy perfectamente, hermanita. —Jace habló con bastante calma, pero Clary advirtió que parecía no poder mirarla—. Las llamas no me quemarán a menos que intente separar las manos.

—Y en cuanto a ti —añadió la Inquisidora, dirigiéndose a Clary, que se sorprendió, ya que hasta ese momento la mujer apenas había parecido reparar en su existencia—. Has tenido la gran suerte de que Jocelyn te criara y escapar, así, a la mácula de tu padre. De todos modos, no te perderé de vista.

La mano de Luke se cerró con más fuerza sobre el hombro de Clary.

—¿Es una amenaza?

—La Clave no amenaza, Lucian Graymark. La Clave hace promesas y las mantiene.

La Inquisidora sonó casi alegre. Pero era la única persona de la habitación a la que podía aplicarse ese adjetivo; todos los demás parecían traumatizados, a excepción de Jace, que mostraba los dientes en un gruñido del que Clary dudaba que fuese consciente. Parecía como un león caído en una trampa.

—Vamos, Jonathan —ordenó la Inquisidora—. Anda por delante de mí. Si haces un solo movimiento para huir te clavaré un cuchillo entre los hombros.

Jace tuvo grandes dificultades para girar el pomo de la puerta principal con las manos atadas. Clary apretó los dientes para no chillar, y entonces la puerta se abrió finalmente y Jace se marchó seguido de la Inquisidora. Los Lightwood fueron detrás en fila, Alec con la vista todavía fija en el suelo. La puerta se cerró tras ellos, y Clary y Luke se quedaron solos en la sala de estar, silenciosos en compartida incredulidad.