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UN GUERRERO DEL OTRO MUNDO

Gran Muralla, Xeres[37] 27 de junio de 107 d. C.

Li Kan se volvió con rapidez y cortó el cuello del guerrero hsiung-nu[38] con el filo de su espada de acero, de hierro fundido y forjado. La sangre del enemigo le salpicó en la cara, pero se la sacudió con rapidez para darse la vuelta y encarar a otros de los hsiung-nu que venían a por él. Combatían desde lo alto de sus caballos. Los animales relinchaban nerviosos. Li Kan había avanzado demasiado y se había visto rodeado por aquella maraña de enemigos, pero su fervor en la lucha era contagioso y una docena de sus compañeros acudieron en su ayuda. Era tal la fiereza de la caballería del Imperio han que los hsiung-nu decidieron retirarse.

Había sido sólo una escaramuza más al pie de las gigantescas fortificaciones defensivas de la frontera norte del Imperio del Dragón Amarillo.

Li Kan entregó su caballo a uno de los centinelas de la torre de vigilancia y ascendió por la escalera. Quería observar desde lo alto del muro el horizonte y cerciorarse de que los hsiung-nu se habían retirado de verdad.

Li Kan, aún con la sangre de los enemigos en su coraza, miraba hacia Occidente desde lo alto de la Gran Muralla. Tenía veintitrés años, la edad en la que se empezaba a reclutar a la mayoría de los jóvenes en el Imperio han, pero él ya llevaba varios años de servicio en el ejército del norte. El pasado guerrero de su familia había hecho que se enrolara antes de lo acostumbrado y su valor lo había distinguido ya en las luchas de frontera contra los belicosos hsiung-nu, hasta el punto de ser reconocido por sus oficiales superiores. Pronto llegaría un ascenso. Pero a Li Kan el mundo se le quedaba pequeño. Miraba hacia Occidente, donde se extendían los territorios dominados por los hsiung-nu, más allá estaban las regiones de los yuegzhi[39] y luego el Imperio an-shi.[40] Eso decían. Pero lo más sorprendente es que contaban que aún más lejos, en el fin del mundo, estaba Da Qin,[41] un Imperio tan grande como el territorio que gobernaban los han e igual de poderoso o más.

—¿Vigilando el mundo, Li Kan?

La voz lo sorprendió por la espalda. Tan absorto había estado que no había oído la llegada del chi tu-wei, el comandante de la caballería.

—Sí, mi señor.

—¿Algún movimiento más de los hsiung-nu?

—No, mi señor. Parece que se han retirado por un tiempo. No eran muchos.

—Eso está bien. Esperemos que dure. Eso me hará menos doloroso prescindir de tus servicios.

Li Kan no entendía a qué se refería el chi tu-wei.

—Siempre he combatido bien, mi señor… —interpuso el joven guerrero de la muralla.

—Tranquilo, muchacho. No es nada malo. El shou, el gobernador, me ha pedido un puñado de hombres que se hayan distinguido por su valor en la frontera para enviarlos a la capital.

—¿A Loyang, señor?

—Así, es. El shou ha recibido un mensajero del mismísimo yu-shih chung-ch’eng, el asistente personal del ministro de Trabajos, uno de los nueve ministros de la emperatriz viuda. Parece que Fan Chun, que así se llama este consejero, ha reclamado hombres valientes de lealtad absoluta para renovar la guardia imperial o algo parecido. Les he dado tu nombre.

—Sí, chi tu-wei.

El comandante de la caballería suspiró.

—Irás a Loyang, un viaje de varios centenares de li,[42] irás a la capital del mundo, pero has de estar allí tanto o más vigilante que en la muralla, ¿me entiendes, muchacho?

—¿Por qué habla así mi chi tu-wei de la capital?

—El emperador es un niño y por lo que dicen… —aquí bajó la voz—, algo caprichoso, y es la emperatriz viuda la que está actuando como regente, la que gobierna en realidad, aunque no ostente el título de regente de forma oficial. Y cuando hay una regencia siempre hay conjuras. Es una gran oportunidad, muchacho, pero has de tener cuidado.

Li Kan tenía un profundo aprecio por su comandante. Tras la muerte de sus padres, el chi tu-wei se había comportado como un auténtico tutor para él.

—¿Y qué debo hacer? —preguntó el joven guerrero.

El comandante de la caballería respondió con seguridad.

—Ser leal a la emperatriz viuda regente, que es la que ha reclamado a estos nuevos hombres. Y no vaciles nunca. La lealtad siempre es premiada, pero la traición, al final, siempre es descubierta. Los que creen lo contrario, en Loyang, acaban muertos. —Empezó a andar, pero antes de alejarse se detuvo un momento y se volvió de nuevo hacia Li Kan—. Y límpiate, soldado; no quiero que el gobernador diga que envío a zarrapastrosos a la capital del Imperio. —Sonrió.

El joven guerrero han asintió mientras intentaba sacudirse algo de aquella sangre hsiung-nu con las manos.

—Loyang —dijo Li Kan en voz baja al tiempo que miraba desde lo alto del muro, esta vez, en dirección sur. Loyang. «La capital del mundo», pensó, mientras el viento del norte hacía ondear orgullosas las banderas imperiales han a lo largo de toda la Gran Muralla.