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PARTIA Y ARMENIA

Palacio real, Cesifonte, Partia

26 de junio de 107 d. C., hora septima en Roma. Anochecer en Partia

El rey parto Osroes se sentó en el trono del palacio imperial de Cesifonte. Anochecía sobre la ciudad del Tigris, pero esperaba la visita de su hermano. Partamasiris llegó, como siempre, tarde a la cita con el rey, pero Osroes se lo tomó con paciencia. Tenía recursos limitados para recuperar el control absoluto de Partia y con la rebelión de Vologases en el este del Imperio, era preciso contar con Partamasiris. Su hermano no era listo, pero precisamente por ello era fácilmente manipulable y se lo podía persuadir para empresas repletas de peligro sin que fuera capaz de valorar los riesgos. Era el candidato perfecto para su proyecto, pero primero tenía que garantizarse que entendía el plan.

Partamasiris entró en la sala real seguido por varios guardias partos, pero éstos, a una señal del rey, se detuvieron en la entrada y cerraron las puertas. Su hermano miró hacia atrás un segundo y, con el ceño fruncido, continuó andando hasta situarse delante del trono.

—Parece que no quieres que nos escuchen, hermano —dijo Partamasiris.

Osroes suspiró. Habría estado bien un «majestad» al final de la frase, pero era evidente que Partamasiris no estaba por la labor de sujetarse al protocolo y mucho menos en privado. No importaba. Eso ahora no era lo esencial.

—He pensado en lo que me pediste hace tiempo —respondió Osroes.

—¿En lo de la caza de elefantes? —preguntó Partamasiris con cierta ilusión en la voz y borrando las arrugas de la frente.

—No, eso no. —Osroes suspiró de nuevo, aún más profundamente, mientras se explicaba—. Con Vologases en el este cortando las rutas hacia la India, nada de eso es posible, por el momento. Me refiero a lo otro de lo que hablamos. Me refiero a lo de que seas Šāh [rey].

—¿Šāhān šāh?

—No, rey de reyes no. Ése es mi puesto, el que Vologases anhela, pero me parece justo que tú tengas un reino.

Partamasiris miró al suelo como un niño defraudado, pero pronto se le pasó la sombra que poblaba sus pensamientos y sonrió.

—¿Rey de dónde, hermano?

Šāh de Armenia —respondió Osroes rotundo.

—Ya…

—¿Acaso mi hermano no estaría satisfecho con Armenia?

—Oh, sí, ya lo creo. Es un reino próspero, pero ¿no está acaso Exedares, nuestro sobrino, como rey de Armenia?

—Así es, pero eso es algo que va a cambiar —se explicó Osroes—. He enviado a Exedares varios mensajeros reclamándole su apoyo en forma de guerreros y suministros para terminar con la rebelión de Vologases, pero ese miserable sobrino nuestro no parece encontrar nunca tiempo para responder, así que he decidido reorganizar primero Armenia, hacernos fuertes allí, nombrarte a ti rey y entonces poder usar los recursos de aquella rica región para recuperar el control de toda Partia.

Partamasiris asintió.

—Es ésta entonces una misión importante, la que quieres encomendarme.

Osroes se sorprendió de que su hermano comprendiera aquello, pero le alegró.

—Lo es, en efecto, pero antes he de saber si tú no harás lo mismo que Exedares cuando consiga entronizarte en el trono de Artaxata.

—No. Si mi hermano, el Šāhān šāh, me hace rey de Armenia, mi hermano tendrá todo lo que haga falta para acabar con Vologases —respondió Partamasiris, pero no por auténtica lealtad sino porque le parecía un plan perfecto: él podría permanecer tranquilamente como rey de Armenia en la comodidad y seguridad de la fortificada capital Artaxata, enviarle todo lo que quisiera a su hermano Osroes y esperar a ver qué pasaba en la guerra entre Osroes y Vologases. Luego ya pactaría con el vencedor. Si es que lo había. También existía la posibilidad de que se debilitaran tanto el uno contra el otro que, al final, el hombre fuerte de Partia podría no ser otro que él mismo. Partamasiris sonrió en silencio. Su hermano lo tomaba por tonto, pero él sólo fingía. Y fingía bien.

—Entonces… ¿aceptas? —insistió Osroes en busca de confirmación a su propuesta.

Partamasiris, no obstante, aún albergaba una duda.

—¿Y Hrōm? —preguntó.

—¿Qué tiene que ver Roma en todo esto? —inquirió Osroes con cierto aire despechado.

—Bueno, hermano, quiero decir, Šāhān šāh, rey de reyes, el Šāh Hrōmāyīg, el César de Roma, ha sido siempre consultado sobre quién gobierna en Armenia desde hace años.

Osroes meditó un instante. Para ser un estúpido, Partamasiris, en ocasiones, hacía reflexiones sensatas.

—No te preocupes por ello. Su César está demasiado ocupado en sus guerras de Occidente. Y si le incomoda tu entronización ya pactaremos con él. No, el César de Roma no es el problema, sino Vologases.

Todos cometemos errores de cálculo alguna vez en nuestra vida.