144

LOS GRITOS

Sótanos del anfiteatro Flavio,

Roma 26 de junio de 107 d. C., hora sexta

Marcio caminaba despacio, pero no por ello menos decidido. La cautela no es cobardía. La precipitación es audacia descontrolada. Él había aprendido a medir los tiempos.

Siguió descendiendo. Apenas había luz, pues la distancia entre una antorcha y otra era cada vez mayor. Por la dirección que había seguido calculaba que debía de estar en el centro de la gran arena del anfiteatro Flavio, sólo que bajo tierra. Y había mucha humedad. El olor a heces y basura y otros hedores asquerosos llegaba hasta su nariz. Las cloaculae de Roma estaban cerca, quizá la mismísima cloaca Máxima. Marcio no tenía ganas de volver a entrar en aquella red de túneles fétidos. No le traían buenos recuerdos. El pasadizo, al fin, giró y se alejó de los malos olores de las alcantarillas. Fue entonces cuando empezó a oír los gritos desgarradores de las mujeres.

Al principio los confundió con el aullido o el rugido de alguna fiera que no acertaba a identificar, pero pronto se dio cuenta de que se trataba de mujeres. Se podía entender hasta alguna palabra.

—¡Noooo! ¡Noooo! —Y luego el chasquido inconfundible de un látigo.

Se hizo el silencio un instante, pero en seguida retornaron los alaridos. Aquella mujer estaba sufriendo brutalmente. El gladiador tragó saliva. Sí, estaba llegando al reino de Carpophorus. Lo que estaba ocurriendo allí no era que estuvieran forzando a una mujer. Debía de ser algo mucho más terrible, pero Marcio no quería distraerse de su objetivo y siguió avanzando. Él no había descendido allí para salvar a nadie que no fuera él y su futuro con Alana y con Tamura. ¿Estarían bien? ¿Qué sería de ellas? Si se habían desplazado hacia el norte, lejos de los romanos, junto con otros sármatas, estarían bien, pero no debían acercarse hacia las zonas que controlaran los romanos. Eso sería un error.

Marcio se quedó inmóvil.

Tenía la sensación de que lo observaban y era una sensación desagradable.

Giró la cabeza, cubierta con su casco de mirmillo, muy lentamente hacia su derecha.

Primero oyó el rugido descomunal. Después llegó el león.