SARMIZEGETUSA ULPIA TRAIANA
Ulpia Traiana, Dacia
Marzo de 107 d. C.
Trajano no abandonó la Dacia inmediatamente tras su gran victoria sobre Decébalo, sino que se tomó un tiempo largo para asegurar las fronteras de los nuevos territorios conquistados. No se trataba de imponerse a un reino vasallo, sino de crear una nueva provincia romana en toda regla, y eso requería campamentos militares permanentes, decidir qué legiones debían quedarse en aquella región y, por supuesto, una nueva capital. El emperador, de acuerdo con su consilium augusti de campaña, desechó en seguida la idea de reconstruir la vieja Sarmizegetusa Regia, arrasada en el largo asedio al que había sido sometida durante la guerra. Además, aquélla era una ciudad en un enclave inhóspito, más propia de un beligerante rey bárbaro que el emplazamiento apropiado para lo que debía ser una capital administrativa de la nueva provincia. Por eso Trajano decidió alejarse de los montes Orastie y buscar un valle donde, en medio de un cruce de rutas entre el norte y el sur, el este y el oeste de la Dacia romana, levantar la nueva capital, que volvería a llamarse Sarmizegetusa, pero ya no Regia, pues no había rey alguno, sino Ulpia Traiana, en reconocimiento a la nueva autoridad imperial romana que gobernaría por muchos años aquella región del mundo.
El César encargó a Apolodoro de Damasco que diseñara la planta inicial de la ciudad y los principales edificios, en particular un gran anfiteatro donde celebrar luchas de gladiadores y otros espectáculos romanos. Pero también un gran horreum o almacén para el grano, diversos templos, una basílica para impartir justicia, un foro, unas termas y —algo en lo que el emperador insistió en particular— una necrópolis donde enterrar con honor a muchos de sus oficiales muertos en aquella campaña. Concretamente, Marco Ulpio Trajano estaba preocupado por una tumba.
El César recorría las obras de la nueva ciudad, entre andamios, sillares de piedra transportados en grandes carros y artesanos venidos de todo el Imperio. Había centenares de legionarios repartidos por todos los edificios en construcción. Éstos se hacían a un lado del camino ante la visión de la guardia imperial abriendo paso al emperador que los había conducido a todos hasta aquella gran victoria.
—Aquí es —dijo Lucio Quieto, que acompañaba al César en su paseo de inspección diario.
Trajano dio unos pasos más y accedió al recinto que se había seleccionado para la necrópolis de la ciudad, próximo a las fortificaciones más externas de la nueva urbe. El emperador caminó, pasando por delante de varias tumbas con pesadas lápidas de piedra, hasta detenerse delante de una, situada casi en el centro de aquel recinto sagrado.
—Su mujer insistió en pagar personalmente el coste de la lápida y la inscripción —dijo Trajano a Quieto que, justo detrás de él, lo escuchaba atento—. Nunca se amaron, pero ella ha sido respetuosa con las formas hasta el final.
—Seguramente, Longino estará aquí mejor que en Roma —se aventuró a decir Lucio Quieto.
—Sí —confirmó Trajano—. Éste es su sitio, sin duda. Para siempre. De una forma u otra algo me dice que su memoria se preservará si lo dejamos aquí. En el mundo todo cambia. Los dioses son caprichosos y hasta el más poderoso de los imperios puede desaparecer, pero ruego a los dioses por que preserven el recuerdo de Longino siempre en un lugar sagrado. Cierra los ojos, Quieto, ciérralos y ruega a los dioses conmigo.
Y el emperador cerró los ojos y lanzó aquella súplica a los dioses de la forma más humilde que pudo. Lo imploró con un fervor tal que en el cielo sus lágrimas silenciosas causaron emoción incluso entre las divinidades más gélidas. No era habitual que un emperador de Roma se humillara tanto ni de forma tan sincera. Pero había un nuevo dios que emergía y que amenazaba con borrarlos a todos. Para dar respuesta adecuada a aquel ruego imperial los dioses comprendieron que tendrían que alcanzar algún tipo de acuerdo con el nuevo dios de los cristianos.
Entretanto, en tierra, frente a los dos hombres, muda, la lápida de Longino sentía el viento de la Dacia sobre su superficie pétrea. Y los miraba, silenciosa, hablando sólo con sus letras grabadas con el fino punzón del mejor de los tallistas de Sarmizegetusa Ulpia Traiana:
D M
G·LONGIN
MAXIMO
VIX AN LVIII
IVLIA·AFRO
DISIA CONI
B M P
[Significado completo en latín:
D(iis) M(anibus)
G(neus) LONGIN(o)
MAXIMO
VIX(it) AN(nis) LVIII
IVLIA·AFRO
DISIA CONI(vgi)
B(ene) M(erenti) P(osuit)]
[A los dioses Manes,
por Cneo Longino
Máximo,[34]
que vivió 58 años.
Julia Afro
disia, esposa,
(ya que él) bien lo mereció
dispuso (esta tumba)]