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EL AGGER

Campamento romano frente a Sarmizegetusa

Junio de 106 d. C.

—¿Cómo está? —preguntó Trajano.

Critón habló con seriedad, pero el emperador no detectó esa vibración extraña de quien teme un fatal desenlace.

—Quieto es fuerte, César, y la flecha no parece haber causado un daño mortal. Eso sí —continuó el médico griego—, el jefe de la caballería imperial tendrá que guardar reposo un tiempo.

—Bien, bien, eso no es problema —respondió el emperador—, pero dedícale toda la atención necesaria. Critón. Lucio Quieto es muy importante para Roma, muy importante.

—Sí, augusto —dijo Critón, y se inclinó ante el César.

Trajano salió de la tienda del valetudinarium, el hospital militar de campaña en el que estaba el convaleciente Quieto, y Aulo lo recibió en el exterior con noticias que le interesaron.

—Ya ha llegado, César —dijo el tribuno pretoriano.

—Excelente —replicó Trajano—. Haz lo que te pedí, Aulo, y luego que lo traigan al praetorium.

Al poco, el emperador, acompañado por Sura, Nigrino, Tercio Juliano, Celso, Palma, Laberio Máximo y Adriano, recibió al recién llegado al asedio de Sarmizegetusa en la tienda de mando.

Apolodoro de Damasco entró y se inclinó ante el César; luego dedicó una breve mirada de reconocimiento a Tercio Juliano y de inmediato se dispuso a escuchar al emperador. Trajano lo había reclamado para el frente de guerra y eso no anticipaba nada sencillo, pero después de lo del puente, Apolodoro ya no temía ningún encargo del emperador de Roma.

—¿Has tenido tiempo de ver los muros de la ciudad? —preguntó Trajano sin rodeos.

Apolodoro había sido conducido a la tienda del praetorium después de que los pretorianos que lo escoltaban lo llevaran cerca de las murallas de Sarmizegetusa, de acuerdo con las órdenes recibidas.

—El César ha dado órdenes de que te enseñemos las murallas antes de que hables con él —le había dicho el tribuno Aulo—. ¿Hay algo en particular que quieras observar?

Apolodoro pidió que lo condujeran alrededor de toda la ciudad. Aquello llevó un tiempo, pero Aulo tenía instrucciones de mostrarle bien a aquel arquitecto todo cuanto deseara ver de las fortificaciones de Sarmizegetusa. Curiosamente, para el pretoriano, cuando no habían dado aún la vuelta completa, Apolodoro habló de nuevo.

—¿Qué son esos edificios?

El arquitecto señalaba hacia una serie de templos dacios que quedaban fuera del recinto amurallado y en torno a los que los romanos habían montado tiendas y fortificaciones.

—Son algunos santuarios del enemigo —respondió Aulo.

—No me hace falta ver más. Puedes llevarme ya ante el emperador.

Y allí estaban todos ahora. Y la pregunta del César seguía sin ser respondida, así que Trajano la repitió con cierto aire irritado.

—¿Has visto entonces los muros de la ciudad, arquitecto?

—Sí, César.

—¿Y bien? —insistió Trajano, que tomaba a Apolodoro por un hombre inteligente al que no había que explicarle todo—. ¿Qué piensas?

—¿Qué se ha intentado hasta ahora? —preguntó el arquitecto.

Trajano no respondió sino que miró a Tercio Juliano. Aquel legatus se había entendido con el arquitecto a la hora de hacer el puente; quizá fuera mejor que hablaran entre ellos. Las preguntas de Apolodoro lo estaban poniendo nervioso. Trajano empezaba a sentir cierta desesperación ante la incombustible resistencia de Decébalo y su negativa a rendirse. La sombra de un segundo invierno de campaña empezaba a transformarse en una posibilidad más que probable. Y eso sólo traería penurias y problemas. Tenían que tomar Sarmizegetusa ese mismo verano. Como fuera. Costara lo costase.

—Intentamos usar escalas en un principio, pero las murallas son muy altas —empezó a explicar Tercio Juliano sin dejar de mirar a Apolodoro—, y todo fue inútil. Sólo perdimos hombres y esfuerzo. Luego construimos varias torres de asedio, pero los dacios las incendiaron. Estamos construyendo nuevas torres, pero eso no quiere decir que no vuelvan a conseguir incendiarlas de nuevo. Hemos considerado construir un agger, un gigantesco terraplén que nos conduzca hasta lo alto de las murallas, pero el terreno es muy desigual, como ya habrás visto, y aquí no hay arena que resulte fácil de acumular como en el desierto que rodeaba Masada en Judea. Aquí todo son árboles, maleza, barro. Y los defensores resisten con enorme fuerza. Hemos construido la circumvallatio y nos consta que no reciben ayuda del exterior; aun así deben de tener gran cantidad de víveres y agua acumulada porque nadie ha notado el más mínimo deterioro en los dacios. Combaten como si el asedio hubiera empezado hoy mismo y no hace más de treinta días, que son los que llevamos combatiendo contra ellos.

—Es fácil almacenar comida, grano, para mucha gente, pero no es tan fácil acumular agua fresca para tanta gente tanto tiempo. No, para toda una ciudad no.

—Tendrán pozos —replicó Tercio.

—Es posible —aceptó el arquitecto—, pero Sarmizegetusa es una ciudad muy grande, con… ¿cinco mil guerreros quizá?

—Seguramente el doble —respondió Tercio—, pues a medida que destruimos otras fortalezas se fueron retirando por el valle de Orastie numerosos dacios y muchos de los que estaban en Blidaru y Costesti se han refugiado en Sarmizegetusa antes de que pudiéramos tomar aquellas fortalezas. Fueron escapando por la noche y resguardándose aquí.

—Entiendo —aseveró el arquitecto llevándose una mano al mentón mientras pensaba y hablaba a la vez—. Eso hace unos diez mil guerreros y seguramente diez mil personas más, quizá más, entre mujeres y niños y viejos. Y si no se han observado desórdenes ni clamor popular contra el rey es que todos comen y, sobre todo, beben. No, pozos no es suficiente. Tiene que haber un suministro regular de agua a la ciudad que no habéis detectado.

—Mis hombres han construido una circumvallatio alrededor de toda la ciudad y no han detectado ningún acueducto —interpuso Trajano.

—Una empalizada como la que se ha construido es efectiva para evitar que llegue ayuda desde el exterior, pero no tiene apenas cimientos. Si el conducto de agua es subterráneo estos canales pueden haber pasado desapercibidos para los legionarios, César. Si los dacios construyen como construyen es que tienen buenos arquitectos, y quizá haga falta un arquitecto para encontrar esos conductos de agua. Una vez localizados se pueden cortar y el suministro de agua de la ciudad quedará bloqueado.

—Bien —respondió Trajano—, pero aunque les cortemos el agua no se rendirán pronto. Quiero atacarles de otra forma también. ¿Se te ha ocurrido alguna forma de derribar esas murallas?

Apolodoro volvió a asentir. Puso los brazos en jarra. Cerró los ojos. Estaba muy concentrado. Todos los legati del César respetaron los pensamientos de aquel hombre que había conseguido levantar un puente imposible sobre el mayor de los ríos. Ahora esperaban un nuevo portento. Nadie quería pasar un segundo invierno de guerra en tiendas de tela, rodeados de montes infestados de enemigos y a miles de millas de distancia de las comodidades de Roma.

—Un agger, sin duda, es la mejor opción, como ya habéis considerado —dijo al fin Apolodoro abriendo los ojos—. Es cierto, no obstante, que no hay arena ni roca de fácil acceso aquí, pero al cruzar todo el valle de Orastie he visto las ruinas de los muros de Blidaru y Costesti. Ahí tenemos toda la piedra que nos hace falta en perfectos sillares de roca tallada. También podríamos usar algunos de los sillares de las bases de los santuarios dacios que he visto próximos a sus murallas. Sólo necesitaré unos cuantos artesanos para las dovelas de los arcos y podré construir un gran agger que conduzca a los legionarios desde la planicie hasta el más alto de sus muros, pero en lugar de hacer ese terraplén con arena que no tenemos o con el siempre inconsistente barro, lo haremos con piedra, con sus propias piedras de las fortalezas que el César ya ha conquistado. Usaremos madera para los andamios y el armazón de la estructura para las cimbras, pero al final el agger será de piedra. Eso, augusto, es lo que yo haría.

Trajano dio por bueno aquel plan.

—Que traigan todos los sillares que necesite el arquitecto de los muros de Blidaru y Costesti, y quiero que varias patrullas escarben a lo largo de la empalizada que rodea la ciudad. Si hay conductos de agua que no hemos detectado quiero saberlo lo antes posible. ¡Todos al trabajo, por Júpiter! —Se levantó y salió veloz del praetorium.

Los diferentes legati siguieron al César. Sólo Tercio Juliano se quedó en la tienda junto con el arquitecto.

—Parece que volvemos a estar bajo tus órdenes —dijo, pero sin asomo de rabia.

—A las órdenes del emperador de Roma —respondió Apolodoro.