COSTESTI Y BLIDARU
Centro de la Dacia
Febrero de 106. d. C.
Por segunda vez en pocos años, los muros de las fortalezas de Blidaru y Costesti se interponían en el avance hacia Sarmizegetusa Regia. Trajano había conseguido abrirse camino en aquel crudo invierno hasta alcanzar aquel punto estratégico del complejo entramado de defensas dacias, superando la resistencia de Tapae y otras ciudades y, muy en particular, asfixiando a la mayor parte de los guerreros de Piatra Rosie hasta conseguir rendir aquel fortín. Pero ahora, de nuevo, los muros reconstruidos de Blidaru y Costesti se interponían en su camino.
—Ya rendimos estas fortalezas una vez —dijo Trajano a Quieto y al resto de legati que lo rodeaban mientras examinaba las nuevas murallas de Blidaru—. Volveremos a hacerlo. Le dedicaremos el tiempo que haga falta y, con la primavera, con la llegada de Laberio Máximo y las legiones que enviamos a proteger Moesia Inferior, avanzaremos hacia Sarmizegetusa; pero ahora veamos cómo están las cosas aquí. ¿Qué habéis visto?
La pregunta del César iba dirigida a Nigrino y Celso, que habían hecho un reconocimiento general de las dos fortalezas.
—Los dacios han renovado las murallas de Blidaru con eficacia, augusto —dijo Nigrino—. Han reconstruido los muros de la sección pentagonal y los de la parte trapezoidal. De hecho, han mantenido exactamente la misma estructura y han levantado al menos quince de las dieciocho torres con las que contaba la fortaleza original. Han sobreelevado los muros, haciéndolos más altos que en la campaña de hace unos años, pero el acceso con nuestras torres de asedio será posible. Llevará trabajo, pero podrá hacerse.
—¿Y Costesti? —preguntó Trajano mirando ahora a Celso.
Costesti era la fortaleza más antigua de toda la Dacia, construida antes incluso de los tiempos de Buresvista y Julio César. Las legiones de Trajano la rindieron en la campaña anterior, no sin gran esfuerzo, pero se consiguió. La cuestión era saber si ahora era posible repetir aquella hazaña.
—Es como en el caso de Blidaru, augusto —respondió Celso—. Los dacios han reconstruido los muros que rodean aquella colina fortificada y también los han sobreelevado con respecto a la campaña anterior, según me ha confirmado alguno de los veteranos que me acompañaba en el reconocimiento de las defensas de la fortaleza. Sólo hay un detalle… diferente.
—¿De qué se trata? —inquirió Trajano, que no estaba para acertijos ni misterios.
Celso dudó un poco, pero respondió con precisión.
—Toda la fortaleza está rodeada con lanzas clavadas en la tierra, y en la punta de cada jabalina han puesto una calavera… seguramente de algunos de nuestros legionarios caídos en combate durante la guerra.
Trajano inspiró profundamente.
—Eso aumentará la rabia de nuestros hombres —dijo al fin el emperador—. Pronto cambiaremos todas esas calaveras por huesos de guerreros dacios. Decid eso a los legionarios y a los auxiliares. Eso los motivará. Los conozco bien y quieren vengarse por este gélido invierno y por sus compañeros caídos en campaña. —Y bajó la mirada mientras seguía hablando, pensando en voz alta al tiempo que transformaba sus ideas en órdenes con tremenda rapidez—: Dedicaremos dos torres de asedio a cada fortaleza y dividiremos las catapultas a partes iguales para cada asedio. Atacaremos las dos fortalezas al tiempo. Quiero que las primeras catapultas empiecen a descargar proyectiles sobre Blidaru y Costesti antes de que caiga el sol y… —levantó la mirada— no detengáis el lanzamiento de proyectiles durante esta noche ni ninguna otra noche. Ningún enemigo va a dormir en el valle de Orastie hasta que tenga a Decébalo arrodillado delante de mí. Estableced los turnos necesarios entre los oficiales de las catapultas.