HUMO
Dacia
Febrero de 106 d. C.
Trajano y Quieto miraban hacia lo alto de aquellas paredes de roca roja.
—Para ser sincero, augusto, no veo cómo vamos a poder rendir Piatra Rosie —comentó Lucio Quieto—. Ya se nos resistió en la última guerra y ahora está pasando lo mismo.
El emperador permanecía callado mientras mantenía su mirada clavada en aquellos peñascos que se les antojaban inexpugnables.
—He pensado en ello bastante tiempo —respondió entonces Trajano rompiendo su silencio—. Ven conmigo, Lucio. —Y Trajano, seguido de cerca por Aulo y veinticuatro pretorianos que acompañaban al emperador por todo el campamento a modo de escolta personal, echó a andar, y se detuvo junto a las catapultas que se encontraban preparadas para lanzar nuevas rocas contra los muros de Piatra Rosie. Trajano señaló hacia lo alto.
—¿Lo ves? —preguntó.
Lucio negó con la cabeza.
—No, no entiendo bien, César.
—Ellos están allá arriba, en lo alto de esa montaña. Hacer un gran agger, un gigantesco terraplén que nos permita acceder a la fortaleza como se hizo en Masada nos llevaría meses, y aquí, con la nieve y los bosques, no es tan sencillo mover grandes cantidades de terreno y la recompensa tampoco es tan grande. Otra cosa será cuando lleguemos a su capital. En Sarmizegetusa no escatimaremos medios, porque el premio es la captura de Decébalo y de todo su oro y plata, pero no podemos dedicar tantos esfuerzos a esta rocosa fortaleza de Piatra Rosie. La cuestión clave sigue siendo, no obstante, que ellos están arriba y que nosotros, aquí abajo, tenemos muchos árboles. —Trajano miraba a su alrededor, examinando su plan que, por el momento, no entendía ni Lucio ni nadie—. Costará porque están húmedos —continuó el César—, pero prenderemos varios fuegos alrededor de toda la montaña. Hogueras por todas partes, Lucio. Las más grandes allí de donde venga el viento. Es muy importante aprovecharnos de este viento. Y el humo, amigo mío… —dijo Trajano acercándose a Quieto—, el humo va hacia arriba. ¿Me entiendes ahora?
—Vamos a asfixiarlos —sentenció Lucio.
—Exacto —confirmó el emperador adelantándose y mirando hacia lo alto de la fortaleza—. En otro lugar no sería posible, pero aquí están tan elevados con respecto a nosotros que cuando lleven varios días con humo, mientras seguimos bombardeándolos con rocas de las catapultas y jabalinas de los escorpiones, llegará el momento en que no podrán más. Piatra Rosie va a caer sin que perdamos más hombres. Quiero humo, Lucio. Cuanto más mejor.