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EL PASO DE TEREGOVA

De Blidaru a Tapae

Invierno de 101 d. C.

Primero fue un avance a marchas forzadas desde las fortalezas de Blidaru y Costesti hasta el valle de Tapae, tal y como había calculado el emperador. Trajano caminaba una vez más al frente para dar ejemplo a los legionarios de la VII. Todos llegaron exhaustos. Caminar por aquellas rutas embarradas o cubiertas de nieve resultaba especialmente penoso. Pero Trajano, después de aquellas duras jornadas, sólo dejó una noche para descansar. Al mediodía siguiente el emperador reemprendió la marcha hacia el sur con la legión VII y las tropas de la V y la XII que se unieron al ejército imperial en Tapae.

Quieto, Liviano y Adriano lo acompañaban en aquella campaña de respuesta al ataque de Decébalo en Moesia Inferior. Tenían que llegar allí lo antes posible. Trajano estaba seguro de que sólo la velocidad en responder a aquella incursión destructiva de los dacios en el otro extremo de la frontera podría darle la victoria. O, como mínimo, evitarle las críticas desde el Senado.

—¡Vamos, vamos, vamos! —decía el emperador sin dejar de caminar—. ¡Por Júpiter, adelante!

Y así partieron de Tapae en dirección al paso de Teregova. Por allí habían cruzado los mensajeros con las noticias del ataque en Adamklissi. El emperador no dejaba de mirar al cielo encapotado, repleto de nubes que amenazaban lluvia, que amenazaban nieve.

—Hace mucho frío —comentó Liviano.

—Seguiremos incluso si nieva —respondió Trajano.

El camino se estrechaba. Las legiones tuvieron que empezar a avanzar en unidades de cada vez menos hileras. Trajano ordenó que se enviaran varias patrullas de caballería por delante del ejército. No era probable que Decébalo tuviera recursos suficientes para defender las fortalezas del norte, atacar en Moesia Inferior y además tener una tercera fuerza de combate oculta en las montañas para preparar una emboscada, pero había que ser cautos.

Anochecía y Trajano ordenó detener la marcha.

Las turmae de caballería regresaron al amanecer. No había enemigos en el valle de Teregova, pero sí lugares donde la nieve dificultaría el avance de las tropas. Trajano recibió las noticias mirando al suelo del praetorium. Quieto, Liviano y Adriano esperaban instrucciones. Adriano ya había planteado dudas sobre la conveniencia de cruzar aquel paso montañoso cubierto de nieve en pleno invierno.

—Dejaremos la mayoría de los carros. No necesitaremos catapultas en Moesia Inferior —dijo Trajano sin dejar de mirar al suelo—. Sólo quiero que nos sigan las acémilas necesarias para transportar las provisiones de tres días. No necesitaremos más. En Drobeta nos reabasteceremos. Quiero que salgan mensajeros hacia el sur con mis instrucciones. Que lo tengan todo dispuesto en Drobeta lo antes posible. —Y levantó al fin la mirada—. ¿Está claro?

Quieto y Liviano asintieron. Adriano se limitó a guardar silencio.

Trajano había decidido incorporar a su sobrino segundo a la expedición porque preveía nuevos combates en campo abierto y quería darle la oportunidad de comportarse como un buen militar ante sus ojos; y también porque si se conseguía una gran victoria quería que el propio Adriano viera personalmente lo que Roma era capaz de conseguir si se creía en ello.

Las legiones V, VII y XII reiniciaron su complicada marcha por el paso de Teregova.

Drobeta

Cincinato recibió a los mensajeros del emperador junto a las obras del gran puente. Se trabajaba en los cimientos del primero de los grandes pilares. Los nuevos ingenios del arquitecto imperial para extraer el agua de las ataguías parecían empezar a funcionar bien y el terreno del interior de la primera ataguía estaba suficientemente seco como para comenzar a introducir las grandes piedras y la argamasa.

Cincinato tuvo que abandonar las obras y regresar a su tienda para descifrar el mensaje del emperador. La importancia del enclave de Drobeta y la construcción del puente habían hecho que Tercio Juliano le revelara el código de cifrado de los mensajes imperiales. Cincinato decodificó el texto rápidamente pues el sudor de aquellos mensajeros auguraba urgencia y necesidad. En cuanto el tribuno militar terminó de leer el mensaje llamó al resto de los tribunos y los centuriones de mayor rango.

—Hay que detener las obras —les dijo.

Sólo uno de los oficiales se atrevió a decir algo.

—Eso no le va a gustar al arquitecto.

Cincinato asintió.

—El arquitecto es cosa mía.

El paso de Teregova

Había vuelto a nevar. Los legionarios agradecían en esos momentos duros las túnicas de lana gruesa que el emperador había hecho traer desde el sur para protegerlos del frío. Aun así, el ascenso por aquel paso de laderas agrestes con hayas sin hojas y abetos blancos era duro: el peso de la carga que debía llevar cada soldado hacía que las caligae se hundieran en la fría nieve de la Dacia; los clavos de las sandalias ayudaban a mantener el equilibrio y evitar resbalones, pero se avanzaba con torpeza.

—Quizá los hombres debieran disponer de descansos más a menudo —sugirió Quieto al emperador, pero Trajano negó con la cabeza.

—Tendrán tiempo de descansar. Luego. A partir de Drobeta todo será más fácil.

Lucio Quieto no entendía bien cómo todo sería más sencillo. Era posible que a la altura del Danubio el frío fuera algo menos intenso, pero allí se encontrarían con el viento gélido que se deslizaba siempre sobre el agua del gran río y que hacía inhóspitas las riberas durante el invierno. Lucio, no obstante, había ido detectando que el emperador se fiaba de sus opiniones y que no se molestaba por escucharlas, así que se aventuró a insistir en aquello que tanto lo preocupaba.

—César, si llegamos a Adamklissi con los hombres exhaustos tendremos que descansar allí lo que no hayamos descansado ahora y la pérdida de tiempo será la misma. Sigo pensando que convendría dar más horas de refresco a los legionarios mientras cruzamos estos valles helados.

Trajano se detuvo un instante.

—Tu opinión ha quedado muy clara, Lucio Quieto —le respondió con vehemencia—, pero te digo que tendrán tiempo de descansar antes de entrar en combate. Ahora no hay tiempo. La rapidez con la que lleguemos a Adamklissi es la clave de todo. —Y se volvió para continuar caminando.

Quieto miró a Liviano. El jefe del pretorio se encogió de hombros. Todos reemprendieron la marcha. Trajano, rodeado por los pretorianos, caminaba sin detenerse, firme, seguido por sus tropas.

Drobeta

Como era de suponer Apolodoro irrumpió en el praetorium de Drobeta con la furia propia de un titán.

—¿Quién ha dado la orden de detener los trabajos? ¿Has sido tú? ¿Te has vuelto loco, por Júpiter? Ahora mismo salgo para Vinimacium y he de ver cómo Tercio Juliano te ejecuta delante de mí a mi regreso.

—Tercio Juliano está más al norte, en Tapae. Hay una guerra, ¿recuerdas? Y hay nuevas órdenes —respondió el tribuno militar con un sosiego estudiado. En el fondo iba a disfrutar haciendo ver a aquel engreído que incluso su puente, su maldito puente, estaba por debajo en la jerarquía de urgencias cuando se trataba de una guerra.

—¿Nuevas órdenes? ¿Qué órdenes? ¿De quién? ¡Por todos los dioses, habla de una vez, tribuno!

—El emperador está de camino y ha dado instrucciones precisas: necesita que preparemos víveres y suministros para tres legiones. Llegarán en pocos días desde el norte. Necesito a todos mis hombres para organizar este aprovisionamiento. He de mandar a algunas unidades a Vinimacium a por más pertrechos. Esta orden tiene prioridad sobre cualquier otra cosa. Las palabras del César han sido muy claras y no seré yo quien desobedezca al emperador. Cuando el César se marche de aquí reiniciaremos las obras.

—El emperador viene a Drobeta… —repitió Apolodoro ensimismado, bajando los ojos, pero al instante levantó la mirada y se dirigió a Cincinato—. Apenas hemos avanzado con los trabajos del puente.

El tribuno comprendió la preocupación del arquitecto. Lo que decía era cierto.

—Lo siento —respondió Cincinato—. El puente tendrá que esperar. Ahora tengo muchas tareas de las que ocuparme. —Y salió de la tienda dejando al arquitecto a solas con sus preocupaciones.

Apolodoro inspiró profundamente. Había tenido que buscar el lugar idóneo para el puente, rehacer los planos varias veces, fabricar tornillos de Arquímedes que sustituyeran a todos los siphones obstruidos por el barro del río; habían levantado los primeros andamios y construido grandes grúas, pero si uno miraba al río, parecía que apenas hubieran hecho nada.

Nadie lo entendía. El puente era otra guerra y contra un enemigo, el Danubio, que nunca dormía ni descansaba ni se detenía. Era una guerra en la que parecía tener que luchar solo.