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LOS SUEÑOS DE CINCINATO

Vinimacium

Mayo de 101 d. C.

Cincinato era tribuno militar. Se había ganado el puesto a base de sangre enemiga sobre todo en las brumas de Britania, bajo el mando del legatus Agrícola y luego con Tercio Juliano allí mismo y en la frontera del Rin. Lo que no entendía era por qué después de tantos años de excelentes servicios, justo en el momento en que todos decían que iba a iniciarse una guerra contra los dacios, era transferido a una pequeña fortificación de retaguardia. Él podía ser mucho más útil a Roma y, por qué no admitirlo, a sí mismo, con las legiones que se estaban concentrando en Vinimacium. Allí su experiencia tendría donde aplicarse bien y, al mismo tiempo, era también donde estaban las mayores oportunidades de promoción. Cincinato sabía que tenía vedados los puestos de tribuno laticlavio, el segundo en el mando en una legión, o de legatus, el mando máximo, pues ambos cargos estaban reservados siempre para senadores, hijos de senadores u otros patricios, pero tenía esperanzas de llegar a praefectus castrorum. Eso sería el punto culminante de su gran carrera militar, sin embargo, cómo conseguirlo si quedaba en retaguardia con un par de cohortes y supeditado a los caprichos de un civil.

—Tendrás que asistir a ese arquitecto en todo lo que necesite, ¿me has entendido bien, Cincinato? —Así le había hablado Tercio Juliano antes de ordenarle partir hacia el este en dirección al pequeño campamento de Drobeta. Un puesto fronterizo que aún carecía hasta de fortificación.

—Sí, legatus —había respondido él con disciplina. El gobernador de Moesia Superior debió de detectar su decepción, porque intentó excusarse por encomendarle aquella misión tan por debajo de sus capacidades.

—El emperador ha insistido —le dijo Juliano— en que envíe junto con ese maldito arquitecto a alguien de auténtica capacidad. Yo, como tú, tampoco entiendo por qué esa misión es tan importante para el emperador, pero he aprendido, Cincinato, que nuestra obligación es seguir las instrucciones con disciplina. Tú eres uno de mis mejores hombres, así que como tal te envío allí, como desea Trajano.

—Sí, legatus.

Cincinato agradeció el cumplido hacia su persona. Por lo menos lo reconocía como hombre capaz, pero aquel aprecio sólo lo consoló unas horas. Al poco tiempo, cuando partía hacia la zona de Drobeta con las dos cohortes a su mando, volvió a sentirse desolado.