LA QUINTA VUELTA
Circo Máximo, Roma
24 de marzo de 101 d. C., hora sexta
En el palco imperial
Marco Ulpio Trajano asentía muy despacio. Aún estaba digiriendo el terrible anuncio que le había hecho su jefe del pretorio: la vestal Menenia estaba acusada de crimen incesti con aquel auriga de los rojos que seguía luchando por una victoria imposible en la pista del Circo Máximo. Suburano se alejaba del asiento imperial lentamente para recuperar su posición, de pie, a una decena de pasos del emperador. Trajano miraba la arena. El auriga acusado galopaba en cuarta posición en aquella maldita carrera, veloz, en busca del tercero y el segundo que, muy juntos, pugnaban por mantener sus propias posiciones por detrás del auriga Acúleo.
Trajano levanta entonces la mirada y la fija, una vez más, en la vestal Menenia. La joven sacerdotisa mira al suelo. Resulta evidente que no se atreve a seguir observando lo que está ocurriendo en la pista. Trajano traga saliva en silencio. La emperatriz sabe que no tendrá mejor oportunidad para su objetivo oculto de aquella mañana y le murmura unas palabras al oído.
—Es una acusación grave —le dice Plotina—. Has de hacer algo.
—¡Sé…! —replica Trajano airadamente para, de inmediato, controlarse y bajar la voz pues siente que todos en el palco imperial se han vuelto para mirarlo—. Sé lo que debo hacer. Sé que soy Pontifex Maximus y sé cuál es mi deber. —Pero el emperador no podía evitar sentirse tremendamente exasperado por tener que poner en marcha un juicio que detestaba contra una vestal de la que no dudaba, de la que no podía dudar, y contra un auriga que, maldita sea, era francamente bueno. Trajano estaba convencido de que todas aquellas acusaciones serían falsas, promovidas por aquellos que querían crearle problemas, incomodarlo, ponerlo en situaciones difíciles para intentar forzar un error suyo grave en el ejercicio del poder, un error con el que poder desprestigiarlo y Plotina tampoco estaba resultando un gran apoyo… El emperador volvió sus ojos hacia la pista.