El silencio ahogó el aire blanco y estéril que los separaba y enmudeció la bruma que embotaba los pensamientos de la joven, quien no conseguía salir de su asombro.
—¿Qué?
El doctor se adelantó y colocó una mano sobre la de Cinder.
—Sois la princesa Selene.
Cinder se apartó con brusquedad.
—Yo no… ¿Qué?
—Lo sé, lo sé, ya sé que parece increíble.
—No, no lo parece, lo es. ¿Qué clase de broma es esta?
El hombre sonrió con dulzura y volvió a darle unas palmaditas en la mano. En ese momento, Cinder se dio cuenta de que nada entorpecía su visión. Ni rastro de las molestas lucecitas naranjas.
Se le cortó la respiración. Bajó la vista hacia los cables sueltos que asomaban por el tobillo.
—Sé que necesitaréis tiempo para haceros a la idea —dijo el doctor Erland— y desearía poder estar aquí para ayudaros. Y lo haré, os contaré todo lo que debéis saber en cuanto lleguéis a África, pero ahora es imperativo que comprendáis por qué no podéis permitir que Levana os lleve con ella. Sois la única persona que puede destronarla. ¿Lo entendéis?
Cinder sacudió la cabeza, aturdida.
—Princesa…
—No me llame así.
El doctor Erland retorció la gorra que tenía en el regazo.
—Está bien. Señorita Linh, escúcheme bien. Llevo muchos años buscándola. Conocí en Luna al hombre que la trajo aquí y le practicó la cirugía. Seguí sus pasos con la esperanza de encontrarla, pero por entonces el hombre ya había empezado a perder la cabeza. Lo único que pude sacar en claro es que usted se encontraba aquí, en la Comunidad. Sabía que debía buscar una ciborg, una adolescente, y hubo muchos momentos en que creí que me volvería loco antes de dar con usted. Antes de poder explicarle la verdad. Y entonces, de repente, un buen día apareció en mi laboratorio. Un milagro.
Cinder levantó una mano para interrumpirlo.
—¿Por qué? ¿Por qué me convirtieron en una ciborg?
—Porque su cuerpo sufrió demasiados daños en el incendio —contestó, como si la respuesta fuera evidente—. Habría sido imposible recuperar sus extremidades. Es increíble que lograra sobrevivir y que haya conseguido permanecer en el anonimato todos estos…
—Calle. Cállese.
Cinder flexionó su maltrecha mano protésica antes de cerrar los dedos sobre la nueva que el doctor le había llevado. Paseó la mirada con desesperación por toda la celda, respirando con dificultad, mareada. Cerró los ojos.
Era…
Era…
—Las levas —dijo en un susurro—. Implantó las levas para encontrarme. Una ciborg, en la Comunidad Oriental.
El doctor Erland se removió incómodo y, cuando Cinder reunió suficientes fuerzas para volver a levantar la vista, el remordimiento se leía en los ojos del hombre.
—Todos tuvimos que hacer sacrificios, pero si nadie detiene a Levana…
Cinder soltó la nueva prótesis, se tapó los oídos y apoyó la frente sobre la rodilla. Las levas. Todos esos ciborgs. Tanta gente convencida de que era lo correcto. Mejor ellos que los humanos. Quien es un proyecto científico una vez lo es siempre.
Y lo único que él pretendía era encontrarla.
—¿Cinder?
—Voy a vomitar.
El doctor Erland le puso una mano en el hombro, pero ella la apartó con brusquedad.
—No tiene la culpa de nada de lo ocurrido —dijo—. Por fin la he encontrado. Podemos empezar a arreglar las cosas.
—¿Cómo voy a arreglar nada? ¡Levana va a matarme! —Cinder levantó la cabeza de repente, ahogando un grito—. Un momento, ¿ella lo sabe? —Su memoria se adelantó a la respuesta del hombre: Levana en lo alto de la escalera, asustada. Furiosa. Volvió a esconder el rostro—. Oh, válganme los astros, lo sabe.
—Su hechizo es único, Cinder, tanto como lo era el de la reina Channary. Puede que ella lo sepa, pero dudo que nadie más lo haya averiguado, y Levana intentará mantenerlo en secreto tanto tiempo como pueda. Es evidente que tendrá prisa por deshacerse de usted. Estoy seguro de que ahora mismo están haciendo los preparativos para partir.
A Cinder se le secó la boca.
—Cinder, míreme.
Obedeció. Y aunque los ojos del doctor eran increíblemente azules, compasivos e incluso reconfortantes, de algún modo supo que no intentaba manipularla. Solo era un anciano decidido a destronar a la reina Levana.
Un anciano que había depositado todas sus esperanzas en ella.
—¿Lo sabe Kai? —preguntó Cinder con un hilo de voz.
El doctor Erland sacudió la cabeza, con tristeza.
—No puedo acercarme a él mientras Levana siga aquí y no es algo que pueda explicarle por com. La reina se la habrá llevado antes de que yo tenga la oportunidad de verlo. Además, ¿qué podría hacer él?
—Si él lo supiera, me soltaría.
—¿Y arriesgarse a que Levana descargue su ira sobre su país? Levana encontraría el modo de acabar con usted mucho antes de que consiguiera reclamar el trono. Kai sería un necio si accediera a actuar de manera tan precipitada, sin un plan.
—Pero merece saberlo. Ha estado buscándola… a… Ha estado buscando a…
—Mucha gente ha estado buscándola, pero encontrarla y ayudarla a recuperar el trono son dos cosas muy distintas. Llevo mucho tiempo planeándolo y puedo ayudarla.
Cinder lo miró boquiabierta, sintiendo cómo el pánico le vaciaba los pulmones de aire.
—¿Recuperar el trono?
El doctor se aclaró la garganta.
—Comprendo su miedo y su confusión. No le dé demasiadas vueltas. Lo único que le pido es que encuentre el modo de salir de aquí, sé que puede hacerlo, y que luego vaya a África. Yo la guiaré a partir de ahí. Por favor. No podemos permitir que Levana se salga con la suya.
Cinder no sabía qué contestar, ni siquiera era capaz de llegar a imaginar qué estaba pidiéndole. ¿Ella, la princesa? ¿La heredera?
Sacudió la cabeza.
—No. No puedo. No puedo ser ni reina, ni princesa, ni… No soy nadie. ¡Soy una ciborg!
El doctor Erland entrelazó los dedos de ambas manos.
—Cinder, si ni siquiera me da la oportunidad de ayudarla, ella habrá ganado, ¿no cree? La reina Levana no tardará en llevársela consigo. Encontrará el modo de casarse con Kai y convertirse en emperatriz. Le declarará la guerra a la Unión Terrestre y, no me cabe duda, vencerá. Muchos morirán y los demás acabarán convertidos en esclavos, igual que nosotros, los lunares. Un triste futuro, pero me temo que será inevitable si no está dispuesta a aceptar quién es en realidad.
—¡Eso no es justo! ¡No puede cargarme con esa responsabilidad y encima esperar que sepa qué hacer con ella!
—No lo hago, señorita Linh. Lo único que espero es que encuentre el modo de salir de esta prisión y que venga a verme a África.
Se lo quedó mirando, perpleja, mientras aquellas palabras se abrían camino hacia su cerebro.
Escapar de la cárcel.
Ir a África.
Dicho así, hasta parecía sencillo.
El doctor debió de percatarse de que algo cambiaba en su expresión porque volvió a darle unas ligeras palmaditas en la muñeca y, a continuación, se puso en pie acompañado por los quejidos de unas articulaciones viejas que cada vez acusaban más el paso de los años.
—Creo en usted —dijo al llegar junto a la puerta y dar unos golpecitos en la rejilla—. Y, tanto si ya lo sabe como si no, Kai también cree en usted.
La puerta de la celda se abrió y el doctor Erland se fue, tocándose la gorra a modo de despedida.
Cinder esperó a que el eco de dos pares de pisadas se hubiera perdido al final del pasillo antes de doblarse por la mitad con un estremecimiento, todavía de rodillas, y taparse los oídos con las manos. Su cerebro estaba descargando información a más velocidad de la que ella podía clasificarla: artículos antiguos sobre la desaparición de la princesa, entrevistas a teóricos de la conspiración, imágenes de los escombros calcinados del cuarto donde habían encontrado restos de tejido quemado. Fechas. Estadísticas. La transcripción de la coronación de Levana, la siguiente en la línea de sucesión al trono.
La fecha de nacimiento de la princesa Selene. 21 de diciembre de 109 T. E. Era casi un mes más joven de lo que siempre había creído. Solo era un dato anecdótico, insignificante, y aun así, por un instante, tuvo la clara impresión de que ya no sabía quién era. No tenía la menor idea de quién se suponía que era.
Y luego estaban las levas ciborg. Los nombres de aquellos que habían sido escogidos parpadearon ante ella. Sus caras, sus números de identidad, sus fechas de nacimiento, las fechas en las que se había declarado su defunción, honrosa, por su sacrificio por el bien de la Comunidad.
Oyó el tictac de un reloj en su cabeza.
Cinder respiraba con dificultad, entre jadeos, mientras la información inundaba su cerebro. El pánico le revolvía el estómago. El sabor de la bilis le subió hasta la boca y le quemó la garganta al volver a tragársela.
La reina Levana iría a por ella y la ejecutarían. Aquel era su destino. Ya se había hecho a la idea. Se había preparado para ello. No para ser la gran heredera. No para ser una reina, salvadora o heroína.
Sería muy sencillo no hacer nada. Sería muy sencillo no presentar batalla.
En medio del imparable torrente de información que atravesaba su cabeza, sus pensamientos acabaron de nuevo en aquel plácido momento congelado en el tiempo.
La sonrisa despreocupada de Kai en el mercado.
Haciéndose un ovillo, Cinder cortó la conexión de red.
El ruido cesó. Las imágenes y los vídeos se fundieron en negro.
Si no intentaba detener a Levana, ¿qué ocurriría con Kai?
A pesar de que intentó apartar aquella pregunta de su mente, esta continuó acosándola, resonando entre sus pensamientos.
Tal vez el doctor Erland tenía razón. Tal vez tenía que escapar. Tal vez tenía que intentarlo.
Buscó a tientas las prótesis que descansaban en su regazo y cerró los dedos en torno a ellas. Levantó la cabeza y vio que la rejilla de la puerta de la celda estaba abierta. El guardia no había llegado a cerrarla.
Un escalofrío le recorrió la columna. Una nueva y extraña energía crepitaba bajo su piel, diciéndole que ya no era simplemente una ciborg. Ahora era lunar. Podía hacer que la gente viera cosas que no existían. Que sintiera cosas que no se correspondían con lo que percibían sus sentidos. Que hiciera cosas que no pretendían hacer.
Podía ser quien quisiera. Convertirse en quien quisiera.
Sintió vértigo y miedo ante aquella idea, pero la determinación volvió a tranquilizarla. Cuando el guardia regresara, ella estaría preparada.
En cuanto dejaron de temblarle las manos, sacó el estilete del nuevo dedo de titanio y hundió la hoja en su muñeca. El corte que se había hecho anteriormente para extraer el chip de identidad de modo que no pudieran localizarla todavía no se había cerrado. Esta vez no vaciló.
Pronto, todo el mundo buscaría a Linh Cinder.
Una ciborg deforme a la que le faltaba un pie.
Una lunar con una identidad robada.
Una mecánica sin nadie a quien acudir, sin un sitio a donde ir.
Pero solo buscarían un fantasma.