Capítulo veintiséis

El príncipe Kai llegó a la reunión diecisiete minutos tarde y fue recibido por las miradas reprobadoras de Torin y otros cuatro funcionarios del Estado sentados a una larga mesa, junto a una decena de rostros que los contemplaban desde el otro lado de sus respectivas telerredes, instaladas en la pared panelada que tenía enfrente. Eran embajadores de todos los estados del planeta: el Reino Unido, la Federación Europea, la Unión Africana, la República Americana y Australia. Una reina, un presidente, un gobernador general, dos primeros ministros, tres representantes estatales y dos representantes provinciales. En el texto al pie de las pantallas se leían sus nombres, cargos y filiación.

—Qué amable por vuestra parte, joven príncipe, honrarnos con vuestra presencia —dijo Torin, mientras los funcionarios del Estado sentados a la mesa se levantaban para dar la bienvenida a Kai.

Kai pasó por alto el comentario de Torin con un gesto de la mano.

—Pensé que tal vez podría iluminaros con mi sabiduría.

En las pantallas de la pared, la primera ministra Kamin, de África, gruñó de manera muy poco propia de una dama. Los demás guardaron silencio.

Kai se dirigía a ocupar su lugar habitual cuando Torin lo detuvo y le señaló la silla que había en un extremo. El asiento del emperador. Con la mandíbula apretada, Kai obedeció. Miró la hilera de rostros. A pesar de que aquellos líderes mundiales se hallaban a miles de kilómetros de distancia, vueltos igual que él hacia su propia pared de telerredes, tenía la sensación de que todos los ojos estaban clavados en él, con desaprobación.

Se aclaró la garganta, tratando de mantener la compostura.

—¿La conexión es segura? —preguntó, pensando en el chip de comunicación directa que Cinder había encontrado en el interior de Nainsi.

Las pantallas de aquella sala estaban equipadas con chips D-COM para poder llevar a cabo conferencias internacionales sin miedo a que alguien estuviera escuchando en la red. ¿Sería por eso que uno de los lacayos de Levana habría colocado el chip en el interior de Nainsi? ¿Para mantener la confidencialidad? Si así era, ¿hasta dónde sabía Levana?

—Por descontado —contestó Torin—. Las conexiones han sido verificadas durante cerca de veinte minutos, Alteza. Estábamos discutiendo las relaciones entre la Tierra y Luna cuando os habéis dignado acompañarnos.

Kai dio una palmada.

—De acuerdo. Veamos, ¿os referís a esas en que la reina dominatriz coge un berrinche y amenaza con declararnos la guerra cada vez que no se sale con la suya? ¿A esas relaciones?

Nadie rió. Torin miró fijamente a Kai.

—¿Acaso preferiríais celebrar la reunión en otro momento, Alteza?

Kai se aclaró la garganta.

—Disculpadme. Eso ha estado fuera de lugar.

Se enfrentó a los rostros de los dirigentes terrestres, que lo observaban desde miles de kilómetros de distancia. Entrelazó las manos bajo la mesa, con fuerza, sintiéndose como un niño que asiste a las reuniones de su padre.

—Es obvio que las relaciones entre la Tierra y Luna han sido tensas durante muchos años —intervino el presidente Vargas, de América— y que la forma de gobierno de la reina Levana no ha hecho más que empeorar las cosas. No podemos culpar a una sola de las partes, pero lo importante es enderezarlas antes…

—Antes de que inicie una guerra —lo interrumpió un representante provincial de Sudamérica—, como el joven príncipe ha observado hace unos momentos.

—Sin embargo, si hemos de dar crédito a lo que se dice en la red —dijo Williams, el gobernador general de Australia—, dichas conversaciones entre la Tierra y Luna ya se han reanudado. ¿Es cierto que Levana se encuentra ahora mismo en nuestro planeta? Apenas pude creerlo cuando lo oí.

—Sí —contestó Torin, al tiempo que todas las miradas se volvían hacia él—. La reina llegó ayer por la tarde, y su primera taumaturga, Sybil Mira, lleva dos semanas alojada en nuestra corte, en calidad de invitada.

—¿Os ha informado Levana del propósito de su visita? —preguntó la primera ministra Kamin.

—Según asegura, desea alcanzar un acuerdo de paz.

Uno de los representantes de la República Americana profirió una carcajada.

—Lo creeré cuando lo vea.

El presidente Vargas ignoró el comentario.

—El momento escogido levanta sospechas, ¿no creen? Tan pronto como…

No terminó la frase. Nadie miró a Kai.

—Estamos de acuerdo —convino Torin—, pero no pudimos rechazar su solicitud.

—Da la impresión de que siempre ha estado más dispuesta a establecer una alianza con la Comunidad antes que con ninguno de nosotros —dijo el presidente Vargas—, pero sus demandas nunca han sido satisfactorias. ¿Acaso han variado sus peticiones?

Kai vio de soslayo que el pecho de Torin se expandía lentamente.

—No —contestó el consejero imperial—. Por lo que sabemos, las peticiones de Su Majestad no han variado. Su objetivo sigue siendo una alianza matrimonial con el emperador de la Comunidad.

Aunque los rostros de la sala y las pantallas intentaron mantenerse impertérritos, todos reflejaron cierta incomodidad. Kai apretó las manos con tanta fuerza que le quedaron grabadas en la piel las marcas de las uñas. Siempre había desaprobado la diplomacia que se empleaba en aquel tipo de reuniones. Todos pensaban lo mismo, pero nadie se atrevía a decirlo.

Era evidente que compadecían a Kai por el futuro que le esperaba, aunque al mismo tiempo se alegraban de no estar en su pellejo. Nadie quería que la reina Levana desembarcara con su dictadura en ningún país terrestre, aunque sabían muy bien que aquello era bastante mejor a que desembarcara con su ejército.

—La postura de la Comunidad tampoco ha variado —añadió Torin.

Aquello sí que pareció sobresaltar a los reunidos.

—¿No os casaréis con ella? —preguntó la reina Camilla del Reino Unido, al tiempo que se le pronunciaban las arrugas de la frente.

Kai se irguió, a la defensiva.

—Mi padre se mantuvo firme en su decisión de evitar esa clase de alianza y creo que sus razones son tan válidas hoy como lo eran la semana pasada, el año pasado o hace diez años. Debo pensar en qué es mejor para mi país.

—¿Se lo habéis comunicado a Levana?

—No le he mentido.

—¿Y qué medidas tomará al respecto? —preguntó el primer ministro Bromstad de Europa, un hombre rubio de mirada amable.

—¿Cuáles van a ser? —contestó Kai—. Pretende seguir sacándose ases de la manga hasta dejarnos sin cartas.

Todos se volvieron a un lado y a otro, cruzando sus miradas a través de las pantallas. Sin abrir la boca y con los labios lívidos, Torin conminó a Kai a andar con pies de plomo. El joven supuso que no entraba en los planes de su consejero mencionar el antídoto, al menos hasta que les hubiera dado tiempo de decidir cuál sería su siguiente paso; sin embargo, la letumosis era una pandemia que afectaba a todos y tenían derecho a saber que existía un remedio. Siempre y cuando Levana no le hubiera mentido.

Kai inspiró hondo y plantó las manos sobre la mesa.

—Levana asegura que ha encontrado una cura para la letumosis.

Las telerredes parecieron chisporrotear de sorpresa, a pesar de que todos se habían quedado mudos de asombro.

—Ha traído una única dosis, que ya he entregado a mi equipo de investigación. No sabremos si realmente funciona hasta que puedan estudiarla. Si es un verdadero antídoto, el siguiente paso será averiguar si podemos replicarlo.

—¿Y si no podemos?

Kai miró al gobernador general australiano. Era mucho mayor que su padre. Todos eran mucho mayores que él.

—No lo sé —confesó—, pero haré lo que tenga que hacer por la Comunidad.

Pronunció la palabra «comunidad» con sumo cuidado. Cierto, formaban una alianza de seis países y un solo planeta, pero todos debían sus propias lealtades, y él no olvidaría la suya.

—Aun así —intervino Torin—, todavía albergamos la esperanza de conseguir que entre en razón y convencerla para que firme el Tratado de Bremen sin recurrir a una alianza matrimonial.

—Se negará —dijo un representante estatal de la Federación Europea—. No nos engañemos, es más terca que una…

—Tampoco debemos olvidar que la familia imperial de la Comunidad no es la única casa real con la que podría tener interés en unir lazos —dijo el representante estatal africano, consciente de que jamás podría tratarse de su país, puesto que no era una monarquía. Cualquier vínculo matrimonial sería demasiado insustancial, demasiado efímero—. Creo que debemos estudiar todas las opciones posibles para tener algo que ofrecerle, independientemente de lo que Levana decida hacer a continuación —prosiguió—. Una oferta que nosotros, como grupo, creyéramos que es la más beneficiosa para todos los habitantes del planeta.

Kai había conseguido redirigir la atención del grupo hacia la reina Camilla del Reino Unido, quien tenía un hijo soltero de treinta y pocos, más próximo a la edad de Levana que él. El joven príncipe se percató de que la reina trataba de pasar desapercibida y tuvo que hacer grandes esfuerzos para disimular su satisfacción. Sentaba bien volver las tornas.

Sin embargo, desde un punto de vista político, no cabía duda de que Kai era la mejor opción para Levana. El príncipe del Reino Unido era el menor de tres hermanos y jamás llegaría a ser rey. Kai, en cambio, sería coronado la semana siguiente.

—¿Y si rechaza a cualquier otro? —dijo la reina Camilla, enarcando una ceja que había pasado por demasiadas operaciones de rejuvenecimiento a lo largo de los años. Al ver que nadie respondía a su pregunta, prosiguió—: No es mi intención generar alarmas infundadas, pero ¿habéis considerado la posibilidad de que la razón de su visita pudiera ser la de sellar dicha alianza por la fuerza? Tal vez pretenda lavarle el cerebro al joven príncipe para que se case con ella.

A Kai le dio un vuelco el estómago. Vio su propia inquietud reflejada en los rostros de los demás diplomáticos.

—¿Podría hacer algo así? —preguntó.

Al ver que nadie se atrevía a responder, se volvió hacia Torin.

El consejero se tomó su tiempo —mucho, demasiado— antes de negar con la cabeza, lo que despertó en Kai todo tipo de temores.

—No —contestó—. En teoría, tal vez, pero no. Para poder mantener el engaño, tendría que permanecer a vuestro lado día y noche. En cuanto dejarais de estar bajo su influjo, podríais demostrar que el matrimonio no había sido legítimo. No se arriesgaría a algo así.

—Querrás decir que esperamos que no se arriesgue a algo así —lo corrigió Kai, sintiéndose muy poco reconfortado.

—¿Y qué hay de la hija de Levana, la princesa Winter? —apuntó el presidente Vargas—. ¿Ya se ha hablado de ella?

—Hijastra —puntualizó Torin—. Además, ¿qué hay que discutir acerca de la princesa lunar?

—¿No podríamos establecer una alianza matrimonial con ella? —intervino la reina Camilla—. Cualquier cosa es mejor que Levana.

Torin entrelazó las manos sobre la mesa.

—La princesa Winter es hija de otra mujer y su padre no era más que un guardia de palacio. No posee sangre real.

—Pero puede que Luna reconociera la validez de una alianza matrimonial con ella, ¿no es así? —dijo Kai.

Torin suspiró, como si hubiera preferido que Kai hubiera mantenido la boca cerrada.

—Políticamente, tal vez, pero eso no cambia el hecho de que la reina Levana se encuentra en una situación delicada, ya que necesita casarse y concebir un heredero que continúe la estirpe real. No creo que esté dispuesta a casar a su hijastra mientras ella siga necesitando una alianza matrimonial conveniente a sus propósitos.

—¿Y no cabe ninguna posibilidad de que los lunares acepten algún día a la princesa Winter como su reina? —inquirió la primera ministra africana.

—Solo si es usted capaz de convencerlos para que abandonen sus supersticiones —contestó Torin— y todos sabemos lo profundamente enraizadas que están en su cultura. Si no es así, exigirán que el heredero sea de sangre real.

—¿Y si Levana nunca tiene un heredero? ¿Qué harán entonces?

Kai volvió la vista hacia su consejero y enarcó una ceja.

—No lo sé —admitió Torin—. Estoy seguro de que la familia real cuenta con gran cantidad de primos lejanos que gustosamente reclamarán el trono.

—Pero si Levana debe casarse —intervino el representante sudamericano—, y solo lo hará con un emperador de la Comunidad, y el emperador de la Comunidad se niega a casarse con ella, entonces, ¿qué? Nos encontramos en un callejón sin salida.

—Puede que cumpla sus amenazas —aventuró el gobernador general Williams.

Torin sacudió la cabeza.

—Si deseara iniciar una guerra, habría tenido infinitas oportunidades para hacerlo.

—Parece evidente que desea ser emperatriz —replicó el gobernador general—, pero no sabemos qué tiene pensado hacer en el supuesto de que no…

—En realidad, sí lo sabemos —lo interrumpió el presidente Vargas, con voz solemne—. Me temo que ya no es necesario seguir especulando sobre si Levana tiene intención o no de declararle la guerra a la Tierra. La información de la que dispongo me induce a creer que la guerra no es solo probable, sino inminente. —Un rumor cargado de inquietud recorrió la sala—. Si nuestras teorías son correctas, Levana tiene pensado atacar la Tierra en los próximos seis meses.

Kai se inclinó hacia delante, toqueteándose nervioso el cuello de la camisa.

—¿Qué teorías?

—Parece ser que la reina Levana está reuniendo un ejército.

La consternación se extendió por la sala.

—Es cierto que hace tiempo que Luna posee un ejército —dijo el primer ministro Bromstad—. No puede decirse que sea ni algo nuevo ni tema de controversia. Por mucho que nos gustaría, no podemos pedirles que renuncien a tener un ejército.

—No se trata del típico ejército lunar compuesto de soldados y taumaturgos —replicó el presidente Vargas—, ni se parece a ninguno de los que podamos tener en la Tierra. Estas son algunas de las imágenes que han podido obtener nuestros agentes en órbita.

La imagen del presidente desapareció y la sustituyó una fotografía borrosa que parecía hecha a gran distancia. Fotos de satélite tomadas sin luz solar. Sin embargo, a pesar de lo granulada que estaba la imagen, Kai consiguió distinguir hileras e hileras de hombres en formación. Aguzó la vista y en ese momento una nueva fotografía ocupó la pantalla. Estaba tomada más de cerca y en ella aparecían las espaldas de cuatro de los hombres vistas desde arriba aunque, para gran consternación del joven, Kai constató que no se trataba de tales. Los hombros eran demasiado anchos, estaban demasiado encorvados. El perfil del rostro, apenas discernible, era demasiado alargado. Y algo semejante a pelo de animal les cubría la espalda.

Una nueva imagen. En ella aparecía media docena de aquellos seres vistos de frente: los rostros eran una mezcla de hombre y bestia. La nariz y la mandíbula sobresalían de manera extraña, y una mueca perpetua contraía sus labios. Unos puntos blancos asomaban por sus bocas. Kai no los distinguía con claridad, no podía asegurarlo, pero tenía la sensación de que se trataba de colmillos.

—¿Qué son esas criaturas? —preguntó la reina Camilla.

—Mutantes —contestó el presidente Vargas—. Creemos que son lunares modificados genéticamente. Suponemos que se trata de un proyecto en el que llevan trabajando décadas. Hemos calculado unos seiscientos solo ahí, pero sospechamos que hay muchos más, seguramente en la red de tubos de lava que recorre el subsuelo de la luna. Por lo que sabemos, podría haber miles, decenas de miles de esas criaturas.

—¿Y tienen poderes? —fue la pregunta vacilante formulada por la representante provincial canadiense.

La imagen se fundió y volvió a aparecer la del presidente americano.

—No lo sabemos. No hemos podido verlos entrenando, solo en formación y entrando y saliendo de las cavernas.

—Son lunares —sentenció la reina Camilla—. Si no están muertos, tienen poderes.

—No tenemos pruebas de que asesinen a los niños que no nacen con el don —los interrumpió Torin—, y por fascinante que sea mirar esas imágenes y crear locas especulaciones, no debemos olvidar que la reina Levana todavía no ha atacado la Tierra y que no disponemos de ninguna evidencia de que esas criaturas estén destinadas a ese tipo de intervención.

—¿A qué otra cosa iban a estar destinadas? —preguntó el gobernador general Williams.

—¿A mano de obra? —repuso Torin, retando a los demás a rebatir aquella posibilidad. El gobernador general dejó escapar un bufido, pero no dijo nada—. Por descontado que debemos estar preparados para una posible guerra, pero, hasta entonces, nuestra prioridad debe ser la de establecer una alianza con Luna, no la de socavarla dejándonos arrastrar por la paranoia y la desconfianza.

—No —dijo Kai, apoyando la barbilla en el puño—, creo que es el momento perfecto para la paranoia y la desconfianza.

Torin lo miró con el ceño fruncido.

—Alteza.

—Parece que a todos se les ha pasado por alto lo más obvio de esas imágenes.

El presidente Vargas hinchó el pecho.

—¿A qué os referís?

—¿No ha dicho que es probable que lleven reuniendo ese ejército desde hace décadas? ¿Que han realizado grandes avances científicos para crear esas… criaturas?

—Eso parece.

—Entonces, ¿por qué no los hemos visto hasta ahora? —Agitó una mano frente la pantalla en la que habían aparecido las imágenes—. Cientos de ellos, formando a cielo abierto como si no tuvieran nada mejor que hacer. Esperando a que los fotografiaran. —Cruzó los brazos sobre la mesa, viendo varios rostros dubitativos vueltos hacia él—. La reina Levana quería que viéramos su ejército espectral. Quería que tomáramos nota.

—¿Creéis que pretende amenazarnos? —preguntó la primera ministra Kamin.

Kai cerró los ojos, con la hilera de mutantes fresca en su memoria.

—No. Creo que pretende amenazarme a mí.