Capítulo nueve

—Transmisión correcta de los portadores —dijo Li—. Todas las reacciones parecen normales. Presión arterial estable. Se esperan signos de la fase dos sobre las 1.00 de mañana por la mañana. —Unió las manos dando una palmada e hizo girar la silla para volverse hacia el doctor Erland y Fateen—. Eso significa que podemos irnos a casa y echar una cabezada, ¿no?

El doctor Erland resopló. Deslizó un dedo por la pantalla que tenía delante y, despacio, giró la imagen holográfica de la paciente. Veinte lucecitas verdes parpadeaban a lo largo del torrente sanguíneo, dispersándose lentamente por sus venas. Sin embargo, aquello no era nada nuevo para él, lo había visto cientos de veces. Lo que en esos momentos llamaba su atención era todo lo demás.

—¿Había visto alguna vez algo así? —preguntó Fateen, poniéndose a su lado—. Solo la venta del panel de control ya cubrirá toda la indemnización de la familia.

El doctor Erland trató de dirigirle una mirada reprobatoria, que sin embargo resultó muy poco efectiva al verse obligado a inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarla a los ojos. Gruñendo, se alejó de inmediato y se volvió hacia el holograma. Tocó el extremo superior de la brillante espina dorsal, entre la unión de dos vértebras metálicas, y aumentó la imagen. Lo que antes daba la impresión de ser una pequeña sombra, ahora parecía demasiado sólido, demasiado geométrico.

Fateen cruzó los brazos y se inclinó.

—¿Qué es eso?

—No estoy seguro —dijo Erland, rotando la imagen para verlo mejor.

—Parece un chip —dijo Li, levantándose y acercándose a ellos.

—¿En la columna? —puso en duda Fateen—. ¿Para qué?

—Solo he dicho que parece un chip. También puede que le hicieran una chapuza con las vértebras y tuvieran que volverlas a soldar o algo por el estilo.

Fateen señaló la pantalla.

—Esto es algo más que un pegote de soldadura. ¿Ves esos rebordes de ahí? Es como si estuviera conectado a…

No se atrevió a seguir. Ambos miraron al doctor Erland, cuyos ojos seguían un pequeño punto verde que acababa de entrar en el campo visual del holograma.

—Como una cruel luciérnaga verde —murmuró el hombre para sí mismo.

—Doctor —dijo Fateen, recuperando su atención—, ¿para qué le conectarían un chip al sistema nervioso?

El hombre se aclaró la garganta.

—Tal vez su sistema nervioso sufrió daños traumáticos —dijo, al tiempo que sacaba unas gafas del bolsillo superior de la bata y se las colocaba sobre la nariz.

—¿Por un accidente de levitador? —aventuró Li.

—Las lesiones de la columna vertebral solían ser bastante frecuentes antes de que se impusiera la navegación controlada por ordenador.

El doctor Erland deslizó la uña sobre la pantalla para arrastrar el holograma de modo que apareciera todo el torso. Aguzó la vista a través de los lentes mientras sus dedos iban de un lado al otro sobre la imagen.

—¿Qué es lo que busca? —preguntó Fateen.

El doctor Erland bajó la mano y miró a la joven inmóvil al otro lado del cristal.

—Falta algo.

El tejido cicatrizado alrededor de la muñeca. El brillo apagado del pie biónico. La grasa bajo la punta de los dedos.

—¿El qué? —preguntó Li—. ¿Qué es lo que falta?

El doctor Erland se acercó un poco más al cristal y apoyó una mano sudorosa sobre la repisa.

—Una pequeña luciérnaga verde.

Detrás de él, Li y Fateen intercambiaron una mirada antes de volverse hacia el holograma. Ambos empezaron a contar; él, en silencio, ella, en alto. Fateen ahogó un grito al llegar al doce y se detuvo.

—Uno acaba de desaparecer —dijo, señalando la pierna derecha de la joven, donde en esos momentos no se veía nada—. Un microbio, estaba justo ahí, estaba mirándolo y ya no está.

En ese momento, dos puntitos más parpadearon y desaparecieron, como bombillas fundidas.

Li cogió su portavisor de la mesa y empezó a aporrearlo con los dedos.

—Su sistema inmunitario se ha vuelto loco.

El doctor Erland se inclinó hacia el micrófono.

—Med, por favor, extráele otra muestra de sangre. Rápido.

La joven se sobresaltó al oír la voz.

Fateen lo acompañó junto a la ventana.

—Todavía no le hemos dado el antídoto.

—No.

—Entonces, ¿cómo…?

El doctor Erland se mordió la uña del pulgar tratando de dominar la sensación de vértigo.

—Tengo que ir a buscar esa primera muestra de sangre —dijo, retrocediendo, casi temeroso de apartar los ojos de la joven ciborg—. Cuando todos los microbios hayan desaparecido, que la lleven al laboratorio cuatro.

—El laboratorio cuatro no está aislado —advirtió Li.

—Lo sé. No es contagiosa. —El doctor Erland chascó los dedos, a punto de salir por la puerta—. Y, ya puestos, que el med la desate.

—¿Que la desate? —repitió Fateen, con un gesto de incredulidad—. ¿Está seguro de que es buena idea? Se mostró violenta con los med-droides, ¿recuerda?

Li cruzó los brazos.

—Tiene razón. Le aseguro que no querría estar al otro lado de ese puño si se enfada.

—En ese caso, no tenéis nada que temer —contestó el doctor Erland—. La veré en privado.