3. A la mañana siguiente

My poppa said "Son,

You’re gonna drive me to drink

If you don’t quit drivin that

Hot-rod Lincoln."

CHARLIE RYAN

A las seis y media de la mañana del día siguiente fui hasta la casa de Arnie y aparqué junto a la cuneta. Aunque sus padres estarían todavía en la cama, no quería entrar porque había habido tantas malas vibraciones en la cocina la noche anterior, que no me apetecían el bollo y el café que habitualmente tomaba antes de ir a trabajar.

Pasaron casi cinco minutos sin que Arnie saliese, y empecé a preguntarme si no habría cumplido su amenaza de largarse.

Luego, se abrió la puerta trasera y apareció con la fiambrera golpeándole en una pierna.

Subió al coche, cerró la portezuela y dijo:

—Vámonos, Jeeves.

Era una de las salidas clásicas de Arnie cuando estaba de buen humor.

Arranqué, lo miré cautelosamente, casi decidido a decir algo y luego resolví que sería mejor esperar a que empezase él… si es que tenía algo que decir.

Durante un rato, pareció que no lo tenía. Recorrimos casi todo el trayecto sin que hubiera ninguna conversación entre nosotros, con sólo el sonido de WMDY, la emisora local de Rock-and-Soul. Arnie seguía el ritmo sobre su pierna, con aire ausente.

Al fin, dijo:

—Siento que te vieras metido anoche en el asunto.

—No te preocupes, Arnie.

—¿Se te ha ocurrido alguna vez —preguntó, de pronto— que los padres no son más que niños grandes hasta que sus hijos les fuerzan a hacerse adultos? ¿Lo que generalmente ocurre entre los gritos y los pataleos de éstos?

Meneé la cabeza.

—Voy a decirte lo que creo —continuó.

Estábamos llegando ya al emplazamiento de las obras, el remolque de Carson Brothers estaba a sólo dos pendientes más arriba. El tráfico a aquellas horas era escaso y somnoliento. El cielo presentaba un suave color de melocotón.

—Creo que una parte de ser padre es intentar matar a los hijos.

—Eso parece muy racional —repuse—. Los míos siempre están intentando matarme. Anoche, fue mi madre, que entró sigilosamente en mi habitación con una almohada y me la puso encima de la cara. La noche anterior, fue mi padre el que nos estuvo persiguiendo a mi hermana y a mí con un destornillador.

Bromeaba, naturalmente, pero me pregunté qué pensarían Michael y Regina si pudiesen oír mis palabras.

—Ya sé que parece un poco idiota al principio —siguió Arnie—, pero hay muchas cosas que lo parecen hasta que realmente reflexiona uno sobre ellas. Envidia de pene. Conflictos edípicos. El Sudario de Turín.

—A mí me parece una chorrada —respondí—. Anoche tuviste una disputa con tus viejos, y eso es todo.

—Pero yo lo creo realmente —dijo Arnie, con tono pensativo—. No es que sepan lo que están haciendo, eso no. ¿Y sabes por qué?

—Dímelo tú.

—Porque en cuanto tienes un hijo sabes con seguridad que vas a morir. Cuando tienes un hijo, ves tu propia tumba.

—¿Sabes una cosa, Arnie?

—¿Qué?

—Creo que eso es jodidamente horrible —dije, y ambos nos echamos a reír.

—No lo decía en ese sentido.

Entramos en la zona de aparcamiento y apagué el motor. Permanecimos allí unos momentos.

—Les dije que renunciaría a los cursos universitarios —continuó—. Les dije que me apuntaría a E.V.

E.V. era enseñanza vocacional. La misma clase de cosa que reciben los chicos de los reformatorios, salvo, naturalmente, que ellos no se van a casa por la noche. Tienen lo que podríamos llamar un programa obligatorio en régimen de internado.

—Arnie —empecé, sin saber muy bien cómo seguir. La forma en que todo aquello había brotado de la nada continuaba sorprendiéndome—. Arnie, eres aún menor. Ellos tienen que firmar, obligatoriamente, tu programa.

—Sí, claro —respondió Arnie. Sonrió sin alegría, y a la fría luz del amanecer parecía a la vez mucho más viejo y mucho, mucho más joven: como una especie de niño cínico—. Tienen la facultad de cancelar todo mi programa durante otro año si quieren y sustituirlo por el suyo. Podrían apuntarme a Economía Doméstica y Mundo de la Moda si les da la gana. La ley dice que pueden hacerlo. Pero ninguna ley dice que pueden hacerme aprobar lo que elijan.

Eso me hizo comprender la gran distancia que había recorrido. ¿Cómo podía haber llegado a significar tanto para él, y tan súbitamente, aquella porquería de coche? En los días siguientes, esa pregunta continuó obsesionándome, como siempre he imaginado que lo haría un disgusto serio sufrido recientemente. Cuando Arnie dijo a Michael y Regina que de veras quería tenerlo, desde luego no había estado bromeando. Se había ido derecho al lugar en que con más intensidad vivían sus expectativas hacia él, y lo había hecho con una implacable resolución que me sorprendió. No estoy seguro de que otra táctica menos firme hubiera dado resultado contra Regina, pero me sorprendía que Arnie hubiese sido realmente capaz de hacerlo. De hecho me dejaba totalmente atónito. La cuestión era que, si Arnie pasaba su último curso en E.V., la Universidad quedaba eliminada. Y para Michael y Regina eso era imposible.

—Así que, ¿se han resignado?

Era casi la hora de fichar, pero yo no podía dejar el asunto sin saberlo todo.

—No exactamente. Les dije que encontraría una plaza de garaje y que no intentaría hacerlo revisar ni inscribir hasta tener su aprobación.

—¿Crees que la conseguirás?

Me dirigió una sonrisa confiada y medrosa a la vez. Era la sonrisa de un conductor de explanadora bajando la pala de un D-9 Cat ante un obstáculo particularmente difícil.

—La conseguiré —dijo—. Cuando esté listo, la conseguiré.

¿Y sabéis una cosa? Quedé convencido de que lo haría.