El Emperador y sus perros
Nota del autor
¡CHÚPATE ESA! es el tercero de mis libros en el que aparecen el Emperador y sus perros, y a lo largo de estos años he recibido cientos de cartas preguntando por ellos. «¿Son reales o te los inventaste?», es la pregunta que me hacen más a menudo, y la respuesta es sencilla: «Sí, son reales y me los inventé».
El Emperador está basado en un personaje histórico llamado Joshua Norton, un empresario inglés que en la década de 1840 fue a California en busca de fortuna y acabó perdiéndolo todo, supuestamente en un pleito por un contrato de futuros arroceros. (Norton, viendo la enorme población del barrio chino de San Francisco, intentaba copar el mercado del arroz). Puede que ya estuviera loco previamente o que el negocio lo sacara de quicio, pero el caso es que acabó viviendo en las calles de San Francisco y que poco tiempo después publicó una proclama declarándose emperador de Estados Unidos y protector de México. Que un indigente se permita el lujo de tener ilusiones de grandeza no es tan raro; que toda una ciudad se haga cómplice de sus disparates sí lo es.
Los sastres de San Francisco procuraban a Norton sombreros de copa y magníficas levitas con charreteras y flecos dorados. Los restaurantes le dejaban comer gratis y los impresores no solo imprimían y publicaban sus proclamas, sino que llegaron a crear papel moneda con su efigie con el que el Emperador podía comprar en los comercios locales. Los periódicos informaban sobre Norton como si fuera un político auténtico, a pesar de sus proclamas, en las que pedía cosas tan estrafalarias como que se construyera un puente a través del estrecho de Golden Gate, que se levantara otro hasta Oakland cruzando la bahía y que se formara una Liga de Naciones para resolver disputas sin recurrir a la guerra.
Los vecinos de la ciudad trataban a Norton con gran respeto y él a ellos, como si fueran en verdad sus subditos y él un gobernante benévolo. Se cuenta que el emperador Norton incluso evitó un motín en el barrio chino cuando, tras una mala cosecha en el Valle Central de California, los desempleados culparon a los chinos de su suerte y asaltaron el vecindario dispuestos a quemarlo hasta los cimientos. Supuestamente, Norton los detuvo interponiéndose entre ellos y los chinos y recitando el padrenuestro.
Cuando el emperador Norton falleció en 1880, más de treinta mil personas marcharon en su cortejo fúnebre. Su legado, sin embargo, sobrevive en la obra de Mark Twain (que basó en él el personaje del Rey, de Huckleberry Finn) así como en las de Robert Louis Stevenson y Neil Gaiman, y en diversas películas del oeste y programas de televisión.
Holgazán y Lazarus, son los nombres reales de dos perros callejeros que vivieron en San Francisco en tiempos del emperador Norton. Aunque se rumorea que eran los perros del Emperador, eso no es cierto. Fueron igualmente adoptados por la ciudad de San Francisco, que los cuidaba y alimentaba, pero siguieron viviendo en la calle. En 1865, cuando murió Holgazán, Mark Twain escribió la necrológica que apareció en el Californian. Hay una placa conmemorativa dedicada a ellos en el parquecito al pie de la Transamérica Pyramid.