28
Pasmarotes de la noche
Era como intentar armarse de valor para sacar a bailar a una chica, solo que en este caso uno no tenía miedo al rechazo o a meter la pata y ponerse en ridículo (aunque eso también contaba); lo que daba miedo de verdad era que cualquier persona a la que uno escogiera quedaría convertida en polvo, lo cual era un poco más grave que pisarle los pies a tu pareja de baile.
Tommy estaba en la calle Castro, buscando a su siguiente víctima. A su primera víctima, en realidad. Estaba harto de ser el aprendiz. Si Jody iba a dejarlo en el sótano porque no era bastante vampiro para ella, quizá tuviera que volverse como ella. Quizá, como ese tío del sótano en El fantasma de la ópera, tendría que oír «música en la noche». No sabía muy bien qué le pasaba al tío del sótano. Había ido a ver la película con una chica del instituto, pero había tenido que marcharse en mitad de la sesión para no suicidarse. Aquella no había sido una buena cita.
Había muchas personas en la calle incluso a aquella hora, pero ninguna de ellas tenía pinta de víctima. No había mujeres con escotes pronunciados que acabaran de torcerse un tobillo. Ni chicas en salto de cama corriendo por la calle y mirando hacia atrás. No había, de hecho, ni una sola chica. Pero sí tíos. A montones.
Tommy supuso que en realidad no era necesario que eligiera a una mujer. Después de todo, se había alimentado de William y Chet, que eran machos. Pero esto era distinto. Se trataba de convertirse en un auténtico cazador y, además, pese al hambre que tenía, había no poco deseo de venganza en su decisión de morder a alguien. Así que tenía que ser una chica. Tenía que vengarse de Jody por dejarlo tirado en casa de Jared. Tenía que demostrarle que ella no era la única vena en el sistema circulatorio. O como se dijese.
Las pocas mujeres que veía estaban sanísimas (tenían a su alrededor grandes auras rosadas y brillantes) y además no iban solas. Tenía que encontrar a una que fuese sola.
Irritado, retrocedió por el callejón y empezó a pasearse arriba y abajo. Pasado un rato cogió carrerilla, subió por la pared unos tres metros, dio media vuelta, volvió a cruzar el callejón y subió por la otra pared otros tres metros; luego repitió la operación, subiendo cinco metros por el edificio. Como un monopatinador trabajándose un half-pipe, corría adelante y atrás sintiendo la fuerza y la velocidad de lo que era; sintiendo que su confianza crecía.
Soy un ser superior, se decía. ¡Soy un puto dios!
Entonces metió el pie en una ventana, se hundió hasta la entrepierna en el edificio y quedó colgando sobre el callejón cabeza abajo, a tres pisos de altura y pataleando.
Qué sitio más tonto para una ventana, pensó. Y entonces la vio.
Era más bien alta y llevaba un vestido de noche rojo, tenía curvas atléticas y una melena larga y roja, lacada y peinada en tirabuzones. Era perfecta y venía por el callejón. Era como si Tommy le hubiera ordenado salir de una vieja película de la factoría Hammer para ser su víctima indefensa. ¡Qué guay!
Él estaba colgado cabeza abajo por una pierna. Pero eso podía ser una táctica. Sintió que se le alargaban los colmillos y que se le salía un poco de baba que fue a caer en el hombro de la chica.
Ella se sobresaltó un poco y entonces fue cuando Tommy se puso en acción. Siempre le había encantado esa escena de Drácula en la que Jonathan Harker ve al conde reptando cabeza abajo por las paredes del castillo y piensa, huy, aquí pasa algo raro. Le había suplicado a Jody que lo intentaran, pero ella nunca quería, así que esta era la suya. Se apartó de la ventana, se enganchó con los dedos entre los ladrillos y empezó a reptar.
Y cayó al callejón desde una altura de nueve metros y aterrizó de espaldas.
—¡Ay!
Al oír el impacto, su presunta víctima dejó escapar un grito muy viril, dio un salto de metro y medio en vertical y cayó de costado sobre sus tacones de aguja. Se arrodilló sobre Tommy frotándose el tobillo.
—La madre que te trajo, cariño. ¿De dónde sales tú? —Su acento era sureño, y profundo.
—Me he resbalado —contestó Tommy—. Eres un hombre, ¿no?
—Bueno, digamos que esa es una calle por la que he pasado y a la que no quiero volver.
—Eres muy guapa —dijo Tommy.
—Y tú eres un encanto por decirlo. —Sacudió un poco la melena—. ¿Quieres que llame a una ambulancia?
—No, no, gracias. Estoy bien.
—¿Qué estabas haciendo ahí arriba, de todas formas? Tommy, que estaba mirando todavía el cielo enmarcado por los edificios, comprendió que ella creía que había caído desde el tejado.
—Estaba escuchando «música en la noche».
—¿Estabas viendo el DVD? He oído que hay gente que no pudo soportarlo e intentó matarse.
—Algo así.
—Pues da a la pausa, cielo. Da a la pausa.
—Lo recordaré. Gracias.
—¿Seguro que no quieres que llame a alguien?
—No, no. Ya llamaré yo en cuanto recupere la respiración.
—Tommy metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó el puñado de plástico roto y alambres que antes había sido su móvil.
—Bueno, pues cuídate. —Ella se levantó, dio media vuelta y echó a andar lentamente por el callejón, intentando no cojear.
—Eh, señorita —la llamó Tommy—. Que no soy gay.
—Claro que no, tesoro.
—¡Soy el amo de la noche!
Ella agitó la mano sin volverse y dobló la esquina.
—Pelirrojas —rezongó Tommy.
Notaba cómo se le iban ensamblando las costillas rotas. No era agradable. En cuanto estuvieran lo bastante sanas, volvería a casa de Jared a comerse la rata. Y luego, quizá, escalaría lentamente la cadena alimenticia.
Una hora después, el maltrecho y andrajoso vampiro Flood subió cojeando el caminito de entrada de la casa de Jared. Abby y Jared estaban fumando en la puerta.
—Lord Flood —dijo Abby—, ¿qué haces tú aquí?
—Parece como si te hubieran dado una paliza —dijo Jared.
—Cállate. ¿Cómo sabía tu familia que era un vampiro?
—Bueno, por tu ropa no, desde luego.
—Jared, estoy lesionado, tengo hambre y me siento un poco frágil. Contesta a mi pregunta o entro ahí y asesino a tu familia, les chupo la sangre, pisoteo a tu rata y te rompo la Xbox.
—Uau, exageras un poco, ¿no crees?
—Está bien —dijo Tommy. Se encogió de hombros, lo cual le dolió, y se dirigió a la puerta de la cocina—. Búscame un saco en el que quepan tus hermanitas.
Jared saltó delante de él.
—Les dije que estábamos jugando a un juego de rol de vampiros y que tú hacías el papel del vampiro Flood.
Abby asintió con la cabeza.
—Jugábamos todo el tiempo antes de convertirnos en esbirros de verdad.
—Es como Dragones y mazmorras, solo que mola mucho más —dijo Jared.
—Vale. —Tommy asintió. Lo cual le dolió. Allí estaban, dos donantes perfectamente sanos de los que podía alimentarse y que además no se opondrían. Y él estaba herido y necesitaba comer para curarse. Pero aun así no podía pedírselo. Miró fijamente el cuello de Abby y apartó los ojos cuando ella pareció notarlo.
—¿Dónde está Jody?
—Vendrá pronto —dijo Abby—. Nos mandó a buscarte. Te llamamos, pero tenías el móvil apagado.
—¿Dónde está?
—Se fue al loft nuevo. Dijo que traería dinero y lo que quedara de la sangre de William para ti. Puedes quedarte en un hotel. Jared y yo te velaremos.
—¿Se fue al loft? ¿Donde está Elijah?
—Bueno, eso no es problema —contestó Abby—. Mi príncipe samurái quemó a Elijah cuando me rescató de las garras de esa zorra de la vampira rubia y sus vampirillos de supermercado.
Tommy miró a Jared.
—Que alguien me lo explique, por favor.
—Llama —dijo Drew—. Seguro que te abren. Vas casi desnuda. —Estaban junto a la puerta delantera del Safeway de Marina. Drew se había recuperado un poco de sus quemaduras, pero seguía estando calvo y cubierto de hollín. Blue se había curado por completo, pero solo llevaba puesta la ropa interior chamuscada y los zapatos beis de tacón alto que tan bien le quedaban antes con su vestido de lino.
La idea de llevar zapatos de tacón alto con ropa interior le había parecido siempre manifiestamente absurda, desde la primera vez que se subió a un escenario con tacones de aguja y bikini en su primer concurso de belleza en Fond du Lac, hasta cuando se dedicó a desnudarse y luego a follar por dinero. Y pese a todo allí estaba, rica, poderosa e inmortal, y seguía paseándose por ahí con zapatos de tacón y lencería. Esta vez, sin embargo, había una razón para explicar su atuendo (y esa razón no era poner a flote el barco hormonal de algún salido). En el zoo, mientras los Animales cazaban animales, ella había encontrado a dos vigilantes nocturnos, cada uno de ellos haciendo su ronda, y los había matado a ambos. Por desgracia, no se había llevado su ropa porque no quería tener que explicarles a los Animales por qué iba vestida como un vigilante nocturno, dado que, de pronto, habían optado por poner reparos morales al asesinato.
Los Animales no habían tenido tanta suerte. Drew era el único que se había recuperado un poco. Se había decidido por una llama, porque siempre le habían parecido muy monas. Pero solo había podido alimentarse un poco antes de que la llama le mordiera y le lanzara un escupitajo. Después, había decidido dejarlo. Gustavo había optado por una cebra, convencido erróneamente de que su experiencia con caballos en México, de pequeño, le daría ventaja a la hora de vérselas con el equino africano. Razón por la cual había sido sumariamente pisoteado y tenía varios huesos rotos, entre ellos una fea fractura múltiple en la pierna, además de estar achicharrado. Jeff, el baloncestista fracasado, estaba todavía avergonzado por que lo hubiera derrotado una chica. Por eso había elegido como víctima a un felino de la selva, pensando que se le contagiarían su fuerza y su velocidad. Su brazo derecho estaba prendido a su cuerpo solo por unos cuantos músculos y gran parte de su hombro había desaparecido por completo. De cintura para arriba, su piel era todavía de un negro crujiente.
—A la mierda con llamar —dijo Blue. El escaparate estaba recién puesto, pero Blue pensaba atravesarlo guiando la carga de sus huestes—. Entrad, encontradlos y traédmelos. —Le parecía que últimamente recurría mucho a su experiencia como dominatriz, que era un papel en el que no se sentía muy segura teniendo en cuenta que la habían matado mientras lo representaba.
Dio tres pasos rápidos, cogió el cubo de basura de acero reforzado con el que Jody había roto el escaparate unos días antes y lo lanzó con todas sus fuerzas. El cubo voló como un cohete, rebotó en el escaparate nuevo de Plexiglás resistente a los impactos y se estrelló contra Blue, haciéndola caer de culo.
Blue se levantó sin mirar a su pelotón de no muertos, se sacudió el trasero y se enderezó la nariz recién rota.
—Bueno, llama entonces, capullo —le dijo a Drew—. Llama, llama, llama. No tenemos toda la noche.