27
Menudo marrón
—Entonces Lucifer Segundo consigue la espada de la sangre y toma a Jared el Blanco como consorte y juntos dominan a toda la tribu para toda la eternidad —dijo Jared Lobo Blanco, poniendo fin a la sinopsis de una hora de duración de su novela épica de aventuras y vampiros—. Bueno, ¿qué te parece?
—Me ha gustado mucho, pero creo que tienes que trabajar un poco más los personajes —contestó Tommy, sacando un poco sus músculos de escritor. Eso lo ayudaba a no pensar en la sed que se estaba apoderando de él.
Jared miró a Jody y levantó una ceja.
—Creo que tenemos que salir de este sótano inmediatamente —dijo ella—, y si eso significa matar a tus padres y a tus hermanitas, en fin, no se hace una tortilla sin…
—Pero ¿qué te ha parecido mi novela? —preguntó Jared.
—Me ha parecido que no es una novela. Es una fantasía sexual sobre tu rata y tú.
—No es verdad. Eso solo son los nombres de los personajes.
—Prueba a llamar a Abby otra vez, Jared. —Jody estaba rechinando los dientes.
—Dile que venga —dijo Tommy. La sed de sangre empezaba a darle calambres.
—Un momento, aquí la cobertura es una mierda. —Jared cogió su móvil y su rata, salió y subió las escaleras.
Cuando se marchó, Tommy se volvió hacia Jody.
—Estoy notando hambre de verdad.
—Yo también.
—¿Crees que deberíamos, ya sabes, catar a Jared?
—No creo que sea buena idea.
—Bueno —dijo Tommy—, William está en el hospital y no sabemos dónde está Abby. No creo que tengamos muchas opciones.
—Vámonos de aquí, Tommy. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que demos un susto a los padres de Jared? Tengo la impresión de que deben de estar curados de espanto.
—Está bien, pero ¿dónde vamos mañana? ¿A un hotel? Supongo que, si conseguimos dinero, podríamos pedirle a Abby que vigilara la puerta para impedir que la doncella entre y nos fría. —Tommy se animó—. Oye, puede que Abby haya cogido algún dinero del loft.
—Puede que Abby ni siquiera esté viva —dijo Jody, con voz algo más que irritada—. ¿Te acuerdas de que Elijah pensaba matarte solo para joderme? Si nos estaba vigilando, tiene que saber lo de Abby. Ella será la siguiente. Deberíamos habernos ido de aquí enseguida. Me siento fatal por haberla dejado sola.
—Se fue derecha a él. —Tommy meció la cabeza entre las manos—. Odio todo esto, Jody. ¿Por qué me hiciste esto? Podría haber funcionado. Podría haber cuidado de ti y haber tenido una vida de verdad. Ahora sólo vivo de comida en comida, poniendo en peligro a la gente. Todo el mundo quiere matarnos o quitarnos algo. Yo soy de Indiana, y en el Medio Oeste no nos preparan para estas cosas.
Jody se deslizó de la cama al suelo, se sentó a su lado y le rodeó los hombros con el brazo.
—No es así, Tommy. Somos como dioses. Tenemos que cazar, claro, pero si liberas al depredador que hay en ti dejarás de sentir esa angustia. Tienes que sentir su poder.
—¿Poder? ¿Qué poder? Estaba a punto de comerme a la rata de aperitivo.
—Bueno, puedes comerte a la rata si lo necesitas, porque esa pequeña cabrona pone los pelos de punta.
Tommy se apartó de ella.
—No sigas por ahí.
Jared entró en ese momento, pulsando un inhalador.
—¡Ay, Dios! ¡Ah, Dios! ¡Ha conocido a un tío buenísimo que es un ninja y están colados el uno por el otro! Y esos tíos de los que nos hablasteis, los que te secuestraron, unos cuantos se han convertido en vampiros. Y también hay una vampiresa alta que intentó morder a Abby. Y Abby los puso a todos en su sitio y los quemó con una especie de sol portátil. ¡Ay, Dios mío! ¡Es increíble! ¡Ojalá yo tuviera tantos huevos como ella!
—¿Dónde está? —preguntó Jody.
—Se está tomando un mocachino en el Tully, en la calle Market. Le presté unos veinte dólares. Que va a pagarme con la bonificación que vais a darle por Navidad. Oye, ¿a mí también vais a darme bonificación navideña? Porque…
—Llámala y dile que no se mueva de donde está —dijo Jody—. Vamos para allá.
—¿Vamos? —dijo Tommy. Podrían irse de aquí y buscar un… ¡un donante!
—No, tú no —dijo Jody—. Nosotros. —Dio a Jared una palmada en el hombro, con cuidado de no acercar la mano a la rata.
—¿Nosotros? —preguntó Jared.
—Sí, Jared, vas a tener que enfrentarte a tus padres. Tendrás que confesarles que has tenido a una chica en tu cuarto todo el día. Nos plantaremos ante ellos y me presentarás como tu novia.
—Vale. Supongo. Pero quizá quieras retocarte un poco los labios primero y que te preste un lápiz de ojos, ¿de acuerdo?
—Voy a quitarte la siniestrez a bofetadas, follarratas —replicó Jody con una sonrisa a la que le faltaban unos pocos grados para ser cálida.
Durante su larguísima vida, Elijah ben Sapir había sido perseguido, golpeado, torturado, ahogado, empalado, encarcelado y hasta quemado en dos ocasiones (la intolerancia hacia los que viven de la sangre de otros es lo que tiene), pero en ocho siglos esta era la primera vez que lo había frito un Honda tuneado. A pesar de la novedad (y de que la novedad acababa de convertirse en su nuevo deleite), no le habría importado que pasaran otros ochocientos años sin que aquello le volviera a ocurrir.
Arrastrarse por un callejón del barrio de South of Market cazando ratas detrás de los contenedores y desangrándolas hasta convertirlas en polvo solo para poder curarse y atrapar a una víctima de verdad le estaba sirviendo de abyecta lección: ahora recordaba el motivo por el que sus semejantes y él debían permanecer ocultos. Era inevitable que las nuevas tecnologías acabaran aplicándose a la detección y destrucción de vampiros. ¿Acaso no había usado él mismo la tecnología para protegerse? Su yate, con su piloto automático, sus sensores y su cámara sellada había sido para él como un castillo amurallado. Pero había olvidado la norma (en realidad la había ignorado, más que olvidarla) al decidir entregarse a la esperanza, rayana en la fe, de que siempre saldría victorioso. El caso era que algún listillo había descubierto un modo de empaquetar el sol y de liberarlo sobre su arrogante carroña. Pero aquel listillo no habría encontrado la solución si el vampiro no le hubiera mostrado el problema.
Escarmentado estaba Elijah, y furioso, y hambriento, y un poco triste, porque le encantaba su chándal amarillo y de él no quedaba ya más que pelotillas de poliéster ennegrecido incrustadas en su piel.
Tiraba de aquellas pelotillas mientras aguzaba el oído en busca de una presa, escondido entre un contenedor y una furgoneta blanca llena de cajones de pan. Allí llegaba una lo bastante gorda como para completar su curación. Elijah lo notaba por la pesadez de su paso. La puerta trasera de la panadería se abrió y el rotundo panadero salió y agitó un paquete de cigarrillos para sacar uno. Su aura vital era rosa y saludable, su corazón latía con fuerza y seguiría latiendo mucho tiempo si Elijah no lo dejaba seco. Normalmente solo mataba a los débiles y enfermos, a los que de todos modos tenían un pie en la tumba, pero ahora su situación era desesperada. Saltó sobre la espalda del corpulento panadero y lo tiró al suelo, sofocando su grito con una mano mientras con la otra apretaba su cuello. En dos segundos el panadero estuvo inconsciente.
Elijah bebió y oyó cómo su piel ennegrecida chisporroteaba, mudaba y sanaba mientras el panadero respiraba aún. Esta vez, no habría ningún cuello roto, ningún cadáver que encontrar. Sacudió el polvo de la ropa del panadero y se la puso. Las Nike blancas eran lo único que había sobrevivido de su atuendo anterior, así que tiró los zuecos del panadero al contenedor, junto con su cartera, se guardó el dinero y se largó de allí vestido de blanco de la cabeza a los pies.
El vampiro se sonrió, no con alegría, sino con la amarga ironía que exigía la situación. La gente solía hablar de ocurrencias surgidas de un destello de inspiración, pero aquel cliché cobró de pronto un nuevo significado para él. Aquel destello significaba que se había acabado el juego, que su incursión en el deseo humano, aunque fuera por venganza, había ido demasiado lejos, y que había llegado el momento de controlar los daños. Todos tenían que morir. No disfrutaría matándola. A ella no.
Tras achicharrarse por segunda vez en dos días, Blue estaba lista para una masacre curativa (o baño de sangre), pero los Animales la habían detenido alegando motivos éticos de pacotilla, como que el asesinato estaba mal, ya se sabe.
—¡Estáis achicharrados! —dijo Blue—. Este no es momento para tener escrúpulos. ¿Dónde estaba vuestra conciencia cuando me obligabais a follaros doce veces al día, eh?
—Eso era distinto —dijo Drew—. Tú estabas dispuesta.
—Sí —añadió Jeff—. Y además te pagábamos.
—Y no hacíamos daño a nadie, amiga* —dijo Gustavo.
Blue se lanzó hacia Gustavo (que estaba en el asiento del copiloto) por encima del asiento del Mercedes y le arrancó un trozo de carne achicharrada. Drew la agarró por las caderas y tirando de ella consiguió que volviera a sentarse. Ella cruzó los brazos, enfadada, hizo un mohín y exhaló pequeños copos de ceniza. Se suponía que tenían que hacer lo que ella mandara. Se suponía que eran sus siete (bueno, tres) enanitos.
—Callaos de una puta vez, cantamañanas. Me hacíais daño a mí. Estoy herida. Miradme.
Ellos no la miraron. Estaban renegridos de cintura para arriba, por delante, al menos. Sus camisas colgaban, hechas jirones y achicharradas. El vestido de lino que llevaba Blue se había carbonizado casi por completo. Solo le quedaban las bragas y un sujetador muy chamuscado. Tenía todavía la cara un poco torcida por el lado por el que Elijah la había golpeado contra el capó del coche.
—Esto no es culpa nuestra, Blue —dijo Drew.
Ella le dio media docena de golpes en la cabeza, arrancándole la mayor parte de las orejas quemadas y los mechones carbonizados que quedaban de su pelo. De paso se rompió la punta del dedo meñique, después de lo cual se recostó en el asiento y se puso a gemir como un perro apaleado.
—Necesitamos sangre para curarnos —dijo—. Montones de sangre.
—Lo sé —contestó Jeff. El pívot abrasado iba al volante—. Yo me encargo de eso.
—Acabas de pasar a cinco adolescentes estupendos —dijo Blue—. ¿Dónde coño vas?
—A un sitio en el que los donantes puedan aguantar lo que les hagamos —dijo Jeff.
—Pues estamos arruinados hasta que recuperéis mi dinero, así que más vale que tus donantes tengan algo de calderilla.
—No podemos entrar en un bar del distrito financiero —dijo Drew—. Por lo menos con esta pinta.
—Como si os dejaran pasar cuando os ponéis de tiros largos. —Blue había descubierto que estar quemada la sacaba de quicio más de lo normal. Había intentando tomarse un Valium que había dejado el tío del Mercedes; por su parte, Drew y los demás se habían tragado varios puñados de calmantes. Pero sus organismos vampíricos habían rechazado las pastillas con extrema violencia.
—Ya estamos aquí —dijo Jeff mientras entraba con el Mercedes en un amplio aparcamiento público.
—No me jodas —dijo Blue—. ¿El zoo?
Tommy esperó media hora antes de llamar al móvil de Jody, pero falló la conexión y saltó el buzón de voz. Llamó tres veces más durante la media hora siguiente, jugó dos partidas de Tiro a la Monja Xtreme en la Xbox de Jared, llamó al móvil de Abby, pero le salió el buzón de voz y a continuación hizo su primer intento serio de convertirse en niebla. Jody le había dicho que era una cosa mental, que solo había que verse como niebla y obligarse a evaporarse, «como flexionar un músculo», había dicho ella.
—En cuanto lo haces una vez, sabes lo que se siente y puedes volver a hacerlo. Es como ponerse de pie sobre unos esquís acuáticos.
No era solo que así podía salir del sótano sin que lo vieran, era lo que Jody había dicho sobre estar en estado gaseoso: que el tiempo parecía deslizarse suavemente, como cuando estabas en un sueño. Era la única razón, decía ella, por la que no le había dado una paliza por haberla recubierto de bronce. No se estaba tan mal siendo niebla. Tal vez, si se evaporaba, podría pasar el tiempo sin volverse loco de preocupación.
A pesar de lo mucho que flexionó la mente, lo único que le salió fue un bocinazo flatulento que le hizo lanzarse de cabeza hacia la puerta y ventilar la habitación moviendo la puerta de un lado a otro. Era verdaderamente una cosa muerta y hedionda: más hedionda de lo que nunca hubiera imaginado. Miró para comprobar si se estaba cayendo la pintura de las paredes.
Se acabó. Él no era un crío escondiéndose en el sótano de un amigo, era (¿cómo lo llamaba Abby?) uno de los ungidos, un príncipe de la noche. Iba a salir de allí pasando por delante de la familia y, si tenía que cargárselos a todos, lo haría. Así aprendería Jody a no dejarlo solo y a no apagar el teléfono. ¿Cómo te sientes ahora, pelirroja? ¿Eh? ¿Una familia masacrada y descuartizada? ¿Eh? ¿Te alegras ahora de haberte ahorrado tus minutos de llamadas libres?
Subió con decisión las escaleras y entró en el cuarto de estar de los padres de Jared.
—Hola —dijo el padre de Jared.
Tommy se esperaba una especie de monstruo, por lo que había oído contar a Jared. Pero lo que vio se parecía más a un contable. Tenía unos cuarenta y cinco años, estaba en buena forma y sostenía sobre el regazo a una niña pequeña que estaba coloreando un dibujo de un pony. Otra niña, que parecía más o menos de la misma edad, estaba coloreando en el suelo, a sus pies.
—Hola —dijo Tommy.
—Tú debes de ser el vampiro Flood —dijo el padre de Jared con una sonrisita sagaz.
—Eh. Bueno, sí, más o menos. —Se le notaba. Ya no podía ocultarse entre los humanos. Debía de ser porque hacía mucho tiempo que no comía.
—El traje es un poco soso, ¿no crees? —dijo el padre de Jared.
—Soso —repitió la niñita sin levantar la mirada de su pony.
—¿Eh? —preguntó Tommy.
—Para un vampiro. ¿Vaqueros, zapatillas y camisa de franela?
Tommy se miró la ropa.
—Vaqueros negros —puntualizó. ¿No debería aquel tipo encogerse de miedo y suplicarle que no metiera a su hijita en un saco y se la llevara a sus novias las vampiresas?
—Vale, supongo que los tiempos cambian. Sabes que Jared y su novia se han ido al Tully, a la calle Market, a buscar a Abby, ¿no?
—¿Jody, su novia?
—Claro —dijo el padre—. Una chica muy mona. No tiene tantos pirsins como yo esperaba, pero nos alegramos de que sea una chica.
Una mujer rubia y atractiva de veintitantos años entró en la habitación llevando una bandeja con zanahoria y apio cortados en tiritas.
—Ah, hola —dijo, y lanzó a Tommy una sonrisa deslumbrante—. Tú debes de ser el vampiro Flood. Hola, soy Emily. ¿Quieres unas crudités? Puedes quedarte a cenar, si quieres. Vamos a comer macarrones con queso, esta noche les tocaba elegir a las niñas.
Debería beberme su sangre y meter a sus hijas en un saco, pensó Tommy. Pero sus modales del Medio Oeste se impusieron sobre su feroz naturaleza de depredador y dijo:
—Muchas gracias, Emily, pero de verdad tengo que irme si quiero alcanzar a Jared y Jody.
—Bueno, como quieras —dijo la mujer—. Niñas, decid adiós al vampiro Flood.
—¡Adiós, vampiro Flood! —canturrearon las niñas al unísono.
—Eh, adiós. —Tommy salió de un brinco de la habitación y luego volvió a entrar—. ¿Dónde está la puerta?
Todos señalaron hacia la cocina, de donde acababa de llegar la monstruastra de Jared.
Tommy cruzó corriendo la cocina y salió por la puerta; luego se quedó apoyado de espaldas en el monovolumen que había a la entrada, intentando recobrar el aliento.
—Qué marrón —jadeó, y entonces se dio cuenta de que no le faltaba el aire por el esfuerzo. Le estaba dando un ataque de ansiedad—. ¡Joder, qué marrón!