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Las crónicas de Abby Normal:
la presa
Por lo visto soy la Presa, cosa para la que, que conste, no estoy preparada. Aquí estoy, encaramada a las traviesas (creo que estas cosas son traviesas) del puente de Oakland como un ave nocturna lisiada, esperando a que el destino se abata sobre mí en forma de un ente antiguo y no muerto que desmembrará mi delicado cuerpo. En fin, un asco.
Por suerte tengo un poco de sustento hasta que mis Señores Oscuros se levanten de su sueño diurno para patearle el culo a algún cabrón. Sé que debería estar comiendo bichos y serpientes y cosas que facilitaran mi vampirismo, pero como vegetariana que soy, no he desarrollado habilidades para la caza, así que he empezado con unos ositos de gominola que me compré en el cine. (Supuestamente están hechos de pectina de ternera o de extracto de uña de caballo o algo así, así que creo que son una buena transición hacia la dieta nosferática. Y me gusta arrancarles de un mordisco las cabecitas).
Aquí, muy arriba por encima de la ciudad (bueno, la verdad es que estamos unos cinco metros por encima de unos sin techo que viven debajo del puente), me siento como la guardiana de una tumba antigua, dispuesta a enfrentarme a cualquier atacante para proteger a mis amos, que están tumbados en la viga o la traviesa siguiente, o como se llame, envueltos en lonas.
Dios mío, las putas palomas están por todas partes. Perdón, una acaba de cagarse en mi cuaderno. No importa. Yo sigo adelante. Lo tengo superado. Pero qué asco.
Jared se ha ido a casa de su padre en Noe Valley a buscar el monovolumen y la carretilla para que podamos llevar a nuestros amos a lugar seguro. Me dejó su cuchillo, que solamente he tenido que blandir una vez, contra una mujer que quería quitarle la lona a mi Señor Oscuro. Luego lo usé para quitarme la laca de uñas, que estaba totalmente descascarillada de tanto hacer labores manuales de esbirra.
Bueno, pues mis amos nos encontraron enfrente del museo de Arte Moderno y no paraban de preguntar: «¿Estáis bien? ¿Os ha hecho algo?». Intentaban que Jared no se enterase, como si no supiera que somos vampiros. Y yo les dije: «Tranquilos, que es esbirro ayudante». Así que se relajaron.
Luego Flood se sacó del bolso una mano de bronce y dijo: «Abby, ¿sabes qué es esto?».
Y yo: «Pues sí, lord Flood», porque yo hablo el obvio como una segunda lengua. «Es una mano de bronce, ¿no?».
Entonces la condesa le quitó la mano. «Abby, esto es lo que queda del caparazón del vampiro que me convirtió».
Y yo: «Te suplico me perdones y todo ese rollo, condesa, pero eso es la mano de una estatua».
Y ella: «Eso es lo que estoy diciendo». Que no era para nada lo que estaba diciendo.
Resulta que la estatua de bronce que antes estaba en el loft era en realidad el vampiro que convirtió a la condesa, y que luego la condesa convirtió al vampiro Flood, que por entonces era Flood a secas. Así que al viejo vampiro, cuyo nombre es Elijah, le entró el síndrome premenstrual y empezó a putear a la condesa dejando cadáveres por toda la ciudad con pruebas que señalaban hacia ella, y luego amenazó con matar a su esbirro, que en aquella época era Flood, y la cosa se desmadró completamente y unos polis y esos pardillos del Safeway volaron el yate de Elijah, y Elijah se cabreó de verdad, y entonces la condesa fingió que quería salvarlo cuando en realidad le estaba sonsacando sus secretos vampíricos, y Flood los recubrió a los dos de bronce, pero dejó salir a la condesa porque ella es el amor de su vida y tal. Así que Flood (que no es para nada una misteriosa y antigua criatura de la noche, sino que se convirtió en vampiro como una semana antes que yo), se llevó la estatua al puerto para tirarla a la bahía. Así la condesa no se acordaría de que había tenido el corazón dividido entre dos amantes y todo eso. Pero salió el sol y Flood dejó la estatua en el Embarcadero, y cuando volvieron ya no estaba, y resulta que Elijah está suelto y que era el vampiro carroza del chándal amarillo que vi sacudiendo al tío del gato enorme y que ahora me está persiguiendo para vengarse de la condesa por ser una zorra traicionera.
Así que Jared va y dice: «Joder, es increíble».
Y yo: «Me mentisteis».
Y la condesa: «Sí, solete, por eso te lo estoy contando ahora», lo cual era un sarcasmo completamente innecesario por su parte.
Y Jared va y suelta: «Esta es la mejor Navidad que he tenido».
Y yo: «Cállate, loca, que me han traicionado».
Y la condesa: «Lo superarás. Tenemos que ir a ver si William está bien».
Y ahora me doy cuenta de que tenía razón, pero mientras volvíamos al loft iba enfurruñada, solo para que se enteraran, porque odio que la gente no me tenga en cuenta. Cuando llegamos a la calle de la condesa había una ambulancia y policías por todas partes, así que Flood y la condesa se quedaron atrás y me mandaron a mí a ver qué pasaba. Vi que el tío del gato enorme estaba en una camilla y que le estaban poniendo oxígeno.
Y voy y les digo: «Dejen paso, ese hombre es mi padre».
Y los enfermeros: «Ni lo sueñes».
Así que no me dejaron pasar. Y yo voy y les digo: «¿Quién os ha llamado, a ver?».
Y me dicen: «Un tío de este edificio. Un escultor o algo así».
Y entonces el tío del gato va y dice: «Dejadla pasar».
Así que pasé volando entre los enfermeros, me acerqué al tío del gato y le dije: «¿Estás bien?».
Y él va y contesta: «Bueno, me duele un huevo la cabeza, y creo que tengo la pierna rota».
Y yo: «¿Puedo hacer algo por ti?». Porque la condesa me había dado órdenes de conseguir información y ofrecer ayuda.
Y me dice: «Si pudieras cuidar de Chet… Está en la escalera. Tendrá hambre».
Y yo: «Hecho».
Y entonces se quitó la máscara de oxígeno y me hizo una seña para que me inclinara para poder susurrarme algo al oído, y yo voy y digo: «Sí, papá», por los de la ambulancia, que estaban mirando.
Y me susurra: «Antes de que se me lleven, ¿podría verte las tetas?».
Así que le di una patada en las costillas. Los de emergencias se cabrearon y todo ese rollo y me dijeron que me largara, pero son unos exagerados, porque llevaba puestas mis Converse All Star rojas, que no hacen ni un moratón.
Así que lo metieron en la ambulancia y justo cuando estaban cerrando las puertas sacó una mano como si fuera un ahogado que intentara aferrarse a su última chispa de vida antes de verse arrastrado por las negras olas de la muerte… Así que le enseñé las tetas en un santiamén: me subí rápidamente el sujetador y la camiseta, porque creo que no hacemos lo suficiente para ayudar a los sin techo, y quería que muriera feliz. Y además mis tetas son muy pequeñas y no me lo piden a menudo.
Así que saqué a Chet de la escalera del loft y lo llevaba en brazos estilo bebé cuando vi a los dos polis de antes (esos de los que la condesa dice que les ayudaron a cargarse a Elijah), así que me acerqué al hispano y le dije: «¿Qué pasa, poli?».
Y él: «Tienes que irte a casa, tú no pintas nada aquí a estas horas, deberíamos llevarte a jefatura y llamar a tus padres y blablablá», venga a soltarme amenazas y reproches y dogmas fascistas, y venga a decirme que a ver si te borramos la sonrisa y dejamos de verte esos piños tan bonitos. (Estoy parafraseando. Aunque es verdad que tengo unos piños preciosos porque de pequeña tuve que llevar aparato tres años, y ahora mis dientes son mi rasgo más pasable. Espero que los colmillos me salgan derechos).
Y el poli grandullón va y me dice: «¿Qué estás haciendo aquí?».
Y yo le contesto: «Vivo aquí, julandrón, ¿y vosotros qué pintáis aquí? ¿No sois de homicidios?».
Y él: «Déjame ver tu documentación, y blablablá», y venga a soltar tacos y cagarse en todo lo que se menea.
Y yo: «Imagino que no tendríais que aguantar toda esta mierda si os hubierais cargado a ese vampiro como Dios manda cuando le robasteis su colección de arte».
Y de pronto el hispano y su compañero, el maricón grandote, empiezan: «¿Cóooomo…?».
Y yo: «Lo digo para que sepamos a qué atenernos. ¿Cuánto tiempo vais a estar aquí, capullos?».
Y ellos: «Solo media hora o un poco más, señorita. Tenemos que interrogar a unos testigos y luego ir a limpiarnos los calzoncillos cuando acabemos de cagarnos del todo. ¿Necesita que la llevemos a alguna parte?». (Otra vez estoy parafraseando).
Total, que me fui mientras todavía estaban pasmados, dejé a Chet en el loft nuevo como si la casa fuera mía y luego rodeé corriendo la manzana para informar a la condesa y a Flood. Jared me miraba como si estuviera hipnotizado o algo así. Y yo le dije: «Hola, Boo», para que se diera cuenta de que se estaba portando como un retrasado, y se espabiló de golpe. (Lily, Jared y yo hemos visto Matar a un ruiseñor en DVD como seis veces y nuestra parte favorita es cuando Scout ve a Boo Radley detrás de la puerta y le dice: «Hola, Boo». Es como agradecer al universo que te mande un retrasado bonachón para sacarte de apuros, que es como me siento muchas veces con Jared). Así que voy y digo: «Invitadme a un café». Y la condesa y Flood se miran y sacuden la cabeza. No tenían pasta.
Y yo: «Sois unos putos inútiles. Tenéis dinero a montones y salís sin un pavo. Ya no sois mis Señores Oscuros». No lo decía en serio, pero estaba estresada y empezaba a dolerme la cabeza por falta de cafeína. Pero Jared va y me dice «Hola, Boo» con un billete de diez dólares en la mano. Y yo hice como que me encontraba un enganchón en las medias de rejilla para que todo el mundo dejara de mirarme.
La condesa dijo que conocía un restaurante chino cerca de la calle Freemont que en Navidad abría toda la noche y que podíamos esperar allí hasta que se largara la pasma. Jared y yo pedimos café y una ración de patatas fritas (que, dicho sea de paso, en un restaurante chino saben un poco a gambas). Y Flood y la condesa nos miraban muy tristes. Así que les dije: «¿Qué pasa?».
Y la condesa: «Nada».
Pero yo sabía que pasaba algo, porque yo hago lo mismo: siempre digo que nada cuando me pasa algo. Y veo que la condesa sigue con los ojos la taza de Jared mientras Jared se bebe su café y digo: «Coño, condesa, haberlo dicho». Y le saqué a Jared el puñal de la bota, lo cogí de la mano y le pinché en el pulgar.
Me gustaría aclarar enseguida que los gritos fueron totalmente innecesarios. Y sea lo que sea lo que me decía el chino de detrás del mostrador, era una exageración total y, además, ¿cómo quiere que le entienda si habla tan rápido y encima en chino? El caso es que después de que exprimiera el pulgar de Jared en su taza y luego en la mía y se la diera a Flood, todo el mundo se tranquilizó (hasta el chino, después de que Jared le pagara dos cafés más) y la reunión de Histéricas Inmortales volvió oficialmente a su cauce.
Parecía que llevábamos esperando una eternidad, y la condesa y Flood no contestaban a mis preguntas sobre «las costumbre del nosferatu». Era como si no tuvieran ni idea del tema. Fue como cuando el año pasado me apunté a clase de Alimentos Avanzados (que son como clases de cocina, pero para tontos del culo) después de la hora de la comida, y así me echaba una siesta. Estaba muy bien, porque ni siquiera me chifla la comida normal, así que, a ver, ¿qué pinto yo en una clase sobre comidas digitales wi-fi de última generación y todo ese rollo? Total, que me matriculé en la asignatura y me pasaba la clase durmiendo. Pero luego, al final del semestre, mi madre me tendió una trampa y me dijo: «Ay, Allison, he comprado ingredientes para que nos prepares la cena a Ronnie y a mí, y así nos enseñas lo que has aprendido en tu clase de Alimentos Avanzados. Será divertido».
Te puedes apostar algo a que cuando mi madre usa la frase «Será divertido» es que está a punto de clavar una estaca en el corazón de la diversión para que no vuelva a levantarse nunca más. Que es lo que pasó. ¿Alcachofas? ¿Quién come una cosa así? Si yo creía que eran armas.
El caso es que después de un siglo en el restaurante, volvimos al loft, donde la condesa dijo que estaba esperando mi regalo de Navidad. Cuando llegamos a la manzana, los policías y los de emergencias se habían ido y parecía que no había moros en la costa, pero cuando la condesa abrió el portal del loft, allí, sentado en los escalones, estaba el vampiro viejo, completamente desnudo.
Bueno, la condesa y Flood pegaron un salto de unos seis metros y yo estoy casi segura de que me meé un poco encima. Sí, decididamente me meé. A Jared simplemente empezó a darle un ataque de asma, no el ataque completo, solo el primer jadeo. Después de eso se quedó sin respiración.
Y Elijah va y dice: «Necesitaba una lavadora».
Permitidme decir aquí, si no lo he dejado ya claro, que en las últimas veinticuatro horas he visto suficientes miembros viriles desnudos, pálidos y decrépitos como para herir mi delicada psique para toda la eternidad, así que, que nadie se extrañe si algún día me encuentran vagando por los páramos a medianoche con la mirada enloquecida y farfullando cosas sobre tetas albinas perseguidas por culos fofos, porque esas cosas pueden pasar cuando una ha sufrido un trauma.
Entonces Flood se lanzó contra la puerta y nos gritó que huyéramos mientras sujetaba valientemente la puerta contra las arremetidas de nuestro ancestro el viejo vampiro. Yo empezaba a dudar de la capacidad de Flood para satisfacer sus deberes como mi Señor Oscuro, hasta que dio un paso al frente y nos salvó (un valeroso héroe vampírico, eso es lo que es). La verdad es que empezaba a pensar que era solo un pardillo con conocimientos pasables de poesía.
Mientras corríamos oí que Elijah decía «Se me ha meado en el chándal» al tiempo que se arrojaba contra la puerta, o eso creo, porque no me di la vuelta hasta que estábamos a dos calles de allí.
La condesa decía: «Tengo que volver a por él», pero antes de que se diera la vuelta mi Señor Oscuro dobló la esquina.
Y va y dice «¡Vamos, vamos, vamos!» mientras nos hacía señas.
Y nosotros: «¿Adónde? ¿Adónde? ¿Adónde?».
Y entonces, mientras la condesa abrazaba a Flood y empezaba a estrujarlo con todas sus fuerzas y Jared no paraba de decir entre jadeos «Hay que coger una habitación», empezó a pitar el reloj de la condesa. Y luego el de Flood. Y ellos: «Oh, oh».
Así que teníamos como diez minutos para encontrar un sitio a oscuras donde pudieran esconderse, y no teníamos dinero para un hotel aunque hubiéramos tenido tiempo para registrarnos y todo eso. Así que corrimos hacia una obra muy grande que hay debajo del puente de la bahía. Y yo iba pensando, no quiero enterrar a mis amos en la obra. ¿Y si los pavimentan? Se asustarían un huevo si los pavimentaran.
Y la condesa preguntó: «¿Cómo te has escapado?».
Y el vampiro Flood dijo: «Empezó a pitar la secadora».
Y ella: «¿Te ha dejado vivir porque ya tenía la ropa seca?».
Y Flood: «Qué suerte, ¿eh?». Y sin que le faltara la respiración, a pesar de la carrera.
Así que, cuando llegamos a la obra, estaba todo al descubierto o lo estaría en cuanto llegara la gente a trabajar. Y la condesa miró las vigas del puente o como se llamen y dijo: «Allí».
Así que allí fuimos. Yo cogí unas lonas que había tapando un generador, junto a la obra, y Jared y yo nos subimos a las vigas con nuestros amos los vampiros y los ayudamos a arroparse justo a tiempo de que se durmieran.
Pero, cuando empezó a amanecer y vimos a todos los sin techo que había alrededor, Jared y yo comprendimos que nuestros amos no estarían a salvo cuando los sin techo que vivían debajo del puente se fijaran en las lonas y en nuestra delicada juventud o bien olfatearan mis ositos de gominola, y vendrían a por nosotros. Así que Jared se fue a buscar la carretilla, unas bolsas de basura y cinta de embalar (y con un poco de suerte también el monovolumen de su madrastra) para que podamos trasladar a nuestros amos a un lugar más seguro.
Ah, otra cosa: antes de que la condesa se sumiera en el negro sueño de los no muertos, le dije: «Bueno, ¿qué me vais a regalar por Navidad?».
Y ella: «Diez mil dólares».
Y yo: «Yo no os he comprado nada».
Y ella: «No importa. Eres nuestra esbirra preferida y con eso basta».
Que es por lo que la quiero y velaré por ella hasta la muerte. Luego besó al vampiro Flood y se quedó dormida. Estoy segura de que su amor durará siglos y siglos, si Jared y yo no la cagamos y no los freímos durante el traslado.
¡Ay, Dios! ¡Acabo de darme cuenta de que se nos olvidó dar de comer a Chet!