10

Roja, Blanca, y azul, no necesariamente en ese orden

Blancanieves, pensó Blue.

Con los siete para cuidarme y yo para cuidar de ellos, podría ser igual que Blancanieves. Bueno, sí, los Animales no eran precisamente enanos: Jeff Murray, la antigua estrella del equipo de baloncesto del instituto, medía por lo menos un metro noventa, y Drew, su farmacólogo residente, medía casi lo mismo. Pero ella tampoco era Blancanieves, que digamos. Aun así, eran todos muy amables, considerados y básicamente respetuosos con ella, dentro de sus posibilidades y teniendo en cuenta que eran una panda de husmeacoños emporrados. Parecían tener una ética del trabajo decente, eran leales, no se peleaban entre sí y eran relativamente limpios para su edad.

Unos pocos días más y el resto de su dinero sería suyo, ella lo sabía y ellos también, pero ¿y luego qué? Era un montón de dinero, claro, pero no era dinero de «vete a tomar por culo». (Oséase, tanto dinero que puedes mandar a tomar por culo a cualquiera, dondequiera y en cualquier momento, sin tener que preocuparte por las consecuencias). Tendría que encontrar algo que hacer, algún sitio adonde ir. A medida que la posibilidad de dejar la mala vida iba agrandándose por fin, se daba cuenta de que necesitaría una vida nueva que vivir y, francamente, aquello le daba pánico. El tiempo no trata bien a las que se ganan la vida con su físico, y ella ya había rebasado una vez su fecha de caducidad tiñéndose de azul, pero ¿y ahora qué? ¿Quién habría imaginado que el futuro con el que soñaba tendría los dientes tan afilados?

De modo que Blue se hacía una pregunta…

¿Puede una descarriada Princesa del Cheddar de Fond du Lac ganarse la vida con siete juerguistas perpetuamente adolescentes de la zona de la bahía? Quizá fuera posible, pero Blue tenía sus dudas respecto al enanito número siete, Clint.

Sabía por experiencia que costaba mucho quitarle a Dios de la cabeza a un tío a base de follar, y que incluso entonces era probable que un día o dos después sufriera un ataque agudo de culpabilidad galopante. Eso no era un impedimento cuando se trabajaba de puta, pero si una iba a beneficiarse de manera semipermanente a una pandilla de enanos, el que uno de ellos tuviera una fijación pejiguera con el Espíritu Santo planteaba ciertos inconvenientes.

—La puta de Babilonia —dijo Clint cuando los Animales la condujeron al Safeway como si la presentaran en palacio.

Ella se detuvo un momento en las puertas automáticas, a pesar de que notaba que se estaba poniendo azul debajo del azul, ataviada como iba con un minivestido de lamé plateado y zapatos de plástico transparente con tacones de un palmo, nada de lo cual la protegía del viento helado que soplaba de la bahía y azotaba el aparcamiento del Safeway de Marina. Pensando que seguramente pasaría casi todo el tiempo desnuda, no había hecho la maleta para el clima de San Francisco.

—Nunca he estado en Babilonia —dijo—. Pero estoy abierta a nuevas experiencias. —Se lamió los labios y se acercó a Clint hasta que sus tetas estuvieron a dos centímetros del pecho de él.

Clint dio media vuelta y se fue corriendo a la oficina mientras canturreaba:

—Vade retro, vade retro, vade retro…

—Como quieras, nene —dijo Blue. Decidió llamarlo «Fanático», el enano paranoico.

—Barry te enseñará la sala de descanso —dijo Lash, que se había convertido en el nuevo líder de los Animales, principalmente porque solía ser el que estaba más sobrio—. Jeff, despide la limusina y cierra las puertas. Drew, haz café. Gustavo, ve a ver cuál es la situación en los pasillos. Puede que necesitemos que repongas mercancías.

Se quedaron allí, mirándolo. Colocados. Borrachos. Pasmados. Blue decidió llamar a Barry (aquel tipo pequeñajo y prematuramente calvo). «Pasmado», su enanito especial. Sonrió.

Clint se asomó por encima del tabique bajo de la oficina.

—Eh, chicos. Deberíais saber que anoche vino el Emperador. Dice que Tommy Flood es un vampiro.

¿Ein? —dijo Lash.

—Que es un vampiro. Esa novia suya no se fue de la ciudad. Lo transformó.

—Vete a tomar por culo, anda —dijo Jeff.

Clint asintió furiosamente con la cabeza.

—Que es verdad.

—Joder —dijeron los demás a coro, desincronizadamente.

—¡Reunión! —anunció Lash—. Caballeros, tomen asiento. —Miró a Blue con aire de disculpa—. No tardaremos mucho.

—Voy a hacer café —dijo ella.

—Eh… —Lash parecía preocupado—. Blue, a partir de ahora andamos cortos de pasta.

—El café es gratis —contestó ella. Dio media vuelta y se digirió hacia el fondo de la tienda—. Ya lo encontraré.

Los Animales la vieron alejarse y cuando dobló la esquina se reunieron junto a las cajas. Clint abrió la puerta de la oficina y salió.

—Bueno, tenemos que avisar a esos polis para que nos ayuden a cazarlo.

Lash miró a los Animales, que lo miraron a él. Lash levantó una ceja. Los otros asintieron con la cabeza. Lash rodeó los hombros de Clint con el brazo.

—Clint, los chicos y yo lo hemos hablado, y nos gustaría hacer algo por ti.

Clint volvió corriendo a la oficina y cerró la puerta.

—¡No! Tenemos que destruir a los agentes de Satán.

—Ya. Claro. Enseguida nos ponemos con eso. Pero primero quiero que te hagas una pregunta, Clint. Y quiero que contestes no como el hombre renacido que eres ahora, sino como ese niño pequeño que hay dentro de cada uno de nosotros.

Clint asomó la cabeza por encima de la puerta de la oficina.

—Está bien —dijo.

—Clint, ¿nunca has tenido ganas de tirarte a una pitufa?

Jody oyó a Tommy entrar en el portal y salió a recibirlo a las escaleras con un gran abrazo y un beso rompespaldas.

—Uau —dijo Tommy.

—¿Estás bien?

—Ahora estupendamente. Solo quería ver cómo está William. Creo que se ha hecho caca.

—Lo siento muchísimo, Tommy. No he debido dejarte solo tan pronto.

—No pasa nada. Estoy bien. Oye, tienes una cosa en el vestido.

Jody llevaba puesto el vestidito negro. Todavía tenía un poco del polvo que había sido James O’Mally pegado cerca del dobladillo.

—Ah, sí, me habré rozado con algo.

—Deja que te lo quite —dijo Tommy, y se puso a frotarle el muslo; luego empezó a levantarle el vestido por encima de la cintura.

Jody le paró la mano.

—¡Salido!

Chet el gato enorme y afeitado levantó los ojos un segundo, volvió a apoyar la cabeza sobre el pecho de William y se quedó dormido.

—Pero si me has dejado solito… —dijo Tommy, intentando parecer triste, pero con una sonrisa tan grande que la treta no dio resultado.

—No te ha pasado nada. —Ella miró su reloj—. Solo quedan unos cuarenta minutos para que amanezca. Tenemos que hablar mientras nos preparamos para meternos en la cama.

—Yo ya estoy listo para meterme en la cama —dijo él.

Jody lo condujo escaleras arriba, hasta el loft, cruzó el salón y el dormitorio y entró en el cuarto de baño. Cogió su cepillo de dientes, que estaba en el lavabo, y lanzó a Tommy el suyo. Se puso pasta y luego le pasó el tubo.

—¿Todavía tenemos que usar hilo dental? —preguntó Tommy—. Porque ¿qué sentido tiene ser inmortal si uno tiene que pasarse la seda dental?

—Tienes razón —dijo Jody con la boca llena de espuma rosa—. Deberías tumbarte al sol y acabar de una vez, en vez de sufrir la tortura de pasarte la seda dental.

—No te pongas sarcástica. Yo creía que no podíamos ponernos enfermos, pero tu resaca demostró que me equivocaba.

Jody asintió con la cabeza y escupió.

—No tragues nada cuando te enjuagues o vomitarás el agua.

—¿Cómo es que tu espuma es de color rosa? La mía no es rosa. Y yo me la he puesto después.

—Deben de sangrarme las encías —contestó Jody.

No quería decirle que esa noche había matado a alguien. Se lo diría, pero no enseguida. Así que, para cambiar de tema, recurrió a su fuerza sobrehumana y le bajó los pantalones.

—¡Eh!

—¿Desde cuándo llevas calzoncillos con calaveras y huesos cruzados?

—Me los compré anoche, cuando estuvimos comprando los regalos de Navidad. Pensé que parecían peligrosos.

—Y tanto —dijo Jody, asintiendo furiosamente para no echarse a reír—. Además, así pasarás desapercibido si… si alguna vez te pillan con los pantalones bajados en el vestuario de los piratas.

—Sí, ya —dijo Tommy, al que le goteaba un poco de pasta de dientes por el pecho mientras se miraba los calzoncillos—. Tengo las piernas más blancas del universo. Mis piernas son como dos grandes gusanos carroñeros.

—Basta, me estás poniendo cachonda.

—Tengo que usar esa loción bronceadora que compramos. ¿Dónde está?

Jody se fue a la cocina con velocidad de felino, cogió la loción de la encimera y en cuestión de segundos se había sentado en el borde de la cama. Si conseguía que Tommy no le hiciera preguntas antes de que saliera el sol, estaba segura de que encontraría un modo de contarle lo del viejo.

—Ven aquí, piernas de gusano, deja que te ponga crema. —Para recalcar su compromiso con el untamiento de crema, se levantó, se bajó los tirantes del vestido y dejó que cayera al suelo, a sus pies. Se apartó de él y se quedó allí, con los zapatos y un collar de plata con un corazoncito que le había regalado Tommy.

Tommy salió de un salto del cuarto de baño (con los pantalones todavía por los tobillos) y se plantó delante de ella. Jody sonrió. Dale agilidad y velocidad sobrenaturales a un pardillo, y obtendrás un pardillo superágil y superveloz.

—¿Ibas sin ropa interior, con ese vestido?

—No lo haré nunca más —contestó ella y, agarrándolo de la cinturilla de los calzoncillos, tiró de él—. Ahora son míos. Quiero ser peligrosa.

—Qué zorrita eres —dijo él, ceceando un poco: se le habían salido los colmillos.

—Sí. ¿Por dónde quieres que empecemos con la loción?

Tommy tiró de ella y le besó el cuello.

—Esta vez tenemos que tener cuidado de no romper los muebles.

—Que les den por culo a los muebles, menos cosas que llevarnos —contestó Jody, cuyos colmillos también asomaban. Los pasó por el pecho de Tommy—. Si encontramos un modo de buscar casa ante de que alguien nos mate, claro.

—Ah, sí, he encontrado un esbirro —dijo él mientras Jody le mordía el costado y le rasgaba los calzoncillos de un solo tirón.

—¿Qué?

Pero Tommy había dejado de hablar para un buen rato.

Blue vio cómo el pavo congelado pasaba a toda velocidad a su lado y se incrustaba en un triángulo formado por botellas de refresco de dos litros. La botella de delante estalló y lanzó un chorro de espuma marrón al suelo, junto al mueble de la carne.

—¡Toma! —gritó Barry, y se puso a bailar en círculos entre los Animales, a los que señalaba mientras iba canturreando—: Me debes una, y tú, y tú también.

Blue miró a Lash y levantó una ceja de color cobalto.

Lash se encogió de hombros.

—Estas cosas pasan. Por eso usamos refrescos sin azúcar. Son menos pegajosos. —Había decidido que necesitaban estar algo más sobrios antes de empezar a rellenar las estanterías; de ahí la partida de bolos con pavo congelado.

—¿Alguien puede traer una fregona? —preguntó Clint. Como no jugaba, le habían nombrado colocabolos. Andaba por allí encorvado, intentando recuperar botellas de refresco mientras Jeff Murray hacía ejercicios de calentamiento al otro lado del pasillo, balanceando en cada mano un pavo congelado Foster estilo casero. Jeff creía que, en cuestión de bolos, los pavos Foster daban mejor resultado por el paquetito de salsa picante que llevaban en el centro. Aseguraba que la casa Foster tenía la tecnología avícola más puntera y que estaba, de hecho, trabajando en un pavo gigante de titanio. Los otros Animales se vieron obligados a decirle que estaba completamente pirado mientras lo rociaban con cerveza sin alcohol.

—Entonces, ¿habéis cazado algún vampiro, chicos? —le preguntó Blue a Lash. Había vuelto a la entrada de la tienda con un café para cada uno justo a tiempo de oír a Lash exponer la situación ante los Animales. Hasta ahora se había refrenado para no hacer preguntas. Un misil cárnico congelado pasó a toda pastilla por el pasillo, entre ellos. Lash ni siquiera pestañeó.

—Sí. Pero no lo matamos. Solo volamos su yate y nos llevamos sus obras de arte. De ahí fue de donde sacamos el dinero.

—Sí, ya —dijo Blue—. Eso ya lo sabía. Es lo del vampiro lo que no tengo muy claro. O sea ¿era un vampiro de verdad? ¿Un vampiro auténtico, de los que beben sangre, no pueden salir de día y viven eternamente?

—Creemos que tenía que tener por lo menos seiscientos años —añadió Troy Lee, uniéndose a la conversación—. ¿Quieres lanzar el pajarraco, Blue? —Señaló con la cabeza hacia el fondo del pasillo, donde Jeff ofrecía como un sacrificio el pavo congelado que le sobraba.

—Entonces, vosotros, que trabajáis en un supermercado, ¿habéis visto un vampiro?

—Dos —contestó Lash—. Nuestro líder del turno de noche, Tommy, vivía con una vampiresa.

—Y estaba buenísima —añadió Troy Lee.

—¿Sois cazavampiros? —Blue no podía creerlo.

—Bueno, ya no —contestó Lash.

—Sí —dijo Troy Lee—. Clint dice que Tommy es un vampiro. Pero a él no vamos a hacerle nada.

—¡Engendro de Satanás! —gritó Clint desde el final del pasillo.

Drew (a quien Blue había decidido llamar «Doc» porque siempre llevaba las «hierbas medicinales») corrió por el pasillo y lanzó un pavo de seis kilos a la cabeza de Clint.

—¡Cállate de una puta vez!

Clint se agachó y se cubrió la cabeza. El pavo pasó por encima del mueble de la carne y se incrustó en la pared de yeso que había junto a la ventana, al fondo de la sección de carnicería.

—Perdona, no he podido evitarlo —le dijo Drew a Blue.

—Pues vamos a tardar toda la noche en arreglar eso —dijo Clint.

Lash miró a Troy Lee.

—¿Te importaría asesinarlo?

—Voy —dijo Troy Lee, y se puso en posición de combate; después salió corriendo y dobló la esquina persiguiendo a Clint—. ¡Prepárate a morir, hipócrita!

—Bueno —dijo Blue—. ¿Qué estabas diciendo?

—Pues que Clint dice que Tommy se ha convertido en vampiro y que deberíamos ir a clavarle una estaca o algo así, pero como es uno de los nuestros hemos decidido adoptar una postura de tolerancia budista.

Justo entonces Troy Lee volvió a doblar la esquina llevando a rastras a Clint, al que sujetaba por el cuello mediante una llave de judo. A pesar de ser quince centímetros más bajo y pesar veinte kilos menos que Clint, había estudiado artes marciales desde que tenía seis años y aquello eliminaba de la ecuación el factor tamaño.

—¿Hipnotizo al pollo? —preguntó Troy.

—Vale —dijo Lash.

Troy Lee apretó el cuello de Clint. Los ojos de Clint sobresalieron, su boca se movió como la de un pez boqueando fuera del agua y luego se quedó flojo en brazos de Troy, que lo dejó caer en medio del charco de refresco sin azúcar que había en el suelo.

—Volverá en sí dentro de uno o dos segundos. —Lash se inclinó hacia Blue para explicarle—: Antes lo llamábamos «pelar el pollo», pero sonaba un poquito gay.

—Claro —dijo Blue. Aquel truco le sería muy útil en su oficio. Tendría que pedirle a Troy Lee que se lo enseñara—. ¿Y creéis que ese amigo vuestro y su novia son vampiros de verdad?

—Supongo que sí. Clint dice que se enteró por el Emperador, y fue él quien nos contó lo del vampiro viejo. Pero de todas formas no son problema nuestro.

—¿Y si yo os dijera que sí lo son? —preguntó Blue. Su mente trabajaba a toda velocidad, como una máquina de coser acelerada. Era una locura, pero por primera vez veía el futuro extenderse delante de ella, dándole la bienvenida—. ¿Y si os dijera que quiero que vayáis tras ellos?

Lash la miró parpadeando, como si hablara klingon.

—¿Eh? —Miró a los demás Animales, que habían dejado de jugar a los bolos y se habían acercado. Estaban allí, con sus pavos congelados y humeantes en las manos, como si fueran las amas de cría de un grupo de pequeños muñecos de nieve sin cabeza.

—Flood es amigo nuestro —dijo Lash.

—No quiero que lo matéis —contestó Blue—. Solo que lo cojáis.

Lash miró a los demás, que miraron para otro lado: al suelo, al mostrador de las coles y las lechugas, a los nabos y a sus pupilos congelados.

—Yo haré que valga la pena —dijo Blue.

Tumbada en la cama, Jody veía cómo Tommy oscilaba lentamente en el aire, adelante y atrás, como un pálido móvil. El loft tenía techos de seis metros de altura, con vigas desnudas de estilo industrial, de las que habían acabado colgados en algún momento mientras hacían el amor. Jody había caído a la cama después de correrse, pero Tommy seguía colgado de una mano. Lo bueno era que, salvo el juego de sábanas hechas jirones sobre el que estaba tumbada, habían destruido lo menos posible. Lo malo era que… en fin, hubiera preferido no ver a Tommy desde aquel ángulo.

—Lo hemos hecho muy bien —dijo—. Casi no hemos roto nada.

—¿De veras crees que los monos lo hacen así? —contestó Tommy.

—Pensaba que para ti, solo era una expresión. —Jody había creído que podía mantenerse distante y llevar las riendas cuando harían el amor (disfrutar del sexo, pero también utilizarlo). Pero desde que Tommy se había transformado, ya no era así. Se perdía, no se limitaba a hacer el amor con él: se lo follaba como una mona chiflada. Estaba bien, pero resultaba desconcertante. A ella le gustaba llevar la voz cantante.

—Estás increíble desde este ángulo —dijo Tommy.

—Pues tú pareces una bombilla fluorescente con forma humana —repuso Jody con una sonrisa, y entonces se fijó en que algo había cambiado—. No te empalmes, Thomas Flood. No te empalmes, ¿me oyes?

—Hablas como mi madre —dijo Tommy.

—¡Ayyy, qué asco! —dijo Jody, estremeciéndose y tapándose los ojos.

—Pues sí, qué asco —contestó Tommy, que acababa de darse cuenta de lo que había dicho y sobre qué y quién.

Se dejó caer en la cama y rebotó.

—Perdona. Corre, ponme la loción autobronceadora, solo quedan unos minutos para que amanezca.

—Vale, pero solo la loción.

—Vale, date prisa.

Jody cogió la loción y se echó un poco en las manos.

—Date la vuelta, voy a untarte la espalda.

—Pero…

—Apunta con esa cosa hacia otro lado, escritorcillo. Esta noche se acabó el follar como monos. —Lo dijo, pero no lo sentía: echarían otro polvo si él quería y si tenían tiempo antes de que amaneciera. Entonces se acordó de otra cosa—. ¿Dijiste que has encontrado un esbirro?

—Sí. Empieza mañana. Digo hoy. Es una chica. Le di dinero para que nos buscara apartamento. Le conté lo que nos hacía falta.

—¿Una chica?

—Sí, ¿te acuerdas de la que vimos en la droguería?

Jody dejó de frotarle, lo agarró por los hombros y le dio la vuelta.

—¿Le has dado el dinero de la fianza a una niña de nueve años?

—No tiene nueve años, tiene dieciséis.

—Aun así, Tommy. ¿Le has contado nuestro secreto a una cría de dieciséis años?

—Ya lo sabía.

—Sí, porque le enseñaste los colmillos como un pardillo de la noche. Podrías habérselo explicado de alguna manera o, mejor aún, no haber vuelto a verla.

—Mira, es muy lista y no nos traicionará. Te doy mi palabra.

—Puede que por tu culpa nos maten.

—¿Y qué habrías hecho tú? ¿Eh? Tenemos que confiar en alguien.

—¿En una chica de dieciséis años?

—Yo solo tengo diecinueve y fui un gran esbirro. Además, ella cree que soy su señor oscuro.

—¿Le has hablado de mí?

—Claro, lo sabe todo sobre ti. Sabe que eres mi sire. Así es como llaman al vampiro que te ha hecho. Hasta le dije que eras más antigua y que tenías muchísima experiencia.

—¿Muchísima experiencia? Eso suena como si fuera una divorciada vieja y un poco ligera de cascos. ¿Cuántos años cree que tengo?

—Quinientos.

—¿Qué?

—Pero estás estupenda para tu edad. Quiero decir que a mí me gustaste. Anda, úntame el pecho.

—Úntatelo tú. —Ella le lanzó el frasco de loción y Tommy lo cogió al vuelo.

—Te quiero —dijo él mientras se untaba la cara y el pecho con potingue autobronceador.

—Voy a cerrar con llave la puerta del dormitorio —dijo Jody cuando la alarma de sus relojes empezó a pitar, indicando que faltaban diez minutos para que amaneciera. Jody había comprado relojes con alarma para los dos, por si acaso—. No le habrás dado las llaves, ¿no?

—Del dormitorio, no.

—Genial. ¿Y si se encuentra a William en la escalera y le clava una estaca? A lo mejor le has dado nuestra llave a una aspirante a Buffy Cazavampiros.

—Se supone que esta cosa tarda como ocho horas en actuar, así que cuando anochezca estaré moreno y bronceado.

—Ya tenemos un vampiro bronceado en el salón. ¿Por qué no le preguntas qué tal le va?

—Pero el suyo es un bronceado impersonal, no como el mío, que va a ser supersexi.

—Ven a la cama. Y ponte una camiseta. No quiero que manches las sábanas de bronceado supersexi, aunque estén rotas.

Tommy olfateó media docena de camisetas y por fin se decidió por una, se tumbó en la cama y estaba dándole a Jody un beso de buenos días cuando el amanecer los dejó inconscientes.