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Jordan se despertó bien, pero sin la vivacidad nerviosa que había mostrado durante la noche. Se sentó a mordisquear un panecillo duro como una piedra y escuchar con expresión cansina a Clay mientras éste relataba su encuentro con el Hombre Andrajoso. Cuando terminó, el chico cogió el atlas de carreteras, consultó el índice del final y luego lo abrió por la página de Maine occidental.

—Allí —indicó mientras señalaba una población situada por encima de Fryeburg—. Esto es Kashwak, al este, y Little Kashwak, al oeste, muy cerca de la frontera entre Maine y New Hampshire. Ya decía yo que me sonaba el nombre. Es por el lago —explicó mientras lo golpeteaba con el dedo—. Es casi tan grande como Sebago.

Alice se inclinó para leer el nombre del lago.

—Kash… Kashwakamak, creo que dice.

—Está en una zona aislada y sin término municipal llamada TR-90 —prosiguió Jordan, tocándola con el dedo—. Una vez lo sabes, Kashwak = No-Fo es una equivalencia obvia, ¿verdad?

—Es una zona muerta, ¿no? —terció Tom—. Sin repetidores de telefonía móvil ni torres de microondas.

Jordan le dedicó una leve sonrisa.

—Bueno, supongo que mucha gente tendrá antenas parabólicas, pero por lo demás…, bingo.

—No lo entiendo —reconoció Alice—. ¿Por qué enviarnos a una zona sin telefonía móvil donde todo el mundo debe de estar más o menos bien?

—Primero habría que preguntarse por qué nos han perdonado la vida —señaló Tom.

—Puede que quieran convertirnos en misiles humanos teledirigidos y utilizarnos para bombardear ese sitio —aventuró Jordan—. Así se librarían de nosotros y de ellos al mismo tiempo. Matarían dos pájaros de un tiro.

Los demás sopesaron el comentario en silencio.

—Averigüémoslo —sugirió Alice—. Pero yo no pienso bombardear a nadie.

Jordan se la quedó mirando con expresión lúgubre.

—Ya viste lo que le hicieron al director. Si las cosas llegan a ese extremo, ¿crees que tendrás elección?