Dorcas descendió torpemente hasta el piso aceitoso de la cabina de Jekub. Volvía a estar vacía, salvo los fragmentos de cuerda y madera que habían empleado los gnomos.
Habían dejado las cosas de cualquier manera, advirtió mientras escuchaba el lejano parloteo de los gnomos. No estaba bien eso de dejar la basura sin recoger. El pobre Jekub se merecía un mejor trato.
En el exterior reinaba cierta excitación, pero el viejo inventor no prestó mucha atención.
Revolvió un rato por la cabina, tratando de recoger las cuerdas y amontonar la madera. Desconectó los cables que habían permitido a Jekub sorber la electricidad y luego se puso a cuatro manos e intentó borrar las huellas enfangadas de los gnomos.
Incluso con el motor detenido, Jekub hacía ruidos. Pequeños silbidos y barboteos y algún esporádico crujido.
Dorcas se sentó y apoyó la espalda contra el metal amarillo. No tenía idea de qué sucedía. Estaba tan lejos de cualquier cosa que hubiera visto antes que su mente no le permitía preocuparse por ello.
«Tal vez no sea más que otra máquina —pensó, fatigado—. Una máquina que hace llegar la noche en un abrir y cerrar de ojos.»
Alargó la mano y dio unas palmaditas a Jekub.
—Bien hecho —murmuró.
Sacco y Nuty lo encontraron sentado con la cabeza apoyada en la plancha de la cabina, con la mirada perdida y fija en sus pies.
—¡Todos te estaban buscando! —dijo el joven gnomo—. ¡Es como un avión sin alas! ¡Y flota ahí arriba, en el aire! Tienes que venir a decirnos cómo funciona… Oye, Dorcas, ¿te encuentras bien…?
—¿Te encuentras bien? —repitió Nuty—. Tienes una cara muy rara.
Dorcas asintió lentamente.
—Un poco agotado… —respondió.
—Sí, pero… Te necesitamos —insistió Sacco.
Dorcas soltó un gemido y dejó que lo ayudaran a ponerse en pie. Tras lanzar una última mirada a la cabina, comentó:
—Realmente, ha funcionado. Ha funcionado muy bien. Teniendo en cuenta todas las circunstancias. Para su edad.
Intentó lanzar una mirada animosa a Sacco.
—¿De qué estás hablando? —preguntó éste.
—Tanto tiempo en ese cobertizo. Desde que se hizo el mundo, tal vez. Y yo me limité a engrasarlo, a ponerle carburante…, y funcionó como la seda. —Dorcas había leído la expresión en alguna parte.
—¿La máquina? ¡Oh, sí! ¡Bien hecho!
—Pero… —Nuty señaló hacia arriba.
Dorcas se encogió de hombros.
—¡Oh!, eso no me preocupa. Ha de ser obra de Masklin. Una explicación perfectamente simple. Grimma tiene razón. Lo más probable es que sea ese aparato volador que fue a buscar.
—¡Pero hemos visto salir algo de esa cosa! —dijo Nuty.
—¿No es Masklin, te refieres?
—¡Es una especie de planta!
Dorcas suspiró. Siempre una cosa después de otra. Dio una nueva palmadita a Jekub.
—Sí, señor. Muy bien hecho —murmuró. Se incorporó y se volvió hacia los dos jóvenes—. Está bien, enseñadme eso.
Estaba en un recipiente de metal, en medio de la plataforma flotante. Los gnomos estiraban el cuello e intentaban subirse a los hombros de los demás para verlo, y ninguno de ellos sabía qué era excepto Grimma, que lo observaba con una extraña sonrisa serena en el rostro.
Era una rama de árbol. Y en la rama había una flor del tamaño de un cubo. Desde una altura suficiente, se podía ver que en el interior, contenido entre sus pétalos brillantes, había un charco de agua. Y desde las profundidades de éste unas ranitas amarillas contemplaban a los gnomos.
—¿Tienes idea de qué es? —preguntó Sacco.
—Masklin ha descubierto que es un buen detalle mandarle flores a una chica —contestó Dorcas con una sonrisa—. Y creo que no ocurre nada malo —añadió, volviéndose hacia Grimma.
—Sí, pero ¿qué es?
—Me parece recordar que se llama bromelia —explicó—. Crece en las copas de unos árboles muy altos de las selvas tropicales, en un lugar muy lejano, y esas ranitas pasan toda su vida dentro de ellas. ¡Imaginaos, toda la vida en una flor! Grimma dijo una vez que le parecía la cosa más sorprendente del mundo.
Sacco se mordió el labio, pensativo.
—Bueno… —murmuró—. Está la electricidad. La electricidad es muy sorprendente.
—Y la hidráulica —añadió Nuty, tomándolo de la mano—. Me contaste que la hidráulica es fascinante.
—Masklin debe de haberla traído para ella —dijo Dorcas—. Ese muchacho se toma las cosas en un sentido muy literal. Tiene una imaginación muy activa.
Paseó la mirada de la flor a Jekub, que parecía pequeño y viejo bajo la sombra zumbante de la nave.
Y, de pronto, se sintió muy contento. Aún estaba tan cansado que se habría quedado dormido de pie, pero notaba bullir de ideas su mente. Por supuesto, había un montón de preguntas, pero de momento no importaban las respuestas; bastaba con disfrutar de las preguntas y saber que el mundo estaba lleno de cosas sorprendentes, y que él no era ninguna rana.
O, al menos, era de la clase de ranas que se interesaba en cómo crecían las flores o en si era posible llegar a otras flores si uno saltaba lo suficiente.
Y, justo en el momento en que salía de la flor, cuando ya se sentía realmente orgulloso de sí mismo, uno veía el nuevo mundo, grande, ancho, interminable, que lo rodeaba.
Y, finalmente, advertía que tenía pétalos en torno al horizonte.
Dorcas sonrió.
—Me gustaría muchísimo saber qué ha estado haciendo Masklin estas últimas semanas…