La cabina era muy parecida a la del camión que los había llevado desde la Tienda hasta allí. Traía a la mente viejos recuerdos.
—¡Caramba! —exclamó Sacco—. ¿Y entre todos condujimos un trasto de éstos?
—Entre varios cientos —asintió Dorcas con orgullo—. Tu padre fue uno de ellos. Tú y los demás niños ibais atrás, con vuestras madres.
—¿Y las niñas? —preguntó Nuty.
—Las niñas, también. Lo siento, ha sido un desliz —se excusó Dorcas—. Es que, en mis tiempos, las niñas siempre estaban junto a sus madres. Y no es que esté en contra de que ahora tengáis más libertad —se apresuró a añadir, pues no deseaba encontrarse ante otra Grimma—. De verdad, no estoy en contra en absoluto.
—Ojalá hubiera sido mayor cuando el Gran Viaje en Camión —suspiró Nuty—. Debió de ser grandioso.
—Yo por poco me muero de miedo —respondió Dorcas.
Los demás gnomos recorrieron la cabina como turistas en una catedral, boquiabiertos. Nuty intentó pisar un pedal.
—Asombroso —murmuró para sí.
—Sacco, sube ahí y quita las llaves —indicó el viejo inventor—. Los demás, no os descuidéis, por favor. Los humanos pueden volver en cualquier momento. Nuty, deja de hacer esos ruidos, brummm, brummm. Las chicas bien educadas no hacen esas cosas —añadió con convicción.
Sacco trepó por el eje del volante y quitó las llaves del contacto mientras el resto de jóvenes husmeaba por la cabina.
Grimma no estaba con ellos. No había querido subir a la cabina. De hecho, se había quedado muy callada en la calzada, con una expresión hosca en el rostro.
Sin embargo, había sido necesario decirle todo aquello, se dijo Dorcas. El inventor echó una ojeada a la cabina. «Veamos —pensó—. Ya tenemos la batería y el carburante… ¿Hay algo más que Jekub pueda necesitar?»
—¡Eh! ¡Que todo el mundo vaya saliendo! —ordenó—. Nuty, deja de intentar moverlo todo. Sería preciso el esfuerzo de todos juntos para mover la palanca de cambios. Vámonos, antes de que regresen los humanos.
Se encaminó hacia la portezuela, pero escuchó un chasquido a su espalda.
—He dicho que nos vayamos… ¿Qué creéis que estáis haciendo?
Los jóvenes gnomos lo miraron con los ojos como platos.
—Probar si podemos mover esa palanca de cambios, Dorcas —respondió Nuty—. Si se empuja este botón…
—¡No toquéis el botón! ¡No lo toquéis!
El primer indicio que tuvo Grimma de que algo iba mal fue un desagradable chirrido y un cambio de luminosidad.
El camión se movía. No muy deprisa, puesto que los neumáticos delanteros estaban aplastados, pero la calzada tenía la pendiente necesaria. Sí, el camión se movía y el hecho de que hubiera iniciado la marcha lentamente no significaba que no hubiese algo de gigantesco e imparable en aquel movimiento.
Grimma lo contempló llena de horror.
La calzada descendía entre altos taludes hacia la carretera principal…, y la vía del tren.
—¡Dije que no tocarais ese botón! ¿Me habéis oído decir que lo tocarais? ¡No! ¡Os he dicho que no lo hicierais!
Los aterrados gnomos lo miraron con las bocas abiertas en una hilera de oes.
—¡Eso no es la palanca de cambios! ¡Es el freno de mano, idiotas!
Para entonces, todos podían captar el chirrido y la ligera vibración.
—Eh… —dijo Sacco con voz temblorosa—, ¿qué es el freno de mano, Dorcas?
—Es lo que mantiene inmóvil el camión en las cuestas y sitios así. ¡No os quedéis ahí! ¡Ayudadme a devolverlo a su posición anterior!
Muy despacio, la cabina empezaba a dar bandazos. Decididamente, el camión se estaba moviendo. El freno de mano, en cambio, no obedecía. Dorcas lo empujó con todas su fuerzas hasta que empezó a ver chiribitas azules y púrpura ante los ojos.
—¡Pero si sólo he pulsado el botón del extremo de la barra! —balbuceó Nuty—. ¡Sólo quería ver para qué servía!
—Sí, sí, está bien… —Dorcas miró a su alrededor. Lo que necesitaba era una palanca. Una palanca y una cincuentena de gnomos. Pero lo que más necesitaba era no estar allí.
Avanzó tambaleándose por el piso de la cabina hasta la portezuela y se asomó. El seto pasaba ante sus ojos bastante lentamente, como si no tuviera una prisa especial por llegar a ninguna parte, pero la calzada bajo las ruedas ya resultaba borrosa a la vista.
«Podríamos saltar —pensó—. Con suerte, no nos romperíamos nada. Y con aún más suerte, podríamos evitar las ruedas.» El inventor se preguntó a sí mismo si se sentía muy tocado por la suerte, en aquellos momentos.
«No mucho», se contestó.
Sacco apareció a su lado.
—Tal vez, si tomáramos un buen impulso… —empezó a proponer.
Se escuchó un ruido sordo en el instante en que el camión golpeaba el talud, daba un bandazo y volvía a la calzada.
Los gnomos se mantuvieron en pie a duras penas.
—Pero quizá no sea una idea demasiado buena… —añadió Sacco—. ¿Qué vamos a hacer ahora, Dorcas?
—Esperar —respondió el inventor—. Me parece que los taludes mantendrán el camión en la calzada y supongo que acabará deteniéndose. —Un nuevo bandazo del vehículo lo hizo sentarse bruscamente—. Queríais saber qué se experimentaba viajando en un camión, ¿verdad? Pues bien, ahora ya lo sabéis.
Se produjo un nuevo golpe. Una rama enganchó la portezuela, hizo que se abriera por completo y por último, con un terrible ruido metálico, la arrancó de la cabina.
—¿Era así? —gritó Nuty para hacerse oír por encima del estruendo. Para asombro de Dorcas, ahora que el peligro inmediato había pasado, la joven gnoma parecía disfrutar mucho con la situación. «Estamos criando unos gnomos nuevos», pensó. Los jóvenes no le tenían tanto miedo a las cosas. Sabían que existía otro mundo mayor.
Antes de responder, carraspeó.
—Bueno, sí, es muy parecido al Gran Viaje en Camión, salvo que ahora avanzamos en la oscuridad y entonces veíamos por dónde íbamos —dijo al fin—. Me parece que deberíamos sujetarnos a alguna parte. Por si el camión salta demasiado.
El camión rodó calzada abajo y cruzó la carretera principal. Un coche se salió a la cuneta para evitarlo y otro camión consiguió detenerse al final de cuatro largas bandas de caucho quemado sobre el asfalto mojado.
Ninguno de los gnomos que ocupaban la cabina advirtió lo que sucedía. Lo único que notaron fue otro ruido sordo cuando el camión salvó con un ligero bote el arcén del otro lado de la carretera y continuó por la secundaria en dirección a la vía del tren. A ambos lados de ésta, acompañadas del destello de unas luces rojas, estaban bajando las barreras.
Sacco asomó la cabeza por el hueco de la portezuela arrancada.
—Acabamos de cruzar una carretera —anunció.
—¡Ah! —respondió Dorcas.
—Un coche ha dado un golpe por detrás a otro y un camión ha terminado atravesándose en la vía —continuó Sacco.
—¡Ah! Menos mal que hemos pasado, entonces —comentó Dorcas—. Se ve que por ahí hay muchos conductores peligrosos.
El sonido crepitante de los neumáticos deshinchados sobre la calzada de grava fue cediendo. Se oyó el crujido de algo que se rompía detrás del camión; éste dio un par de botes más y, por fin, se detuvo tras un nuevo golpe.
Oyeron un ruido ronco, atronador.
Los gnomos oyen las cosas de manera distinta de los humanos y el agudo timbre de las alarmas que anunciaban la prohibición de cruzar el paso a nivel sonó a sus oídos como el tañido doliente de una antigua campana.
—Nos hemos detenido —dijo Dorcas, y pensó: «Podríamos haber pisado el pedal del freno. Podríamos haber buscado algo con que presionarlo. Debo de estar haciéndome demasiado viejo. En fin…»—. ¡Vamos, no perdáis tiempo! Saltemos del camión. Vosotros, los jóvenes, no tendréis problemas para hacerlo.
—¡Cómo! ¿Y qué vas a hacer tú? —dijo Sacco.
—Yo esperaré a que hayáis saltado todos y, luego, os pediré que me sujetéis —dijo Dorcas con cierto regocijo—. Ya no soy tan joven, ¿sabéis? Vamos, empezad a evacuar.
Los gnomos descendieron torpemente, agarrándose al borde del estribo y saltando de allí al suelo.
Dorcas bajó cuidadosamente hasta el saliente y se sentó con los pies colgando sobre el vacío.
El suelo parecía muy lejano.
Debajo de él, Nuty tiraba del brazo de Sacco con aire respetuoso.
—Eh…, Sacco —murmuró con gesto nervioso.
—¿Qué sucede?
—Observa ese raíl metálico de ahí.
—Sí, ¿qué le pasa?
—Por el lado de allá hay otro —dijo Nuty, indicándolo con la mano.
—Ya lo veo —replicó Sacco, malhumorado—. ¿Y qué? No veo que estén haciendo nada.
—Estamos justo en medio de los dos —explicó la joven gnoma—. Sólo he pensado que debía… No sé, que debía comunicártelo. Y también está el sonido de esa especie de campana.
—Yo también lo oigo —concedió Sacco con irritación—. Ojalá cesara.
—Pues me preguntaba qué será ese ruido.
—¿Quién sabe por qué suceden las cosas? —Sacco se encogió de hombros—. ¡Vamos, Dorcas, por favor! No tenemos todo el día.
—Me estoy preparando —respondió Dorcas sin alzar la voz.
Nuty se alejó del grupo, abatida, y contempló uno de los raíles. Era liso y reluciente.
Y parecía cantar.
Se agachó. Sí; en efecto, el raíl emitía un leve zumbido. Lo cual era extraño, pues los pedazos de metal no hacían ningún ruido, normalmente. Al menos, por sí solos.
Alzó la vista hacia el camión.
Y al verlo allí, detenido entre las luces destellantes y los raíles relucientes, el mundo pareció cambiar ligeramente y una idea horrible se abrió paso en su cabeza.
—¡Sacco! —exclamó con un escalofrío ¡Sacco, estamos justo en mitad de la Vía del Tren!
Muy lejos, algo emitió un ruido prolongado y doliente. Dos ruidos prolongados y dolientes, el segundo de ellos más largo y quejumbroso que el otro.
Piip piiiiip.
Piip piiiiip.
Desde la verja de la cantera, Grimma tenía una buena visión de la calzada de grava hasta el aeropuerto del fondo. Vio el tren y el camión.
El tren también había visto al camión. De pronto, empezó a hacer el sonido largo y chirriante de los pedazos de metal en apuros. En el momento preciso del choque con el camión, dio la impresión de ir ya muy despacio. Incluso consiguió mantenerse en los raíles.
Los fragmentos de camión salieron volando en todas direcciones, como un cohete de feria.