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—Sí, bien…, pero eso que dices resulta bastante difícil, ¿no crees? —dijo uno de los gnomos presentes—. Al fin y al cabo estamos en el Exterior…

—¡Pero tengo un plan! —repitió Nisodemo.

—¡Ah! —exclamaron al unísono los gnomos. Los planes eran fundamentales, imprescindibles. Con un plan, uno sabía dónde estaba.

Grimma y Dorcas, casi los últimos en llegar, se mezclaron discretamente entre la multitud. El viejo inventor se dispuso a abrirse camino hasta la primera fila, pero Grimma lo retuvo.

—Observa al resto de los que están ahí arriba —le cuchicheó.

Detrás de Nisodemo había un número considerable de gnomos. Dorcas reconoció entre ellos a unos cuantos de Artículos de Escritorio, pero también había otros pertenecientes a algunas de las grandes familias de las Secciones de la Tienda. Mientras Nisodemo hablaba, las miradas de aquellos gnomos no estaban vueltas hacia él, sino hacia la multitud que lo escuchaba. Sus ojos iban de un sitio a otro, como si estuvieran buscando algo.

—Esto no me huele nada bien —murmuró Grimma—. Las grandes familias nunca han estado en buenas relaciones con los de Artículos de Escritorio. ¿Cómo es, pues, que ahora están todos juntos ahí arriba?

—Algunos de ellos son gnomos poco recomendables —afirmó Dorcas.

Una parte de los de Artículos de Escritorio se había mostrado especialmente molesta con el hecho de que los gnomos de cualquier edad y condición aprendieran a leer. Dorcas les había oído comentar que la lectura daba ideas a la gente, lo cual no era nada bueno a menos que fueran las ideas correctas. Además, algunas de las grandes familias habían aceptado de mala gana que los gnomos pudieran ir a donde les pareciera, sin tener que pedir permiso.

Dorcas reflexionó que sobre aquella tarima estaban reunidos todos los gnomos a quienes no les habían ido bien las cosas desde el Gran Viaje en Camión. Todos ellos habían perdido una parte de su poder.

Nisodemo estaba explicando su plan.

A medida que lo escuchaba, Dorcas fue quedándose boquiabierto.

En cierto modo, aquel plan era soberbio. Era como una máquina en la que hasta el menor componente estuviera perfectamente fabricado, pero que hubiera sido ensamblada por un gnomo manco en una habitación a oscuras. Estaba lleno de buenas ideas que nadie en su sano juicio podía discutir, pero aquellas ideas estaban vueltas del revés. El problema era que, pese a ello, seguía siendo difícil oponerse a ellas porque en el fondo de las palabras, insinuada en ellas, seguía latiendo una idea básicamente atractiva.

Nisodemo quería reconstruir la Tienda.

Los gnomos permanecieron atenazados por una mezcla de horror y admiración mientras Nisodemo explicaba que, en efecto, el Abad Gurder tenía razón en una cosa: al abandonar la Tienda, los fugitivos habían llevado consigo a Arnold Bros (fund. en 1905) dentro de sus cabezas. Ahora, si eran capaces de demostrarle que realmente les importaba la Tienda, Arnold Bros (fund. en 1905) regresaría y pondría fin a todos aquellos problemas y refundaría la Tienda allí, en aquella tierra verde e ingrata.

En cualquier caso, eso fue lo que interpretó Dorcas. El viejo inventor ya hacía mucho tiempo que había llegado a la conclusión de que, si uno se dedicaba exclusivamente a escuchar lo que los demás decían, no le quedaba tiempo para analizar lo que querían decir, en realidad.

Con eso, añadió Nisodemo con los ojillos brillantes como dos relucientes canicas negras, no se refería a edificar una nueva Tienda. Lo que podían hacer era cambiar la Cantera por otros medios. Volver a vivir en las debidas secciones en lugar de hacerlo de cualquier manera y en cualquier sitio. Colgar algunos rótulos. Recobrar las Viejas Tradiciones. Hacer que Arnold Bros. (fund. en 1905) se sintiera en casa. Construir la Tienda dentro de sus cabezas.

Los gnomos no solían volverse locos. Dorcas recordaba vagamente a un viejo que una vez se había creído una tetera, pero incluso éste había cambiado de idea a los pocos días.

A Nisodemo, en cambio, lo había afectado demasiado el aire libre, pensó Dorcas.

Era evidente que un par de gnomos compartían su opinión.

—No acabo de ver —dijo una voz— cómo hará Arnold Bros (fund. en 1905) para detener a esos humanos. Sin ánimo de ofender.

—¿Acaso nos molestaban los humanos cuando estábamos en la Tienda? —inquirió Nisodemo.

—Claro que no, porque…

—Entonces, confía en Arnold Bros (fund. en 1905).

—Pero eso no impidió que la Tienda fuera demolida, ¿verdad? —protestó otra voz—. Y, cuando llegó el momento, todos pusisteis vuestra confianza en Masklin, en Gurder y en el Camión. ¡Y en vosotros mismos! Nisodemo no para de deciros lo listos que sois. ¡Entonces, tratad de serlo!

Dorcas advirtió que quien hablaba era Grimma. Jamás había visto a nadie tan enfadado.

Grimma se abrió paso a empujones entre los aprensivos gnomos hasta que se encontró cara a cara con Nisodemo (o, al menos, dado que éste se encontraba subido a la tarima y ella no, cara a pecho). La gnoma era una de esas personas a las que les gustaba plantar cara a las cosas.

—¿Qué sucederá entonces? —exclamó—. ¿Qué sucederá una vez que hayáis construido la Tienda? ¡Los humanos también acudían a la Tienda, como todos sabemos!

Nisodemo estuvo un rato abriendo y cerrando la boca sin responder. Finalmente, exclamó:

—¡Pero obedecían las Normas! ¡Hum! ¡Eso es lo que hacían! ¡Y las cosas eran mejores, allí!

Grimma le lanzó una mirada colérica.

—No pensarás que vamos a tragarnos eso, ¿verdad? —replicó.

Se produjo un silencio.

—Tienes que reconocer —intervino un gnomo ya anciano, con un hilo de voz— que, en efecto, las cosas eran mejores allí.

El resto de los gnomos arrastró los pies.

Fue el único sonido que se pudo escuchar.

Un montón de gnomos arrastrando los pies.

—¡Lo han aceptado! —exclamó Grimma—. ¡Como si tal cosa! ¡Nadie es partidario ya del Consejo! ¡Todo el mundo se limita a hacer lo que él les dice!

La gnoma se encontraba ahora en el espacio donde Dorcas tenía instalado su taller, bajo un banco del antiguo garaje de la cantera. El inventor siempre se refería a aquel lugar como «mi pequeño refugio», o «mi pequeño escondrijo». Por todas partes había esparcidos pedazos de alambre y planchas de hojalata. La pared estaba llena de garabatos escritos con un fragmento de mina de lápiz.

Dorcas tomó asiento y manoseó un pedazo de alambre sin pensar lo que hacía.

—Eres demasiado dura con la gente —murmuró en tono calmado—. No deberías gritarles como lo haces. Han pasado muchas penalidades y, si les hablas a gritos, no haces más que confundirlos. El Consejo fue buena idea cuando las cosas iban bien… —Se encogió de hombros y añadió—: Y con la ausencia de Masklin, Gurder y Angalo…, en fin, no parece que merezca demasiado la pena.

—¡Pero después de todo lo que ha sucedido…! —Grimma agitó los brazos—. ¡Reaccionar de manera tan estúpida, sólo porque Nisodemo les ha ofrecido…!

—… un poco de consuelo —terminó la frase Dorcas, meneando la cabeza. A la gente como Grimma no había modo de hacerles entender aquellas cosas. La gnoma era una buena chica, bastante inteligente, pero se equivocaba al dar por sentado que a todo el mundo le apasionaban las cosas tanto como a ella. Lo único que quería de verdad la gente, se dijo Dorcas, era que la dejaran en paz. El mundo ya era suficientemente complicado sin necesidad de que nadie fuese por ahí tratando continuamente de mejorarlo.

Masklin lo había comprendido así. Había advertido que la mejor manera de conseguir que los demás hicieran lo que él quería era inducirlos a pensar que había sido idea de ellos. Si había algo que los gnomos rechazaran, era oír a alguien diciendo: «Aquí tenéis una idea sensata. ¿Por qué sois tan estúpidos para no verlo?».

Y no se trataba de que la gente fuera estúpida. La gente era como era, simplemente.

—Vamos —dijo con voz cansada—. Veamos cómo va eso de los rótulos.

Todo el suelo de uno de los grandes barracones se había dedicado a la realización de rótulos. O, mejor, de los Rótulos. Otra de las cosas que le salían mejor a Nisodemo era adjudicar mayúsculas a las palabras. Casi se lo podía oír pronunciarlas.

En el fondo, Dorcas tuvo que reconocer que los Rótulos eran una buena idea, aunque se sentía culpable por pensar así.

Había reflexionado sobre ello cuando Nisodemo lo había mandado llamar para preguntarle si había pintura en la cantera, la cual había sido rebautizada como la Nueva Tienda.

—Hum… —había respondido Dorcas—, hay algunas latas viejas. De colores blanco y rojo, sobre todo. Están bajo uno de los bancos. Tendremos que encontrar el modo de abrir las tapas.

—Encuéntralo, pues. Es muy importante. Hum. Tenemos que hacer Rótulos —añadió el gnomo de Artículos de Escritorio.

—Rótulos. Muy bien —asintió Dorcas—. Para alegrar un poco el lugar, ¿no es eso?

—¡No!

—Lo siento, lo siento, sólo pensaba que…

—Necesitamos los Rótulos para la verja.

Dorcas se frotó la barbilla.

—¿La verja? —repitió.

—Los humanos obedecen los Rótulos —declaró Nisodemo, más calmado—. De eso estamos seguros. ¿Verdad que en la Tienda los obedecían?

—La mayoría de las veces, sí —reconoció Dorcas, aunque recordó que aquella advertencia de «Lleven sujetos los Perros y las Sillas de Ruedas» siempre lo había desconcertado, pues muchos de los humanos no llevaban sujetas ninguna de ambas cosas.

—Los Rótulos mueven a los humanos a hacer cosas —dijo Nisodemo—, o a dejar de hacerlas. Así pues, ponte a trabajar, buen Dorcas. Rótulos. Hum. Rótulos que digan «No».

Dorcas le había dado muchas vueltas a la conversación mientras brigadas de gnomos se esforzaban en abrir la tapadera de las latas de pintura. Aún tenían el Código de Circulación del Camión y en sus páginas había un gran abanico de Señales y Rótulos. Además, el viejo inventor recordaba algunos de los rótulos de la Tienda.

Luego, tuvieron un golpe de suerte. Normalmente, los gnomos ocupaban sólo el nivel a ras de suelo, pero Dorcas, de vez en cuando, decidía enviar a sus jóvenes ayudantes al gran escritorio de la oficina del encargado, donde abundaban los pedazos de papel que tan útiles le resultaban. Ahora, tenía que decidir qué escribirían en los rótulos.

Sacco y Nuty volvieron con la noticia de que habían encontrado un nuevo rótulo de los humanos, un gran anuncio de papel mugriento fijado en la pared y recubierto de extrañas frases.

—Hay muchísimas —informó Sacco cuando recuperó el aliento—. ¿Y sabes una cosa, Dorcas? ¿Sabes una cosa? He leído lo que ponía en el papel y decía: «Seguridad e Higiene en el Trabajo», eso decía. «Obedece estas normas», decía. Y luego añadía: «Son para tu protección».

—¿Eso es lo que dice? —insistió Dorcas.

—Sí. «Para tu protección» —repitió Sacco.

—Podrías bajar el rótulo.

—Tiene al lado un perchero —asintió Nuty con entusiasmo—. Apuesto a que podríamos colgar de él una cuerda con un gancho, llevar la cuerda hacia la ventana y, desde allí…

—Sí, sí, ya sé que eres una experta en ese tipo de cosas —la cortó Dorcas. Nuty trepaba como una ardilla—. Supongo que Nisodemo estará muy satisfecho —añadió.

En efecto, Nisodemo se mostró complacido con aquello, sobre todo con la parte que decía «Para su protección». Según dijo, estas palabras demostraban que, ¡hum!, Arnold Bros (fund. en 1905) estaba de su parte.

Hubo que emplear hasta el último pedazo de tablero y la menor plancha de metal, pero los gnomos se volcaron en ello con bastante entusiasmo, contentos de tener algo que hacer.

Y llevaron a cabo el trabajo muy concienzudamente. Los rótulos finales decían: «No emtrar. Salida. Beligro. Casco Oligatorio. Voladuras controladas. Camiones. Pesaje Oligatorio. Piso delizante. Peage cerrado. Acensar fuera de servicio por Orden. Precaución, desprendimentos. Carretera hinundada».

Y otro que Dorcas había encontrado en un libro y del cual estaba muy orgulloso: «Bomba sin esplotar».

Sin embargo, como precaución adicional y sin decírselo a Nisodemo, el inventor buscó otra cadena y, de una de las grasientas cajas de herramientas del cobertizo de Jekub, sacó un candado casi tan grande como él. Fueron necesarios cuatro gnomos para transportarlo.

La cadena también era enorme. Algunos de sus ayudantes encontraron a Dorcas arrastrándola por el suelo de la cantera, moviendo un eslabón cada vez. Dorcas no pareció dispuesto a revelar dónde la había encontrado.

El Land Rover apareció hacia el mediodía. Los gnomos que aguardaban en el seto junto a la calzada vieron apearse al conductor. El humano leyó los Rótulos y…

¡No! ¡Aquello no podía ser! ¡Los humanos no podían hacer una cosa así! No podía ser cierto. Pero una veintena de gnomos, asomándose entre las matas, lo vieron con sus propios ojos.

El humano desobedeció los Rótulos.

No sólo eso, sino que arrancó varios de ellos de la valla y los arrojó lejos.

Los gnomos lo observaron todo, aterrados. Incluso el de «Bomba sin esplotar» voló dando tumbos hasta los matorrales y estuvo a punto de derribar a Sacco de su atalaya.

La nueva cadena, en cambio, causó más problemas al humano. La sacudió un par de veces y, tras echar un vistazo a la cantera a través de la tela metálica de la verja y dar una vuelta por los alrededores, subió de nuevo al vehículo y se alejó.

Los gnomos ocultos en el seto lanzaron un grito de júbilo, pero no las tenían todas consigo. Si los humanos no actuaban como se esperaba de ellos, nada en el mundo funcionaba como era debido.

—Supongo que ésta es la realidad —dijo Dorcas cuando estuvieron de vuelta con los demás—. La idea me disgusta tanto como a cualquiera, pero es preciso que nos traslademos. Conozco a los humanos. Esa cadena no los detendrá, si de veras se proponen entrar.

—¡Prohíbo terminantemente que nadie se vaya! —exclamó Nisodemo.

—Pero ya sabes que el metal puede cortarse… —empezó a replicar Dorcas en un tono de voz razonable.

—¡Silencio! —gritó Nisodemo—. ¡Tú tienes la culpa, viejo estúpido! ¡Hum! ¡Tú pusiste la cadena en la verja!

—Bueno, lo hice para impedir… ¿A qué viene esto?

—Si no hubieras puesto la cadena en la verja, los Rótulos habrían detenido al humano —afirmó Nisodemo—. ¡Pero no podemos esperar que Arnold Bros (fund. en 1905) nos ayude si le mostramos que no confiamos en él!

—Hum…, —murmuró Dorcas al tiempo que pensaba: «Está loco. Se ha vuelto un loco peligroso. Esta vez no se trata de un gnomo que se cree una tetera». Se retiró de la presencia de Nisodemo y se alegró de salir de nuevo al aire libre, bajo el intenso frío.

Todo iba mal, se dijo. Habían dejado a los gnomos a su cuidado y ahora todo iba mal. No tenían ningún plan estudiado, Masklin no había regresado y todo iba terriblemente mal.

Si los humanos entraban en la cantera, los descubrirían.

Una cosa fría se posó en su cabeza. Dorcas se la quitó con un gesto irritado.

Hablaría con algunos de los gnomos jóvenes. Quizás el traslado al granero no fuera tan mala idea; y tal vez pudieran hacer el trayecto con los ojos cerrados o algo parecido.

Otra cosa fría y blanda le rozó el cuello.

¡Ah!, ¿por qué la gente tenía que ser tan complicada?

Alzó la vista y advirtió que no podía ver el otro extremo de la cantera. El aire estaba lleno de manchitas blancas cuyo número crecía ante sus ojos.

Contempló la escena con espanto.

Nevaba.