4

Gurder y Angalo estaban discutiendo acaloradamente cuando Masklin regresó, pero el gnomo no intentó mediar en el enfrentamiento. Se limitó a dejar la Cosa en el suelo y a sentarse junto a ella, observando la disputa que tenía lugar entre los dos gnomos.

Era curioso cómo la gente necesitaba pelearse. Masklin había advertido que el secreto consistía en no escuchar nunca lo que decía el otro. Y Gurder y Angalo practicaban este arte a la perfección. El problema estaba en que ninguno de los dos se sentía completamente seguro de tener la razón y lo más curioso era que, cuanto menos convencido estaba uno de tenerla, más trataba de imponer su opinión al otro a base de gritos, como si el primero a quien tratara de convencer fuera a uno mismo.

Gurder no estaba seguro, totalmente seguro, de que Arnold Bros (fund. en 1905) existiera de verdad. Y Angalo no estaba del todo convencido de que no existiera.

Finalmente, Angalo advirtió la presencia de Masklin.

—¡Díselo tú, Masklin! ¡Quiere ir a buscar a Su Nieto, de treinta y nueve!

—¿De veras? ¿Y dónde piensas que debemos buscar? —preguntó Masklin a Gurder.

—En el aeropuerto —dijo el Abad—. Ya lo sabes. Con el jet. O en el jet. Será así como lo hagamos.

—¡Pero si ya conocemos el aeropuerto! —protestó Angalo—. ¡He estado varias veces en la propia verja y he visto cómo los humanos entran y salen continuamente! Su Nieto, de treinta y nueve, tiene el mismo aspecto que muchos de ellos. Es posible que ya se haya marchado. ¡Quizás esté ya en ese zumo! ¡No se puede creer a pies juntillas en unas palabras llovidas del cielo! —Volviéndose de nuevo hacia Masklin, añadió—: Masklin es un gnomo muy juicioso. Que él te lo diga. Masklin. Díselo, y tú, Gurder, préstale atención. Masklin piensa en las cosas. Y en un momento como éste…

—Vayamos al aeropuerto —dijo Masklin.

—¡Ahí tienes! —exclamó Angalo—. Ya te lo decía, Gurder. Masklin no es un gnomo que… ¿Qué?

—Vayamos al aeropuerto a investigar.

Angalo abrió y cerró la boca en silencio.

—Pero…, pero… —balbució.

—Merece la pena intentarlo —dijo Masklin.

—¡Pero si no es más que una coincidencia! —protestó Angalo.

Masklin se encogió de hombros.

—Entonces, volveremos. Y no sugiero que vayamos todos. Sólo unos cuantos.

—Pero… Supón que sucede algo mientras estamos fuera.

—En tal caso, sucederá de todos modos. Además, somos miles de gnomos; si es preciso que llevemos a la gente al viejo granero, no será difícil hacerlo. Esto no es como el Gran Viaje en Camión.

Angalo titubeó.

—Entonces, me apunto a la expedición —dijo por último—. Sólo para demostraros lo…, lo supersticiosos que sois.

—Bien —asintió Masklin.

—Siempre que Gurder venga también, por supuesto —añadió Angalo.

—¿Qué? —exclamó el aludido.

—Bueno, tú eres el Abad —comentó Angalo sarcásticamente—. Si vamos a hablar con Su Nieto, de treinta y nueve, será mejor que seas tú quien lo haga. Supongo que él no querrá escuchar a nadie más.

—¡Aja! —exclamó Gurder—. Crees que no querré ir, ¿no es cierto? Merecería la pena que lo hiciera, sólo por ver qué cara ponías…

—Entonces, de acuerdo —dijo Masklin con calma—. Y, ahora, creo que será mejor establecer una vigilancia estrecha de la carretera que sube hasta aquí. Y mandar algunos grupos al viejo granero. Ya sabéis, por si acaso…

Grimma lo esperaba fuera y no parecía muy contenta.

—Te conozco —dijo la gnoma—. Conozco esa expresión que pones cuando consigues que la gente haga lo que no quería. ¿Qué estás tramando?

Los dos caminaban bajo la sombra de una plancha oxidada de hierro ondulado. Masklin echaba, de vez en cuando, breves vistazos hacia arriba. Aquella mañana, el gnomo había despertado convencido de que el cielo era sólo una cosa azul con nubes. Ahora, en cambio, era un espacio lleno de palabras, de imágenes invisibles y de máquinas que lo cruzaban a toda velocidad. ¿Cómo era que, cuantas más cosas descubría uno, menos sabía en realidad? Finalmente, contestó a su compañera.

—No puedo decírtelo. Ni yo mismo estoy seguro.

—Tiene que ver con la Cosa, ¿verdad?

—Sí. Escucha, Grimma, si me ausento…, si estoy fuera un poco más de lo previsto…

Ella se llevó las manos a las caderas.

—No soy tonta, ¿sabes? —replicó—. ¡Zumo de color naranja! ¡Bah! He leído casi todos los libros que trajimos de la Tienda. ¡Florida es un…, un sitio! Igual que la cantera. Probablemente, aún mayor. Y está muy lejos. Es preciso cruzar una gran extensión de agua para llegar.

—Yo también creo que debe de estar aun más lejos que la Tienda —asintió Masklin con calma—. Lo sé porque un día, cuando fuimos a observar el aeropuerto, vi agua al otro lado, junto a la carretera. Y el agua parecía extenderse sin fin.

—Lo que yo decía —murmuró Grimma, complacida de sí misma—. Es posible que sea un océano.

—Junto al agua había un rótulo —siguió explicando Masklin—. No recuerdo todo lo que decía, pues no soy tan buen lector como tú, pero una de las palabras era «embalse», o algo parecido.

—¡Pues ahí lo tienes!

—Pero estoy seguro de que merece la pena intentarlo —protestó Masklin, ceñudo—. Sólo estaremos a salvo cuando volvamos al lugar de donde procedemos. Si no lo alcanzamos, siempre tendremos que estar huyendo de un sitio a otro.

—De todos modos, no me gusta lo que propones —declaró Grimma.

—¡Pero si tú misma decías que no te gustaba huir! —protestó Masklin—. No tenemos alternativa, ¿no crees? Déjame intentar algo. Si no resulta, volveremos.

—Pero supón que algo sale mal. Supón que no regresas. Yo… —Grimma titubeó.

—¿Sí? —dijo Masklin en tono esperanzado.

—Me costará un trabajo terrible explicarles las cosas a los demás —añadió ella con voz más firme—. Es una idea estúpida. No quiero tener nada que ver con ello.

—¡Oh! —Masklin pareció decepcionado pero desafiante—. En fin, voy a intentarlo de todos modos. Lo siento.