2

Gurder se arrastró a cuatro patas por el papel que habían arrancado de la verja.

—¡Pues claro que sé leer lo que dice! —afirmó—. Conozco el significado de cada una de las palabras.

—¿Y pues? —inquirió Masklin. Gurder, turbado y apurado, añadió entonces:

—Lo que me resulta difícil es captar el sentido de las frases enteras. Aquí, por ejemplo… ¿dónde está…? Sí, aquí. Dice que la cantera va a ser reabierta. ¿Qué significa eso, si hasta el más tonto sabe que ya está abierta? Desde aquí se alcanza a ver a kilómetros de distancia.

Los demás gnomos se arremolinaron a su alrededor. En efecto, la vista se extendía varios kilómetros. Y eso era lo terrible. Tres de los cuatro lados de la cantera estaban cerrados por altos muros de roca, como era debido, pero el cuarto… Bien, uno adquiría la costumbre de no mirar en aquella dirección. El espacio abierto era demasiado enorme y le hacía a uno sentirse todavía más pequeño y vulnerable de lo que ya era.

Aunque no quedara muy claro el sentido de lo que decía el papel, su aspecto resultaba ciertamente siniestro.

—La cantera es un hueco en la montaña —intervino Dorcas—. No se puede abrir un hueco si antes no se ha llenado. Resulta lógico.

—Una cantera es un lugar de donde se extrae piedra —dijo Grimma—. Los humanos lo hacen. Abren un hueco y emplean la piedra para hacer… bueno, carreteras y otras cosas.

—Supongo que todo eso lo has leído, ¿no? —apuntó Gurder con voz agria, sospechando una falta de respeto a la autoridad en la gnoma. También resultaba increíblemente molesto que, pese a todas las evidentes deficiencias de su sexo, Grimma lo superara en capacidad de lectura.

—Claro —respondió ella, alzando la cabeza

—Fíjate bien, Grimma —dijo Masklin en tono paciente—, aquí ya no queda más piedra. Por eso ha quedado el hueco en la montaña.

—Buena observación —asintió Gurder con voz severa.

¡Entonces, el humano hará más grande el hueco! —replicó Grimma—. Mirad esos muros —todos miraron, obedientes—, ¡están hechos de piedra! Mirad aquí… —todas las cabezas se volvieron hacia el pie de la gnoma, que pisaba el papel con unos nerviosos golpecitos—, ¡dice que es para una prolongación de la autopista! ¡Una autopista es una especie de carretera! ¡Y el humano se propone agrandar la cantera! ¡Nuestra cantera! ¡Eso es lo que dice que va a hacer el humano!

Hubo un largo silencio. Por fin, Dorcas preguntó:

—¿Quién será ese humano?

—¡Orden! Ha puesto su nombre en el papel —informó Grimma.

—Tiene razón —corroboró Masklin—. Mirad. Aquí dice: «Próxima reapertura, por Orden».

Los gnomos se agitaron, arrastrando los pies. Orden. El nombre no resultaba muy prometedor. Alguien que se llamara Orden sería, probablemente, capaz de cualquier cosa.

Gurder se incorporó y se sacudió el polvo de la ropa.

—En el fondo, eso no es más que un pedazo de papel —murmuró, taciturno.

—Pero el humano vino hasta aquí —protestó Masklin—. Hasta ahora, nadie se había acercado.

—No estoy seguro de eso —dijo Dorcas—. Están todos los edificios de la cantera. Los viejos talleres, los barracones y demás… Me refiero a que son para humanos. Es algo que siempre me ha preocupado. Los humanos tienden a volver donde han estado antes. Les encanta hacerlo.

Se produjo otro espeso silencio, de esos que se crean en una multitud cuando cruza por sus cabezas un pensamiento siniestro.

—¿Quieres decir —murmuró lentamente un gnomo— que hemos hecho todo este camino, hemos trabajado con tanto esfuerzo para hacer habitable este lugar, y ahora nos lo va a arrebatar ese humano?

—No creo que debamos preocuparnos demasiado, de momento… —empezó a decir Gurder.

—Aquí, todos tenemos familia —intervino otro gnomo. Masklin reconoció a Angalo, el cual se había casado en primavera con una muchacha de la familia de Alimentación y ya era padre de un par de hermosos bebés, que contaban dos meses de edad y ya hablaban.

—Y estamos a punto de iniciar otro intento de plantar semillas —apuntó otra voz—. Todos sabemos el tiempo y esfuerzo que hemos invertido en despejar el terreno detrás de los grandes barracones.

Gurder alzó la mano en gesto implorante.

—Aún no estamos seguros de nada —dijo—. No debemos inquietarnos hasta que hayamos descubierto qué sucede.

—¿Y entonces ya podremos inquietarnos? —se alzó la voz agria de otro gnomo.

Masklin reconoció a Nisodemo, un joven de Artículos de Escritorio y ayudante del propio Gurder. A Masklin nunca le había caído bien y, al parecer, Nisodemo tampoco sentía simpatía por nadie.

—Yo…, hum, nunca he estado cómodo con la sensación que producía este lugar. Sabía que iba a haber problemas… —se quejó Nisodemo.

—Vamos, vamos, muchacho —dijo Gurder—. No hay razón para hablar así. Celebraremos otra reunión del Consejo —añadió—. Sí, eso será lo que haremos.

El arrugado papel de periódico yacía junto a la autopista. De vez en cuando, un soplo de viento lo impulsaba al azar a lo largo de la cuneta mientras, a pocos centímetros, el tráfico discurría con gran estruendo.

Una ráfaga más fuerte que las anteriores impulsó el papel en el preciso instante en que un camión de grandes dimensiones pasaba, atronador, levantando tras él un violento remolino. El papel se elevó sobre la carretera, se desplegó como una vela y planeó en el aire.

El Consejo de la Cantera celebraba sesión en el espacio bajo el suelo de la vieja oficina. Otros gnomos abarrotaban el lugar y el resto de la tribu se arremolinaba en el exterior.

—Veréis —decía Angalo—. Colina arriba, al otro lado del patatal, hay un viejo granero enorme. No nos iría mal llevar allí algunas provisiones. Por si acaso, ya sabéis. Así, si sucediera algo, tendríamos un lugar adonde ir.

—Los edificios de la cantera no tienen espacios bajo los suelos, salvo en el comedor y aquí, en la oficina —apuntó Dorcas en tono lúgubre—. No es como en la Tienda, pues no hay muchos lugares donde esconderse. Necesitamos los barracones. Si los humanos vienen aquí, tendremos que marcharnos a otra parte.

—Entonces, el granero parece buena idea, ¿no? —insistió Angalo.

—Hay un humano que sube allí de vez en cuando con un tractor —dijo Masklin.

—Podríamos evitar el encuentro con él. De todos modos, puede que los humanos se marchen otra vez —añadió Angalo, observando la multitud de rostros que lo contemplaba—. Quizá se limiten a coger sus piedras e irse. Entonces podríamos regresar. Tendríamos que enviar a alguien a espiarlos cada día.

—Me parece que has estado pensando en ese granero desde hace mucho tiempo —comentó Dorcas.

—Masklin y yo hablamos del asunto un día que estuvimos de caza ahí arriba, ¿no es cierto, Masklin?

—¿Eh? —respondió éste, con la mirada perdida en el vacío.

—¿Recuerdas? Estábamos allí arriba y te comenté que sería un lugar útil si alguna vez lo necesitábamos, y tú dijiste que sí.

—Hum… —contestó Masklin.

—Sí, pero ahora se acerca, eso que llamáis Invierno —apuntó uno de los gnomos—. Ya sabéis: el frío y eso brillante que lo cubre todo.

—Y los tordos —añadió otra voz.

—Sí —dijo el primer gnomo con voz dubitativa—. Los tordos, también. No es buen momento para trasladarnos, con los tordos revoloteando encima de nuestras cabezas.

—¡Bah!, no os preocupéis de esos pájaros —intervino la abuela Morkie, que había echado una breve cabezada—. Mi padre solía decir que un tordo hace un buen plato, si uno puede cazarlo —añadió, con una radiante mirada de orgullo.

Su comentario tuvo el mismo efecto que un muro de ladrillos en el curso de los pensamientos de la multitud. Finalmente, Gurder insistió:

—Sigo diciendo que no deberíamos alarmarnos demasiado, de momento. Debemos esperar y confiar en Arnold Bros (fund. en 1905).

Se produjo un nuevo silencio. Luego, con toda la calma, Angalo declaró:

—¡Para lo que nos va a servir!

Y cayó de nuevo el silencio. Pero esta vez era espeso, pesado, y fue haciéndose cada vez más agobiante, más amenazador, como una nube de tormenta creciendo sobre una montaña, acumulando energía, hasta que se produjera el primer relámpago liberador.

Por fin, llegó la esperada descarga.

—¿Qué has dicho? —preguntó Gurder pausadamente.

—Lo que todo el mundo piensa, simplemente —contestó Angalo. Muchos de los gnomos habían bajado la vista y se miraban los pies.

—¿A qué te refieres?

—Dinos, Abad, ¿dónde está Arnold Bros (fund. en 1905)? —inquirió Angalo—. ¿Cómo nos ayudó a salir de la Tienda? ¿De qué manera concreta, me refiero? No hizo nada, ¿verdad? —A Angalo le tembló un poco la voz, como si se sintiera aterrado de oírse a sí mismo diciendo aquello—. Lo hicimos todo nosotros. Aprendimos la manera y lo hicimos todo nosotros. Aprendimos a leer libros, vuestros libros, y descubrimos cosas y las hicimos con nuestras propias fuerzas…

Gurder se incorporó de un salto, pálido de furia. Nisodemo, a su lado, se llevó la mano a la boca como si la conmoción lo hubiera dejado sin habla.

—¡Arnold Bros (fund. en 1905) está donde están los gnomos! —gritó Gurder.

Angalo pareció titubear, pero su padre había sido uno de los gnomos más duros de la Tienda y el hijo no cedió tan fácilmente.

—¡Eso es invención tuya! —replicó—. ¡No digo que en la Tienda no hubiera… en fin, algo, pero eso era en la Tienda y ahora estamos aquí y los únicos que estamos somos nosotros! ¡El problema es que vosotros, los de Artículos de Escritorio, teníais tanto poder en la Tienda que no soportáis la idea de cederlo a otros!

Esta vez fue Masklin quien se puso en pie.

—Esperad un momento los dos… —empezó a decir.

—¿De modo que se trata de eso, no? —rugió Gurder, sin hacerle caso—. ¡Es típico de vosotros, los de Mercería! ¡Siempre habéis sido demasiado orgullosos! ¡Os pasáis de arrogantes! Sólo por conducir un camión durante un rato, ya creéis saberlo todo, ¿no es eso? Quizás estamos recibiendo nuestro merecido, ¿eh?

—… éste no es momento ni lugar para esto… —continuó Masklin.

—¡No nos salgas con amenazas estúpidas! ¿Por qué no lo aceptas?, ¡viejo idiota! ¡Arnold Bros no existe! ¿Por qué no utilizas ese cerebro que Arnold Bros te ha dado?

—¡Si no os calláis los dos ahora mismo, voy a machacaros la cabeza!

La amenaza pareció dar resultado.

—Muy bien —continuó Masklin en un tono de voz más normal—. Me parece que lo mejor será que todo el mundo se vaya y continúe con…, con lo que cada cual estuviera haciendo. Porque ésta no es manera de tomar decisiones complicadas. A todos nos irá bien pensar un poco las cosas.

Los gnomos abandonaron la asamblea, aliviados de que hubiera terminado. Masklin oyó a Gurder y Angalo, que seguían su disputa en el exterior.

—Vosotros dos, esperad —los llamó.

—Mira, Masklin… —dijo Gurder.

—No. Mirad vosotros. ¡Los dos! —replicó Masklin—. Fijaos; puede que se avecine un gran problema y vosotros os dedicáis a discutir. ¡Tendríais que ser más razonables! ¿No veis que estáis sembrando la inquietud?

—Bueno, es importante… —murmuró Angalo.

—Lo que debemos hacer ahora —continuó Masklin con voz enérgica—, es echar otro vistazo a ese granero. No puedo decir que la idea me haga feliz, pero nos convendría tener un refugio de reserva. Y, en cualquier caso, eso mantendrá ocupados a los gnomos y hará que no se preocupen tanto. ¿Qué os parece?

—Supongo que está bien —accedió Gurder a regañadientes—. Pero…

—Basta de peros —lo interrumpió Masklin—. Estáis actuando como idiotas. La gente se fija en vosotros y os toma como ejemplo, ¿no lo veis?

Los dos oponentes se miraron con rabia, pero ambos asintieron.

—Muy bien, pues —continuó Masklin—. Ahora, saldremos los tres y la gente verá que habéis hecho las paces; así dejarán de impacientarse y podremos empezar a hacer planes.

—Pero Arnold Bros (fund. en 1905) es importante —insistió Gurder.

—Supongo que sí —aceptó Masklin mientras salían a la luz diurna de la cantera. El viento amainaba de nuevo, dejando el cielo de un intenso y frío azul.

—No caben suposiciones en eso —declaró Gurder.

—Escucha bien —replicó Masklin—, yo no sé si Arnold Bros existe, si estaba en la Tienda, si sólo vive en nuestras cabezas o lo que sea. De lo único que estoy seguro es que no va a caernos del cielo.

Cuando dijo esto último, los tres alzaron la cabeza. Un leve escalofrío recorrió a los dos gnomos de la Tienda. Aún les exigía cierto valor levantar la vista hacia el cielo infinito cuando estaban acostumbrados a encontrar allí los familiares y acogedores tablones del suelo, pero era el gesto tradicional. Cuando uno mencionaba a Arnold Bros, volvía los ojos hacia lo alto, pues en la Tienda, Administración y Contabilidad se hallaban en Última Planta.

—Es curioso que digas eso. Ahí arriba veo algo —dijo Angalo.

Un objeto blanquecino y de vaga forma rectangular era arrastrado suavemente por el viento y se hacía mayor por momentos.

—Sólo es un pedazo de papel —anunció Gurder—. El viento debe de haberlo levantado de algún basurero.

Decididamente, el papel era ahora mucho mayor y daba suaves vueltas en el aire al tiempo que descendía hacia la cantera.

—Me parece —murmuró Masklin lentamente, mientras la sombra del papel corría hacia él por el suelo— que será mejor apartarse un poco…

El papel cayó sobre él.

Por supuesto, no era más que un papel. Pero los gnomos son pequeños y la hoja había caído desde cierta altura, de modo que la fuerza del impacto fue suficiente para derribarlo.

Pero lo que más lo sorprendió fueron las palabras que vio impresas mientras caía hacia atrás. Y esas palabras eran: «Arnold Bros».