Capítulo 8

Las fiestas pasaron y Kevin se marchó con ellas. El trabajo volvió a la normalidad y, con ello, el agotamiento diario. Una mañana muy fría salió con desgana hacia la oficina. Sabía el duro día de trabajo que la esperaba. Con seguridad, el señor Cavanillas convocaría una reunión sorpresa. La crisis y su reducción de personal. Aquello era un tema sobre el que no había querido pensar durante las vacaciones.

Le dolía pensar en lo poco humana que se volvía la gente cuando escalaba niveles en la empresa. Recordaba cuando ella comenzó como recepcionista. Era duro trabajar diez horas al día, y por la noche estudiar en casa en la universidad a distancia. Con el tiempo, ascendió a auxiliar y, cuando por fin terminó la carrera de Derecho, se sintió la mujer más feliz del mundo. ¡Era abogada!

Lo malo era trabajar con un jefe como Cavanillas. Un hombre sin escrúpulos y a quien no le hizo gracia que fuera una mujer y no un hombre uno de los nuevos abogados de la empresa. Siempre la miraba como si por ser mujer fuera inferior. ¡Machista! De hecho, intentaba darle los trabajos menos importantes, mientras que a Richard, otro abogado, le trataba con todos los honores.

Sabía que por la oficina se comentaba lo mucho que le gustaba a Cavanillas hacerla de menos. Al principio, la mayoría de los trabajadores la miraban con pena. Pero, poco a poco, todos se habían dado cuenta de que ella era paciente y lista. Solamente tenía que esperar a que llegara su oportunidad. El tal Richard era un hombre insoportable, medio tonto, pero que se creía alguien desde que le habían ascendido. Muchas veces, mientras ella se quedaba en la oficina comiendo un sándwich, veía cómo Cavanillas salía con Richard para comer. ¡Comidas de negocios!, decían ellos. Ella ya se había acostumbrado a ese tipo de indiferencia, y se lo tomaba con humor.

Aquella mañana fría llegó antes que Belén, su secretaria. Se sentó en su mesa y se vio envuelta en montones de papeles. A las ocho y media llegó Belén, que se emocionó al encontrar encima de su mesa un regalo de parte de su jefa.

La mañana transcurrió con normalidad hasta que entró Belén hecha un manojo de nervios.

—Rebeca, tienes que ir al despacho del señor Peterson urgentemente.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada mientras se levantaba y se dirigía hacia ella.

—No lo sé. Pero creo que es algo relacionado con el viaje que tenían que hacer Peterson, Cavanillas y Richard a la convención anual de París. Al parecer, Richard no tiene las estadísticas de este último año y Cavanillas está que arde. Peterson las está pidiendo desde hace una semana.

Eso significaba problemas incluso para ella. Rápidamente se dirigió a su mesa y sacó una carpeta con varios CD. Allí tenía las estadísticas de los cuatro últimos años. Algo que no le había resultado nada fácil conseguir. Según el señor Cavanillas, aquello no era de su incumbencia. Siguió mirando y recordó que ella había ido preparando una estadística del último año. De pronto, allí estaba lo que buscaba.

Levantó la mirada y fijó la vista en Belén. Tendiéndole el CD, y con voz temblorosa pero decidida, susurró:

—Diles que en diez minutos estoy allí. Sácame varias copias de lo que hay en este CD. Rápido.

Belén salió del despacho dejando a Rebeca sumida en un mar de dudas. No sabía si estaba bien lo que iba a hacer, pero se daba cuenta de que era el momento que llevaba tiempo esperando. Apartó los papeles que tenía en la mesa dejándolos a un lado, y, por un momento, miró la foto de su madre. Contemplarla le daba fuerzas. Un minuto después entró una nerviosa Belén con las copias que le había pedido. Las repasó durante unos segundos comprobando las estadísticas de los últimos años junto con las del presente.

Menos mal que soy ordenada y me gusta llevarlo todo al día, pensó al imaginar que aquello acabaría en la mesa del jefazo Peterson.

Tomó aire y, ante la atenta mirada de Belén, murmuró todo lo tranquila que pudo:

—Llama a Susana, y dile que voy hacia allí.

Belén salió disparada y cuando Rebeca se dirigía hacia el despacho del jefe, Belén la llamó. Rebeca se volvió hacia ella.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó con el corazón a mil.

Su secretaria se acercó y, le dio un cariñoso apretón en el hombro.

—Solo era para decirte que están todos los jefazos —susurró.

Ay, Dios mío, pensó mientras el estómago le crujía.

Por un momento, deseó no haberse levantado de la cama. Ella no era responsable de lo que estaba pasando, pero intuía que Cavanillas trataría de perjudicarla.

—De acuerdo. Espérame aquí por si te tengo que llamarte para algo, ¿de acuerdo?

—Aquí estaré —contestó cogiéndole las manos para infundirle ánimos—. Y piensa: eres la mejor. La más lista y la más profesional. Machaca a ese imbécil de Richard.

—Gracias, Belén —sonrió.

Mientras subía en el ascensor a la planta presidencial, notó que las rodillas le temblaban.

Ains… madre, qué tensión, pensó agarrada a la barandilla.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor vio a Susana, una antigua compañera de sus principios en la empresa. Una chica muy guapa que había ascendido gracias a lo bien que se lo montaba entre las sábanas. Era la secretaria del jefazo, Peterson.

—Señorita Rojo —saludó con profesionalidad—. La están esperando en la sala de reuniones. Sígame, si es tan amable.

Mientras se dirigían hacia la sala, Rebeca empezó a sentir náuseas. Tenía que controlarse. Cuando llegaron frente a la puerta de la sala, y antes de abrirla, Susana se acercó a ella y, muy bajito, cuchicheó:

—A por ellos, que tú puedes.

Aquello le renovó las fuerzas. Tras asentir y sonreír, Susana tocó la puerta con los nudillos; luego la abrió.

—Señorita Rojo, pase y siéntese —saludó Peterson con amabilidad.

—Gracias, señor Peterson —sonrió agradecida, aunque al punto del infarto.

Luego, mirando al resto de los hombres, dijo:

—Buenos días, señores.

Acto seguido Cromwell, uno de los consejeros, se dirigió a ella, le indicó que estaba encantado de que personas del sexo opuesto y tan jóvenes comenzaran a formar parte de los puestos de responsabilidad de la empresa. Tras aquello, le preguntaron por sus estudios, y poco después comenzaron a hablar del tema que les preocupaba: las estadísticas.

—Creo que hace una semana más o menos —señaló Peterson mirando a Cavanillas, Richard y Rebeca—, les pedimos las estadísticas que todos los años llevamos a la convención de París.

Cavanillas estaba inquieto en su sillón y no paraba de moverse. Miraba fijamente a Richard, quien a su vez intentaba evitarle con la mirada. El responsable de las estadísticas era él. Solo él.

A Rebeca le sudaban las manos. Había un silencio incómodo y se esperaba que alguien comenzara a hablar. Se le comenzó a resecar la boca. Necesitaba un trago de agua. Miró y vio que había varias botellitas de agua y vasos en una bandeja. Estiró la mano para coger una botella y un vaso, y se sirvió agua.

Se percató, por el rabillo del ojo, que Cavanillas la miraba, pero también se dio cuenta que aquel, delante de Peterson, no la trataba tan despectivamente como a solas o delante de los otros empleados. Esa era una baza que Rebeca tenía a su favor. Cuando hubo bebido agua, miró los papeles que estaban encima de la mesa, y dijo:

—Yo… me he permitido traer unas estadísticas que he ido confeccionando a nivel particular en estos últimos años. La de este año aún no la he evaluado… pero creo que les puede servir como referencia.

Se levantó y dio una copia a cada uno de ellos sin excepción. Echaron una rápida ojeada a los papeles que ella les entregó, y al cabo de unos minutos, que le parecieron una eternidad, Peterson la miró y la preguntó:

—Señorita, ¿le apetecería venir con algunos consejeros y conmigo a la convención de París?

¡Sí… sí… sí!, quiso gritar Rebeca, pero no lo hizo.

No lo podía creer; el jefazo se lo estaba pidiendo. Llevaba años anhelando ir, y allí estaban, pidiéndole que fuera con ellos en calidad de abogado.

—Claro está —siguió hablando Peterson—, tiene tres semanas para sacar las estadísticas definitivas. También nos interesaría tener un posible proyecto sobre las ventas a alcanzar el año que viene.

—Un momento —habló Cavanillas mientras se levantaba—. Creo haber entendido que irán a París usted, los consejeros y la señorita Rojo. ¿Solamente ustedes? ¿Por qué me excluyen? Nunca le he fallado en los veinticinco años que llevo trabajando con usted en la empresa. No creo que esto sea un pago acertado a mis servicios prestados.

Todos le miraron directamente y Rebeca tragó saliva.

—Querido Cavanillas… —sonrió el jefazo—, tengo que disculparme. En ningún momento he intentado excluirte del grupo. Siento que me entendieras mal. Simplemente hablaba con la señorita Rojo y creí oportuno invitarla a que nos acompañase, pero sin ánimo de ofenderte, querido amigo. Damos por hecho tu asistencia, que para nosotros es valiosísima. Pero al igual que contamos contigo, también tengo que decir —miró fijamente a Richard— que en este viaje no contaremos con su presencia, Richard. Creo que sobra decir que sabemos que, para Cavanillas, usted es un número uno. Pero para ser un número uno en una empresa competitiva como esta, hay que demostrarlo día a día, y más cuando se trabaja al nivel que se trabaja aquí. Le hemos dado un cargo de responsabilidad, y creo que puedo y debo decirle que nos ha decepcionado. No solamente por no tener preparadas las estadísticas anuales de ese año, también por los múltiples escándalos de faldas con los que se le relaciona. Quiero decirle que sus escarceos amorosos no nos interesan. Pero en interés de nuestra empresa, no nos beneficia que le relacionen a usted con las empresas Owlson. Por lo tanto, y sintiéndolo mucho, tenemos que comunicarle que su contrato quedará rescindido a partir del día uno del próximo mes.

Boquiabierto, Richard miró a Cavanillas para pedirle ayuda. Pero este desvió la mirada hacia otro lugar. Sabía que tenían razón, pero nunca imaginó que Cavanillas, al que consideraba un colega, fuera a reaccionar así. Conocía muchas cosas que podrían perjudicarle sacándolas a la luz en el momento que él quisiera. Le estaban despidiendo, y Richard, incrédulo, veía cómo aquel no hacía nada por ayudarle. Pero no, no estaba dispuesto a irse así, sin más. Ese viejo zorro se las iba a pagar.

De pronto Richard se levantó y se dirigió hacia los grandes ventanales. Se estiró la chaqueta de su caro traje y volviéndose hacia ellos con aire aparentemente tranquilo, dijo:

—Muy bien. Me echan. —Y mirando a Cavanillas, gritó—: ¡¿No vas a decir nada?! Te vas a quedar tan tranquilo mientras mi futuro se va al garete. Pensé que eras mi amigo, además de mi jefe.

Cavanillas le clavó una dura y fría mirada y contestó:

—Richard, sabes que últimamente te he advertido varias veces respecto a tus salidas nocturnas. Te había dicho que fueras más discreto porque esto podía pasar. Sabes que nos habían pedido las estadísticas y tú eras el responsable de ellas. Pero últimamente estás fallando y aquí solo queremos los mejores y…

—¿Y qué, viejo zorro? —interrumpió Richard, fuera de sí—. Quiero que sepas que si yo caigo, caerás tú también. —Mirando a Rebeca, se dirigió a ella enfurecido—: Mira, preciosa, yo ya no tengo nada que perder, pero ten cuidado. Nunca te fíes de un superior que te trate como a un igual, ese ha sido mi fallo. No lo cometas tú.

Con la poca dignidad que le quedaba, se dirigió hacia la puerta y cuando llegó hasta ella se volvió y aclaró:

—Recogeré mis cosas hoy mismo. No estoy dispuesto a ser el hazmerreír de esta empresa. Pónganse en contacto con el departamento de personal para que vayan preparando mi liquidación, y que sepan que no estoy dispuesto a aceptar cualquier miseria. Espero que lleguemos a un buen acuerdo económico, si no quieren que me querelle contra ustedes. Buenos días.

Se dio la vuelta y, dando un portazo, se marchó. Rebeca, horrorizada por lo sucedido, no entendía nada. Peterson y los consejeros miraron a Cavanillas, esperando a que este aclarara ciertas cosas que había dicho Richard.

—¡A esta rata la voy a hundir! —voceó Cavanillas levantándose indignado—. No va a volver a encontrar trabajo nunca. —Luego, mirando a Peterson, dijo—: Respecto a lo que dice de querellarse, no tenemos que preocuparnos de las posibles injurias que ese individuo pueda decir de nosotros. Tengo ciertas informaciones sobre ese cabrón que le podrán callar la boca. Más le vale no crear problemas.

Pasados los primeros minutos de tensión, Peterson se dirigió a Rebeca para darle instrucciones del viaje. Le indicó que la querían más cerca de ellos. Pronto empezaría la mudanza para ella a la planta presidencial.

El jefazo le preguntó si quería cambiar de secretaria o prefería quedarse con la que tenía. Ella, sin dudarlo, afirmó que Belén era la mejor secretaria que podía tener. Aclarada la situación, Peterson llamó por el interfono a Susana, su secretaria, quien segundos después entró en la estancia y tomó notas de lo que su jefe le indicaba sobre los nuevos cambios en cuanto a la Asesoría Jurídica. Tras haber apuntado todo, Susana se dirigió a la salida y, cuando pasó al lado de Rebeca, le guiñó un ojo con complicidad.

—Rebeca, ¿puedo tutearla? —preguntó Peterson mientras se levantaban. Ella asintió—. Creo que en unas semanas, una vez finalizadas las obras, tú y tu secretaria podréis acomodaros ya en los nuevos despachos.

—Muchas gracias, señor Peterson —asintió aún sin creer lo que había pasado.

El jefazo abrió las puertas de la sala y la invitó a salir mientras decía:

—Me imagino que ya sabías que habría una nueva reestructuración en esta planta para poder ubicaros.

Rebeca se encogió de hombros mientras por el rabillo del ojo miraba a Cavanillas, que seguía discutiendo con Cromwell, uno de los consejeros.

—Ven —invitó Peterson—. Vamos a ver los despachos. Aunque, lógicamente, querida, están aún sin terminar.

Se dirigieron hacia una parte de la planta que hasta entonces había estado cerrada. Rebeca no podía creer lo que veían sus ojos. Allí estaba el despacho que ella siempre había anhelado: grandes ventanales y amplio espacio para habitar. Nada que ver con la pecera en la que hasta el momento había trabajado.

A través de uno de los ventanales se veía la Puerta de Alcalá. Por un instante notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero en ese momento intervino Peterson.

—Tenemos que encontrar más personal para la Asesoría. Habrá que buscar dos abogados más y por supuesto dos secretarias. Mientras los seleccionamos, la obra habrá llegado a término. Pero ellos no estarán ubicados hasta que no volvamos del viaje a París. Este —comentó indicándole uno de los despachos— es tu futuro despacho, Rebeca. ¿Qué te parece? Creo que en el momento en que pongas tu toque femenino quedará perfecto, ¿no crees?

—¿Este será mi despacho? —preguntó sin creérselo—. Pero si es el más grande.

—¡Claro que sí! —asintió él con naturalidad—. Tienes que dar buena imagen cuando hagas las entrevistas y la selección de tus futuros ayudantes en la empresa.

—¡¿Qué?! —exclamó en un hilillo de voz sin entender—. Pero el señor Cavanillas… Él es el encargado de las entrevistas para acceder a este departamento. ¿Qué va a decir? —preguntó horrorizada—. Yo… yo no sé si estaré al nivel de poder decidir quién es mejor que otros. Yo…

Peterson, consciente de los miedos de aquella joven, le interrumpió con una sonrisa.

—Rebeca, quiero gente nueva. Gente emprendedora y que sepa aprovechar la oportunidad que le vamos a ofrecer. Estamos pasando un momento de crisis mundial, y no quiero que eso afecte a mi empresa. En definitiva, buscamos un buen equipo, y quiero que seas tú quien cree ese equipo.

Las manos le sudaban como nunca.

—Yo… me siento muy honrada y…

—Mira, Rebeca, te confesaré algo. En este último año, aunque tú no lo supieras, te he estado observando. Sé la cantidad exacta de veces que Richard te ha pedido ayuda, y tú le has ayudado desinteresadamente. Tengo buenos informadores. —La miró sonriendo—. Tampoco creas que no he notado el poco interés que Cavanillas ha mostrado hacia tu trabajo por tu condición de ser del sexo femenino. En la reunión dije que Cavanillas consideraba a Richard un número uno, pero creo que ese calificativo te corresponde a ti. Solo quiero, y necesito, que respondas como hasta ahora. La única diferencia que habrá entre antes y ahora es un ascenso en tu carrera. La oferta que te estoy haciendo es interesante para ti y tu futuro, y no creo que seas tonta y vayas a desaprovechar esta oportunidad. —Ambos sonrieron—. En lo que se refiere a Cavanillas, no te preocupes. Ahora tengo una reunión con él y le ofreceré un puesto que lleva tiempo ambicionando en Barcelona. Por supuesto, dentro del departamento Jurídico. —Mirando hacia atrás, Peterson vio que los otros se acercaban y cuchicheó en confianza—: Todo depende de ti. Si eres la persona que creo que eres, aceptarás este reto. Si necesitas hablar algo más con respecto al tema, solo tienes que ponerte en contacto con Susana y te dirá dónde encontrarme. Espero tu contestación de todo lo que te he expuesto después del viaje a París —dijo tendiéndole la mano para despedirse de ella.

Dándose la vuelta, el jefazo se dirigió hacia Cavanillas y Cromwell. Estos se despidieron de ella y se encaminaron hacia el ascensor charlando, mientras ella se quedaba sola y sumida en un mar de dudas. Volvió a dirigirse hacia su futuro despacho. Pasó por encima de unos tablones que había en el suelo y, mirando la Puerta de Alcalá, pensó que esta era su oportunidad; lo que llevaba tiempo esperando. Poco a poco sus pulsaciones se normalizaron y comenzó a sentir ganas de bailar. Casi no se lo podía creer y se pellizcó para ver si estaba soñando.

En ese momento se acordó de Belén, y sintió unos deseos enormes de contárselo. Se dirigió hacia el ascensor y, mientras esperaba, miró a ver si alguien podía verla en ese momento; cuando se cercioró de que no había nadie, dio un chillido de alegría y saltó. Las puertas del ascensor se abrieron y, muerta de risa, se metió corriendo en él. Cuando llegó a su planta, allí estaba esperándola Belén, que rápidamente se levantó de su mesa al verla. Rebeca, muy seria, pasó por su lado y le dijo que entrara en su pecera. Esta, rápidamente, cogió un cuaderno y un bolígrafo y la siguió.

—Bueno, Belén —dijo sentándose—, no sé cómo decirte esto pero… ¿Qué te has traído de comida hoy?

Con los nervios de punta y sin entender nada respondió:

—Dos sándwich de jamón y queso. ¿Tienes hambre? ¿Quieres uno?

—No… —respondió Rebeca mientras empezaba a tener un ataque de risa.

—¿Qué pasa? Cuéntame —rogó Belén—. He visto a Richard salir hecho una furia.

Pero Rebeca no podía parar de reír. Y su secretaria no sabía qué pensar.

—¡Por Dios, Rebeca, me estás asustando! No nos habrán despedido, ¿verdad? Ay, Dios… que tengo que pagar la hipoteca. ¿Se puede saber qué es lo que ha pasado?

Rebeca levantándose, aún muerta de risa, cogió el bolso y el abrigo y dijo:

—Vámonos. Te invito a comer en el Vip´s. Tengo que contarte muchas cosas, y te aseguro que te van a gustar.

De camino al ascensor, de pronto Belén se paró en seco y, dando un grito, se abrazó a su jefa. Los que andaban por la planta las miraron, pero a ellas les daba igual. Comenzaban el año bien y con un prometedor futuro por delante.

Al día siguiente todos entendieron la alegría de las dos muchachas, aunque, como siempre, hubo quienes envidiaron su suerte.