Los días junto a Kevin eran diferentes. Su hermano era un muchacho muy divertido y extrovertido. Hablaba con todo el mundo y era vivaz. Rebeca le veía guapo. Era alto, de pelo claro, y ese aire aventurero que a todas las mujeres les solía gustar. No sabía si lo veía así por amor de hermana, pero lo cierto era que Kevin tenía mucho éxito con el sexo femenino. Todas querían hablar con él, y eso en ocasiones le agobiaba.
Ángela insistió para que acudieran a su casa y cenaran con su familia en fiestas tan señaladas. Pero ellos declinaron su ofrecimiento. Querían hacer algo diferente. Irían a cenar a una sala de fiestas y disfrutarían después de la fiesta.
La noche del 24 de diciembre, como en muchos hogares, Papá Noel llegó. Esa noche, Rebeca bajó a oscuras para dejar los regalos de Kevin y Ángela bajo el árbol de Navidad. Sonrió para sus adentros al ver que su hermano se le había adelantado. Con curiosidad, se sentó en el suelo y cogió el paquete que tenía su nombre y lo tocó. Intentó adivinar qué era por el tacto, pero era imposible. Como una niña pequeña, disfrutó el momento sin darse cuenta de que su hermano estaba sentado en el poyete de la ventana fumándose un cigarro. La miraba divertido. Estaba graciosísima con su pijama de corazones rojos y su melena suelta.
Tiene el mismo pelo que mamá, pensó mientras observaba que su hermanita ya era toda una mujer.
—No lo acertarás por mucho que lo toques —le dijo de pronto, sobresaltándola.
—Qué susto me has dado. ¿Cómo es que estás todavía despierto?
—¿Y tú? —preguntó riéndose.
Con gesto aniñado y divertido, ella abrió los ojos y cuchicheó:
—No sé. Quizá estoy nerviosa porque viene Papá Noel.
Kevin, acercándose a ella, se sentó en el suelo y preguntó:
—¿Te has portado bien este año? Ya sabes que si has sido mala te pueden castigar, o directamente pasar de ti y no traerte ese fabuloso Ferrari rojo que tanto deseabas.
—Pero qué tonto eres —rio a carcajadas.
Hablaron sobre sus vidas, y a las seis de la mañana, se dieron permiso el uno al otro para abrir los regalos. Primero los abrió Rebeca.
En uno de los paquetes había una preciosa y antigua hada de porcelana, y en otro unos pendientes, una pulsera y un recogepelo de nácar. A Rebeca se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Caray… Kevin. Gracias —susurró emocionada—. ¡Es todo precioso! —dijo mientras se ponía los pendientes—. Ahora tienes que abrir el mío. Toma, ábrelo.
Kevin lo cogió e imitó los movimientos que ella hizo horas antes. Lo tocó, lo movió. La estaba imitando muy bien.
—Venga, ábrelo ya, tonto.
Kevin abrió el paquete tan bien envuelto, y dio un fuerte silbido al ver la cazadora.
—Como diría Ángela: ¡Madre del amor hermoso! Esto te ha tenido que costar un riñón y parte del otro. ¡Es preciosa! —Rápidamente se la probó—. ¿Qué tal me queda?
—¡Genial! Estás guapísimo.
Kevin agachándose, la besó con cariño.
—Gracias, cielo, me encanta. Creo que hemos debido de ser muy buenos los dos este año —rio poniendo voz de niño.
Rebeca, divertida, cogió un cojín que había al lado y se lo tiró a la cabeza.