Faltaba solo una semana para Navidad. El chalecito adosado de Rebeca en Majadahonda estaba precioso con sus adornos color rojo, blanco y plateado. Hacía unos días que había mandado por correo los regalos para Donna, María y Miguel. Estaba jugando con Pizza, cuando sonó el teléfono.
—Diga.
—Rebeca —se oyó muy bajito—. Hola, hermanita. Soy Kevin.
—¡Kevin! ¿Dónde estás?
—En Berlín. ¿Qué tal por Madrid?
Emocionada por oír la voz de su querido hermano, respondió:
—Pues qué quieres que te diga. Un frío de mil demonios. Han caído unas nevadas enormes —dijo mirando por la ventana al ver su muñeco de nieve—. He mandado ya los regalos para Donna a Chicago. Por cierto, ¿qué vas a hacer este año en Navidad?
—Pues… estaba pensando en decirte… ¿Qué te parece si me cojo un tren y pasado mañana estoy allí y la celebramos juntos?
Eso era lo que más le apetecía a Rebeca y, pletórica de alegría, gritó:
—Sí, sí. Oh… Kevin, me encantaría. ¿Cuándo llegas?
—El martes. Mi billete me lleva directo a Atocha. Llego a las 18:30. ¿Irás a recogerme?
Aplaudiendo como una chiquilla, contestó:
—Por supuesto, tonto.
Después de hablar un rato con él, se despidieron hasta el martes. ¡Qué maravilla! Su hermano pasaría las Navidades con ella. Tenía que hacer planes. Comprar más comida y, sobre todo, ir a comprar su regalo. Sacó una tarjeta del bolso, llamó a la tienda y le confirmaron que habían recibido más cazadoras. ¡Bien!
Aquella tarde cogió el coche y fue a El Corte Inglés para comprar los pendientes que tanto le gustaron a Ángela, además de un pañuelo de seda que le iba a encantar. Más tarde pasó por la tienda para comprarle la cazadora a Kevin. Al entrar miró hacia el lugar donde el hombre de la mirada penetrante había estado ese día y sonrió al recordar los comentarios de Ángela.
Mientras caminaba, en una de las tiendas de la calle Preciados vio un vestido de noche. ¡Era precioso! Algo indecente en el precio, pero se merecía un capricho. Su hermano venía para celebrar las fiestas y, además, quería estar guapa en Nochevieja. El vestido parecía hecho para ella. Era de seda color salmón claro, ajustado, con una abertura lateral y largo hasta los tobillos. No sabía dónde iría con Kevin, pero seguro que, fuera donde fuera, se lo pasaría bien.
Pasaron los dos días, y ya estaba metida en el coche con camino de la estación para recoger a su hermano. Al llegar, miró en los paneles de información para ver en qué andén llegaba el tren de Kevin. Cuando llegó a la enorme sala de espera, de pronto vio un rostro familiar. Se paró en seco y vio al hombre de la tienda de cazadoras, con un gran ramo de flores, sentado en uno de los bancos de la estación. A su lado había una niña pequeña que jugaba y se reía de las cosas que él le contaba. Tenía los mismos ojos que él y la misma sonrisa burlona.
Desde luego no puede negar que es su hija, pensó Rebeca mirándoles.
Tenía que pasar por delante de ellos para ir al fondo de la sala. Por ello, agarró con fuerza a Pizza y pasó lo más rápido que pudo. Él no la vio, pero la niña, al ver a la perra, corrió hacia ella.
—Hola —saludó la cría—. ¿Es tuyo este perrito?
—Sí.
—¿Cómo se llama?
Rebeca, con rapidez y sin pararse, contestó:
—Pizza.
Pero él ya la había visto. Aquella era la gruñona de la tienda de días atrás. Al principio no podía creer lo que veían sus ojos pero se levantó y acercó a ella, divertido.
—¡¿Pizza?! —rio la niña caminando a su lado—. Qué nombre tan raro. No conozco a nadie que se llame así. ¿Por qué se llama así?
Agobiada, quiso apretar el paso, pero la niña se lo impedía. De pronto escuchó aquel peculiar acento extranjero.
—Qué pequeño es el mundo, ¿verdad?
A Rebeca no le quedó más remedio que pararse. Educación ante todo, pensó.
Al volverse, vio cómo tomaba de la mano a la niña mientras la miraba con una sonrisa y decía:
—El otro día no me dio tiempo a presentarme. Me llamo Paul Stone —dijo tendiéndole su mano libre, mientras con la otra sujetaba a la niña y el ramo de flores. Rebeca, tras resoplar y darse por vencida ante aquella implacable mirada, le tendió su mano libre y dijo:
—Encantada, Paul. Mi nombre es Rebeca Rojo.
Él sonrió. Pero la niña era un auténtico torbellino parlanchín.
—¿Cuántos años tiene la perrita? —preguntó, tirándole del abrigo.
Convencida de que ya no podía escapar, Rebeca se agachó para poder hablarle de frente.
—Ahora tiene cuatro años —dijo mientras la perra se tumbaba panza arriba para que la tocasen—. Mira, ¿ves? Le gusta que la acaricien. Se pone así para que le hagas cosquillas en la barriguita, ¿lo ves? —La niña sonrió y la tocó—. ¿Cuántos años tienes tú?
La niña, abriendo los ojos inmensurablemente, dijo con una sonrisa:
—Yo también tengo cuatro años, y a mí también me gusta que me hagan cosquillas en la barriguita. ¿Verdad, papi?
Este, desde su altura, sonrió. Adoraba a su hija por encima de todas las cosas.
—Vaya, vaya… ¿También tienes cosquillas, eh? —bromeó Rebeca mientras le tocaba la barriguita a la niña y esta se escondía detrás de las piernas de su padre.
Pizza, al ver jaleo, se levantó de un salto y se enredó entre las piernas de todos, y por un rato los tres se estuvieron riendo de la situación.
—Mira, papi… como en la película de 101 dálmatas —rio la pequeña al verse en aquella tesitura.
Cuando lograron desenredarse y controlar la situación de la niña y la perrita, Paul dijo:
—Esta locuela es mi hija Lorena. Y como podrás ver, es un terremoto, y está en la edad de no parar de preguntar cosas —aclaró con una sonrisa en los labios.
Rebeca asintió y tuvo que sonreír. El momento lo pedía. De pronto anunciaron por megafonía la llegada del tren procedente de Barcelona. Rápidamente y sin pensarlo, al ver la oportunidad de alejarse, dijo:
—Bueno, Paul, encantada de haberte conocido. Por cierto, ¿te compraste la cazadora? —preguntó haciéndole reír.
Paul iba a contestar cuando se empezaron a oír las voces de un hombre llamándola. Era Kevin, que corriendo se acercaba a su hermana. Rebeca, al verle agitó la mano y, tras mirar a Paul y a la niña, se despidió de ellos deseándoles un feliz año nuevo. Después corrió para abrazar a su hermano. Paul la siguió con la miraba, hasta que la niña volvió a atraer su atención al empezar a dar chillidos. Metros más atrás una mujer les saludaba; la madre de Paul.
—¿Pero quién es esta niña tan preciosa? —preguntó Tina, una mujer corpulenta pero con una dulce voz.
—Soy yo, abuelita. Lorena —contestó la cría abrazándola.
Paul, acercándose a su madre, la besó con cariño y le dio el ramo de flores.
—Hola, mamá. Cada día estás más joven y más guapa. ¿Qué tal el viaje? —preguntó mientras cogía las maletas.
Tina miró a su hijo y ambos comenzaron a hablar. Qué orgullosa estaba de él. Había sacado él solo adelante a aquella chiquilla y eso le hacía feliz.
No muy lejos de ellos, Rebeca estaba como loca con la llegada de su hermano. Llevaba tres meses sin verle, y quería aprovechar cada segundo de su visita.
—¿Cómo está mi hermanita pequeña? —sonrió Kevin abrazándola.
—Pues como verás, no creo estar nada mal —señaló ella con voz de mujer fatal que les hizo reír a ambos.
Kevin, agachándose para tocar a la perra, que saltaba y ladraba a su alrededor, saludó:
—Hola, Pizza. ¿Cómo estás, loca?
Abrazados, se dirigían a la salida de la estación cuando Rebeca oyó que una vocecita la llamaba. Se volvió y era la niña, Lorena. Rápidamente la agarró de la mano.
—Pero cielo, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está tu papá?
La niña, mirando a Kevin, respondió:
—Está allí con mi abuelita. ¿Quién es este señor?
Sorprendidos por el desparpajo de la niña, los hermanos se miraron y rieron.
—Lorena, te presento a mi hermano Kevin —respondió Rebeca agachándose.
Con una espectacular y mellada sonrisa, ésta le miró y dijo:
—Hola, Kevin. ¿Tú también vienes a pasar las Navidades aquí?
Acercándose a la pequeña, él sonrió y añadió:
—Pues sí, señorita. Vengo a pasar las Navidades con mi hermanita y con Pizza. —Y, acercándose más a la niña, le susurró—: Y bueno también para ver si tengo suerte y este año Papá Noel o los Reyes Magos me traen algún regalo.
—Tendrás que haber sido bueno —cuchicheó la niña muy bajito—. Porque si no, ellos no se acordarán de ti. Yo he sido muy buena. ¿Y tú?
En ese momento, como un vendaval se acercó hasta ellos Paul quien, al ver que su hija no estaba junto a él, se había angustiado. Pero se tranquilizó al ver que estaba con Rebeca.
—Lorena —regañó Paul mientras la cogía con fuerza da la mano—. No vuelvas a hacer esto. Nos has dado un gran susto a la abuela y a mí.
—No te enfades, papi. Solo quería decirle adiós a Rebeca y a Pizza —dijo la niña agarrándose al abrigo de Rebeca.
Kevin miró a aquel hombre. Su cara le sonaba ¿pero de qué? Y, agachándose de nuevo junto a la niña, le cuchicheó:
—No tienes que volver a darle un susto así a tu papá. Recuerda lo de ser buena.
Intentando no reír, Rebeca se tapó la boca. Aquel gesto tan natural y aniñado hizo sonreír a Paul.
—Anda… es verdad —cuchicheó la pequeña—. ¿Crees que se enfadarán conmigo por esto y no me traerán regalos?
Paul fue a contestar pero Rebeca se le adelantó.
—No te preocupes, Lorena. Creo que no. Solo venías a darnos un beso a Pizza y a mí. Pero de todas formas, no lo tienes que volver a hacer o estoy segura de que se enfadarán. ¿De acuerdo?
La niña asintió en el momento en que su abuela llegaba.
—¡Lorena! ¿Estás bien? —preguntó acalorada mientras se fijaba en cómo la niña tenía agarrada a Rebeca—. Disculpen. Este pequeño diablillo nos ha asustado. Estaba hablando con mi hijo y de pronto desapareció. Menos mal que la encontraron ustedes. Lorena, suelta a la señorita, no molestes.
Rebeca la miró y, ante la atenta mirada de Paul, dijo:
—No se preocupe, no molesta. Soy Rebeca —dijo tendiéndole la mano mientras observaba que unos chicos que pasaban por su lado se paraban a mirarles ¿qué miraban?—. Este es mi hermano Kevin, acaba de llegar en el tren de Barcelona.
—Encantada jovencitos. Mi nombre es Tina. Soy la madre de Paul, y abuela de este trasto.
—La perrita se llama Pizza —indicó Lorena encantada.
—Oh, qué nombre tan original —asintió la mujer—. Entonces este joven y yo hemos venido en el mismo tren. Qué pequeño es el mundo, ¿verdad? —rio Tina pensado en lo encantadora que era Rebeca.
Paul y Rebeca se miraron y sonrieron. Aquella frase ya la habían escuchado en menos de una hora dos veces.
—Bueno, nosotros tenemos que irnos —anunció Rebeca—. Encantada de haberla conocido. Espero que pasen todos juntos unas felices Navidades. —Luego, mirando a la niña, se agachó y le dio un beso—. Sé buena y seguro que te traen muchos regalos.
Una vez se hubo levantado, miró a Paul y, sintiendo la boca seca, solo pudo decir un «hasta pronto» entre susurros. Aquel hombre, no sabía por qué, la ponía nerviosa. Mientras caminaba junto a su hermano hacia el coche, Kevin, con una medio sonrisa, comentó:
—Hummm… ¿Tienes algo que contarme?
Divertida por lo que decía, sonrió.
—Pero qué dices, tonto. Si tuviera algo que contarte, ¿no crees que ya te lo habría contado?
—Bueno, quizá tengas razón —contestó sin darle importancia. Pero mirándola de reojo, se burló—: Tampoco creo que sea tu tipo. Demasiado guapo. ¡Bah! Olvidémoslo. Vamos a ver, ¿qué planes me tienes preparados para hoy, hermanita?
Entre risas y empujones, como chiquillos fueron bromeando hasta su coche. No muy lejos de aquellos, Tina y su nieta bromeaban y caminaban junto a Paul. Éste, con disimulo sacó su Blackberry y apuntó la matrícula del coche de Rebeca. De camino a casa, Tina intentó sacar el tema de la estación. Aquella muchacha le había causado buena sensación. Paul estaba pensativo, y conocía muy bien aquella mirada de su hijo.
Algo trama, pensó Tina complacida.