Capítulo 48

A la mañana siguiente, cuando Rebeca se despertó, se encontraba agotada. Nada más poner los pies en el suelo, el estómago se le contrajo y corriendo se fue a vomitar al baño.

—Oh… Dios, ¿cuándo dejaré de vomitar? —susurró mirándose en el espejo.

Al ver su horrible pinta y su pelo revuelto, pensó en ducharse. Pero se encontraba tan mal y desganada que, como una autómata, regresó a la cama. Después de diez minutos en los que el estómago parecía haberse normalizado, oyó ruido de cacharros en la cocina.

Seguro que Kevin está preparando algo rico.

Obligándose a luchar contra la perezosa se levantó. Tenía sed. Se puso una bata color ciruela que apenas ya le abrochaba y con el pelo enmarañado y sin quitarse las legañas de los ojos, se asomó al cuarto de Kevin. Allí solo estaban los cachorritos de Pizza. Unas preciosidades indefensas y minúsculas en color canela y blanco que movían sus patitas descontroladamente. No pudo evitar sonreír al ver lo monos que eran todos y comenzó a bajar los escalones con una gran pesadez.

Allá va la ballena, pensó al sentirse como tal por su enorme barriga de siete meses. En ese momento se cruzó con Pizza, que subía los escalones. Con torpeza, se agachó para tocarle la cabecita y la perra se lo agradeció con un amoroso lametazo. Tras más de una carantoña, la perra continuó su camino y ella bajó hasta la cocina. Aunque cuando llegó se quedó paralizada.

Allí estaba el hombre de sus desvelos, más atractivo que nunca, desayunando con su hermano. Kevin fue el primero en verla y sonrió. Acto seguido Paul la miró, y se quedó tan paralizado como ella.

—Buenos días, hermanita —saludó Kevin para romper el hielo.

No pudo contestar.

¿Qué hacía Paul en su cocina? Y lo peor de todo, ella tenía una pinta horrible. Paul se quedó boquiabierto al verla. Su gesto de sorpresa lo decía todo y se levantó sin saber realmente qué decir ni qué pensar.

—Estás… estás, tú estás…

Rebeca quiso salir corriendo pero sus pies parecían pegados al suelo. Kevin, al ver las caras de sorpresa de aquellos dos intercedió por ellos.

—Oh no… Paul, si lo dices por esa enorme barriga que ves, es que anoche cenó más de la cuenta. Ya sabes que esta chica cuando come ¡no tiene medida!

—Rebeca, ¿estás embarazada? —consiguió preguntar Paul clavándole aquellos preciosos ojos.

Mentir era una tontería. Por ello, finalmente, sonrió. Miró su prominente barriga, tomó aire, y con seguridad afirmó:

—Sí. Espero un bebé.

Cinco meses sin verla, sin saber de ella, había sido una enorme tortura para Paul. Había intentado centrarse en su trabajo, en su hija y en sus amigos para olvidarla, pero el recuerdo de Rebeca le había perseguido noche y día allá donde estuviera. Y, de pronto, al recibir la invitación para desayunar de Kevin, no se lo pensó y fue. Y allí la tenía. Preciosa. En bata y embarazada. Sin quitarle la vista de encima, se acercó a ella nervioso.

—¿Te encuentras bien?

Moviéndose para separarse de él, Rebeca se acercó a su hermano y, con la mejor de sus sonrisas, le dio un pisotón que a este le hizo ver las estrellas. Después respondió notando cómo el bebé se movía.

—Sí, no te preocupes.

Dolorido, Kevin se separó de su hermana, pero estaba dispuesto a conseguir lo que se había propuesto.

—Por cierto, es un niño. Un precioso chicarrón —dijo ganándose otra nueva mirada asesina de aquella.

Rebeca, al ver la mirada sorprendida de Paul, quiso morir. ¿Qué estaba pensando? Pero, este, cada vez más confundido, miraba a los dos hermanos. Mil preguntas en su mente se formulaban y les observaba en busca de respuestas. ¡Quería respuestas! Kevin sonrió y Rebeca con el corazón a punto de salírsele del pecho comenzó a preparar un café. Lo necesitaba. Sus manos temblaban cuando oyó la voz de Paul.

—Rebeca… No sé si debo preguntártelo, pero ese…

Ay, madre… Ay, madre, que me lo va a preguntar, pensó horrorizada y, sin dejarle terminar, asintió.

—Sí, es hijo tuyo.

Durante una fracción de segundo ambos se miraron y ella pudo ver como su cara se desencajaba. Paul, boquiabierto por lo que acababa de descubrir, se apoyó en la encimera, cerró los ojos y cuando los abrió susurró confundido.

—Dios mío…

Al ver su gesto la joven intervino rápidamente.

—Te lo iba a decir, pero yo… es que yo…

No podía continuar hablando. La intensa mirada de Paul la estaba matando. Asustada por lo que se le venía encima, cerró los ojos a la espera de que le cayera la gran bronca de su vida. Sabía que ocultarlo no había sido una buena idea, pero de pronto los brazos protectores del hombre al que amaba la rodearon y su boca comenzó a cubrirla de besos.

—¿Por qué no me lo dijiste, cariño?

Confundida, Rebeca se dejó abrazar y mimar. Aquello era lo que necesitaba y quería. Pero al recordar aquello de «nunca dejaría un hijo mío a tu cuidado», de un manotazo se soltó de él.

—No me lo quitarás, Paul.

Perplejo por aquel arranque de ella preguntó arrugando el entrecejo.

—¿Qué?

Rebeca se separó de él de sopetón.

—¡Es mi bebé! —gritó histérica—. Y te juro que si intentas algo te mato con mis propias manos. ¿Me has entendido?

Kevin, aún dolorido por el pisotón se mofó.

—Joder, hermanita. Te has levantado hoy guerrera.

Paul estaba aturdido y no entendía las palabras que ella acababa de pronunciar.

—¿Pero de qué hablas? —preguntó.

—Tú lo sabes.

Con las manos en alto, en señal de paz, lentamente se acercó a ella.

—No, cariño, no lo sé.

Pero Rebeca, de nuevo se separó de él. Y para sorpresa de los dos hombres, se puso a gritar como una loca.

—¡¡Lo dijiste!!

—¡¿Pero qué dije?! —preguntó Paul atónito.

—El último día que nos vimos tú dijiste que nunca dejarías a un hijo tuyo a mi cuidado —chilló—. Y no. No voy a permitir que destroces mi vida y la de este bebé porque tu creas que yo no puedo ser una buena madre, porque sé que sí puedo serlo. Al igual que podría haber sido una buena amiga de Lorena y no una egoísta que juega con sus sentimientos como tú me tachaste.

Al entender de lo que hablaba, Paul se acercó de nuevo a ella.

—Escúchame, cielo… —murmuró.

—No… No te voy a escuchar y mucho menos permitir que me quites a mi bebé. Porque yo…

Paul no la dejó terminar y, acercándose a ella, sin tocarla dijo:

—Te quiero, Rebeca.

Ofuscada no oyó lo que decía y prosiguió.

—Dijiste cosas horribles sobre que yo no quería a Lorena. ¿Pero cómo no voy a querer a Lorena si la adoro? Es una niña preciosa, encantadora y llena de vida. ¿Cómo no quererla? Dijiste que yo era una egoísta y que nunca podría querer a nadie. Y no… ¡eso no es así! También dijiste que yo utilizaba a las personas y cuando no me interesaban las apartaba de mi lado y…

—Cariño, ¿me has oído? ¡Te quiero! —insistió cortándola.

Pero ella no escuchaba. Estaba histérica y dolida y necesitaba decirle todo lo que no le había dicho en meses.

—Rebeca, tranquilízate —pidió Kevin cogiéndola del brazo para que lo mirase.

—No. No quiero tranquilizarme —gritó retirándose el pelo de la cara—. ¿Por qué has tenido que traerle aquí? ¿No te bastó con lo que pasó la última vez que nos vimos? Oh, Kevin… ¿por qué te metes continuamente en mi vida?

Desconcertado por las cosas que ella decía, Paul no podía responder. Tenía razón. La última vez que se vieron se comportó como un energúmeno, pero estaba tan dolido con su indiferencia que no calibró sus palabras. Pero no. Aquello había acabado. Allí estaba ante ella y solo quería que lo mirara y ganarse de nuevo su confianza y amor como fuera.

Kevin, ajeno a los pensamientos de ambos, y al ver su hermana enloquecida decidió intervenir.

—¿Me preguntas por qué me meto en tu vida, cabezota?

—Sí. Oh, Kevin… ¿Por qué has vuelto a hacerlo?

—Porque lo necesitas, cariño —insistió él.

—No. El bebé y yo ahora estábamos bien —gimió tocándose la barriga—. Tú te has recuperado y yo podía seguir adelante con mi vida. Pero ahora lo has complicado todo ¡Todo!

Kevin, incapaz de callar un segundo más, aclaró con cariño.

—No, cielo. No he complicado nada, Rebeca, y si te tranquilizas te lo explicaré.

Incapaz de mirar a Paul, que desde un lateral los observaba con gesto indescifrable volvió a preguntar.

—¿Por qué te has vuelto a meter en mi vida, Kevin?

—Muy fácil, hermanita. Sufres y echas de menos a este hombre. Alguien tenía que dar el primer paso para que os vierais e intentarais arreglar lo vuestro.

—Pero yo no te lo pedí.

Kevin asintió y miró a un cada vez más desconcertado Paul.

—Lo sé, Rebeca, lo sé. Pero os separasteis por mi culpa, por mi problema, por no contarle lo que pasaba. Y yo no puedo seguir viviendo sin intentar aclarar lo ocurrido entre vosotros, porque yo quiero que seas feliz. Te mereces ser feliz y necesito ver que alguien te cuida y te mima como te mereces. Y ese alguien es este hombre ¿pero no lo ves?

Paul fue a hablar pero ella se le adelantó.

—Maldita sea, Kevin. Ahora él sabe lo del bebé y ¡Dios!, tendré problemas.

Paul cansado de escuchar, se interpuso entre ellos y se acercó de nuevo a la muchacha.

—No, cariño. El único problema que hay aquí es hacer que vuelvas a confiar en mí. —Ella le miró—. Ahora que Kevin me ha explicado todo, ya sé por qué no me podías decir nada de lo que pasaba, y quiero que sepas que me siento como un idiota por no haber sido capaz de mirar más allá de mis narices y entenderte. Tendrías que habérmelo dicho para haberte ayudado y protegido como te mereces. Y lo que hiciste, me demuestra que eres la mejor persona que hay en el mundo y te agradeceré toda mi vida el que pensaras en proteger a mi hija antes que en protegerte a ti. —Una lágrima resbaló por el rostro de ella y él continuó—. Cariño, yo no sabía lo que ahora sé y pensé, y prejuzgué, a mi manera. Me volví loco al imaginar que me mentías y me ocultabas cosas y…

—No te necesito, ¿me oyes? —cortó Rebeca señalándole—. Ni mi bebé ni yo te necesitamos. ¿Has oído, Paul Stone?

Kevin fue a protestar pero Paul le indicó que callara y acercándose a ella susurró.

—Pero yo a ti sí te necesito, cariño.

—Mentira.

Paul tan dispuesto como Kevin a conseguir su propósito repitió.

—Te necesito y te quiero. Es más, Lorena y yo te necesita-mos.

—Vamos Rebeca… Paul te quiere ¿no lo ves? —insistió Kevin.

—Tú cállate, maldita sea ¡cállate! —Y clavando su mirada en el hombre que le decía maravillosas palabras de amor siseó—. ¿Cómo eres capaz de decirme que me quieres? Si mal no he oído sales con una modelo valenciana y yo no quiero interferir, ni romper algo que…

—Eso no es cierto y lo sabes —interrumpió desesperado—. La prensa del corazón me busca novia todos los días, pero yo solo te quiero a ti, créeme. La única novia y mujer que quiero eres tú.

Rebeca resopló y Kevin sonrió. Su hermana estaba perdiendo fuelle a cada contestación de él.

—Yo no estoy en el mercado ni de novias, ni de mujeres.

—Pues tú eres la única que me interesa —insistió Paul.

Su corazón se deshacía segundo a segundo con las cosas que le decía y al verse reflejada en el microondas preguntó.

—¿Pero tú te has dado cuenta de la pinta que tengo?

—Sí. De loca —se mofó Kevin.

Y Paul contestó:

—Te quiero, Rebeca. Y no voy a parar de repetírtelo hasta que me creas.

Verla ante él con aquel pijama, y la bata apenas abrochada junto a los pelos de loca, era lo más bonito y dulce que había visto en los últimos meses. Y al ver que se tranquilizaba, se acercó a ella susurrándole al oído.

—Estás preciosa, cariño. Más bella que nunca.

Aquella voz y sus palabras le puso la carne de gallina. No podía más. Las barreras que había levantado contra él en aquellos meses se deshicieron como la mantequilla. Y, sin importarle absolutamente nada, Rebeca finalmente apoyó su frente en aquel fuerte pecho.

—Siento decirte que necesitas gafas.

Henchido de amor por aquella mujer, cerró los ojos y, besándola con verdadera pasión en la cabeza, susurró emocionado porque todo acabara bien.

—Lo que yo quiero y necesito es a ti, cabezota.

Rebeca sonrió.

Se dejó abrazar por el hombre al que adoraba y guiñó un ojo a su hermano que, enternecido, les miraba apoyado en la nevera.

Tras varios dulces besos y susurradas palabras de amor, Rebeca preguntó curiosa.

—Por cierto, ¿qué haces tú en mi casa a estas horas?

—Ayer por la noche recibí una llamada invitándome a desayunar —aclaró el piloto mirando a Kevin—. En un principio pensé que Kevin se había vuelto loco, ¿qué hacía yo desayunando en tu casa? Pero insistió tanto en que tenía que hablar conmigo y enseñarme algo que cambiaría mi vida, que finalmente no pude negarme.

—¿Y qué tenías que enseñarle? —le preguntó con curiosidad al tiempo que le tiraba un beso de agradecimiento a su hermano.

—A la vista está, hermanita —respondió mientras ella asentía divertida.

Conmovido y agradecido, Paul sonrió. Por fin habían terminado aquellos días de larga soledad en los que solo podía pensar en ella y volverse loco. La tenía entre sus brazos y no pensaba soltarla nunca más.

Acabado el café entre risas y bromas la joven murmuró consciente de su error.

—Paul, siento no haberte dicho antes lo del embarazo. Pero toda mi vida se descontroló de tal manera estos meses que…

Pssss… no importa, cariño, no importa. Lo importante es que todos los problemas se han solucionado y estamos juntos, nada más.

Ambos sonrieron, y tras un dulce beso en los labios preguntó:

—¿Qué crees que dirá Lorena cuando me vea?

—Uooo… se volverá loca cuando sepa que va a tener un hermanito —rio Paul—. Y cuando mi madre se entere que va a ser abuela de nuevo ¡ya verás!

Kevin, al sentir que en aquel momento sobraba, sin hacer ruido se levantó de la mesa, cogió su cazadora y abrió la puerta trasera de la cocina para salir.

—Eh… amigo —llamó Paul mirándole—. Tienes una cazadora igual a la mía.

Con una cariñosa sonrisa, este miró a la parejita que se había vuelto a unir y respondió:

—Eso quiere decir que tenemos muy buen gusto, colega.

—Gracias por todo —dijo Paul abrazado a Rebeca.

Kevin asintió, se metió las manos en los bolsillos del pantalón vaquero y salió dejándoles solos. Paul, emocionado, cerró los ojos. Siempre le estaría agradecido. Una vez solos, Paul volvió a besar a la muchacha con suavidad y, cogiéndola entre sus brazos, la sentó sobre él.

—¿Recuerdas el día que nos conocimos en la tienda donde vendían la cazadora?

Asintió feliz y emocionada.

—¿Cómo lo voy a olvidar? —respondió llena de amor—. Fue el día en que, sin yo saberlo, me enamoré de ti.